OPINIÓN

LA POLÍTICA FRENTE AL LIBERALISMO

Por Santiago Mitnik
18/05/2022

Un repaso histórico.

El primer mito a derribar es que el liberalismo como un actor político es algo nuevo en la historia argentina. Desde nuestro origen como Estado, e incluso antes, el liberalismo es una de las identidades fundantes de la nación. Los revolucionarios de Mayo eran liberales, también los que escribieron nuestra constitución y consolidaron el estado. La argentina del modelo de la industrialización dirigida, que precede a Perón pero no lo sobrevive mucho, es el gran corte histórico. Más en la actualidad, el kirchnerismo logró, post 2001, romper políticamente con el ciclo anterior, denominado neoliberal. Si pensamos en 2006, la definición política “liberal” era totalmente inerte. Hoy, 2022, el liberalismo es un actor político realmente existente. Esta caída y auge y su desarrollo hacia adelante es algo que se nombra mucho pero se explica poco, en gran medida porque su existencia solo termina de entenderse sobrevolando la “grieta”.

Más allá de cualquier juicio positivo o negativo, el ciclo kirchnerista toca techo en algún momento cerca de 2011 y desde ahí comienza a debilitarse. Los políticos que van a poder capitalizar este desgaste son Massa y Macri. El primero, ex UCeDe, dirige una ruptura por derecha, con discurso más liberal, del partido gobernante. El segundo viene con una estructura política nueva, el PRO, en la cual el viejo liberalismo noventista es parte integral. El propio candidato del entonces oficialismo, Daniel Scioli, también tenía un pedigree de esa nueva política surgida en el menemismo. La izquierda muy acertadamente hizo referencia en la campaña de 2015 como los tres principales candidatos eran “hijos políticos” de Menem.

Por esto es que no debería sorprendernos la aparición política del liberalismo en la escena pocos años después. Pero si bien hay mucho para discutir sobre la vigencia política del menemismo (tratado mejor hace poco en estas columnas), hay que mirar con más atención para encontrarlo con estructura propia. Durante el período de oro menemista el liberalismo es una corriente ideológica y económica, pero es justo antes y justo después cuando lo encontramos como actor político-electoral. En la elección de 1989, Alsogaray saca el 7,17% de los votos. En 1999, luego de romper con el PJ, Cavallo saca un considerable 10,22%. Pero su pico máximo estará en el 2003, con Lopez Murphy y su 17%, aunque su pasado radical hace difícil sostenerlo en la misma genealogía.

En esta perspectiva, podemos ver cómo el liberalismo como actor político electoral tiene más explicación en virtud de la desorganización de la estructura política general que con la vigencia o no de las ideas liberales en la sociedad.

Unidos y desorganizados

En el campo del peronismo, el gran desintegrador está en la interna. Una interna que tiene varios años y que resulta más de una falta de posibilidad de diagramar un rumbo estratégico que de una disputa puntual entre dos facciones. Sin dar vueltas, es claro que a Cristina y a La Cámpora, adentro del peronismo, no le gana nadie una interna. Ni hoy, ni en los últimos 20 años. Pero tampoco está pudiendo este sector conducir un proceso de transformación virtuoso respecto a los problemas que tuvo al final de su primera gestión. Ese deseo de no cambiar no es reprochable en sí, pero simplemente implica que todo desarrollo político novedoso se termina dando o canalizando por fuera de esa estructura política. Una gran excepción a esto, en donde si hay un fuerte cambio y acoplamiento a las nuevas tendencias sociales, es en la cuestión feminista. Y es justo en esta cuestión donde se da uno de los principales choques en el ámbito cultural con el nuevo libertarianismo, única fuerza política real con discurso antifeminista. Adaptarse a las nuevas corrientes no quiere decir que se pueda contentar a todos tampoco. De cualquier forma, el plano de los derechos de las mujeres y minorías es uno de los puntos más débiles del discurso libertario, especialmente entre la juventud, sector al que se apunta como estratégico.

En el frente del pro, radicalismo y otros grupos periféricos, el núcleo del desorden no es una cuestión de discusiones internas, sino su fracaso económico y político. Digámoslo claro, si el macrismo hubiera sido un gobierno aceptable, el libertarianismo no existiría. Solo hay que pensar en que sus figuras eran macristas en su momento. Milei defendiendo el fiasco de las LEBACS, bonos de deuda pública y emisión cuasifiscal; ahora parece historia antigua, pero sucedió. Después de la implosión económica del 2018 (sin pandemia, ni crisis internacional, ni guerras) se abrió la oportunidad perfecta para que surjan rupturas. Por “izquierda” (centro, digamos) se rompió el colaboracionismo de ciertos sectores de la oposición. Por derecha hubo no una sino dos rupturas políticas, minoritarias ambas, pero importantes. La primera conservadora y liberal, Centurión (ex funcionario macrista); la segunda liberal y conservadora, dirigida por Espert con la figura en ascenso de Milei.

Aeropuertos 2000

La figura de Larreta, candidato natural de Juntos por el Cambio, con una retórica bastante más estatista e institucional alimenta esa ruptura generada. Los intentos de los “halcones” de JxC, como Patricia Bullrich de canalizar el discurso libertario hacia adentro del frente parecen estar triunfando en Espert pero no en Milei y el núcleo mayoritario. Quién sí aparece como posible reunificador sería Macri, si es que juega y conduce.

La no conducción del libertarianismo por parte de los dos bloques mayoritarios se da, entonces, en uno porque no quieren y en el otro porque no pueden.

Fear is the mind-killer, the little-death that brings total obliteration

De cualquier forma, cualquier persona metida un poco en el mundo político puede apuntar muy fácilmente que el peligro no es Avanza la Libertad o Espert o Milei sino sus ideas, su retórica agresiva, sus políticas. Pero la cuestión va un paso más allá. Las ideas no surgen por generación espontánea sino que tienen bases y fundamentos materiales y culturales.

Esta diferencia explica ese diálogo entre sordos en el que suele transformar cualquier discusión sobre “qué hacer” frente al fenómeno Milei. El periodista Tomas Rebord cuestionaba en su programa MAGA “¿Cómo le vas a tener miedo a Milei?”, palabras más palabras menos: “goberná bien y hacé buena política y listo”.

El miedo es una reacción instintiva, y como toda cuestión instintiva tiene su profunda sabiduría. Te tensiona, te alerta y te señala un peligro. Pero es mal consejero para definir un rumbo complejo. En El Conde de Lucanor se aconsejaba nunca entrar en combate movido por el miedo, que siempre vence el que aguanta. En todo caso la emocionalidad es una cuestión interna e individual, lo importante es vislumbrar un rumbo político colectivo.

JxC tiene una apuesta clara. Encarando las elecciones en unidad no parecen temer la dispersión del voto. Si la polarización triunfa quizás puedan simplemente absorber y canalizar el descontento en su propia oferta electoral. No sería la primera vez que una tercera vía se disuelve en el bloque mayoritario de la oposición. Siendo casi imposible un resultado de victoria en primera vuelta, a menos que suceda un resultado catastrófico para alguno de los grandes frentes, el ballotage con su lógica de uno u otro es casi inevitable.

El FdT tiene de nuevo más complejidades para abordar el fenómeno. En primer lugar porque Milei impugna más directamente las bases morales de la Argentina Kirchnerista.

Posiblemente la “monstruosidad” de Milei surge en gran medida de cumplir con las “órdenes” del kirchnerismo. Me explico: así como el PRO y Cambiemos fueron de alguna manera la respuesta al “armen un partido y ganen las elecciones”, Milei y el fenómeno libertario de alguna manera la respuesta a la crítica contra los “apolíticos”. Hace mucho no se escucha ese discurso dando vueltas, posiblemente porque quedan más claras sus consecuencias, pero hasta hace unos años era muy común escuchar una y otra vez el problema de la gente apolítica y neutral, cómo en realidad eran otra cosa y que esa postura era de alguna forma “dañina” para la sociedad. Bueno, nos hicieron caso y se politizaron. Ahí los tenemos.

En el plano de la política el Frente de Todos se conforma con confrontar públicamente con Milei como un modo cómodo de mostrar un rival tan lejano que obligue a diferenciarse y cerrar filas. Otra esperanza subterránea es que el voto libertario, que es entendido como voto “natural” de la coalición antiperonista, permita que el macrismo llegue más débil a la elección que si todo el bloque fuera unificado.

Si bien estas ideas utilitarias están, no considero que sean la clave para entender la relación entre el peronismo y el libertarianismo hoy.

La peronización

Desde la aparición del peronismo se dio un fenómeno de incorporación al movimiento de fuerzas sociales surgidas en el “llano”, a veces incluso en las antípodas de la forma que tomó el justicialismo en el período anterior. Sindicalismo, nacionalistas, dirigentes conservadores, radicales, la juventud católica, la izquierda universitaria, los pobres organizados en el movimiento piquetero, el movimiento por los derechos humanos, sectores importantes del feminismo. También muchísimo del liberalismo terminó en el peronismo en los 90 (Massa y Boudou, por poner dos ejemplos). La capacidad de digerir los cambios en el mundo, tanto en la cabeza de los dirigentes como en la composición interna, está casi en el ADN peronista.

Entonces cabría pensar si hay alguna posibilidad de que suceda lo mismo con esta nueva oleada libertaria.

En primer lugar veamos qué lo impide en la actualidad. La vigencia de la “batalla cultural” respecto a ciertos temas de agenda pone al FdT y a los libertarios consistentemente en veredas opuestas y hace difícil encontrar marcos de paz para generar acuerdos en común. La otra pista clave es que con la interna a flor de piel, cualquier acercamiento o incorporación va a estar correlacionada a esa cuestión. Con el cristinismo corriendo a Kulfas y Guzman como si fuesen super liberales no parece muy viable un giro a la incorporación de esos discursos. No con Cristina siendo la figura con peso real propio dentro de la coalición. Pero bueno, Menem en 1989 era el candidato populista del “salariazo”, contra el liberalismo: los caminos de la política argentina son siempre misteriosos.

Por último veamos que elementos afirman que se puede y se debe incorporar desde el peronismo ciertos elementos del discurso libertario.

El éxito del discurso de Milei en la juventud y en el pequeño comerciante no se explica sin un agotamiento de la vieja retórica, luego de una década sin crecimiento y con alta inflación que no parece que vaya a cambiar. Es un eco actualizado del agotamiento que llevó a la derrota en 2015. La defendidísima “presencia del estado” parece ser ya más un estorbo real que una esperanza futura para un gran sector de la población. El discurso de la “cultura del trabajo” contra la “cultura del plan” permea en las clases populares en donde se ve al asistencialismo más como status quo que como victoria propia. El discurso contra el déficit fiscal y la inflación que daña irremediablemente la estabilidad económica argentina, etc. 

Racionalización económica, reducción del déficit, modernización real del estado, regeneración de las condiciones para el desarrollo de una clase media, ordenamiento impositivo. Son todas soluciones a problemas que un gran sector del peronismo no quiere enfrentar, o peor todavía, milita que no existen. Todo este viento de cola que disfruta el libertarianismo no puede ser ignorado como simple propaganda del enemigo, sino que tiene que forzar a la modernización y actualización del acervo político peronista. Todos estos reclamos deben ser retomados, digeridos, canalizados, transformados. No para “sumar libertarios” sino para ganarles y anularlos. Porque es correcto y necesario para el país y para la supervivencia política del peronismo. La peronización de los mejores elementos externos viene después y viene sola, pero solo si hay algo interesante que ofrecerle a la sociedad. Y sólo si el peronismo está dispuesto a continuar con su más sagrada tradición, que es tener siempre un oído puesto en el pueblo.

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