Artificios

Roger Waters y la soledad de américa latina

Por Francisco Calatayud
02 de diciembre de 2023

Llegan las veintiún horas en el estadio de River y en las pantallas queda claro un mensaje. El show que estamos a punto de ver será político, y será real. Como el mismo nombre de la gira anuncia, y Roger ejemplifica al hablar de la pérdida de su compañero Syd Barrett, esto no es un simulacro, esto es real, está sucediendo, y debemos prestarle atención. Durante dos horas y media las enormes pantallas se tiñen de rojo, de negro, de gris, de blanco, y por momentos nos muestran la totalidad, mientras se nos dice que todo eso esta afinado bajo el sol, pero que el sol esta eclipsado por la luna. Yo no puedo parar de llorar. Desde los 10 años que la música de Pink Floyd me acompaña a donde voy, me sé cada solo, cada arreglo, cada letra, y conozco mil interpretaciones distintas a su música y su mensaje. Pero hay algo que me hace más ruido que el sistema holofónico de sonido.

Conmovido, sintiéndome al límite del desborde emocional, recuerdo que “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”  En Cien Años de Soledad, el circo itinerante de Melquíades, el gitano, traía los últimos avances tecnológicos al todavía joven pueblo de Macondo. El imán, el catalejo, y otras máquinas e invenciones traídas de todas partes anunciaban a los pocos habitantes de Macondo, aislados en la ciénaga, que fuera de allí el mundo avanzaba a pasos agigantados, tenía otras preocupaciones, progresaba sin fin hacia un horizonte que no podía ser otra cosa que magia. El sonido 3D, las pantallas enormes que se mueven, el chancho y la oveja flotante que van de acá para allá en el campo mientras una banda toca perfectamente la música del futuro del pasado, que todavía se siente como imbatible y mucho menos por gente de nuestra cuna, a pesar de los infinitos ejemplos que refutan esta teoría; todo se siente como si mi padre me hubiese llevado a conocer el hielo. Pero la magia que trae Roger no es sólo tecnológica o artística. Con This is Not a Drill, Waters desfila por el mundo enviando fuertes mensajes políticos. Denuncia crímenes de guerra y reclama por los derechos de los que, para él, son los más necesitados. Relata incontables injusticias sucedidas en todas partes. Es especialmente vocal respecto al conflicto en Palestina. Nos advierte sobre el peligro inminente de la catástrofe nuclear, y nos llama a resistir contra el fascismo, la guerra y el capitalismo. Y es aquí donde una canción en específico de la discografía de Pink Floyd brilla por su ausencia. En Welcome to The Machine, se nos da la bienvenida a la máquina y se nos pregunta qué fue lo que soñamos, aunque rápidamente se desestima la pregunta: ellos, los que cantan, ya nos dijeron que soñar. Ser una estrella que toca la guitarra, que anda en su auto y come en el bar. El mensaje, en el contexto del disco, responde a otra cosa, pero estando ahí, viendo como Roger Waters, el multimillonario por el que pagué muy caro para escuchar, me pide que resista al capitalismo mientras al lado hay un puesto que vende sus remeras, no puedo evitar hacer otras conexiones.

Cien Años de Soledad habla de muchas cosas. Entre ellas, busca ejemplificar cómo el tiempo en América Latina parece no ser más que cíclico, y como el neocolonialismo hace tan inverosímil nuestra realidad al punto que dentro de ella lo mágico parece ser lo menos extraño. Sin gitanos, pero con toda la parafernalia que implica un circo itinerante, Roger nos trae las noticias del mundo, y con ellas, nos explica qué es lo humano, o por lo menos qué es lo que debe ser. Nos dice, sin titubear, cuales son las grandes preocupaciones que debemos tener, y así nos da el prototipo del hombre bien formado, político, comprometido, que debe resistir y abrir los ojos frente a esto. Pero esto, como bien nos hizo entender García Marquez, no es algo nuevo. El norte global siempre ha sido el encargado de enseñarnos cuáles son los valores que hay que perseguir y cómo deben ser estos conseguidos. La igualdad, la libertad y la fraternidad de los ilustrados estuvo siempre destinada a un tipo humano y solo a él. El otro, el condenado a depender, no solo económicamente sino ya ontológicamente, es el que debe acomodarse al esquema para obtener su humanidad. Frente a la Europa racional, nosotros nos vemos como primitivos, salvajes. Al recibir el Premio Nobel, Garcia Marquez en su discurso cuenta como “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. […] Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.” No es casual que lo primero que hayan causado los europeos haya sido temor y rechazo hacia nuestra propia identidad.

Colonialismo, eurocentrismo, revolución. 

Los Condenados de la Tierra es un libro escrito por Frantz Fanon que fue publicado en 1961. Fanon era oriundo de Martinica, una colonia francesa en el Caribe, y luego de haber peleado la segunda guerra mundial, habiéndose alistado voluntariamente para defender a Francia, la que sentía propia, el escritor se llevó una fuerte decepción al ver que los guerreros que venían de las colonias no recibían los mismos reconocimientos que los europeos. Al ver esto, Fanon empieza a pensar las distintas maneras en las que el colonialismo afecta a los ciudadanos del Tercer Mundo, siempre desde una perspectiva psicológica, dado que él era psiquiatra. En Piel Negra, Mascaras Blancas, Fanon empieza a desarrollar lo que aquí continua, una adaptación de la dialectica hegeliana del amo y el esclavo entendida en clave marxista para entender los efectos qué causa la necesidad de reconocimiento de colonizados y negros ante el hombre blanco europeo. En Los Condenados de la Tierra, el escritor busca explicarle a sus compañeros argelinos y al resto del mundo que es lo que se necesita para llevar a cabo la revolución. Pero hay una polémica particular en torno a este libro, y es que este tiene un prólogo, quizás más conocido que la obra completa, escrito por nada menos que Jean Paul Sartre. El francés se encontraba en sus años de mayor influencia, y era ya muy vocal frente a la causa argelina, razón por la cual recibió múltiples amenazas dentro de su propio país. Unido con las ideas marxistas, Sartre había expresado su respeto por movimientos como la revolución cubana, y en este prólogo le explica a los europeos, de los que él ambiguamente es parte, por qué es importante que escuchen las palabras de Fanon.

Y aquí se abre una problemática no muy difícil de vislumbrar. El libro, incluido el prólogo, tratan de como el humanismo europeo no fue mas que una farsa utilizada para justificar la matanza y esclavitud de miles y miles de personas que se vieron forzadas a buscar como ideal ese mismo humanismo mentiroso. “Nuestras víctimas nos conocen por sus heridas y por sus cadenas: eso hace irrefutable su testimonio” dice Sartre en una de sus frases más célebres. Explica que la violencia que puedan ejercer los revolucionarios no es más que la consecuencia de la que fue ejercida sobre ellos por los antepasados de los europeos que en ese momento preferían actuar horrorizados frente al conflicto. Pero la gran polémica en torno al prólogo es que el libro recibió una gran difusión gracias a él. Solo mediante el aval del europeo blanco ilustrado fue que el negro colonizado obtuvo el reconocimiento del mundo academico. Y a pesar de que Sartre dice explícitamente que el libro no le habla a los europeos, sino que a los argelinos, dice también que su lectura puede servirle a los primeros para conocerse realmente mediante la mirada del otro, tema central en la filosofía sartreana. También aclara que la revolución argelina debe ser socialista, ya que de lo contrario, caerían frente al imperialismo capitalista, y la sangre derramada no logrará conseguir la libertad.

Sartre parece no tener siquiera la capacidad de reparar en el eurocentrismo de sus propias palabras, al punto de explicarle a los africanos como debe ser su revolución. Uno de los grandes problemas era la incapacidad del europeo de desalienarse de su posición, claramente privilegiada a costa de los habitantes de las colonias, debido a la imposibilidad de entender la realidad expresada por estos últimos. Fue García Márquez en Suecia también quien dijo que “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad. Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos.” 

Con todo esto en cuenta, la situación sigue siendo una polémica abierta ya que de hecho el prólogo de Sartre fue el que le dió la visibilidad que necesitaba al texto de Fanon, así como el discurso del colombiano fue tan importante porque con él aceptó el Premio Nobel, quizás el máximo símbolo de reconocimiento académico europeo. Y es por eso que la posición de Roger Waters, a pesar de parecer contradictoria, no puede ser tachada de inmediato. Pero es imposible evitar reparar en que, sin darnos formalmente la Bienvenida a la Máquina, Waters ya nos tiene dentro de ella, mientras indudablemente se dedica a alimentarla alrededor del mundo. Sus protestas, aunque totalmente válidas, parecieran por momentos carecer de todo entendimiento sobre donde están siendo profesadas, además de ser funcionales al propio sistema que denuncia. Aunque entiendo que es un tour mundial, y que el mensaje no está dirigido a una sociedad específica sino a la población mundial, la mera idea de pensar que las mismas denuncias son tan válidas en Alemania como en Argentina es polémica. Toda denuncia social debe tener un destinatario y un remitente, y estos no pueden ser nunca indeterminados. En este caso, el emisor es Roger Waters, músico inglés, multimillonario, de 80 años, y el receptor son 75 mil argentinos que acaban de atravesar una elección presidencial durante casi siete meses, en los que casi ninguno de los temas expresados durante el show tuvieron mucha importancia.

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La soledad de América Latina 

En Cien Años de Soledad, al final, se nos revela que la historia entera de la familia Buendía ya estaba escrita en una profecía, en lenguaje poético, con una temporalidad distinta a la que estamos acostumbrados, al igual que el propio libro que tenemos en nuestras manos. Luego de leerlo, como estaba establecido en la profecía, Macondo y toda la familia Buendía desaparecen, ya que “las estirpes condenadas a Cien Años de Soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. Pero nosotros, que estamos leyendo el libro que es prácticamente lo mismo que la profecía, nos vemos enfrentados a una opción. No desaparecimos mágicamente, y es solo con este acto idealista que Garcia Marquez propone “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir”, ya que en esta realidad, las estirpes condenadas a la soledad, nosotros los latinos, tenemos otra oportunidad. Con esto, el escritor colombiano busca resaltar la importancia del lector, que es tan importante para la obra como su propio creador. En la ficción, el lector desaparece y pierde toda capacidad de acción. En la realidad, la nuestra, el lector carga ahora con la responsabilidad de tener otra oportunidad sobre la tierra, que solo puede ser fructífera si adopta una mirada distinta sobre su historia.

Y es quizás por esto que la denuncia de Roger Waters sobre los crímenes israelíes se sienten tan fuera de lugar como los reclamos de la izquierda argentina frente al mismo problema, obstinada en ser la eterna oposición, y que no tuvo siquiera la valentía de enfrentarse al avance de la ultraderecha en las elecciones presidenciales para quedarse en la cómoda postura de la queja, que cuanto más lejana queda más cómoda resulta. Que un inglés, justamente un inglés, venga a explicarnos cuales son los problemas por los que nos deberíamos preocupar, la manera en la que debemos resistir, y los peligros de los que nos debemos cuidar, termina pareciéndose demasiado al relato de la expedición de Magallanes. Lo más cercano que pareció estar el músico a las problemáticas que vivimos en el país fue su anécdota sobre cómo no lo dejaron hospedarse en ningún hotel Four Seasons por sus posturas, para luego tener que explicarnos cómo y por qué debemos resistirnos al capitalismo. Dedicó buena parte del show a criticar al ex presidente estadounidense Ronald Reagan, sin hacer una mínima alusión a que nuestro nuevo presidente electo lo tiene confesamente de ídolo. Frente a esta alienación total frente al contexto en el que performa, el mensaje de Waters no deja de sentirse condescendiente, repitiendo la antigua fórmula del humanismo europeo que nos ha dejado rechazando a la América Profunda para conectarnos al mundo, o adentrándonos en ella en total soledad. No fue en vano que Gabito dijo también que “La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo. […] ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?”

En la novela, Melquíades era el gitano que traía la magia del nuevo mundo a Macondo, al parecer por pura bondad. Con esta apertura, vino también el gran conflicto que convirtió al pueblo en una franquicia de república bananera, explotada por poderes económicos que solo pudieron ser enfrentados con violencia. No es casual que haya sido Melquíades también el que trajo la profecía que se alcanza a entender al final, donde estaba escrita ya la maldición del pueblo, indisoluble de su propia historia. Al igual que en el libro, acá la salvación y la revelación parecen venir de la misma mano que nos oprime y nos condena. Pero ¿se le puede recriminar algo a Roger, así como a Sartre?

El recital se cierra con Outside The Wall, al igual que el disco de 1979. Esta canción llega originalmente después de The Trial, donde el personaje principal del álbum se ve forzado a ser expuesto frente a sus pares, al caer la pared que él había construido a su alrededor para esconderse y esquivar al mundo. Pero en este caso, la idea es simbolizar que ahora abrimos los ojos. El show había comenzado con Comfortably Numb, haciendo referencia a la insensibilización que expresamos frente a toda la maldad y la injusticia en el mundo, y procede durante más de dos horas a hacer un intento por demostrarla. Luego de enseñarnos todo esto, Roger y su banda salen del escenario con un tono de festejo, como celebrando que ahora ya no podremos ser indiferentes frente a lo que nos acaban de mostrar. Lo que, creo yo, se le escapa, es que él mismo es incapaz de entender las luchas más cercanas y urgentes de la gente a la que le habla. Y es por eso que es importante entender que ningún extranjero mesianico va a poder ayudarnos a alcanzar nuestra soberanía, y ésta implica, siempre, tener en claro nuestra identidad.

Roger siempre ha sido tan polémico como talentoso, y de ninguna manera va a perder el lugar que tiene en mi corazón así como la importancia que tuvo su arte, no solo para mi propia historia personal, sino para el relato de la cultura occidental en general. Al igual que con Sartre, su postura de europeo consciente sólo debe servir como una ventana hacia un desarrollo mucho más profundo, que permita una filosofía y un arte propios de la cultura americana. Lo único que me queda es agradecerle a Waters, no sólo por la increíble performance que tuvo en River, sino por demostrar, a pesar suyo, que nadie más que nosotros es capaz y responsable de decirnos cómo ser, por qué luchar y a qué resistirnos. Solo podemos entender lo que somos mediante la negación de todo lo que no somos, diría Sartre. A pesar de alimentar la misma máquina que él denuncia, las preguntas que nos dejan planteadas él y el músico no pueden desestimarse. Yo, por mi parte, pienso ponderarlas mientras sigo escuchando Pink Floyd y leyendo a García Marquez, a Kusch, a Dussel y a Cabrera, esperando encontrar a costa suya algo para decir sobre mí, en soledad, en América Latina. Espero poder motivarlos a hacer lo mismo.

Francisco Calatayud

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