Política

Milei y el sacrificio

Por Santiago Mitnik
06 de febrero de 2024

Aún no llegamos a los dos meses del nuevo gobierno, y al menos en el campo legislativo, la política avanzó a toda velocidad. Con la grandilocuencia de un discurso refundacional e ideológicamente extremo y una gran legitimidad popular encima, el gobierno de Milei puede soportar el costo de errores e improvisaciones, pero no se puede dar el lujo de parecer pasivo, continuista o cobarde.

El mega DNU y la Ley Ómnibus (que técnicamente incluye al primero) incluían una batería de medidas que, si las miramos una por una, durante el gobierno de Macri hubieran sido escándalos y seguramente no hubieran pasado. Pero no nos engañemos. Todo esto es en última instancia una pantalla de humo para no ir por la verdadera clave de la supuesta “misión histórica” de este gobierno. La verdadera propuesta de campaña de Milei, y la única que realmente perfila una “solución” a algún problema: la dolarización.

Un horror sin fin

La propuesta de la dolarización durante la campaña electoral fue una verdadera revolución democrática. Algo que era un supuesto tabú se planteó de frente a la sociedad y ganó, sino la aprobación activa, al menos un acuerdo tácito de ser incluido en el debate seriamente. Pero así como vino, con la emergencia del discurso libertario puro, empezó a esconderse debajo de la alfombra con el acuerdo con el PRO.

La dolarización, con sus terribles consecuencias sociales y políticas, aunque sea efectivamente elimina de raíz el problema de la inflación generalizada. El sacrificio de la soberanía monetaria y la capacidad de ajustar el tipo de cambio es inmenso, pero al menos es un sacrificio concreto, específico, con un impacto medible.

La retórica política del período permanentemente contrabandea “sacrificios necesarios”, que nunca quedan claros ni sus impactos positivos, ni los negativos. La “sintonía fina” como retórica de pseudo ajuste, el cepo, la solidaridad, la necesidad de pagar impuestos y mantener los gastos del estado, la inflación como consecuencia de la puja salarial, etcétera. Ese es un lado de ese discurso del sacrificio. El otro: pagar la fiesta, el ajuste, la “corrección” del mercado, vivir en la incertidumbre y, lo más novedoso, no hay plata.

Tanto el macrismo como el albertismo no prometían más que ajustar la relación entre daño presente y daño en el futuro. Al no poder avanzar a fondo en las reformas en el corto plazo, el discurso del sacrificio se diluye en una sensación de molestia generalizada. El trade “pasarla un poco mal ahora para seguirla pasando un poco mal después” no tiene mucho atractivo. En palabras de un caricaturizado Duhalde de un cómic de Lenin y Vos: “Prefieren un horror sin fin antes que un final horroroso”.

La dolarización, en cambio, ofrece una salida monstruosa a esa trampa del desgano. El final horroroso que nadie (o eso parecía) quisiera ver. Por razones varias, fue la salida “revolucionaria” a la situación la pudo ofrecer una derecha que supo desdoblarse y capitalizar el hartazgo hasta el punto de romper el empate social.

Sin embargo, después del acuerdo Milei-Macri, el ala del establishment parece estar reteniendo al mileísmo, manteniéndolo simplemente en una versión extrema del macrismo. Así, incluso la discusión de la Ley Ómnibus, con su espíritu refundacional, era parte de la trampa posibilista en la que cayó el sistema político.

El Plan A y el Plan B

Antes de la votación de ayer, pensaba que tanto una votación afirmativa como una negativa de la Ley serían una tragedia política. La positiva era bastante fácil de entender mirando los contenidos. Casi todo sector o grupo ideológico puede encontrar un artículo que duele especialmente (en lo personal, algunas de las privatizaciones aparentemente incluídas). Pero una votación negativa en pleno tampoco era un muy buen escenario. Por ejemplo, un resultado negativo pleno en el Senado sería una pírrica victoria de un peronismo reducido a una casta burocrática-parlamentaria sobre la legitimidad constituída hace instantes. 

Este último parece ser el discurso que finalmente va a salir a relatar el gobierno. Para el mileísmo implicaría la inevitabilidad de profundizar en la retórica del “golpismo” y los “palos en la rueda”. Quizás ese era uno de los objetivos buscados (o, mejor dicho, un plan B), fracasar en medidas difíciles de aplicar y de dudosos resultados, para crear la imagen de un país posible, una vez sea barrido el adversario en 2025 (que aún está a siglos de distancia). O tal vez el plan B sea el plan A, fracasar y “que no quede otra” que dolarizar.

Pero volviendo al Congreso: entre la vía libre al barrido de los logros de generaciones y la implosión de la legitimidad política, una alternativa razonable parecía ser un negociación, complejísima, donde se le dé al gobierno una victoria simbólica, pero se logre contener el daño, especialmente a las instituciones largoplacistas, más difíciles de regenerar.

El amplio abanico entre colaboracionismo y resistencia que discutí en otra nota se fue haciendo notar. Las posiciones de los distintos actores son bastante predecibles, en sus intereses y en el rol que quieren tomar en la arena política. Ambos discursos se necesitan mutuamente. El problema es que, mientras la “resistencia” está firme y consolidada, las facciones dialoguistas son múltiples, dispares y poco firmes ideológicamente.

La rosca solo en defensa del nicho propio y la imposibilidad de plantarse, como parecía ser la línea del cordobesismo y del radicalismo, es un reflejo justamente de lo peor de la desarticulación ideológica de un gran sector de la política argentina. El brillo de Pichetto en su rol de último guardián de la institucionalidad de la rosca política no es un problema. El problema es la ausencia de un Partido Político de Pichettos (o un cordobesismo con alguna aspiración un poco más sólida) que se plantee con un programa medianamente coherente y legítimo. Fue solo gracias a la impericia y soberbia del oficialismo que esos actores dialoguistas terminaron vaciando de sentido la ley, recortando tantas partes que el propio gobierno debió ir hacia atrás. Aunque hay que remarcar, si o si, que esto hubiera sido totalmente imposible sin un bloque kirchnerista fuerte y consolidado, apoyado por la movilización popular y la CGT.

El camino hacia 2027

Lo esperable, para muchos, era que dentro del caos del debate y en marco de la ausencia de ideologías fuertes que guíen a los grupos dialoguistas, se filtren algunos artículos dañinos, y aunque sea muy reducida, la ley pase. Pero la realidad es que la política no funciona en base a lo que “debería” pasar, sino a lo que los actores realmente existentes quieren, pueden y saben hacer.

La respuesta del mileísmo de señalar una supuesta “traición” de los gobernadores, parece debilitar la opción de un rumbo “neomenemista”, de apoyarse en cuadros del aparato tradicional, que parecía que se estaba explorando con ciertas incorporaciones recientes. Viendo la calidad de sus cuadros legislativos y de gestión, la verdad que necesitan bastante ayuda. Pero sabiendo lo que sabemos, es bastante posible que la lectura sea simplemente acelerar, sea manteniendo la alianza con Macri-Caputo, sea con el grupo ultra hacia la dolarización. Nota aparte, el peligro siempre latente de ir expulsando de la alianza gobernante a algunos gobernadores radicales.

En este marco la interna peronista está presente en un nuevo escenario. Toda la bronca de varios sectores del peronismo contra el kirchnerismo o el progresismo termina cayendo en una gran impotencia, por ser solo un par de figuras con intereses personales, pero sin ninguna organización o estructura de espalda. El kirchnerismo, en cambio, tiene todo eso, pero su dirigencia está desgastada, y su legitimidad popular baqueteada. La situación hace acordar muchísimo a la época posterior de la votación sobre el pago a los Fondos Buitres, en el gobierno macrista. Y esa contradicción que parecía insalvable (Massa y el kirchnerismo) se saldó. Y así podríamos imaginar algo como una fórmula Llaryora-Kicillof en 2027.

Pero la cuestión de fondo es que más allá del sueño dolarizador no hay ningún relato que pueda vender un futuro. El mantra de “un plan de estabilización”, que tanto gusta a los macroeconomistas, no tiene asidero político sólido, ni parece que vaya a tenerlo en el futuro cercano. Vivimos una etapa más de oposición indignándose por las consecuencias estratégicas de la gestión, mientras el oficialismo fuga hacia adelante.

Es cierto que hablar del largo plazo con tantas amenazas tan presentes es bastante difícil. Podría incluso parecer una forma de esconder un derrotismo. La realidad es que la misión del momento, con el debate “en particular” abierto, es intentar salvar lo que se pueda, sean empresas estatales, universidades, marcos normativos, etcétera. Pero la ausencia de cualquier tipo de perspectiva de mejora de la situación en el futuro previsible, triunfe o fracase Milei, no puede ser simplemente ignorada. Hay que aprovechar ese pesimismo de la razón para romper el estancamiento y trabajar en un proyecto de país. Las consecuencias de mantener por años el piloto automático nos llevaron hasta acá. Ahora, la mayor certeza del fracaso obliga a expandir los horizontes.

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