OPINIÓN
Enemigos Dignos | Cfk-Pichetto
Me obsesionan las peleas, enemistades, riñas y desencuentros entre personas públicas. Lo que me gusta, supongo, es saberles e imaginarles pasionales, erráticos y vulnerables, como todos los demás.
Este es un espacio que cuenta esas historias. Desde ahora y para siempre: toda ficción tiene un poco de realidad.
Por María del Mar Ramón
30/05/21
No sé -nadie, además de ellos lo sabe, realmente- cuáles fueron las palabras que Cristina Fernández de Kirchner y Miguel Pichetto se dijeron en esa llamada de la madrugada del primero de enero del 2012. Ni siquiera sé si fue una llamada, pero la imagino y, si cierro los ojos, puedo escuchar el diálogo. Pichetto, acorde a la noticia que estaba a punto de dar, visiblemente (?) (y también ¿por qué no? genuinamente) preocupado, le anuncia que el Gobernador de la Provincia de Río Negro, su provincia, acaba de morir por un disparo de su esposa. ¿Le habrá contado algún otro detalle? ¿Se habrá referido a Soria como “el gringo”?¿Habrá hecho algún comentario sobre la desgracia, algún detalle amarillista, algún chiste?. No. Seguro no lo hizo porque Miguel Angel Pichetto es prudente, y además de prudente, elegante. Habría sido de mal gusto, y él jamás se habría permitido una negligencia contra su decente integridad de caballero
Le comunica la tragedia. Espera la respuesta de Cristina y después desliza, quizás en la misma llamada, preso de una ansiedad que lo traiciona -porque es un tipo mucho más emocional de lo que está dispuesto a admitir-, que deberían llamar a elecciones inmediatamente y que el candidato debe ser él. Ya las había perdido en el 2007 y había aceptado que no iba a encabezarlas en el 2011. Es más que comprensible que viera este infortunio como una posibilidad del destino para su propio triunfo.
¿Se habrá recriminado confesar su ambición? Imposible saberlo. Si una se concentra puede imaginárselo, saboreando la victoria electoral inevitable: por fin salir del palacio, por fin ganar en su tierra, en su ley, con sus votos: los laureles y la gloria. Las ganas le pudieron al cálculo de un tipo famoso por su precisión, pero nadie puede escapar a la fuerza de sus deseos más genuinos y nada en el mundo ha querido más Miguel Ángel Pichetto que ganar una elección. Entonces comete un error, ese error político crucial de que la boca vaya antes de los hechos. Y Cristina lo nota. ¿Habrá percibido sus ganas y sus ojitos brillosos cuando le sugirió ser él el candidato de una elección que ganarían? La respuesta, quizás ahí mismo, sin siquiera meditar, es que no. No va a ir él. No se llamará a elecciones, irá el Vicegobernador ¿Cristina lo habrá hecho por castigo, instrucción o pragmatismo? Pichetto va a convencerse de que es una mezcla de las dos primeras, junto con algún capricho vengativo. En esa convicción cometerá el segundo error que nos importa ahora: se habrá dado a sí mismo demasiada importancia.
No van a alcanzar los argumentos ni las realidades para explicarle que como Senador es mucho mejor. Que, de hecho, como Senador es impecable, es imbatible, en sus casi 20 años en el senado, y otros muchos en diputados, cosechó enormes victorias y muy dignos fracasos. Todos lo saben. Lo respetan, pero es una tragedia enorme, una incalculable, que la única cosa que ese político no hace bien -ganar elecciones- dependa tan poco de él, de su voluntad, de su inteligencia, de su sagacidad. Que él carezca de todo carisma electoral, por más que intente. Que sea inteligente y convincente, pero no persuasivo. Que su mística sea la de la rosca y no la de la victoria popular.
Se entristece, se frustra y se enoja. Esta vez no lo puede disimular. Aprieta más frecuentemente los labios, levanta más una ceja y vota y coordina proyectos con la lealtad que lo caracteriza, pero con encono. Hasta que ella también pierde. ¿Habrá celebrado Pichetto el fracaso electoral del entonces Frente para la victoria en el 2015? Es cierto que Cristina, como tal, no perdió. Pero también es cierto que los fracasos de los espacios son los fracasos de sus líderes. ¿Se habrá alegrado de esa derrota ajena con culpa? ¿Habrá sonreído?
Cristina llega al Senado y Pichetto, quizás, siente que ahora juegan en su cancha. Si ella es la reina de un país y del voto popular, él lo es del legislativo. Compiten. Se matan. Debió ser una de las épocas más entretenidas del Senado Argentino. Lxs asesores comentan que la tensión se siente en el palacio, todos miran desde los palcos sesión tras sesión. Acercan agua, rumorean, corren, casi como si comieran pochoclos mientras los ven hablar. El camarógrafo de la cámara alta lo sabe; cada vez que se aluden en sus discursos, ágil, el hombre que documenta muestra sus caras.
El Senado se convierte en un ring y los golpes en palabras. Todavía ninguno noquea. La pelea durará todos sus rounds y los puntos son ajustados. Pichetto vota en contra las leyes que ella defiende, lo argumenta, y hiere, pero no logra tirarla al ring. Son dos personas que comparten demasiado pasado, que comparten un mundo y al mismo tiempo hablan lenguas totalmente distintas. En un debate acalorado, Pichetto aprovecha para lanzar un lapidario “claro, usted nunca se arrodilla. Su orgullo es infinito” Grave error pugilístico y político: volver la pelea personal.
Quizás muchas de esas discusiones las tuvieron antes en privado y ella ganó. Él habla ante el micrófono probablemente movido por la certeza (o la sensación) de que ahora su circunstancial e impuesta “jefa política” está a su altura. ¿Podrían saludarse después de esas discusiones públicas fuera de ellas?
Entonces sucede esa sesión. En medio de la discusión por los allanamientos a su casa, Cristina da el golpe final. Sin siquiera mirarlo, ni tampoco nombrarlo, dice ante el micrófono “si a esta senadora la partiera un rayo, algunos igual nunca llegarían a presidente por el voto popular”. El camarógrafo del senado hace lo suyo y enfoca la cara de Pichetto, que hace uso de cada músculo de su cuerpo para quedarse quieto, para no darse por aludido de esa sentencia que sabe que le habla a él. Le duele, lo vence, lo tumba porque él sabe que es verdad. Con esa frase Cristina gana la pelea y, además, parece resolver el vasto pasado entre ambos: no es su culpa que él no haya ido como gobernador, que él no sea uno de los políticos que juegan elecciones. Su destino no habría podido evitarlo ni ella. Así la partiera un rayo.
Aún después de esa humillación, Pichetto se mantiene en su decisión de no votar por el desafuero de Cristina. “Quédese tranquila que seguramente usted va a poder ser candidata en 2019, no se haga problema”.
Podría haber colaborado a sacarla del escenario político, y si no, al menos a complicarlo. Pero Pichetto no quiere una victoria ilegítima. ¿De qué le serviría ganar así? No hay triunfo si no hay juego, y él lo sabe. No se pega debajo del cinturón ni se ataca por la espalda. Haberlo hecho significaría, además, traicionar una de sus convicciones más fuertes sobre gobernar: no se puede judicializar a ex presidentes, no así al menos, porque eso pone en riesgo el sistema democrático. Y Miguel Ángel es, ante todo, un institucionalista.
En ese último acto honroso da por concluida su contienda más digna.
El desenlace es conocido, no por eso menos desgraciado. En una especie de inesperado último round tomó una decisión berrinchosa, una especie de bala de plata, al abandonar al peronismo y ser el candidato a vicepresidente de Mauricio Macri en las elecciones del 2019. Digo inesperado porque justo Cristina también iba de Vice en la fórmula contraria. Pero Pichetto pierde. Y pierde feo. Por ese error de cálculo ambicioso y errático también se aleja de su partido de siempre, de su casa. Perder no es ganar un poco, como decía Maturana. Es perder. Asume el fracaso y desaparece un tiempo.
En una entrevista con Cenital hace poco, dijo admirar a cualquiera que gane elecciones presidenciales. Volvió a confesar públicamente que todavía quisiera ganarlas él, con un tono de amargura de quien ya sabe que sus posibilidades no son del tamaño de sus aspiraciones. Incluso confesó que la ex presidenta le había ofrecido la posibilidad de ser candidato en la corte, pero él lo rechazó porque era candidato a gobernador. ¿Si no es el poder, ni el prestigio, ni es la plata, entonces es el amor? ¿Será que Pichetto ve en el voto popular el afecto de los otros? ¿Será que Miguel solo quiere que lo quieran? ¿No queremos eso todos?
Ante la pregunta de si volvería al Peronismo, Pichetto dice, como coqueteo y como certeza, que él no se fue nunca. Y allí siempre habrá un espacio para él, pero nunca en el lugar que quisiera. No todos los que quieren, pueden. Y eso es una forma de tragedia.
A él siempre le preguntan por ella, a ella nunca le preguntan por él. Para describir este vínculo solo queda la escena de Mad Men devenida en meme en la que un personaje (cuyo nombre ni vale la pena recordar) le dice a Don Draper que se siente mal por él, y Don le responde “yo no pienso en vos en absoluto”.
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