No hay nada mejor que casa
22/07/2021
A fines de los noventa, el prime time argentino estaba plagado de comedias costumbristas como Gasoleros (1998-1999), Buenos Vecinos (1999-2001) y Campeones de la Vida (1999-2001), entre otras tiras diarias que pasaban los canales de aire a la hora de la cena. Estos programas retrataban una clase media de conflictos superfluos y transmitían una mirada de la realidad edulcorada en relación a lo que estaba ocurriendo en el país a nivel social, económico y cultural. Lo que se veía en la pantalla chica distaba mucho del caldo de cultivo rabioso que se percibía en las calles en épocas de post neoliberalismo y en la antesala del estallido de la crisis del 2001.
En una especie de mundo cinematográfico paralelo se estrenó Pizza, Birra, Faso (1998) de Israel Adrián Caetano y Bruno Stagnaro. En poco tiempo, la película se convirtió en uno de los pilares fundamentales del por aquel entonces denominado “nuevo cine argentino” y logró meter en la discusión a un grupo de realizadores ávidos de retratar ese país que no salía en las tapas de los diarios ni de las revistas. Una lectura mucho más cercana al termómetro de la calle y que hablaba de temas tan sensibles y reales como la desocupación, la delincuencia y la marginalidad.
Claudio Villarruel -que era el director artístico de Ideas del Sur, productora de Marcelo Tinelli- vio la película e inmediatamente contactó a Stagnaro para hacer algo para televisión. Ahí surgió la idea de contar la historia de un grupo de jóvenes que tomaban una casa. Sin embargo, al productor le ofrecieron irse a trabajar a Telefe y el proyecto no prosperó. En un giro inesperado, desde el Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) le ofreció a Tinelli saldar una deuda que tenía con ellos produciendo contenido para el canal estatal. Así fue que la propuesta de Stagnaro volvió a tomar forma y el 18 de octubre del 2000 a las once de la noche se estrenó Okupas en la pantalla de Canal 7.
Ricardo (Rodrigo de la Serna) es un joven de 24 años de clase media que está en cualquiera: dejó la facultad, vive con su abuela, no tiene trabajo y se pasa todo el día al pedo. Un día como cualquier otro, su prima Clara (Ana Celentano) lo contacta para proponerle que cuide una casa que acaban de desalojar hasta que logren venderla. Antes de entregarle las llaves, Clara le enumera y deja por escrito cinco condiciones o “mandamientos” que deberá respetar a rajatabla: no quilombo, no drogas, no música fuerte, chicas con discreción y no meter a nadie ahí adentro.
Cuando unos vecinos intentan entrar por la fuerza en su primera noche ahí, Ricardo acude a un variopinto grupo de personas para que lo ayuden: El Pollo (Diego Alonso), un ladrón con códigos amigo suyo de toda la vida; Walter (Ariel Staltari), un paseador de perros rollinga que se jacta de ser el “más poronga” en ese “conventillo del orto”; El Chiqui (Franco Tirri), un pibe huérfano que vive en la calle y que se va a transformar, con el correr de los 11 episodios, en el personaje más adorable e inocente de la serie. A partir de ahí, los cuatro van a empezar a vivir todo tipo de historias que los sumergirán más y más en la marginalidad y violencia de la Buenos Aires de los comienzos del nuevo milenio.
Poco a poco, Ricardo dejará de ser el que era y comenzará un descenso al mundo del crimen y las drogas en el que no sólo conocerá personajes de todo tipo –Peralta, Miguel y el infame Negro Pablo-, sino que también formará grandes vínculos que lo marcarán a fuego. Después de todo, uno de los grandes valores de Okupas es que, a pesar de los hechos y contextos que narra y describe en pantalla de manera cruda, la historia que cuenta nunca deja de hacer foco en la amistad. No es casualidad que este relanzamiento a través de la plataforma de Netflix sea justamente la fecha en la que se festeja el día del amigo por estos pagos.
Escenas improvisadas, cámara en mano, locaciones peligrosas, un reparto prácticamente desconocido -De la Serna todavía no era la figura que llegaría a ser más tarde-, clases sociales que estaban invisibilizadas en la televisión argentina de la época, un presupuesto mínimo y jornadas de filmación con equipos reducidos. Todo estos factores y recursos creativos y técnicos hicieron que Okupas lograra un nivel de realismo inusitado para el tipo de programas que ocupaban los horarios centrales de los canales de aire más vistos del país.
La historia de Ricardo, El Pollo, Walter y El Chiqui recibió buenas críticas y la audiencia se fue sumando de a poco: el último capítulo logró 6.7 puntos de rating, casi el doble que el primero y una cifra más que importante para la televisión pública. Además, ganó el Martín Fierro a Mejor Unitario y/o Miniserie, a Mejor Director y Actor Revelación (Diego Alonso Gómez). Como si todo esto fuera poco, sentó las bases de una nueva forma de contar historias de la que se desprendieron otras propuestas como Tumberos (2002), Sol Negro (2003) y Disputas (2003). Incluso, al día de hoy aún puede percibirse su influencia en ficciones como El Marginal (2016 -) y Un Gallo para Esculapio (2017 -).
Después de su estreno, Okupas se retransmitió tres veces más: al año siguiente en Canal 7, en América TV en 2002 y en Canal 9 en 2005. A pesar de su éxito y legado en la cultura popular argentina, durante 15 largos años la única forma de verla fue en pésima calidad en YouTube o en la clandestinidad absoluta de la web. Uno de los motivos para que las cosas se dieran de esta manera fue el enorme costo de las licencias del soundtrack. Por eso es que este relanzamiento presenta más de 30 nuevas canciones que Stagnaro le encomendó a Santiago Motorizado, cantante y compositor de El Mató a un Policía Motorizado.
A más de dos décadas de la transmisión de su primer episodio, la serie que marcó un antes y un después en la ficción argentina encontró en el streaming un refugio para concretar su tan ansiado regreso. De la misma manera que encontraron refugio y representación tantos televidentes en medio de la crisis del 2001 y quizás puedan llegar a hacerlo las nuevas generaciones que la descubran por primera vez en medio de la pandemia.
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