OPINIÓN
UCRANIA Y EL GRAN JUEGO EUROASIÁTICO
Por Santiago Mitnik
27/07/2022
Aclaración: esta nota trata sobre las causas y consecuencias geopolíticas del conflicto, no es un análisis en detalle del mismo y mucho menos una apreciación moral sobre la legitimidad o no de las intervenciones militares.
La Guerra está reducida a un territorio como forma de evitar que se desaten consecuencias terroríficas que no son deseadas por ninguno de los grandes actores. Se pelea solo en Ucrania, no en Rusia (incluyendo Crimea) ni en otros países. Una ruptura de este acuerdo llevaría a la “Operación Militar Especial” a convertirse en una guerra mundial, algo que nadie busca ni está dispuesto a arriesgar. Sin embargo, es claro que las consecuencias del conflicto son estrictamente mundiales y alteran El Gran Juego de las potencias de maneras inesperadas, en dos vectores clave, bien diferenciados, uno hacia Europa y otro hacia Asia, con resultados, a primera vista, contradictorios.
Hay un concepto que aparece desde hace mucho en los debates públicos sobre la situación internacional: la “multipolaridad”. La idea es que existan varios centros de poder ordenadores de las reglas y redes de alianzas internacionales, en contraposición de uni-polaridad, con EEUU como centro único, y al sistema bi-polar de la URSS y EEUU. Las diversas búsquedas de un orden multipolar llevaron a experimentos como los BRICS, que si bien tuvieron éxito en poner en discusión los intereses de ciertos países, llegan a un problema muy claro: si se conforman como alianza sólida de países opositores a EEUU, mueven al mundo a un esquema bi-polar; si no se consolidan como grupo común, son demasiado débiles para imponer su agenda y alcanzar cierto nivel de hegemonía.
China y Rusia son las potencias que pueden llegar a algún grado serio de disputa de poder hegemónico. China por su desarrollo económico, tecnológico y de infraestructura; Rusia por su potencia militar y sus recursos naturales. Es justamente esta gran capacidad lo que los lleva a tener algunas diferencias de intereses estratégicos en diversas áreas (como una puja demográfica en la frontera siberiana, la influencia sobre Asia Central, etcétera). Pero el conflicto de los últimos meses parece indicar que no se producirá en el futuro cercano una ruptura. China y Rusia, aisladas del resto del mundo, tienden naturalmente a aliarse; cuanto más margen de maniobra hacia afuera consigan, más podrán competir entre ellas.
El Gran Juego Europeo
La lucha por la hegemonía en Europa siempre termina, de una u otra forma, peleándose en Rusia. Desde Napoleón a Hitler, esta ley de la historia se cumple. Europa Oriental y Rusia son el espacio natural de expansión para el sector de Europa que “llegó tarde” a la conformación de un estado moderno primero y a la repartija colonial después. Para el resto de Europa, Rusia es un aliado útil en contener a Alemania o un rival mortal cuando se mira desde más arriba, en el gran juego mundial. En algún momento, decir “Occidente” y “Europa Occidental” eran prácticamente sinónimos, hoy en día hay que agregar a los Estados Unidos. Pero hay otro nuevo elemento que trastoca el viejo orden: la Unión Europea.
Si la miramos con perspectiva histórica, la UE es una aberración geopolítica. Una unión bajo una misma bandera de Francia, todos los territorios germánicos, España, Italia e incluso casi toda Europa oriental y del norte. Lo “natural” sería que un bloque de ese inmenso peso demográfico, político, económico y militar sea uno de los principales focos de poder a nivel internacional. Si hay que buscar un candidato a sostener un mundo multipolar, no hay que ir más lejos que Europa como fuerza autónoma.
El sueño de la Federación Europea, integrada y autónoma, con perspectiva estratégica propia existe y puede encontrarse en muchos discursos de Macron por ejemplo, pero por diversos motivos, queda siempre a medio camino y este estancamiento se incrementó aún más en los últimos meses.
Es claro que Europa está atrapada entre dos mundos muy distintos. Al oeste, el Atlántico y el mundo anglosajón. Al este la llanura y la estepa y el collage de etnias y territorios que es Eurasia, con su centro natural en Rusia. Ambas fronteras tienen sus “marcas” dentro de Europa como Inglaterra y Polonia.
Para EEUU, el peor escenario posible es que Europa, en un proyecto de autonomía, decida acercarse a Rusia. Una unión real desde el Atlántico hasta Siberia sería una potencia de primer orden a nivel internacional, posiblemente superando a China y EEUU. La complementariedad de Europa y Rusia en términos económicos es indiscutible. Es tal que incluso estando en conflicto abierto continúan comerciando. Quizás ese escenario es demasiado fantasioso, pero el que sí es fácilmente vislumbrable es el de Europa y Rusia como actores autónomos, que puedan dialogar y pactar entre ellos o competir, apoyados en actores externos cuando les convenga.
Un juego de 4 actores no era una posibilidad tan lejana como suena hoy. Hasta hace no mucho, Trump amenazaba con romper la OTAN y mantenía excelentes relaciones diplomáticas con Rusia. China y Europa, por otro lado, tenían intereses comunes, vinculados a un orden internacional basado en reglas, apaciguamiento de conflictos, transición energética, etcétera. Algunos creíamos que una victoria del Partido Demócrata en los EEUU implicaba una vuelta atrás de los avances de Trump y un rumbo con Rusia.
En todo caso, más allá del período de excepción de Trump, lo que viene triunfando es la línea otanista, es decir, una Europa en su expresión atlántica, aliada a EEUU y enemiga de Rusia. La puesta en práctica de esta orientación es la continuación de la expansión hacia el oeste, que desde Rusia es visto como el reedit moderno del Drang nach Osten, de las invasiones napoleónicas, las teutonas, etcétera. Este movimiento geopolítico, con un tamiz ideológico que mezcla irredentismo neonazi con liberalismo internacionalista (que no tienen nada que ver, pero coinciden tácticamente, y sin mucho asco), tuvo su gran avanzada con la “derusificación” de Ucrania, desde el golpe de 2014 hasta acá.
Es un error pensar que el foco de estos combates está en una puja entre Rusia y Europa. El verdadero vencedor, gane quién gane en el combate territorial, es EEUU, y el verdadero perdedor es Europa. Los 8 años de bombardeos sobre el Donbass no tenían como objetivo capturar un pueblo mas o menos, sino romper cualquier posibilidad de puente euroasiatico real. Las bombas caían sobre Donetsk y Luhansk, pero el verdadero objetivo eran los Nord Stream. Es importante recalcar que Rusia y EEUU comparten una cualidad fundamental, que es que ambos son países productores de energía, mientras que Europa y China, son solamente consumidores. Romper las líneas de suministro terrestres hacia Europa la debilita enormemente y prácticamente la anula como actor independiente. A Rusia la envía aún más al área de influencia china.
Lo interesante es preguntarse por qué los europeos no hicieron nada para evitar esta situación. No parecía tan complejo generar un acuerdo en el que el oriente ucraniano ganase cierto grado de autonomía y se pudiera alcanzar un alto el fuego duradero. Esto mismo es lo que se preguntan los rusos. Ellos fueron los grandes impulsores de los Acuerdos de Minsk I y II, incluso frenando en muchos casos a los rebeldes de Luhansk y Donetsk, a diferencia de lo que hicieron con Crimea, que no era negociable. En Rusia, Putin está lejos de ser considerado un “extremista militarista”, incluso en este tema es criticado como blando y pasivo por los sectores más nacionalistas, indicando que esperó demasiado tiempo confiando en negociaciones que no llevaron a nada, tiempo que Ucrania aprovechó para armarse y fortificarse, cosa que tiene un impacto directo en las operaciones actuales.
La dirigencia europea sabía bien que este desenlace era una posibilidad, aunque quizás la consideraban muy remota. En todo caso están atados por dos ideologías. La primera es el liberalismo occidentalista, con todo el paquete de políticas democráticas que apuntan contra las “autocracias orientales atrasadas”. Esto se combina con un horror muy fuerte a las intervenciones militares que no están “debidamente justificadas”. Esta ideología está obviamente aprobada y apadrinada por Estados Unidos e Inglaterra.
Por otro lado, los países “frontera”, como Polonia, presionaban desde la otra punta del espectro político, con un nacionalismo que mezcla antiautoritarismo con fascismo en cuotas variadas. Estos países, antiguamente dependientes de Rusia, tienen lógicas razones, más allá del revanchismo, de querer un bloque político fuerte detrás que les financie la defensa. Porque, hay que ser justos, Rusia no es el vecino más agradable que hay.
Estas ideologías representan los intereses específicos de la “periferia europea”, los más anti-UE de Europa: Gran Bretaña y los orientales. Así, los extremos políticos eran usados como pinzas sobre el “centro” europeo (básicamente la CDU alemana, que con Merkel era el timón de Europa)¹. Cualquier funcionario, militar o dirigente que alzaba la voz era rápidamente corrido del cargo o tachado de putinista, por ende antidemocrático y enemigo de la nación. Esto tenía algo de cierto, porque al abandonar la izquierda progresista la disputa estratégica (por ejemplo, Podemos proponía salir de la OTAN en un comienzo, pero rápidamente dejó de reivindicarlo) y ser tan temerosos los centristas, generalmente la derecha ocupó esos reclamos. Pero tampoco la extrema derecha europea terminó de ponerse en una postura autonomista, anti-OTAN o pro-Rusia, tanto por la veta ideológica fuerte de los países orientales, los únicos donde la derecha dura realmente gobierna, como por el occidentalismo de partidos como VOX.
[1] No vinculado a la relación con Rusia estrictamente, pero sí a los márgenes de autonomía de Europa en general, podemos ver acá la presión de Los Verdes por el desmantelamiento del sistema nuclear, que resulta mucho menos inocente que una simple preocupación “ambiental”.
El Gran Juego Asiático
Si en Europa este conflicto funciona como un consolidador de la hegemonía estadounidense, en Asia parece tener el efecto opuesto. Muchos países ignoraron activamente los pedidos de repudio a la invasión e hicieron caso omiso de las sanciones económicas a Rusia que pedían las potencias occidentales.
Pero esto no quiere decir que se haya dado una “polarización”, donde todos estos países hayan pasado a cierto grado de dependencia o alineamiento duro al eje ruso-chino. Y podemos ver algunos ejemplos.
India, como proyecto de potencia mundial demostró en esta crisis un gran margen de autonomía. Mantuvo e intensificó su comercio con Rusia, aprovechándose de la energía más barata que vende el país euroasiático. Esto podría parecer contradictorio con su propia disputa geopolítica regional que es contra Pakistán y la República Popular China, en la cual la cooperación con Europa y Estados Unidos sirve mucho. Pero no es solo una cuestión de un pequeño provecho comercial. En medio de la crisis y sanciones, se anunció el primer recorrido de un cargamento por el INSTC, una línea comercial que abre el comercio ruso hacia el sur a través de Irán y por mar hasta India. Esta proyección no tiene ningún lugar en una visión bi-polar del mundo, porque logra beneficios a varios países puenteando intereses claves tanto del bloque de la OTAN como de los chinos. Es autonomía estratégica en un sentido muy puro.
Turquía, otra potencia regional en ascenso, aprovecha la guerra para negociar en sus múltiples frentes de conflicto abiertos. En primer lugar está dispuesta a vender armamento a los ucranianos que otros países no pueden, como drones. Por otro lado, aprovecha la crisis energética para solidificar su rol como nueva vía de aprovisionamiento de energía a Europa desde Azerbaiyán, el resto de Medio Oriente, o de los yacimientos de gas del mediterraneo, que son en sí mismos un foco de conflicto regional.
Cuando Finlandia solicitó el ingreso a la OTAN, Turquía lo vetó. ¿La razón? Cierto asunto pendiente del apoyo de varios países europeos, incluida Finlandia, a los partidos políticos kurdos que en Turquía son considerados como terroristas. Además de todo esto, hace unos pocos días, Turquía aparece como garante y supervisor de un pacto firmado entre Ucrania y Rusia para que continúe el comercio de trigo ucraniano en el Mar Negro. Se ve así como el estado turco se anotó varias victorias, simplemente aprovechando bien la situación, pero sin jugar el juego de ninguna otra potencia, solamente el suyo.
Voy a dar un último ejemplo, el de Kazakhstán. Este país fue intervenido hace muy poco por las fuerzas unidas de varios países de la CSTO en marco de unas protestas que amenazaban tumbar al gobierno. En la oportunidad de un congreso internacional en San Petersburgo (una especie de anti-Davos), frente a Putin, el presidente marcó distancia de la política exterior rusa en varios frentes y con la idea de que la intervención salvadora de hace unos meses atrás “obliga” a Kazakhstan a servir a Rusia. Kazakhstan aprovecha así el desorden para permitirse más margen de maniobra frente Putin, apoyándose seguramente en Turquía y/o China, con quienes también tiene fuertes vínculos étnicos y económicos.
Con estos tres ejemplos queda plasmada la idea de que en Asia no hay una tendencia a que los distintos actores deban alinearse con una gran potencia o bloque sino que hay un espacio para el juego libre de los actores, según sus intereses particulares. Esto contrasta enormemente con la rigidez y encuadramiento de toda Europa a las necesidades de la política exterior norteamericana. Mientras en Europa se tiende hacia formas bi-polares de organización de la política internacional, en Asia parece ser el lugar donde verdaderamente se practica la multipolaridad, con varios actores funcionando como centros regionales autónomos.
Nuestro gran juego
Para cerrar podemos repasar brevemente a cuál de estos modelos se parece más el nuestro. Alberto Fernández, a principio de año, con pésimo timing dijo que “Argentina iba a ser la puerta de entrada para los intereses de Rusia en la región”. Al muy poco tiempo, la Argentina terminó alineándose bastante fuerte con la retórica occidental estadounidense sobre el conflicto.
Pero esta no fue la única forma de reaccionar ante este conflicto. Hay dos países que destacaron por su versatilidad y por aprovechar la coyuntura de formas heterodoxas: el Brasil de Bolsonaro y la Venezuela de Maduro.
Brasil en todas las votaciones de la ONU y declaraciones tuvo siempre un tono mucho menos pro-EEUU que el que tuvo Argentina. Quizás por aislamiento político, por intereses comerciales bilaterales o de los BRICS o por lo que sea, pero junto con el México de Lopez Obrador se plantaron firmes en la tradición más neutralista clásica de latinoamérica.
Maduro por otro lado, hizo un giro aún más inesperado. Si bien en lo retórico apoyó a Putin y todo, por lo bajo volvió a abrir las relaciones diplomáticas y comerciales con Estados Unidos. La razón es bastante simple: en un momento de crisis de energía, Venezuela es una opción cercana y accesible. Es el momento ideal para aprovechar y revivir la industria petrolera venezolana, necesitada de inversores extranjeros y mercados a los cuales exportar sin sanciones.
En resumen, incluso sin contar con un balance claro del conflicto, porque las hostilidades no terminaron aún, ya podemos empezar a ver ciertos cambios sobre el orden internacional. A mi juicio, son erradas las conclusiones simplistas que señalan el conflicto como la consolidación de un orden Multi-Polar. La hegemonía internacional Atlántica se vió fortalecida en la medida en que Europa, tanto occidental como oriental, cerró filas. Por otro lado, en Asia, el proceso parece ser más de una “despolarización”, donde no hay centros tan claros y cada actor tiene sus propias agendas.
Para los países que están menos involucrados con el conflicto, los márgenes de acción parecen expandirse y aparecen oportunidades de renegociar las condiciones internacionales, siempre y cuando se cuente con la capacidad y la inteligencia estratégica para aprovechar las circunstancias y diseñar una agenda propia.
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