OPINIÓN

UNA RADIOGRAFÍA DE LAS CLASES MEDIAS

Por Santiago Mitnik
13/07/2022

Un recurrente tropo del kirchnerismo fue y es la idea de que la clase media argentina es “suicida”. Que permanentemente actúa y vota contra sus propios intereses, en base a los relatos mediáticos que vienen directamente de las clases altas. La verdad es que definir a la clase media siempre fue difícil, y creo que hoy particularmente lo es más aún.

Así como se fragmentó la antigua “clase trabajadora”, que sabía definir un núcleo general de condiciones de vida, experiencias e ideas, también hay varias clases medias, con intereses e ideologías profundamente contradictorias. Sin meternos en los números, intentemos ver cualitativamente cuáles son esos distintos bloques que componen ese sector social, desde la economía, pero también desde la historia y la ideología..

Algunos tipos ideales

El mito fundante de la clase media argentina es m’hijo el dotor, el hijo del inmigrante o del campesino paupérrimo que, con su trabajo sacrificado, logra el resto suficiente para permitirle a, al menos, uno de sus hijos una educación universitaria o técnica. Esta vía clásica al ascenso social sigue vigente a su manera. En un país con educación universitaria pública e irrestricta siempre van a existir muchos primera generación universitaria. También es cierto que estos casos están lejos de ser la mayoría y que la universidad suele ser un espacio donde llega la clase media a mantenerse en ese nivel social. Médicos hijos de médicos, abogados hijos de abogados, psicólogos hijos de psicólogos, etcétera. Aunque ahora esté más de moda la rebeldía, el estudiante hijo de profesionales es lo más común. El espacio de la academia es una gran muestra de esa endogamia, una forma de reproducción y mantenimiento del estatus social.

La destrucción del modelo industrialista después de los 70 acrecentó la diferencia social entre los que quedaban dentro del sistema y los que quedaron afuera. Con la ruptura de la clase obrera tradicional, un sector se pauperiza y otro se termina integrando en la clase media típica. Es importante decir que muchas veces no se trata de una cuestión de ingresos. Un obrero metalúrgico de los 60 cobraba, a pesos de hoy, un sueldazo. Más que el de muchos “clasemedieros” hechos y derechos de hoy. La actualización política presente de esta deriva hacia la clase media de cierto sector obrero es la lucha por la actualización del impuesto a las ganancias. La CGT haciendo paros a Cristina por subir el monto mínimo no imponible no es solamente política: es también la vocación a representar al núcleo potente de la aristocracia obrera, posiblemente los mayores aportantes.

Dónde empieza y termina este bloque y cuán integrados estén a las viejas o las nuevas cosmovisiones, es difícil decirlo. Los Camioneros, por ejemplo, siguen con una clásica constitución obrera, al menos en imagen. Los Bancarios, también con un gremio potente y corporativo y muy buenos salarios, están mas cerca en la percepción social de la clase media. Otro sector que entra muy incómodo en esta categoría son los cargos medios de las empresas, entre los CEO y los empleados rasos.

Otra clase media totalmente distinta es la del pequeño comerciante, dueño de un negocio o algo similar. Su autopercepción, sus intereses, su relación con el Estado, son totalmente diferentes. Por un lado, está en una situación de fragilidad frente a los vaivenes económicos, que con un par de momentos malos lo pueden hacer quebrar. Su sostenimiento está directamente vinculado a la capacidad de compra del sector target de su negocio. La pandemia y el aislamiento fue un momento donde estos fueron golpeados quizás mas fuertemente que otros sectores de la clase media.

Otra enorme diferencia con el resto de la clase media es que estos suelen tener empleados. Esto posiciona desde el llano una ruptura sobre las perspectivas sobre los derechos laborales, las cargas sociales, etcétera. Un reclamo especialmente fuerte en este sector pasa por los juicios laborales, que para una economía de baja escala representa un riesgo mucho mayor. Estos reclamos son claramente más cercanos ideológicamente a los de las clases altas que a los de sus pares empleados. También es cierto, en contraposición, que ante medidas de ajuste, como aumento de los servicios, son sectores que piden protección. Por último, la cuestión de los impuestos es también fundamental para este sector, que es una de las voces más “legitimadas” para reclamar.

Aeropuertos 2000

En el mundo rural también hay una clase media existente, muy vinculada a los procesos agroganaderos en distintos sectores de la cadena productiva, que está firmemente encuadrada con esos intereses. Ese bloque social, que se unió en la Mesa de Enlace en la crisis del campo en el 2008, sigue ahí. Su fuerza política puede verse perfectamente en cualquier mapa electoral, donde las zonas rurales de la PBA, Santa Fe y Córdoba están firmemente pintadas de amarillo. Esos votos no son todos de millonarios. Los votos de los millonarios no ganan elecciones.

Aún quedan otros dos sectores de la clase media que me parece importante nombrar específicamente, por sus particularidades sociales, económicas y políticas.

Uno es el de los empleados estatales. Acá nos enfrentamos a un problema fenomenal, que es la enorme variación entre los tipos de empleados estatales. Es claro que un barrendero o un policía recién ingresado no tienen nada que ver con un empleado de planta permanente con un par de décadas de antigüedad o un investigador del CONICET, y ambos no tienen nada que ver con un juez federal o un ministro. De cualquier manera, el Estado ha sido, históricamente, uno de los espacios de generación de la clase media. La extensión de los servicios y la presencia estatal a todo el territorio, la burocracia que conlleva, entre otros factores. El sector estatal puede tener muy mala prensa desde un lado de la grieta, pero, de nuevo, está lejos de ser homogéneo.

Mas allá del mote de ñoquis, el estado está repleto de personas que trabajan por muchísimo menos de lo que les pagarían en el sector privado por ese trabajo, aunque también haya de los casos opuestos. En lo ideológico, también es un poco más plural de lo que se supone. Aunque los funcionarios “nuevos” suelen estar encolumnados con la gestión oficial, siempre quedan diversas “capas geológicas” de quienes entraron en gestiones anteriores. En todo caso, la posición sobre ciertos debates sociales generales suele estar marcada por los intereses corporativos. En criollo, contra el ajuste del gasto público.

Por último, un sector nuevo incorporado a la clase media surge del mundo de la tecnología y las finanzas. No se suele hablar de este grupo cuando se refiere a la clase media, pero de hecho encajan perfectamente. En los últimos años, este sector creció enormemente, no solo en cantidad y en salarios sino también en accesibilidad. Hoy, es relativamente fácil empezar cursos gratuitos de programación y en poco tiempo acceder a oportunidades laborales muy por encima del promedio. Es cierto que requiere ciertas capacidades previas, tanto de perspectiva y tiempo como de hardware. Pero los programadores, como nueva aristocracia obrera, tienen una ventaja comparativa importante, que es una vinculación fácil con el sistema económico internacional, pudiendo en muchos casos trabajar para el extranjero, cobrando en dólares. No es casualidad que este sector sea tan permeable al discurso libertario, sino que está directamente relacionado con su capacidad efectiva de prosperar por fuera de la estructura de protección del Estado. 

Muchas clases medias, muchas políticas

Universitarios, aristocracia obrera, pequeños comerciantes, clase media rural, empleados estatales de rango medio, programadores. Si tienen algo en común entre todos estos sectores es no pasarla tan mal económicamente como los que vienen abajo. Por lo demás, en términos de intereses corporativos, capital social, relación con el Estado, etcétera, son totalmente diferentes. Hablar de que la clase media vota contra sus propios intereses es ridículo, porque la mayoría de los temas centrales de la discusión política se encuentran en posiciones opuestas a todos estos sectores.

Las medidas que suelen venir juntas en “paquete liberal” clásico tampoco son homogéneas para estos sectores. La baja del impuesto a las ganancias afecta de forma claramente negativa a los sectores más vinculados al Estado, pero beneficia a los otros. Los comerciantes pueden verse beneficiados por una flexibilización laboral, es cierto, pero también se verían perjudicados por un tarifazo. Programadores y finanzas son los que tienen mayor grado de autonomía respecto al bienestar de la economía en general y al Estado en particular. Cuentan con herramientas y margen para esquivar cómodamente la mayoría de los controles, incluso beneficiándose con las distorsiones generadas. En muchos casos, estos sectores son directamente contracíclicos.

Vemos entonces que cada una de estas clases medias tiene pequeñas agendas corporativas propias que se ponen en juego en la arena política. No es casualidad entonces que el discurso liberal encuentre en la clase media a sus principales militantes y a sus principales opositores.

Otro factor esencial a nombrar sobre las clases medias, es su enorme grado de sobrerrepresentación en el discurso público y en la política. El tiempo libre y la acumulación de capital social y cultural intergeneracional permite el acceso a oportunidades mucho mejores. Esto, sumado a que la política es un entorno de especial intensidad en lo que respecta a inversión de tiempo, capacidades retóricas-intelectuales y lo que da en denominarse amiguismo, da una ventaja crucial. Los ricos no suelen poner el cuerpo directamente en la gestión política; por eso el fenómeno PRO fue tan interesante a su manera: un desplazamiento de clase de la gestión estatal.

Todas las clases o grupos sociales tienen sus mecanismos de hacer política propios. La debilidad de las instituciones corporativas obreras y el retroceso del sindicalismo como fuerza política abrió la cancha a las clases medias y bajas para ocupar ese lugar de representación. La “política de los pobres” existe, y es una amenaza permanente para la política de las clases medias. Este miedo es el gran aglutinador de esa clásica alianza entre clases altas y media en la derecha.

Pero también me permito sospechar de cómo se señala al avance de la CTEP desde muchos sectores de clases medias mas “progresistas”. La búsqueda de centralizar y estatizar el manejo de los planes sociales puede ser positiva, sí, pero nos olvidemos de donde provienen los financiamientos de los distintos actores de esa disputa. Como bien señala el marxismo, que es útil desempolvar de vez en cuando, es la ubicación en la estructura social la que condiciona la “moral”. El contrato en blanco en el Estado, el porcentaje del plan, el aporte voluntario, el giro de fondos de una empresa para hacer lobby, etcétera, los distintos tipos de financiamiento de la política tienen siempre su sesgo de clase.

Pero aún, a su manera, la clase media aún resiste en ciertos ámbitos específicos de la política, en el aplastamiento entre lo alto y lo bajo. Las militancias por la ampliación de derechos como el feminismo o la militancia universitaria y estudiantil, son algunos ejemplos claros.

Presente y ¿futuro? 

La situación actual de este sector es de ahogo. La crisis económica, que ya empezó hace varios años pero aún no se sabe hasta qué dimensiones va a llegar, se viene cargando grandes sectores de la clase media formada durante el kirchnerismo. Una hiperinflación espiralizada o un proceso de ajuste potente del Estado pueden terminar de diezmar a una clase social que ya está bastante golpeada.

Con el incremento de la pobreza, las medidas de ajuste a la clase media en específico van teniendo cada vez menos costo político. Aún queda en el recuerdo colectivo la unión del piquete y la cacerola, como bloque social que barrió al gobierno de De la Rúa, pero con una Argentina que tiende hacia el promedio latinoamericano de sociedades más desiguales, con menos posiciones intermedias entre ricos y pobres, eso podría empezar a ser cuestión del pasado. Para la derecha, ajustar a la clase media es fácil por la coherencia retórica, pero muy peligroso, por ser una de sus principales bases de sustentación. 

Al kirchnerismo, en cambio, le cuesta mucho mas justificar ideológicamente cualquier tipo de ajuste del gasto, por mas regresivo que sea. Eso explica el “encaprichamiento” y la tardanza en algunas de las políticas mas irracionales, como los subsidios a la electricidad a los hogares de mayores ingresos o el sostenimiento artificial del valor del peso para gastos suntuosos, por ejemplo con el “dólar turista”. Estas transferencias económicas a los sectores medios-altos empiezan a tener un costo desproporcionado a las ventajas políticas que reditúan. 

En ese sentido puede entenderse ese giro potente del cristinismo duro hacia políticas redistributivas más potentes y fiscalmente más expansivas, más focalizadas en los sectores más pobres. La inflación y la devaluación “sanean” brutalmente la economía, diezmando en el proceso los ahorros, mientras la transferencia directa de ingresos contiene la explosión social. Una especie de reedición del 2002. De alguna manera, estamos llegando al endgame del antiguo problema de los movimientos progresistas latinoamericanos de crear clase media y luego no poder suplir sus demandas. Hoy la salida que parece vislumbrarse es directamente ni intentarlo. 

No es la conclusión optimista que me gustaría dar, pero quizás con otro discurso y otros sectores prioritarios a cuidar, la salida por “izquierda” a la crisis también implica un ajuste y una mayor reducción de los sectores medios. Dividida en una pluralidad de intereses e ideologías contradictorias y reducida en número, la clase media mira impotente los vaivenes de la política. Las representaciones políticas que parecen apostar a ella son las cercanas a la “avenida del medio” que parece ser cada vez más angosta

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