Metacrisis y futurismo
Superpoblación, crisis climática y tensiones nucleares. Esta nota abarca una de las discusiones de este momento histórico: la idea de lo apocalíptico, del fin del mundo..
Por Santiago Mitnik
15 de julio de 2023

Una de las características de este momento histórico es la idea de lo apocalíptico, de la posibilidad del fin del mundo, como una presencia aceptada en la discusión política. Este fenómeno es generalmente visto como algo negativo, como un síntoma del sentimiento de impotencia y desesperanza. Pero ni es un fenómeno nuevo ni tiene por qué conducir a la inmovilidad.
Los otros apocalipsis
El marco de referencia que se suele usar para hablar de estas cuestiones suele ser el cristiano, y no es casualidad. Allí encontramos un gran antecedente, que puede ser importante repasar, en las Cruzadas.
Las Cruzadas sólo fueron posibles bajo el auspicio del “milenarismo”, la creencia firme de estar viviendo el Fin de los Tiempos. Esta creencia, vista desde un milenio más tarde, parece ridícula, pero en su momento estaba seriamente justificada. La idea del Año 1000 implicaba la finalización de una era en muchas referencias bíblicas y religiosas. Una versión a escala gigantesca de nuestro actual “culto al año nuevo”, tan ridículo si se piensa robóticamente. Además, la conquista de la Tierra Santa por un enemigo del cristianismo marcaba un dato material que probaba la crisis y señalaba un canal óptimo de salida a las tensiones internas de la cristiandad.
Como señala Todorov, el último “Cruzado”, fue a su manera, Cristóbal Colón, que más allá de cálculos cartográficos y comerciales, creyó encontrar en América una fuente de financiamiento y poder para recuperar Jerusalem, sin saber que estaba a punto de iniciar una nueva Cruzada, gigantesca, en otra dirección. La conquista de América fue la última de las Cruzadas religiosas y también el comienzo del nuevo imperialismo europeo, ilustrado, materialista y “civilizador”.
Otro momento verdaderamente apocalíptico fue el comienzo del siglo XX. No debe haber muchas imágenes mas apocalípticas que un soldado bolchevique cruzando Siberia en un tren blindado, conquistando el poder de los emperadores, tomando el cielo por asalto, mientras Europa arde en llamas. La segunda Guerra Mundial, con su gran batalla entre ideologías, fue también a su manera una guerra religiosa. Y en su final, con la Bomba Atómica se consolidó la idea de la idea de la destrucción del mundo (o al menos de la civilización como la conocemos) como una posibilidad real.
A su manera, hace más de 70 años ya que vivimos en la era “postapocalíptica”. Pero recién en el último tiempo, el apocalipsis, o la extinción, volvieron a aparecer con fuerza en la agenda política como fenómeno generalizado.
La era nuclear
La amenaza del fin del mundo más urgente, aunque quizás no la mas inmediata en el imaginario actual (después veremos cuál si), es la misma que hace 70 años, la Guerra Nuclear. Durante la Guerra Fría, la cuestión de cómo evitar un nuevo enfrentamiento militar que escale a una guerra nuclear fue un tema fundamental. Excepto durante la Crisis de los Misiles en Cuba, ni EEUU ni la URSS pensaron seriamente en usar el armamento nuclear para nada que no fuera la defensa.
La polémica sobre el “equilibrio” de la Destrucción Mutuamente Asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) ya fue discutida muchísimas veces, pero es importante entender el patrón que genera, porque es el molde con el que analizamos todos los demás apocalipsis posibles. Expresado perfecto en “War Games”, como la guerra nuclear es un juego que no se puede ganar, la única alternativa posible es no jugar. Pero en 1945 ese genio salió de la lámpara, y ya no hay vuelta atrás. La clave ahora está en jugar, pero no mover primero, un zugzwang estratégico, que si tenemos suerte, durará para siempre.

Con el fin de la Guerra Fría (e incluso antes, con los movimientos pacifistas) se apostaba a la posibilidad de un desarme masivo. Si la MAD era quedarse con el tablero de ajedrez ordenado pero sin mover las piezas, el desarme sería sacarlas a todas. Y si bien parece una empresa noble, los resultados de un desarme podrían ser terribles.
En primer lugar, volvería a habilitar guerras masivas que hoy son “movimientos prohibidos”. En segundo lugar, no hay forma eficaz de impedir que alguna potencia o grupo se “guarde” alguna bomba nuclear o la capacidad de producirlas. Sobre este último punto, es notable que el breve período de monopolio nuclear estadounidense fue visto con terror por la propia comunidad que participó del Proyecto Manhattan, sólo superado por la posibilidad opuesta de que ese monopolio lo tenga Alemania. Sobre el primer punto, en Japón murieron muchísimos mas civiles por los bombardeos incendiarios que por las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki.
En el presente, con las tensiones en Ucrania llegando al rojo vivo, la posibilidad de un intercambio nuclear es realmente alta. La central nuclear de Zaporozhie, situada en el centro de la acción, parece ser una línea roja como hace décadas que no se ve. Y mientras Rusia y la OTAN intensifican el conflicto, China parece proponer una vía de desescalada y enfriamiento del conflicto.
Pero, en todo caso, la única alternativa real a la tensión nuclear estratégica es la ausencia de guerras, un equilibrio global y permanente de fuerzas o el monopolio mundial del poder legítimo en un solo actor, algo que se parece a un Gobierno Mundial, un horizonte que parece aún lejano.
La causa ambiental
De cualquier manera, si hoy hablamos de fin del mundo, lo primero en lo que piensa la mayoría de la población es, posiblemente, la cuestión ambiental. Con un comienzo en los 60/70 y un revival fuerte en los 2000, el ambientalismo es hoy uno de los movimientos políticos, económicos y culturales más potentes del mundo.
Con sus distintas acepciones y corrientes, el concepto general del ambientalismo plantea que el desarrollo tecnológico, industrial y económico de la humanidad llegó a un punto tan alto que se vuelve insostenible con la base material del planeta, generando consecuencias dañinas o catastróficas, para la fauna, flora y la propia humanidad, con la extinción de la vida como escenario extremo.
Lo interesante de la idea del colapso ambiental es que, al igual que con la Guerra Nuclear, no es más que la expresión extrema de un poder destructivo que ya existía de antes. Las extinciones masivas, sea por cambios climáticos o catástrofes, son un evento usual en la historia de la tierra. Incluso, la extinción de la megafauna paleolítica puede haber sido causada en gran medida por la acción humana. Ya dentro del sistema de la civilización agro-ganadera, la humanidad causó una enorme destrucción de bosques y hábitats naturales y extinción de especies.
La diferencia con las capacidades de los siglos XIX, XX y XXI es que ahora podemos hacerlo a escala gigantesca y global, pero también que tenemos las capacidades y la ideología adecuada para poder frenarlo o revertirlo.

Los dos bloques políticos más grandes del mundo hoy, el liberalismo atlántico y el Partido Comunista Chino, están ideológicamente comprometidos con la causa ambiental. Lo que resta por discutir es cuán honesto sea este compromiso (a mi criterio lo es) y cuántas capacidades tengan para efectivamente convertir este compromiso en acciones con impacto real.
Se puede señalar que, efectivamente, las ganancias de las megacorporaciones internacionales están sustentadas en la explotación masiva de recursos naturales no renovables y en la contaminación. También es cierto que las mayores agrupaciones y foros que representan al capital internacional parecen estar convergiendo en las mismas posturas que el liberalismo atlántico político. La cuestión de la coordinación, control y gobierno del capital internacional es complejísima (y quizás imposible bajo este sistema, según las líneas más marxistas del ambientalismo).
En todo caso, las bases para un giro hacia una economía global más orientada hacia un ambientalismo existen. Principalmente, en el camino hacia una transición fuera del uso del carbón, el petróleo y el gas como fuentes de energía y combustible. Pero incluso si lo que se está haciendo no alcanza, o la acción humana individual no cambia nada a gran escala, el impacto subyacente es importante. Ya sea la protección de bosques nativos, el menor uso de plásticos o la reducción del agujero de la capa de ozono son efectos positivos.
Neo-maltusianismo y anti-maltusianismo
Otra fuente de ansiedad apocalíptica está ligada a la ambiental, pero debe analizarse por separado y es la cuestión demográfica. Las teorías maltusianas fueron desechadas por la edad de oro del desarrollo capitalista pero están teniendo un nuevo revival. La idea, en resumen, es que a un crecimiento gigantesco de la población sobreviene una enorme demanda de recursos, que son limitados, lo que provoca escasez y por ende un colapso de ese sistema civilizatorio. Este proceso efectivamente sucedió en innumerables ocasiones en la historia humana, con un gran número de ejemplos de civilizaciones borradas del mapa.
Lo cierto es que con las nuevas capacidades técnicas-industriales, la hambruna, el principal “filtro maltusiano” parece haberse superado a escala global. Pero el enorme boom demográfico producto de la democratización del acceso a mas alimentos, a la salud y vacunas parece poder generar una nueva “corrección” en esa ecuación, poniendo mucho mas estrés en la parte del consumo de recursos. El boom de población fue primero occidental, luego de China e India y prontamente lo será de África y el sudeste asiático.
Además, el centro desarrollado consume cada vez más (decenas de veces más que los países pobres), y nuevas regiones como China entran a ese nivel de consumo del primer mundo. Y si bien la capacidad de producción de alimentos y otros recursos crece (y se optimiza el gasto en muchas áreas), es difícil poder pensar que este crecimiento va a ser ilimitado. Desapegado en parte el sistema de la cuestión alimenticia, otra cuestión problemática es que todas esas personas puedan tener un trabajo, si es que es necesario
Pero otro riesgo demográfico, también apocalíptico a su manera, aparece acá como contrapunto: el colapso de la tasa de natalidad. Por diversos motivos, algunos conocidos y estudiados y otros quizás no tanto, en los países ricos y desarrollados se da, directa y naturalmente, una caída de la tasa de natalidad de la población. Que la gente tenga cada vez menos hijos puede ser algo positivo o negativo, dependiendo de la ideología de donde se mire, de la circunstancia y de la escala de esa caída.

China, con la política de Hijo Único, buscó frenar los efectos nocivos del boom poblacional. Ahora, luego de una etapa de gran desarrollo, dio marcha atrás y busca, muy activamente, una política de promoción de la natalidad. Por motivos difíciles de explicar, no hay casi ningún caso de una política estatal “natalista” que tenga efectos claros identificables. Solo casos muy específicos, donde la natalidad es usada como arma en una guerra a largo plazo y está muy intrincada en los valores culturales de los pueblos (Irlanda e Israel son ejemplos conocidos, pero incluso allí la caída de la tasa de natalidad es notable).
En todo caso, varias naciones de Asia y Europa (y en general sus poblaciones en todo el mundo), están empezando a ver una caída demográfica potente y peligrosa. ¿Cómo suplir esta repentina ausencia de personas jóvenes en la sociedad? Aparecen varias opciones. Primero, descubrir cómo revertir el proceso. Luego, importar población y mano de obra de las zonas del planeta con mayor “oferta” y tasa de natalidad. Otra es la automatización de esos procesos económicos gracias a las nuevas tecnologías.
Este posible colapso demográfico podría ser tan apocalíptico como una guerra nuclear si no se logra manejar. Los complejísimos sistemas socio-económicos de la actualidad requieren un funcionamiento justo y preciso de la maquinaria social. Lo que puede empezar como un estancamiento al estilo japonés, puede derivar en una crisis de tipo desconocida en pocas décadas.
Entre la política y la ciencia ficción
En el año pasado, con la salida de ChatGPT, saltó a primera plana del debate publico otro supuesto riesgo apocalíptico, el de la Inteligencia Artificial. Si bien no es un debate nuevo es la primera vez que se lo está tomando en serio por parte los expertos y las instituciones globales. Este tema merece un debate mas extenso que el que se le puede dar en esta nota. Algunos lo ven como una simple herramienta, otros como un evento revolucionario pero controlable y otros como riesgo existencial a la humanidad. Sobre esto y las posibles medidas a tomar, seguramente escriba en un futuro.
Terminando esta enumeración de apocalipsis, aunque no estén muy presente en la arena publica, considero importante nombrar la posibilidad de un cisne negro, de un evento apocalíptico inesperado que irrumpa: un asteroide no detectado, una invasión alienígena, etcétera.
Ante este escenario hay dos cosas que se pueden hacer. Primero, aumentar nuestras capacidades científico-tecnológicas para detectar y prever las amenazas, y en todo caso nuestras capacidades de defensa planetaria. Segundo, convertirnos en una especie multiplanetaria primero, y multiestelar después, como seguro de supervivencia a largo plazo. Esta última opción “soluciona” casi todos los riesgos anteriores, aunque bien puede ser considerada como “escapista”.
El pensamiento apocalíptico no es nada nuevo en la historia humana. Lo que es realmente novedoso es la cantidad de “apocalipsis” simultáneos a los que creemos enfrentarnos. Este nuevo hiper-milenarismo, suele ser llamado poli-crisis o quizás mas adecuado, meta-crisis. Varias ideologías y pensamientos surgen como vías de escape a todos estos riesgos: el ambientalismo, el globalismo, el tecno-optimismo, el primitivismo y el nacionalismo defensivo.
Por eso no tiene que ser un escenario pesimista, sino todo lo contrario. Por primera vez en la historia humana tenemos las capacidades reales de resolver los principales dilemas a los que nos enfrentamos. No tenemos que esperar a las lluvias como los pueblos primitivos, si queremos evitar las sequías podemos trabajar para que dejen de suceder. No es casualidad que todas las posibles soluciones se parezcan a escenarios de historias de ciencia ficción. Es justamente la idea de ese género: ver los riesgos de la actualidad y proyectarlos hacia el futuro.
El pensamiento apocalíptico perfectamente puede ser conducido en un carácter progresivo, como una defensa contra algunos de los peores futuros posibles, lo cual es, inevitablemente, la propia construcción de un futuro mejor. Del nuevo milenarismo, a un nuevo futurismo.



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