Artificios
SOÑAR CON CAMPOS
Por Dante Sabatto
03 de enero de 2023
Es enero y hay que soñar con campos.
I.
Hablar de enero, al menos en nuestro hemisferio, es hablar de calores agobiantes, húmedos y espesos. Es hablar de vacaciones y su tiempo exasperante, lento. De las calles vacías de Buenos Aires, de la macabra estación de Retiro, de parrillas encendidas iluminadas por el sol, del descubrimiento de un corte de luz en mitad de la noche, de las notas de color en una televisión que nadie mira en algún bar de viejxs.
Se inicia una serie de asociaciones libres: vacaciones, libertad, infancia, viajes, lejanía, mañanas, apertura. Hay algo fantástico, o fantasioso, acerca del verano y su soberanía.
La infancia es un reino, es un terreno sobre el que se reina. Es el despertar como proceso: representa el tiempo extendido entre la somnolencia plena y la conciencia, los minutos robados a la vigilia y a la noche, la otra mitad del insomnio. Contiene, entonces, una dialéctica precisa de la libertad, que enfrenta la posibilidad infinita (pero subordinada) del soñar con el albedrío del mundo despierto.
II.
Estos caminos enrevesados conducen a la tierra fértil de las metáforas políticas. La infancia de la humanidad. El sueño de la revolución. El nuevo despertar de la sociedad.
Para Hannah Arendt este es el significado de la revolución: volver a empezar de nuevo. Recomenzar, como si fuera de cero, como si fuera una tabula rasa, como si el pasado no acechara. Sale el sol como si la noche no hubiera ocurrido, es decir, como si no fuera a volver a ocurrir.
A veces se abre un tiempo nuevo. Lo abrimos nosotros cuando nos creemos este “como sí”, y entonces volvemos a empezar, como si fuéramos chicxs. El tiempo de las revoluciones es un choque sangriento, plagado de conspiraciones, traiciones, intereses contrapuestos, nuevos nombres y lenguajes, viejos personajes que vuelven a entrar a escena. Pero a veces triunfan, y volvemos a empezar. Y entonces qué.
Entonces el tiempo de los campos.
III.
Listado incompleto y desordenado de libros sobre campos, huertos, cultivos, jardines: Anhelo de Raíces, de May Sarton; Los Llanos, de Federico Falco; Tiempo sin Lluvia, de Cynan Jones; partes de El Limonero Real, El Entenado y La Grande, de Juan José Saer; Of Mice and Men y The Grapes of Wrath, de John Steinbeck; Hay Que Matar, de Andrés Rivera, y también partes de El Farmer y Ese Manco Paz; La Lluvia Amarilla, de Julio Llamazares; saliendo de la ficción Radiografía de la Pampa, de Ezequiel Martínez Estrada; Puerca Tierra, de John Berger; a su manera, Rebelión en la Granja, de George Orwell; La cabaña del tío Tom, de Harriet Beecher Stowe; muchos de los Cuentos Ucranianos de Nikolái Gogol; sumo y sigo.
IV.
Decía que es enero y hay que soñar con campos. “Hay que” no como orden, sino como necesidad.
Karl Marx dedicó millones de páginas a una analítica rigurosa del capitalismo, su configuración histórica, su funcionamiento político; a los otros modos de producción previos o coexistentes; a la dialéctica de las relaciones de producción y de propiedad; a las máquinas; a las clases, su surgimiento y su final; a las revoluciones, finalmente, la habidas y las por venir.
Pero en pocos lugares colapsa su escritura como lo hace cuando se ve obligado a describir la sociedad comunista del futuro. En esas páginas, al igual que en aquellas donde se refiere al comunismo primitivo, es enero y Marx sueña con campos. El reino de la libertad, de la emancipación, del reencuentro del hombre con su plenitud, es una granja. Modo de producción pastoril. Materialismo bucólico.
Cuando alguien sueña, al menos en nuestro hemisferio, sueña con campos. Todas las utopías de Occidente han sido agrestes, desde la de Tomás Moro, pasando por Saint-Simon o Fourier, hasta la ciencia ficción especulativa contemporánea. Cuando quiere volver a empezar, el ser humano piensa en el jardín del Edén. El enero de la historia.
V.
La reconciliación. La reafirmación del imperio de la cultura sobre la naturaleza. La resignación al poderío de la naturaleza sobre el hombre. Los ciclos. Estar ahí, afuera. Las contingencias de la tierra que imponen sus trazos particulares sobre el geo-diseño de la horticultura. Los ciclos. El clima y su inclemencia. El encuentro con el vacío. Hacer algo con las manos. Ver a algo crecer. Los ciclos. El verano que se termina. Trabajar. Las actividades pautadas por lo exterior. El hambre.
VI.
Dice Ricardo Piglia que en El Quijote, en el inicio de la novela en castellano, en el enero de nuestra literatura, se inicia una tradición que define al narrador de la novela desde aquel entonces: su postura de distancia irónica con los hechos narrados. El narrador del Quijote sabe que lo que está ocurriendo es una parodia deconstructiva (casi cinco siglos avant la lettre) del género literario de novelas caballerescas; comparte una mirada tácita de complicidad con quien lee.
Esa distancia se va agotando en las cien páginas finales del segundo tomo, cuando el caballero, vencido, queda dislocado, es decir, perdiendo su locura. El final del Quijote se lee como una carrera desesperada contra el tiempo: Don Quijote sabe que va a despertar, que el sueño se termina, pero que necesita mantenerse en él lo suficiente para regresar a su tierra. Y entonces, un último sueño, un cambio de género: la caballeresca es cambiada por el pastoril. El último sueño, cuando la aventura que prendió fuego al mundo se acaba, cuando la revolución ha terminado, es ser pastor.
VII.
Volvía a decir que es enero y hay que soñar con campos.
¿Qué color tiene la tierra de los campos de tus sueños? ¿Es seca y yerma, roja y chirle, oscura y sólida? ¿Se puede sembrar, cosechar, volver a sembrar?
David Hume dice que no hay ninguna razón para suponer que mañana el sol volverá a salir. Que el único argumento que podemos presentarle a la noche es la evidencia de que el sol siempre ha salido antes, y que esa prueba no es suficiente. Por eso hay que soñar, y por eso los sueños se llenan de ciclos, de soles que se ponen y vuelven a salir.
Aunque ahora, cuando leés esta nota, es enero, también ahora, cuando la estoy escribiendo, es diciembre, y aún así me sitúo sin dudarlo en el futuro ficcional del mes que viene. Sueño que es enero y hay que soñar con campos.
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