Política
Peronismo y desorden
Por Santiago Mitnik
09 de septiembre de 2023
Partiendo de la base de que la base de que quién lea esta nota seguramente ya leyó, pensó y discutió varias veces las múltiples posibles aristas de la realidad política, quiero concentrarme en lo que para mí es el núcleo central. Un problema transversal a todas las instituciones, partidos y áreas de la vida social: el desorden.
En primer lugar, desorden no es lo mismo que caos. El caos, el colapso, la estampida, tienen una dirección clara, hacia adelante. Pueden ser reaccionarios o progresivos, pero van a algún lugar. Tampoco es lo mismo que el estancamiento, que es siempre conservador e inmovilista.
El desorden es moneda corriente en nuestra historia, pero en estos últimos años parece haberse resaltado. El clima de época de que está todo mal y nadie hace nada, pero que aún no explota. En el lenguaje de las redes, un permanente “se viene”, pero una realidad de simple mediocridad y fragmentación. Este síntoma general de época se ve en distintas áreas, y con ese prisma se explica mejor el clima que vivimos.
Foto: Sergio Massa (actual candidato a presidente por Unión por la Patria) junto a Alberto Fernández (actual presidente de la Nación).
La economía desordenada
La economía durante este gobierno fue muy mala, aunque no catastrófica. Es cierto que las condiciones externas no ayudaron. Pandemia, suba de precios internacionales, sequía, etcétera, fueron condicionantes que, por más críticos que uno quiera ser con el gobierno, fueron reales.
Pero ni Guzmán ni Massa dieron ninguna respuesta contundente a la situación. Ningún plan de estabilización con nombre rimbombante que pase a la historia ni por su triunfo ni su fracaso. Un plan Bonex, un Rodrigazo, un Congelamiento de Precios y Salarios, el 1 a 1, la Pesificación Asimétrica, etcétera. La grandilocuencia de viejas gestiones de crisis del pasado contrasta mucho con el presente, que no tiene ningún nombre que valga la pena.
Así la respuesta dolarizadora no se sostiene tanto por una solidez teórica, ni práctica, ni de éxito en convencer a la población. Simplemente pega porque enfrente no hay nada que se defienda.
Si miramos la interna económica en el gobierno, vemos algo similar. La tensión entre “la macro” y “repartir platita” nunca fue tal. Ni la pata economicista estaba realmente dispuesta a hacer un ajuste ni la pata estatista tenía los fondos para “llenarle la heladera a la gente”. Nadie, excepto un pequeño círculo de gente politizada, creyó realmente que esa era la discusión política que definía el futuro del país.
Algo similar sucedió con la cuestión del pago al Fondo Monetario. En ese caso, por motivos varios, el gobierno quedó atrapado entre la incomodidad de un acuerdo con consecuencias lesivas y una falta de visión política propagandista para poder militarlo. El discurso cristinista de “hay que explicarle a la sociedad” era correcto pero no se condecía con el otro aspecto, que era oponerse. En última instancia era uno u otro. El default, con sus consecuencias horribles, aunque sea hubiera sido una política.
El momento de la épica albertista empezó y terminó durante la pandemia. Haya estado bien gestionada o no, al menos durante su comienzo fue una línea política sólida. Ya casi nadie cree que la cuarentena debería haberse extendido más de lo que se hizo. Posiblemente el mayor error político del gobierno fue no haberse sabido bajar de esa etapa a tiempo, en su propia regla, y no dejado que la presión socio-económica lo termine desbordando. En aquella época, Vicentín y el paro policial rompieron la imagen de impenetrabilidad del Leviatán albertista, que hoy suena a meme.
Foto: Matías Kulfas (ex Ministro de Producción) junto a Martín Guzmán (ex Ministro de Economía).
La política desordenada
La primera señal del desorden en la política fue la negativa a formar el “albertismo”. Los ministerios fragmentados y en estado de auto-canibalismo, otra muestra. Pero no es todo culpa del albertismo. El cristinismo tampoco presentó una línea real alternativa, o al menos fracasó en lograrlo. La decisión de mostrar las diferencias internas es razonable, especialmente en retrospectiva, pero no parece haber ningún resultado político válido a mostrar tampoco.
Una duda real es si la idea de “despegar” al kirchnerismo, a Cristina y a la Cámpora de esta gestión funcionó en un plano profundo a largo plazo. Seguramente será una de las grandes discusiones con las que el peronismo se choque la cabeza contra la pared por los próximos años. Una primera gran prueba de esto va estar en si Kicillof logra reelegirse en la Provincia de Buenos Aires, más allá de las diferencias entre esta figura y la conducción camporista
Massa tampoco cumplió en su misión de “ordenar”. Su llegada al supuesto “súper-ministerio de economía” no produjo demasiados cambios revolucionarios, ni grandes políticas que se recuerden. Sí logró, de alguna manera, ganar tiempo y legitimidad para el gobierno, construyendo un nuevo foco al que prestarle atención.
Pero este foco de poder quedó enormemente disminuído por la aburrida realidad de que, al igual que Alberto, él decidió no armar su propio massismo. El Frente Renovador existe, pero más allá de algunos territorios y áreas del Estado (no tan bien gestionadas, tampoco), no tiene una presencia real en el mapa político. Tampoco hay una postura massista clara frente a los problemas sociales. No hay una doctrina massista. Y esto es realmente un problema, mucho más grave de lo que parece.
Pensando un contexto de liberalización de la hegemonía política, ¿no estaría bueno tener una línea de un peronista ex-UCeDé, que pueda movilizar una síntesis entre las tradiciones liberales y las peronistas-progresistas de la etapa K? La alternativa opuesta, un candidato peroncho / K termo, reivindicando la distribución del ingreso y el valor de la solidaridad y el trabajo también era una alternativa posible.
La ausencia de esa clásica combinación entre aventurerismo y caudillismo que siempre caracterizó a los líderes peronistas impacta hacia abajo, neutralizando la solidez con la que cualquier discurso puede penetrar en la sociedad, y, especialmente, la credibilidad de la militancia.
Foto: Sergio Massa y Alberto Fernández junto a Cristina Fernández de Kirchner (actual vicepresidenta).
El aparato desordenado
Decir qué es el “aparato” es muy difícil, especialmente si lo usamos para definir realidades de territorios enormemente dispares. Aventurémonos a definirlo como las personas, las estructuras que están normalmente bajo la influencia de ser alineadas por un conjunto de dirigentes políticos.
Pasado el primer impacto del resultado, fue fácil de ver en los mapas electorales que pasaron muchas cosas raras. El resultado de Milei fue mucho mas bajo de lo esperado en los territorios que vieron nacer su movimiento, especialmente la Ciudad de Buenos Aires.
En cambio, quedó como primera fuerza en muchos territorios del interior del país, tradicionalmente peronistas. Y esto no puede reflejar simplemente un alejamiento de los votantes del peronismo en abstracto, porque esos mismos votantes, poco tiempo antes, votaron al peronismo en las elecciones provinciales. Justamente, en elecciones que parecían confirmar que el fenómeno Milei llegaba desinflado a las nacionales. Además, en los territorios donde la elección era paralela a una de gobernador, los votos a Milei se reducen enormemente.
Hay muchos rumores de intendentes y estructuras del PJ ayudando a Milei a llegar a mejores resultados, pero a los que “se les fue la mano”. De cualquier manera, ese resultado no se puede dar en el vacío: debe haber un apoyo, un hartazgo o una indiferencia subyacente para que cualquiera de esas maniobras puedan funcionar.
Por acción, omisión o imposibilidad, las facciones peronistas locales no transfirieron su capacidad electoral al frente nacional. Esta ausencia del plus electoral del aparato no parece residir sólo en los gobernadores sino también en los intendentes. Y viendo las actitudes de las últimas semanas, en algunos territorios, también las organizaciones militantes kirchneristas. Y fue llevada al paroxismo cuando el candidato a presidente y su supuesto jefe de campaña no pudieron ordenar, a los gobernantes territoriales locales, el pago de un mísero bono, ni siquiera en sus calidades de ministro de economía y ministro del interior.
Es importante decir también que, por más esfuerzo de aparato que se le ponga, la democracia es implacable, y si la gente en una elección quiere votar a un gobernador peronista y en la siguiente a Milei, no hay mucho que hacer al respecto.
Foto: Javier Milei (candidato a presidente) en su visita reciente a la ciudad de Bariloche.
La sociedad y el Estado desordenados
Quizás, entonces, la única pregunta que realmente valga la pena es por qué la gente quiere votar a Milei. Hasta ahora, surgieron muchísimas explicaciones muy distintas, señalando, posiblemente, partes de la verdad. Parecería ser que no hay una explicación englobadora más allá, justamente, del desorden o peor aún, de los múltiples desórdenes acumulados.
Hace un tiempo escribí sobre la clase media y su enorme grado de fragmentación, tanto ideológica, como territorial, en su relación con la producción, con las exportaciones, los impuestos y el estado en general. Algo igual se podría hacer (y se ha hecho) con “los trabajadores” o “los pobres”. Especialmente discriminando por territorio y tipo de ingreso económico, vemos un montón de pequeños parches, donde los alineamientos se dan de maneras inesperadas. La crisis económica y la inflación (evento desordenador como pocos) no hacen más que calentar la situación e incrementar la búsqueda de un responsable actual de la situación y una salida.
Si a esto le sumamos un “Estado presente” que está increíblemente ausente en muchos casos, una brutal falta de autocrítica, un hartazgo generalizado y una enorme falta de un discurso movilizador, la receta para que se caldee en la sociedad un fenómeno como el de Milei está servida.
Es interesante pensar, también, que el propio ser nacional está signado por cierto desorden. Es parte de la naturaleza anárquico-democrática argentina. Pero cada generación histórica exitosa logró extraer del desorden un sentido, ordenar la cosa pública desde la política y devolverle a la sociedad una paz y bienestar necesarios. Esos fueron los discursos que históricamente triunfaron en la argentina, por izquierda, centro o derecha.
El año pasado escribí que el liberalismo como actor político electoral tiene más explicación en virtud de la desorganización de la estructura política general que con la vigencia o no de las ideas liberales en la sociedad. Fue la propia política, la casta, la que no pudo ordenarse y canalizar las nuevas demandas sociales y le dejó el camino abierto a nuevos actores.
El orden posible
No tiene mucho sentido discutir si la situación era evitable o no, o señalar culpas. Lo real es que ya es tarde para ordenar el Estado y la sociedad, de acá a octubre. Tampoco parece ser viable ordenar efectivamente la economía, aunque es imprescindible que no empeore mucho más. De nuevo, no es lo mismo desorden que caos. Ahora bien: las ideas, la política, el discurso, el aparato, todo eso sí está a mano.
Si el peronismo no pone a todos los jugadores en la cancha, no tiene ninguna posibilidad. Alinear a todos los actores internos no es fácil, pero el peligro siempre es un buen incentivo. La discusión con los gobernadores y los intendentes es una arena fundamental. Otra fundamental es con las organizaciones políticas y la militancia. En ambos casos, ordenarlos y activarlos a que rastrillen el territorio hasta el último voto.
Contra esto juega fuerte el ánimo de retirada desordenada de algunos, que ya están apostando al fortalecimiento propio de cara a un próximo mandato en el que se entienden como oposición. Este cálculo pragmático puede tener un costo inesperado, porque la paciencia de muchos militantes con su dirigencia está tan corta como la de la sociedad en general.
En el discurso la alquimia necesaria es complicada. Por un lado, es imprescindible cierto tipo de “campaña del miedo” donde se convenza a la sociedad de los peligros de un posible gobierno de Milei. Por otro lado, el oído social está harto de escuchar la retórica caduca del oficialismo. Es en este contexto donde sería especialmente útil tener un nuevo discurso que ofrecerle a la sociedad. Un discurso que incorpore el espíritu de época pero no se rinda ante él. Posiblemente ya sea tarde para ese nivel de creatividad, y quizás sea imposible con la dirigencia política actual. Casi seguro que esa va a ser la misión de la militancia peronista y los próximos dirigentes, para los años que vienen. Una misión que se quiso ignorar, pero es ya indeclinable.
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