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Artificios

Mar del Plata, el ocio permitido

Por Bautista Prusso
15 de mayo de 2023

Foto: Marcos López (fotógrafo).

Un recuerdo que irrumpe involuntariamente,

eso también es un encuentro.

 

La Belle Epoqué

Mar del Plata. Quizá Patricio Peralta Ramos no previó que el loteo de sus chacras decantaría en un oasis de esplendor turístico y festividad nocturna. Tampoco debe haber tenido en cuenta que el nacimiento del ocio de la ciudad balnearia vendría acompasado con la belle epoque, un espíritu de época condensado en el Bristol hotel, consumo conspicuos, presente permanente, diversión y lujos fútiles. Menos que menos, casi con seguridad, qué el siglo XX dejaría su marca con el ascenso de la clase trabajadora y su éxtasis en los años del auge de la cultura de turismo desplegada desde el peronismo como motor del derecho al goce.

La intención de este pequeño borrador es tomar cómo punto de inflexión el ensayo (o intento) de Juan José Sebreli, Mar del Plata: El ocio represivo, y subvertir -en la medida de lo posible- algunas de sus principales hipótesis/conclusiones para pensar y reflexionar sobre las vacaciones y Mar del  Plata.

La apuesta del texto en cuestión es la de pensar -recorrido diacrónico mediante- cómo la Feliz se fue gestando como patio trasero de la burguesía y oligarquía de posguerra a partir del ocio como dimensión estética y política en el devenir de la incipiente ciudad balnearia. Intenta el ensayista una sociología proustiana -más bien decadentista- con una mirada muy escéptica de la juventud y del turismo populista. Sebreli habla de una época de culto a la inutilidad, al ocio, el lujo cómo pose y cómo forma de estar en la arena social. La conversación entre nos -entre élites- signo distintivo de la generación literaria, implicaba un actitud de contemplación, parte de la personalidad del dandy que observa y goza con la mirada.

La ciudad estratificada que proponía la generación de la época marcaba espacialmente a la alta alcurnia; de un lado a una oligarquía con pretensiones de ser vista en el Hotel Bristol; y del otro lado, los profesionales, empresarios con anhelos de austeridad y anonimato en el Gran hotel. Dentro del alojamiento mismo se destacan distinciones de clase a partir del color pintado en la pared: la oligarquía “distinguida”, del lado del color rosa; y las menos ilustre, del lado blanco. Y si pensamos en un estamento más bajo aparecen en otro salón las clases medias adineradas, el new rich, aquel que no viene de alcurnia ni es de la “crema batida”. La aspiración social ascendente resultaba una marcación distintiva para la vida social marplatense y traducía las tensiones de una sociedad incompleta que depositaba en la pose estética y poderío económico su razón de ser. 

Sobre las mesas, acompañadas con sillas vienesas, y cubiertas con manteles de granitée blanco, brillaban cristalerías, lozas y platos importados, junto a los búcaros con flores y a las cartas menú escritas en francés.

Foto: Fotografía por Annemarie Heinrich.

Se gesta la idea del rambleador como una especie de Flaneur. Aquel que camina, aquel hombre que contempla la rambla cómo arquetipo de la argentina cool, blanca y europea de aquella generación. Mar del Plata como la Biarritz latinoamericana. Sillas de mimbre, faroles, la “moda” en los trajes de baño, el aburrimiento y la caminata  son signos de una época chic y elegante.

Dos eventos trascendentales en términos de transformaciones socio-políticas para la ciudad  merecen ser nombrados: la llegada del ferrocarril en 1886 y la apertura, dos años más tarde, del Hotel Bristol. A partir de ese entonces, se desarrolla un período de aceleración y expansión de la “villa balnearia” de las elites a otros sectores sociales, conformando la ciudad turística de los años veinte y treinta, llegando finalmente a la Mar del plata ”popular» que se mantiene hasta los años 80.

 

De la clase media a las masas

Y de un tiempo a esta parte, la rambla se transforma en esa combinación de cuarcita blanca y rosa anaranjado de los ladrillos prensados que conocemos hoy; Bustillo deja sentado un símbolo identitario para las generaciones venideras. Mientras tanto, lo incómodo y heterogéneo de la composición social de la ciudad es digno de ser nombrado en una época marcada por el ascenso de la clase media a los espacios reservados a la oligarquía.  Los reductos de la alcurnia costera se acotan al Golf club, club náutico, yacht club, ocean, cómo islotes enquistados por fuera de una ciudad plebeya.

La cultura de masas se consolida efectivamente a partir de la construcción de la ruta dos como política caminera estrechamente ligada a la llegada del automóvil a la ciudad. Si en la década del veinte y del treinta los sectores medios resultan actores protagónicos, a partir del 46´ un nuevo hecho político le dará la posibilidad a los trabajadores de participar, a decir de Daniel Santoro,  en la democratización del goce: La promesa siempre es de felicidad, nunca de sacrificio, nunca hay un horizonte de sacrificio en el peronismo. La izquierda, dice el pintor, piensa que son necesarios sacrificios revolucionarios, y la derecha o el sistema capitalista en general, ponen la meritocracia y el sacrificio para lograr un status determinado. Nada de eso es relevante para el peronismo.

La irritación aflora en la oligarquía nacional y el peronismo le agrega un nuevo componente: el turismo social y la masificación del consumo en Mar del Plata.

Una dama de la oligarquía, la escritora Carmen Gándara exclamaba caminando por una calle llena de gente: -¿Qué pasa en Mar del Plata que ahora nadie nos mira? (Sebreli,1993)

En una experiencia similar al Frente Popular en Francia de la mano de Leon Blum, el peronismo pone sobre la mesa de la discusión política el derecho a vacacionar, cómo símbolo de emancipación del trabajador. Es así, que lo logra en un sentido material: Chapadmalal, el Hurlingam y demás hoteles sindicales son una realidad asequible, palpable.  Desde sus comienzos el antiperonismo apuntará contra esa fuerza irreverente que viene a plantear el disfrute colectivo a costa de afeamiento, desaliñe, desacomodo.

Una proporción nada despreciable de testimonios orales de hoteleros y comerciantes coinciden en una frase: ´El peronismo acabó con Mar del Plata. Cundió el pánico; espantó a los ricos, que eran los que nos daban de comer´. Es que el Estado empieza a hacer las veces de intermediario y a inclinar la cancha en favor del turismo sindical y trabajador.. A esta jugada, la hotelería y el sector privado le responderá consecuentemente con irritación y desencanto: demolición de hoteles, posicionamientos públicos en contra de la política hotelera, ausencia de plazas para alojar a que el turismo ávido de descanso y vida nocturna. Turistas no faltan, lo que faltan son financistas (inversiones).

 

Lado B: El turismo

La contracara de la ciudad vedette, es la transformación del marplatense en lo otro, lo subordinado, lo marginal. Hay algo de esa lectura que dialoga con nuestro presente. El malestar en la cultura marplatense, con una esperanza de acceso a la vivienda más cercana a una utopía inasequible que a una realidad, se  traduce en lo que describe el autor sobre la relación marplatense- turista: una atracción repelente, de simpatía antipática; le molesta porque su vida complica y se llena de incomodidades, pero a la vez sabe que necesita del turista porque la ciudad entera vive de él. El marplatense, consagra así una relación de ambivalencia, de dualidad permanente ante lo foráneo.

Sebreli proyecta en esta dinámica de tiempo ocioso una alternancia periódica de ilusión y desilusión. Las vacaciones como una frustración, como un mito. Si las vacaciones son un margen de la vida cotidiana también se tratan de un rito que tiene su mecánica, su rutina y su neurosis. Filas, ruidos y luces componen la aporía vacacional.  

Freud ve en las fiestas rituales (o vacaciones) un exceso permitido y ordenado, una violación solemne de una prohibición. Desde este lugar es que Sebreli corre “por izquierda” (frankfurtiana) la idea del ocio capitalista y su función neutralizadora. Se piensa desde un pedestal mientras se observa la cultura a través de las ilusiones de la intimidad “burguesa”, siempre desde un lugar de desmitificación de la experiencia populista. Argumenta que no existe una auténtica satisfacción humana allí en las vacaciones, sino más bien un valor de cambio, una moral que encuentra en Mar del Plata su realización concreta. La cultura ociosa, así, solo sirve para satisfacer un ansia de beneficio y utilidad. Una falsa libertad que otorga dosis de placer que diluyen “la verdadera” emancipación que haría temblar las bases de la apropiación capitalista misma.  El tiempo libre no se identifica con la diversión organizada, es parte integrante de una enajenación histórica. De esta forma, el estructuralismo piensa en la ciudad costera una desublimación represiva,en la cual todo incita, todo estimula pero nada pareciera satisfacer.

Foto: Recuerdo de Chapadmalal, de Daniel Santoro (2005).

YPF

En El malestar en la cultura Freud habla del principio de realidad, entendido como la subordinación del placer a la realidad del hombre como mero instrumento para el rendimiento económico. Me interesa detenerme en esta idea de concesión del ocio con el subtexto de la reproducción de las relaciones de clase con la que  tanto insiste el autor.


Es que a la regulación temporal del trabajo, la instrumentación del cálculo se la desarticula priorizando los tiempos humanos. Y en eso el peronismo da cuenta en acciones concretas de saberse por fuera de la lógica del sacrificio, de las promesas a futuro. La dispersión, el ocio institucionalizadas a una realidad concreta, alcanzable y hecha política pública.

El peronismo al politizar las vacaciones, le da el carácter de derecho, de garantía de un futuro desde un mantra esperanzador. Y entonces vale  el ejercicio de situar esta politización, contextualizarla históricamente en torno a la desidia y al abandono de una clase trabajadora que se supo por primera vez usuaria de un lugar históricamente impropio. La satisfacción tiene que ser inmediata porque la urgencia de resolver el disfrute así lo demanda. 

Foto: Archivo General de la Nación.

Consumos y goces dispersivos

En relación al disfrute y la industria, la ciudad nos acerca un acontecimiento que le hace honor en forma de fílmico: El festival Internacional de Cine. Desde 1948 hace su aparición en la escena local para celebrar “la misión” de exponer ante el país un resumen de la vida por fuera de las rutinas. El contexto es de esplendor; la Argentina vive sus años gloriosos en materia cultural y artística. En una de los documentos en los que trabaja acabadamente el Archivo General de la Nación me queda el siguiente recorte: Ellos merecen nuestros agradecimientos como calificados obreros de la fábrica de sueños que es el cine.

Mar del plata como un eterno anfitrión de las clases medias y altas nos muestra una película de plenitud, festividad, status, y material cultural for export. Se trata más de dejarse influir por este exceso, por la grandeza de un destino costero de desborde y festejo, que por el pedido de cordura, austeridad, promesas a futuro,vacaciones empaquetadas y normadas.

Pensar los consumos en relación a la ciudad cómo un gran árbol donde se pone en juego la sociabilidad de diversas tribus es una labor interesante en nuestros tiempos. La  pretensión de querer segmentar a la vida social en términos duales y simplificados no deja ver un presente que –aunque atomizado e hiper individualizado– no deja de presentar síntomas de una narrativa colectiva y compleja.

Maffesoli, sociólogo italiano, plantea que el clima de nuestra época está impregnado de varias figuras y metáforas que representan la estética del estar juntos del presente. Figuras de exceso, carnaval, festival, el gasto, el lujo, lo superfluo, el ocio, el hedonismo, las efervescencias musicales y deportivas, lo bárbaro, son observadas por el autor para comprender el sentido trágico de la existencia. Pienso en fiestas electrónicas, festivales, campeonatos deportivos, las plazas llenas, la playa cómo una mardelplata del ocio disperso

Es en la idea de tribalismo (o neotribalismo) que plantea donde se vislumbra una forma fiel de lo que sucede en este clima de época : fluidez, convocatorias puntuales, inmediatas, con sentido estético a la vez que superficial e inutil. En este aspecto se permite hablar de superación del principio de individuación. Lo que Sebreli machaca como alienante, chic, frívolo desde acá lo reivindicamos cómo una nueva propulsión colectiva a realizar la vida social.

Se trata entonces de que Mar del Plata y la vida en vacaciones adopte, de forma casi exagerada, una forma  sensible, táctil y dionisíaca; la mayoría de los placeres populares son placeres de multitud.

Espero les haya gustado pensar en las vacaciones y el vínculo con Mar del Plata al menos por unos minutos. Como marplatense de primera generación, hice el intento de no ser injusto con ella. Te he tratado mal y pido perdón. Los marplatenses saben que hay con nuestra ciudad una paradoja particular.

Serás mi domicilio

aunque no termine de encontrar tu gracia

Cuando no estoy

pienso todo el tiempo en volver a vos

Pero si no me voy

No veo el momento de volver a estar lejos.

Cientificos del Palo – Mar del plátano (2017).

Bautista Prusso

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