OPINIÓN
¿QUÉ APRENDIMOS DE VENEZUELA?
Por Santiago Mitnik
04/05/2022

Hace mucho tiempo estoy fascinado con Venezuela. Cuando aparecen en Youtube los actos del PSUV no puedo dejar de verlos. Es difícil explicar esa fascinación. Son increíblemente intrigantes, bizarros y auténticos: tienen el tono inconfundible del humor caribeño, hacen chistes, y hablan con la despreocupación de quienes se saben poderosos. Hablan con la retórica del socialismo latinoamericano que 15 años atrás era fuerte y nuevo en todo el continente. Al escucharla en la actualidad, como si nada hubiera pasado en estos años, me siento transportado a la aldea de los galos de Asterix, que aguantan a pesar de todo. Pero ¿cuál es la pócima secreta que los mantiene irreductibles?
Hace un par años, el balance sobre Venezuela parecía ser clarísimo: crisis humanitaria, colapso económico, fracaso del modelo. Pero, entonces, ¿por qué hoy en Youtube todavía encontramos la trasmisión en vivo de Con el Mazo Dando, y vemos a Diosdado Cabello riendo y burlándose de la incompetencia de sus opositores? ¿Cómo se explica el fracaso del fracaso anunciado? ¿Qué podemos aprender de Venezuela?
Mientras intentaba escribir esta nota, no podía dejar de pensar en la escena final de la comedia negra / thriller de espionaje “Burn After Read”:
—No sé por qué estaba tratando de ir a Venezuela.
—No sabés.
—No, señor.
—No tenemos extradición con Venezuela.
—Ah! Entonces, ¿qué deberíamos hacer con él?
Por dios, pónganlo en el próximo avión a Venezuela.
(…)
—¿Qué aprendimos, Palmer?
—No lo sé, señor.
—Mierda, yo tampoco.
—Creo que aprendimos a no hacerlo de nuevo.
—Sí, señor.
—No tengo una puta idea de qué hicimos.
—Sí, señor, es difícil decirlo.
(En realidad, la película termina con un último comentario: “Jesus fucking Christ”, traduzcanlo como puedan).
Al principio del diálogo, la referencia es obvia: se trata de Venezuela como lugar lejano y hostil; pero al repasar la escena me di cuenta de que la conexión estaba en el final, en lo absurdo de intentar discutir sobre una situación que no comprendemos. Sin embargo, lo interesante de este caso, es que al ser un proceso político que se inició hace más de 20 años, sus orígenes ya pueden considerarse un tema histórico y, tal vez, estemos en condiciones de intentar sacar algunas conclusiones.
La palabra “Venezuela” fue durante mucho tiempo una herramienta política, un artificio que podía usarse como consigna en una discusión ideológica. Podía ser usado por todos. Porque funcionaba como un faro para la izquierda latinoamericana por todo lo que el chavismo fue y significó durante la primera década de este siglo. Porque la derecha mundial, que señalaba comunistas en todos lados, la usaba para marcar el fracaso del socialismo y el intervencionismo. Porque cierto democratismo trans-partidario que defiende el institucionalismo y por ende siempre requiere un monstruo cerca, la utilizaba como ejemplo moralizador. Y a pesar de todos estos usos, Venezuela sigue ahí, aunque ya no la nombremos tanto, en el punto ciego de la política latinoamericana.

De Zurda
Antes que nada, quiero ser honesto: los que bancamos el proceso venezolano fuimos muchos. Muchísimos. En Argentina, en pleno boom de las commodities, con el “ALCA, ALCA-rajo” todavía cerca y el kirchnerismo entrando en su etapa combativa, ser militante kirchnerista y ser chavista era casi lo mismo. Había varios agrupamientos y partidos abiertamente chavistas, algunos dentro del kirchnerismo, otros en su periferia y otros afuera. La enorme mayoría de esos grupos ya abjuraron de sus antiguas posiciones y casi todos hoy integran el Frente de Todos. El proceso venezolano era algo así como un plus ultra kirchnerismo. Representaba al vector popular, combativo, expropiador, despojado de su aspecto institucionalista y dialoguista.
El meteórico ascenso de Chavez, de militar insurrecto a presidente de la república fue una gran marca del cambio de época que se avecinaba en la región junto con el agotamiento del Consenso de Washington y los partidos que lo representaban en cada país. Chavez puso a Venezuela en pie de igualdad con Argentina y Brasil en su capacidad de marcar agenda regional y eso es mucho decir. El chavismo fue la expresión más característica y clara de ese gran movimiento que se llamó “oleada progresista”, “populismo latinoamericano” o “socialismo del siglo XXI”. Pero la segunda década del siglo fue de claro retroceso para todo ese movimiento. Desde los grandes partidos como el kirchnerismo y el PT hasta la Revolución Ciudadana ecuatoriana tuvieron fracasos electorales y dejaron paso a gobiernos de la oposición. Hasta el MAS boliviano perdió el poder por un corto interregno golpista. En cambio, la Revolución Bolivariana y el PSUV siguieron en pie.
Es posible que encontrar hoy las causas de todo este derrumbe regional sea un ejercicio de opinión más que de análisis. Pero no estaría mal enumerar las explicaciones más clásicas.
1. La clara relación entre la crisis y la caída del precio de las commodities a nivel internacional.
2. La presión, el aislamiento y los ataques internacionales en conjunto con los sectores concentrados locales.
3. La dependencia del Líder fundador y su círculo íntimo, que no logran generar una sucesión que haga perdurar el proyecto en el tiempo.
4. Las contradicciones que se generan al interior de los movimientos populares cuando, como resultado de la movilidad social ascendente, nuevas clases medias con mayores expectativas comienzan a reclamar más y nuevos derechos.
5. Desde la economía más clásica, se señala que los modelos extremadamente estatistas e intervencionistas están “condenados” a colapsar bajo el peso de la emisión de moneda y los controles económicos.
6. Desde la propia izquierda, se señala como causa del fracaso que todos los procesos americanos se “burocratizaron” y no enfrentaron a las burguesías locales.
7. Desde todos lados, se señala que la tendencia hacia la confrontación con la oposición, inclusive con los “neutrales”, es un “vicio” recurrente del populismo que fue aislando al gobierno de la sociedad civil.
Todas estas críticas fueron usadas para señalar el fracaso de todos los gobiernos populares americanos, no solo el de Venezuela. Pero, como dijimos antes, ahí está el PSUV vivo, coleando y gobernando.

Oh eo eo, y la Constituyente va
Con el agotamiento del boom de los commodities, de los primeros liderazgos populares y con la contraofensiva de la derecha pro norteamericana en la región, todos los movimientos populares latinoamericanos retrocedieron, pero ningún país fue tan duramente golpeado como Venezuela. La muerte de Chávez, la presión internacional y las pésimas políticas económicas llevaron al país a una crisis colosal. Los datos hablan por sí solos. Algunos calculan hasta 5.000.000% de inflación, cientos de miles de exiliados y una importante reducción de la esperanza de vida.
En el plano político esto tuvo un correlato directo: la rebelión abierta. Una sublevación claramente apoyada y alentada desde fuera, pero llevada a cabo por una población abatida para la cual el régimen parecía no tener nada más que ofrecer. La “guarimba” tuvo en jaque al gobierno durante meses. En ese contexto de altísima presión y riesgo de supervivencia del proyecto político, el madurismo no aflojó. Todo lo contrario. La retórica chavista se profundizó, el gobierno se fundió aún más con su núcleo original, las Fuerzas Armadas. Increíblemente, y a pesar de que era la gran apuesta como “salida ordenada”, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), conducida por Diosdado Cabello, se mantuvo inquebrantablemente leal al heredero de Chávez.
Con la maniobra de La Constituyente, en 2017, una supuesta asamblea para reformar la Constitución que funcionó como un congreso paralelo, el gobierno venezolano logró superar lo peor de la crisis política. Esta acción, que a muchos nos parecía incomprensible, logró ganarle tiempo y margen de maniobra a un gobierno que ya parecía estar a punto de caer. Ciertos pactos con sectores de la oposición “dialoguista” rompieron el aislamiento y el abstencionismo. La Asamblea Nacional volvió a manos del PSUV y el sueño de Guaidó como presidente interino fue pasando lentamente al olvido. En 2019, con el fiasco de la “Caravana Humanitaria» de Juan Guaidó, la fortaleza del gobierno se perfilaba más clara.
La hiperinflación no se pudo detener con ninguna de las medidas económicas planificadas, sino con el lentísimo y doloroso ajuste que implicó una dolarización de facto, con la destrucción del bolívar como moneda. Maduro mismo habló del “milagro” de la dolarización.
Es difícil hablar de una “salida” de la crisis en Venezuela, porque el daño al tejido social fue altísimo, y no está ni cerca de revertirse, pero lo que es claro es que el PSUV sobrevivió. Apoyado sobre una nueva estructura política (“la inquebrantable unión cívico-militar-policial” en palabras textuales de Maduro) y económica (dolarización, nueva burguesía bolivariana surgida de los sectores militares y sus partidarios). Una nueva época se inicia incierta, pero aparentemente más pacífica.
Con Biden en la Casa Blanca y Ucrania en llamas, la posición de Maduro ante occidente es mucho más cómoda. A principios de Marzo de 2022 se produce un encuentro diplomático impensado hace algunos años, entre Maduro y representantes del gobierno estadounidense. “Estaban las banderas de Estados Unidos y Venezuela, se veían bonitas las banderas unidas”, contó Maduro en un anuncio televisivo, con un tono serio pero feliz. La razón de este encuentro, obviamente, es la crisis energética y la necesidad de encontrar países productores de petróleo que puedan funcionar de alternativa al vacío que resulta de las sanciones a Rusia.

La aldea irreductible
Con los frentes interno y externo relativamente ordenados, el madurismo se muestra triunfante, mientras aquellos que lo daban por muerto van desapareciendo de la escena política. ¿Cómo pudo pasar esto? ¿Qué es lo que aprendimos de Venezuela? Tal vez aprendimos que no existe ningún prescriptivismo histórico, ni económico, ni de clases que pueda transferirse a la arena política. Que por más que se escriban miles de artículos sobre el tema, el análisis nunca va a reemplazar al combate político clásico.
Maduro resistió porque mantuvo controlados los resortes del poder y no los soltó nunca. Porque aprovechó todas y cada una de las circunstancias para ganar tiempo y renovar apoyos. Porque supo soltar el lastre de los dogmas y aceptó la nueva realidad económica tal cual se presentaba. Y porque su círculo político y toda la dirigencia (y un sector importante de los cuadros y las bases militantes también) del PSUV y las FANB se mantuvieron leales. Sin duda les ofrecieron enormes beneficios e indultos a quienes optaran por traicionar al régimen, pero ninguno crucial parece haberlo hecho. Podemos preguntarnos si esa lealtad es genuina o es miedo a que, con la caída del gobierno, los opositores irían por la cabeza de todos. Pero eso entra dentro del terreno de la especulación, y no es tan importante porque todo, salvo el poder, es ilusión.
Y ahí está Venezuela. Un país autoritario que dolarizó su economía, tal como le gustaría que sucediera a nuestra derecha libertaria local; un país gobernado por un partido político revolucionario socialista, tal como le gustaría a gran parte de nuestra izquierda local. Pero un gobierno al cual casi nadie reivindica. Porque, discretamente, muchos de los que citábamos a Chavez, fuimos abandonando sus discursos. Al mismo tiempo, aquellos que lo señalaban cómo fuente del mal absoluto, ahora empiezan a tolerarlos, porque la línea que baja desde las embajadas y los medios es más moderada, o porque sin el caos social como trasfondo, esa estrategia ya no tiene potencia. Así, en medio del silencio del mundo, el régimen venezolano se recompone y avanza. Y evidentemente, algo de razón tiene Maduro cuando en sus discursos martilla una y otra vez con una de sus frases de cabecera: “Chávez vive, la lucha sigue”.

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