Urbe
el alfonsinismo hoy
¿Qué es el alfonsinismo? ¿Es una época, una ideología una cultura? ¿Hay alfonsinistas todavía? ¿Por qué hay una fiebre ochentosa en la Argentina actual? Esta nota explora el legado del primer presidente democrático, y su futuro.

El año pasado ensayé dos textos sobre la supervivencia de dos modos de ser que representaban las dos caras del peronismo en los 90: menemismo y duhaldismo. Pensé, al terminar la segunda, que el camino debía seguir indefectiblemente por el alfonsinismo, predecesor de ambas. Pero el hoy del alfonsinismo, el legado del presidente radical y su futuro, me parecían en ese momento algo obvios: Alberto Fernández se inspira explícitamente en él, y eso ha sido fuente de buenos memes y malos análisis, hasta el hartazgo.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, algo ha cambiado. Los ochenta llegaron al presente desde otro lado: el éxito de Argentina, 1985 y las reflexiones sobre las narrativas del Juicio a las Juntas. Ese evento fundacional de la nueva República Argentina de la posdictadura inmediatamente se actualiza, como lo hizo tantas veces antes, para decirnos algo sobre el presente. En cierto sentido, me parece más relevante la historia de Instagram de Messi celebrando la película que los premios que pueda ganar. Al fin y al cabo, el capitán de la Selección nació dos años después del Juicio: representa la primera generación de la Democracia.
El alfonsinismo hoy, entonces. ¿Qué es el alfonsinismo? Al igual que el menemismo, un estilo, una forma de ejercer la autoridad. También una corriente interna del radicalismo, pero menos ideológicamente definida que el neoliberalismo popular del riojano: se parece tal vez en eso más al duhaldismo. Es praxis más que teoría.
Es también una época, la época del alfonsinismo, pero ¿cuándo empezó efectivamente? ¿Con el triunfo electoral, en diciembre de 1983? ¿Un poco antes, cuando el candidato se impuso en la UCR y comenzó a marcar el tono de la campaña electoral? ¿O más bien después, con el Juicio a las Juntas que reafirmó su autoridad democrática? ¿Cuándo terminó? ¿Con el pasaje adelantado de la banda presidencial a Carlos Saúl I? ¿O ya con la hiper? ¿O con el fracaso del Plan Primavera?
El problema del alfonsinismo es un problema del tiempo. Alfonsín siempre parece estar corrido de la línea temporal, entrando demasiado tarde o demasiado temprano. El único dirigente en oponerse a la Guerra de Malvinas. Incapaz de impedir que De la Rúa llegue a la Casa Rosada, pero uno de los hacedores de su caída, al rosquear la quita de apoyo del bloque de la UCR en el Senado. Aún en el 83, ni el candidato del establishment (como Alwyn en la transición chilena) ni un enemigo del sistema o un outsider.
Quiero pensar qué nos queda del alfonsinismo, qué es al día de hoy y qué puede seguir siendo en estos tiempos, por qué seguimos pensando y actualizando el sentido de su historia. Lo haremos siguiendo los mismos tres ejes con los que pensamos a Menem y Duhalde: economía, autoridad, cultura.

Foto: Captura de Argentina 1985.
1. Porque no saben lo que hacen
La presidencia entera de Alfonsín se define por el fracaso sucesivo de sus planes económicos: el Austral, con un éxito inicial pero velozmente agotado; el Primavera, una derrota desde su misma ejecución. La dialéctica del alfonsinismo se juega entera en la famosa frase sobre el poder de la democracia para dar de comer, curar y educar, y la hiperinflación que signó el final de su mandato parece una refutación trágica de la afirmación del presidente.
Es muy difícil definir en términos económicos al alfonsinismo. Parece rehuir las etiquetas. ¿La Dictadura? Neoliberal. ¿El menemismo? Neoliberal. ¿Y esos seis años entre una y otro? ¿Un interregno socialdemócrata? ¿Un liberalismo clásico? En un punto, parece que el fracaso de la política económica impide la categorización del gobierno.
El Diario de una temporada en el quinto piso escrito por el sociólogo Juan Carlos Torre durante aquellos años fatales que pasó por el Ministerio de Economía, primero con Grinspun y luego con Sorrouille, ofrece algunas claves. Publicado recientemente con gran éxito, que solo aumentó gracias a la recomendación sardónica de la vicepresidenta, que se lo dedicó públicamente a Alberto Fernández, el libro cuenta las idas y vueltas del diseño de las principales medidas del proceso 1983-1989 y la rosca que las subyace.
Torre se inscribe en la amplia tradición de la centroizquierda argentina, y en sus textos académicos se ha ocupado con claridad de la compleja relación entre peronismo y clase trabajadora. Por eso mismo sorprende el lugar que ocupa el neoliberalismo en el libro: surge como una consecuencia impensada, indirecta, casi etérea, de una serie de decisiones tomadas en un contexto de altísima restricción. El diario es un fiel relato de las sensaciones de aquellos años, y las acusaciones de fiscalismo y ortodoxia a la gestión Sorrouille ya existían, pero jamás son problematizadas por el joven Torre como parte de una tendencia más amplia.
El Muro aún no ha caído. El rol central adquirido por la especulación financiera parece solo un nuevo paso dentro de un capitalismo aún centrado en la producción industrial. Es solo al final de la década de los 80 que se puede mirar atrás y decir: ha ocurrido la Revolución Conservadora. Se ha producido un salto cualitativo, no de grado, que ha transformado irreversiblemente la base del modelo de acumulación. El advenimiento del neoliberalismo no como una vaga tendencia ideológica de algunos economistas sino como una fase histórica solo puede reconocerse en retrospectiva, incluso para un intelectual de izquierda que participa directamente del diseño de las políticas públicas.
Pero el hijo del alfonsinismo es Angeloz, ya abiertamente neoliberal, que compite en las elecciones de 1989 contra Menem y Alsogaray. Vote lo que vote el pueblo argentino, la decisión ya está tomada. Por eso mismo da la impresión de que tal vez fue la década corta alfonsinista la única en que todavía era posible clavar los frenos de la locomotora de la historia. Y, sin embargo, la gestión Alfonsín se ve jaqueada por todos los frentes: el externo, el industrial, el sindical. Y sobre todo, por su propia incapacidad de ver lo que su propio gobierno está haciendo. El discurso anti-neoliberal de Alfonsín a fines de los 90 se parece a una autocrítica.
La vigencia de este discurso es total, y en este sentido la recomendación de CFK del libro de Torre es altamente sintomática.

Foto: Raúl Alfonsín con Juan Vital Sourrouille, ministro de Economía durante su presidencia.
2. La política como vocación
Decíamos más arriba que la crisis del 89 refuta la confianza de Alfonsín en la preeminencia única de la democracia por sobre los problemas económicos. Sin embargo, desde otra perspectiva, podríamos decir que la confirma. Cuando se produce la crisis hiperinflacionaria, Alfonsín deberá dejar el mando algunos meses antes de tiempo (la transición entre elección y asunción ya era demasiado amplia), pero no habrá riesgo efectivo de un golpe de Estado.
Los levantamientos carapintadas que en efecto ponen en riesgo la estabilidad democrática están desvinculados de la situación económica, o en todo caso se suman a ella como una fuente de legitimación secundaria. Precisamente porque Alfonsín no es el candidato del establishment, y porque dicho establishment aún no termina de separarse entre una institucionalidad militar en caída y un capital que se reorganiza, el gobierno radical ejerce una especie de vanguardismo político. Alfonsín defiende la mítica de lo público, de la autoridad presidencial, porque la está recreando. Es decir, está intentando crear algo así como una legitimidad que no parta ni del carisma de Perón ni de su rechazo. Lo que no implica que el peronismo sindical no sea su principal adversario.
Si la política económica aparece como una serie de decisiones guiadas por un contexto restringido, la afirmación de la autoridad sigue una línea más directa y menos sinuosa. Para Alfonsín hay tres elementos que resultan cruciales y que unifican su concepción general de la política: la condena de un pacto militar-sindical, el rechazo de la Guerra de Malvinas y la necesidad de juzgar a las cúpulas de la Dictadura y no a las capas inferiores. Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final pueden ser aplicadas efectivamente en un marco de debilidad presidencial ante el avance de los carapintadas, pero forman parte del programa alfonsinista desde el comienzo.
La moderación, la honestidad, el diálogo, todos esos valores que han sido reivindicados posteriormente como matriz moral del alfonsinismo resultan, en verdad, bastante secundarios respecto del elemento principal de su ética: la conformación, a toda costa, de una esfera autónoma de la política.
En este sentido, la autoridad alfonsinista es opuesta a la economía alfonsinista. Alguien tiene que hacerlo, diría Alfonsín sobre las Leyes de Impunidad, pero lo haremos en nuestros términos. Es el negativo exacto del menemismo, que reprime e indulta: dos excesos. El alfonsinismo no haría ninguna de ambas cosas: plantea un imperativo y lo sigue. Al fin y al cabo, así también se constituyó la legitimidad democrática en este país.
¿Puede existir este alfonsinismo hoy? Podríamos decir que nunca puede existir, porque consiste justamente en el descubrimiento continuo de la debilidad de la autonomía de la política ante la debacle económica. La forma de ejercicio del poder del alfonsinismo es la de un fracaso que debe intentarse. En 2007, el kirchnerismo intenta la Concertación Plural, que se cae a pedazos pocos meses después con la 125, (mal) diseñada justamente por un ministro radical. Esa es la herencia, también, del alfonsinismo. Un recordatorio constante de que la democracia y el hambre nunca andarán por caminos separados.

Foto: Raúl Alfonsín con Eduardo Duhalde.
3. La Segunda República
La ecuación funciona más o menos así: honestismo y austeridad para la clase política, progresismo para el pueblo. Alfonsín fue el primero, y tal vez el único presidente, en querer convertir a la defensa de lo público en una mística de la administración pública. El menemismo hizo las reformas estructurales del Estado con la única épica del desguace. El kirchnerismo retomó el intervencionismo desde una lógica de la conducción política de los procesos sociales. Solo el alfonsinismo propuso una defensa de la función pública en sí. El menemismo piensa un Estado chico de tecnócratas y empleados precarizados. El kirchnerismo, un Estado grande de decisores y militantes. El alfonsinismo, un Estado intermedio de funcionarios profesionales.
En rigor, esta es la casta, muy distinta de la “grasa militante” que denunció el macrismo y a la que parece apuntar, inconsistente, el discurso libertario vigente. Y esta concepción es simétrica con la imagen progresista acerca de la sociedad civil, porque es la noción básica del republicanismo: el pueblo debe comprometerse éticamente en el mantenimiento del orden público, pero su participación siempre es limitada por los avatares institucionales vigentes. Ni la despolitización menemista ni la militancia kirchnerista, sino una especie de participación intermedia.
La Ley de Divorcio y el Plan Patagonia representan los dos polos de la cultura alfonsinista. Por un lado, el reconocimiento a un reclamo de años, que no habría estado en la agenda si no fuera por un gobierno que supo escuchar algo que no se estaba diciendo. Por el otro, el vanguardismo radical de la mudanza de la Capital hacia “el sur, el mar y el frío”. Un proyecto que nació muerto: era ilegítimo, innecesario, inviable.
Pero ambos representan lo que el progresismo era para Alfonsín: la construcción de una Segunda República, más liberal, moderna, ordenada. A veces, la experimentación alfonsinista se alineaba con los deseos populares; a veces, no. La honestidad como valor central del gobierno radical tiene un problema, el clásico dilema del republicanismo: implica una transparencia absoluta de la sociedad, no solo con sus representantes sino consigo misma.
El menemismo dice: ustedes no saben lo que quieren, y no lo aceptarían si lo escucharan. El duhaldismo implica un doblez más: es el menemismo el que no puede lidiar con las consecuencias de sus actos, y requiere que alguien actúe a sus espaldas para que la cosa funcione. El alfonsinismo es prefreudiano, no cree en el inconsciente.
Esto no es necesariamente un problema. A diferencia de otras formas políticas, el alfonsinismo conoce sus límites. Y la primavera progresista de 1983-1985 realmente existió, y fue buena. Pero el alfonsinismo no pudo fundar la Segunda República, y no alcanza con decir que tuvo razón en intentarlo. Pero es posible volver a la disyuntiva entre Ley de Divorcio y Plan Patagonia y recordar que ambas eran políticas igualmente honestas, laicas y republicanas. A veces las cosas pasan por otro lado.

Foto: Raúl Alfonsín con Cristina Fernández de Kirchner.
El silencio tiene acción
Elige tu propio alfonsinista: Alberto, Cristina, Macri y Néstor Kirchner han sido acusados a lo largo de sus sucesivas presidencias de representar una actualización del modo político del primer presidente de la joven Democracia. Y en las elecciones de este año, lo podrán ser Larreta, Morales, pero también Wado de Pedro o Schiaretti. Ocurre que el alfonsinismo no existe.
Una tesis posible sería que ya no existe, que el alfonsinismo perdió. Más bien creo que el alfonsinismo nunca existió, porque es el nombre de un problema: el de que concentrarse en fundar la autoridad política sin solidez económica redunda en un colapso, pero también impide que la política misma sea otra cosa que el arte de la resignación. El alfonsinismo es el nombre de un sueño que nadie tuvo: el de una socialdemocracia financiada por la especulación o un neoliberalismo con seguridad social; el de una sociedad que pase de página después del Juicio a las Juntas como si los fantasmas no existieran; el de una sociedad que se involucre en la política en su justa medida y nunca de más ni de menos. Pero el sueño de la razón produce monstruos.
Sin embargo, el legado del alfonsinismo es inmenso, como demuestra el efecto que produce, aún hoy, Argentina 1985. Esa es nuestra paradoja: vivir el efecto de algo que no tuvo lugar. El alfonsinismo no existe, pero cada tanto su fantasma aparece.


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