Opinión

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Por Rafael Bielsa
16/08/2020

Para cualquiera que tuviese el deseo o la obligación laboral de mirar el escenario del mundo completo, era evidente –antes de la pandemia y la bacanal de liquidez con la que hubo que responder− que esta fase del capitalismo necesitaba algo más que una toilette quirúrgica.

Sus dispositivos centrales habían desgastado los dientes de los engranajes en cada uno de sus grandes etiquetas: globalización manejada con joystick, participación en la distribución de la renta, financiarización tradicional y de productos exóticos, producción tecnológica oligopólica.

Luego de la pandemia, el sistema de cadenas de valor de la economía global se contorsionó, la inequidad de la distribución giró aún más rápido, las finanzas sufrieron el resquebrajamiento de sus pilares, y la tecnología se aferró como a un madero hipersónico a la lucha de clases que expresa.

Como resultado, el mundo avanza hacia un horizonte impreciso a una velocidad vertiginosa. En muchas ocasiones, lo que llamamos “mundo”, entendido según cada momento histórico y cada relato predominante, enfrentó incertidumbres. Las que llevaron a decir a Chateaubriand: “Los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen”. Ésta tiene la particularidad de que las formas nacientes de organización social no están definidas todavía.

China, sin intentos por avanzar sobre el mercado ideológico, acaso el único mercado que no le resultó atractivo o conveniente, fue ganando terreno frente a los Estados Unidos, país que luego de la caída del Muro de Berlín no sólo fue el más poderoso, sino que se pensó hegemónico.

Es difícil que el COVID-19 haya tergiversado el hecho de que el gasto militar sumado de India, Japón, Australia, Malasia, Corea del Sur, Filipinas, Vietnam e Indonesia –sitios en donde Norteamérica tiene intereses e influencias−sea más alto que el de la mitad del chino. También, que China gaste en el rubro apenas un tercio de lo que gasta Estados Unidos.

Dicho esto, más interesante resulta reflexionar sobre qué significado tiene el párrafo anterior. Sin rango de importancia, significa que hay una carrera armamentística monumental de equipamiento no nuclear. Desde la modernización de aviones de combate F16 (Taiwán), hasta pertrechos para la guerra naval, con misiles anti navíos rusos e indios (Filipinas).

Que, en términos nucleares, y como lo demostró la reyerta Trump versus Kim Jong-un, no es fácil (y en ocasiones ni siquiera posible) el lanzamiento de una acción bélica convencional para disuadir al más débil para que no use el arma más letal.

Qué es más fácil ganar una elección diciendo “America First”, que denunciar el tratado comercial Korus FTA con Corea del Sur, porque este país vende televisores a menos de trescientos dólares y quita trabajo a los norteamericanos. Con dispositivos en dicha península, es posible detectar el lanzamiento de un misil balístico intercontinental (ICBM) en 7 segundos, mientras que hacerlo desde Alaska insume 15 minutos. Es un argumento.

Que, para quien pretende la supremacía mundial, es muy importante aceptar la importancia de tener aliados en el exterior, y la de tomar en cuenta la relación entre las Fuerzas Armadas, la economía y las alianzas de inteligencia con gobiernos extranjeros.

Que las guerras comerciales perturban los mercados globales, y eso ataca de manera difícil de prever la frágil estabilidad del mundo. El último ejemplo, cargado de retaliaciones, es el anuncio norteamericano de expandir el programa “Red limpia para salvaguardar los activos estadounidenses”, donde define al Partido Comunista Chino como un actor intrusivo y malévolo. Se puede jugar con fuego, pero al aire libre, no en casa.

Todas estas piezas se multiplican y reacomodan con rapidez creciente, lo que trae a la memoria visual imágenes distópicas y también ucrónicas.

Para nuestra región, para nuestro país, algunas alternativas. Hacer nuestro trabajo, estudiar críticamente, resolver con pragmatismo, aliarse con lo semejante, entrenarse en sacrificio intensivo, buscar la equidad como se busca una medicina, no antagonizar en arenas para otros toreros, y cuidar las palabras. Como se sabe, son actos de habla, y una equivocada dispara decisiones que suelen ir más allá de lo verbal.