Opinión

UN RELATO EN EL ABISMO.

Por Tomás Rebord 25/10/2020

Con la mezcla exacta de malicia y verdad Jorge Asís diagnostica en Alberto Fernández un flagelo novedoso: envejecimiento prematuro. Sucede que entre aforismos y metáforas el catador de imperfecciones denuncia una de las imposturas del presente argentino.

Si la sentencia clásica hegeliana es que la historia está condenada a repetirse (Marx le agrega con picardía que sucede primero como tragedia y luego como farsa), la República Argentina podría aportar que en su suelo lo hace como parodia.

Frente a la imposición de una crisis planetaria sin precedentes la búsqueda de caducidad de “La Grieta” por métodos escandinavos quedó definitivamente desierta dando lugar a un vacío aterrador que el oficialismo (por decisión o incapacidad) no llena. El resultado de esta orfandad narrativa empuja a refugiarse en las viejas trincheras identitarias con sus conocidas limitaciones.

Sin una propuesta superadora, el escenario nacional se dirime en el teatro de representaciones de su propia memoria muscular; paradójicamente (o no tanto) lo “viejo y conocido” genera más hastío que representación: como “jugar de memoria” sobre una fórmula que sólo sirvió para perder campeonatos.

Mauricio Macri en su tour mediático refrita su universo simbólico hasta la auto-sátira con la mejor producción artística al día de la fecha: quejarse por la aprobación de sus propios presupuestos. Mientras tanto, en la coalición gobernante crece la exasperación por la falta de certezas y se multiplican las peticiones nostálgicas de funcionarios que salgan a morder; tiempos mejores de violencia y certezas que cotizan en alza frente al peor de los mundos: el vacío.

El 17 de octubre proveyó quizás el más claro síntoma de la incerteza del presente, frente al colapso virtual de la convocatoria oficial (oficialmente intuida pero jamás explicitada) la mayor inyección de fuerza al oficialismo provino justamente de una iniciativa a su pesar: la movilización popular (para evitar especulaciones basta con las palabras del Presidente “agradezco aunque hubiera preferido que se queden en casa”). Lección absolutamente contraintuitiva para quienes se forjaron políticamente en las dos últimas décadas de política argentina, donde la “iniciativa propia” rozaba peligrosamente con la inorganicidad.

Los diagnósticos posibles ya son lugares comunes, los limitantes del “peronismo en coalición”, la fórmula que “sirvió para ganar pero no para gobernar”, o el famoso loteo ministerial a la Frankenstein que hunde a funcionarios en una suerte de parálisis especulativa, son sólo parciales y fatalmente internos; en nada sirven para explicar el presente del gran elector nacional: millones de compatriotas que votan cada dos años sorprendiéndose de que no sea cada cuatro. El mayor aporte narrativo al grueso de la sociedad civil lo hizo el siempre lírico Esteban Bullrich con su “argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”, objetivamente más útil (y sintomático) que un análisis politológico del empate catastrófico en los equilibrios de poder.

Los propios al pedir conducción y el grueso de la sociedad al traducir “falta de rumbo” en verdad denuncian la misma orfandad, la Argentina parece un gigantesco Agente Mulder invertebrado y miope que pide a gritos creer en algo, lo que sea.

¿Es posible señalar un “rumbo” desde el fondo de un pozo? Ya advertía Daniel Day Lewis en su impecablemente embolante retrato del Presidente Lincoln la ineficacia de las brújulas como instrumento político, pueden señalar dónde queda el Norte, pero no advierten sobre las ciénagas y pozos que deben esquivarse al ir en su búsqueda.

El hábito y la nostalgia hacen tentadora la posibilidad de desempolvar los viejos éxitos, alguna épica fundida y un discurso con más ademanes de lo habitual, sin embargo en un un contexto de tensión permanente y volatilidad política total toda certeza resulta sospechosa, y el presente señala que de existir la remota posibilidad de encontrar un relato en el abismo de nada sirve si termina en refacción permanente dado su incumplimiento crónico (ni propios ni ajenos quieren más Vicentines) la búsqueda entonces es aún más compleja y fatalmente de estreno, encontrar los puntos de cohesión en medio de una crisis nacional embestida de frente por una crisis planetaria.

Borges decía que en las grietas está Dios, que acecha; y en la Argentina del caos por algunas hendiduras también entra luz: El acuerdo imposible obtenido por Martín Guzmán o el acierto rotundo en la política exterior de Alberto Fernández en su heróico salvoconducto a Evo Morales no tienen nada que envidiarle a una épica propia de reconstrucción nacional. En ambas gestas aparece una singularidad, se realizaron en soledad aparente y casi vedadas al público, gestiones urgentes con comunicados que se publican a las 3 am y peticiones secretas a Brasil para sobrevolar su espacio aéreo.

Si a esos auténticos hitos los complementamos con el señalamiento objetivo de que en medio de una pandemia que hunde las economías mundiales y con el peor contexto local de su historia, el Gobierno sostienes niveles de conflicto social relativamente bajos; además de un clima creciente de voceros con discursos sólidos en sus respectivas áreas que amagan con empezar a hablar (y a hacer), se puede intuir el más “optimista” de los balances.

Un optimismo así, entre comillas y vedado, de por sí insuficiente y hasta vergonzante en un contexto con casi la mitad de compatriotas debajo de la línea de la pobreza pero a la vez indispensable de cara al único objetivo impostergable, revertir esa situación.

Un spot se filtra en la televisión, su estética es casi corporativa y confunde, argentinos y argentinas hacen fuerza tirando de sus respectivas sogas en hosco cumplimiento de una tarea titánica, nada garantiza que el futuro sea mejor pero las grandes gestas pueden prescindir de algunas garantías cuando la tarea es urgente (deben), en los retazos de esa tímida comunicación oficial asoma una necesidad vital hasta ahora inexplorada: el orgullo.

Si mostrar “el rumbo” desde el fondo de un pozo es imposible, resulta indispensable empezar a señalar para arriba.