Urbe

LAS DERECHAS Y LO NUEVO

Por Dante Sabatto
08 de octubre de 2022

Cambian los personajes, pero la trama se mantiene. Sale Johnson, entra Meloni, ¿sale Bolsonaro? Los gobiernos de Hungría y Polonia hacen equilibrio ante un Putin que ha pasado a la ofensiva. En España, el PP de Núñez Feijóo intenta tragarse a Vox, del mismo modo en que lo hicieron los Tories de Boris Johnson con las formaciones derechistas de Nigel Farage y sus partidos UKIP y Brexit.

Fuera de las oficinas gubernamentales y los bureaus partidarios, la radicalización, especialmente por derecha, está en el aire. Se siente, se huele. No es el único componente: hay tendencias de moderación, hay radicalizaciones por izquierda, hay surgimientos de nuevas demandas. No salió de la nada: es solo una nueva fase de un proceso histórico. No está determinado completamente por la edad, el género, la clase, pero sí hay un habitus de radicalización.

Sí hay algo nuevo. Algo nuevo en la derecha.

Hace un par de años pensaba estas tendencias de radicalización en cuatro direcciones. Muchas agua ha corrido desde esa nota: Milei, por ejemplo, casi no aparece en la sección sobre Argentina; hoy, es el fenómeno más analizado de la política nacional. Pero, más precisamente, se ha modificado algo en esas tendencias afectivas, esas corrientes sociales de sentires e ideas que definen la época. Quiero pensar estas transformaciones en tres ejes, tal vez los tres determinantes de la política: tiempo, organización, acción.

 

1. El tiempo: del presente al colapso

Desde comienzos del siglo XXI, las afecciones políticas conservadoras enfrentaban un dilema. La detención del tiempo producto del «fin de la historia» noventista se había extendido demasiado, y esa extensión era percibible. Como en la «nueva refutación del tiempo» borgeana, la contradicción es palpable: si el discurrir del tiempo se ha acabado, ¿por qué se percibe una duración? La sensación era la de vivir después del fin de la historia, del fin del mundo: en palabras del crítico Hal Foster, ¿qué viene después de la farsa?

La extensión del discurso ambientalista en las últimas décadas debe entenderse en este contexto. No es que no existiera previamente (el mismo Perón había dado creciente importancia a este tópico hace cinco décadas), sino que se fue configurando de un modo particular, como una fenomenología apocalíptica. Este discurso fue especialmente promovido desde la izquierda, contra una derecha que disputaba, muchas veces desde la teoría conspirativa, la verdad científica del cambio climático.

Sin embargo, ni todas las derechas son conspiracionistas ni todas las izquierdas adhieren a los estándares instituidos de la ciencia. Y, más allá de ello, la cosmovisión del colapso se ha extendido masivamente, atravesando todas las fronteras ideológicas tradicionales. Esto va de la mano con una idea de inevitabilidad y una disputa por qué hacer, no solo en el sentido de qué medidas se pueden tomar para reducir y revertir los efectos del cambio climático, sino en un sentido más general: ¿qué es justo exigir a las ciudadanías que esperan el colapso? ¿Cómo se distribuyen las responsabilidades, las culpas?

Los reclamos anti-élite global realizados desde la derecha son, es ya un cliché decirlo, deformaciones paranoides de un reclamo, en esencia, justo: ¿por qué tenemos que sufrir? ¿Por qué no puedo usar pajitas de plástico, por qué debo reducir mi consumo de carne, cuando cualquier jet privado de un multibillonario produce más emisiones en un solo viaje que las que yo voy a poder generar en toda mi vida? Por supuesto, la respuesta no pasa por una organización internacional secreta que controla los hilos, sino por las estructuras impersonales del capitalismo global.

Pero lo importante, aquí, es la negativa de la derecha a ceder en su reclamo en el marco del colapso por venir. Las nociones de un mundo ordenado en jerarquías estáticas firmes son particularmente atractivas ante una perspectiva apocalíptica, y lo es más la elaboración de una ideología ultracoherente e hipersimple, capaz de explicarlo todo. Nadie quiere matices. Es más: nosotrxs, de la vereda de enfrente, tampoco.

Pero esta concepción colapsista es, a priori e indefectiblemente, una cosmovisión de un pesimismo extremo. Sangra entonces por una herida secreta: su efectividad puede convertirse en una debilidad extrema en el punto en que tenga que ofrecer respuestas, afecciones positivas, cualquier cosa que combata al desánimo. Mientras persista en su pulsión de muerte, los caminos a los que lleva son esencialmente oscuros y tienden no a extender el tiempo sino a gatillarlo.

Y las nuevas subjetividades de la derecha se forman en este caldo de cultivo. La negatividad puede ser altamente productiva, sin duda. Pero quien espera colapsos produce colapsos.

YPF

2. La organización: del populismo al mesianismo

En un momento, Donald Trump y Boris Johnson condujeron al unísono los destinos de Estados Unidos y el Reino Unido, y los memes sobre peinados rubios fueron insoportables. Ese tiempo ya no es el nuestro.

Sin duda las derechas siguen ganando elecciones, incluso (¿sobre todo?) las radicalizadas. Decíamos al inicio de la nota que los elencos siempre se renuevan pero nunca cesan. No se trata de un fin de ciclo, en el sentido de que haya pasado un momento derechista en pos de uno centrista o progresista. Lo que parece estar cambiando, más bien, es el momento populista de las nuevas derechas.

Se trata de un momento signado por la representación, por la confianza, por un lazo establecido en dos ejes: ligando entre sí a un colectivo, y conectándolo quien ejerce el liderazgo. Es un vínculo que, desde Laclau, no podemos entender como unidireccional: si la representación resulta de las voluntades de lxs representadxs, también es posible que en ciertos casos necesite ser cronológicamente anterior, que solo cuando aparezca el liderazgo pueda un grupo reconocerse a sí mismo como tal.

La representación es un acto de fe, y el momento populista, como momento de consolidación de un colectivo en pos de una determinación entre ellxs/nosotrxs, es una inflexión particular de esta fe. Pero nada de todo esto es particular de las derechas, las izquierdas, los centros, ni nada por el estilo, sino común a la política.

Si queremos pasar al nuevo momento populista de la derecha en los últimos años, tenemos que ver su modo particular de relación con las élites, un modo contradictorio por el que se es parte del sistema y outsider a la vez. Donald Trump no rompió el sistema bipartidista estadounidense, pero copó y transformó marcadamente el Partido Republicano a su imagen y semejanza. Bolsonaro fue diputado durante décadas, y estableció claras alianzas con las agrupaciones clásicas del vapuleado sistema de partidos brasilero. Más lejos ha ido Orbán en Hungría, e incluso Duda en Polonia, pero sin avanzar hacia un autoritarismo pleno.

Decir que este momento populista está mostrando atisbos de transformación no quiere decir que la derecha vaya a dejar de ganar elecciones. Quiere decir que ya no se juega allí, plenamente, su destino, del mismo modo en que ocurría hace un tiempo. Durante años, hubo una importante carga puesta sobre la confusa relación entre la nueva derecha y la institucionalidad liberal occidental: hoy, esto se ha rutinizado, ya no produce sentido del mismo modo en que antes lo hacía. Bolsonaro y Macri muestran, en modo similar a lo ocurrido con Trump en EEUU, que las derechas siguen galvanizando importantes bases sociales aun en la derrota. Pero ya no se percibe que la victoria electoral sea condición sine qua non para su momentum.

Estamos moviéndonos hacia una fase de carácter más mesiánico, producto del desencanto con los tiempos lentos e imprecisos de la política institucional clásica. El mesianismo es un modo particular de vivir la relación entre el presente y el futuro, que se caracteriza por el llamado a vivir el mañana hoy, a abrir el presente para que el futuro caiga aceleradamente sobre él. Esto no elimina la política partidaria y electoral, sino que la mediatiza de un nuevo modo: se trata ahora de producir las condiciones para el advenimiento de ese futuro que, recordemos, toma fácilmente la forma de un colapso.

Es un momento, también, más solitario. Porque es un momento de espera, y, como sabía Scalabrini Ortiz, no hay nada más solitario que la espera. Los lazos se relajan, se deslizan un poco en el surgir de nuevas diferencias internas, nuevas divisiones, hasta que algún discurso unificador vuelva a surgir.

Una vez más, por las dudas: esto es solo un aspecto más, que se une a las muchas formas de intervención política que tienen las derechas. Pero para pasar a ellas, debemos considerar más precisamente la cuestión de la acción. ¿Qué se hace mientras dura la espera del Colapso, qué se hace para acelerar la llegada del mañana?

3. La acción: de la cultura a la violencia

Por más que se burlen de los progres, término que en inglés se pronuncia woke, la derecha estuvo en las últimas décadas tan preocupada por la batalla cultural como el resto de los mortales. Podríamos decir, incluso, que sigue estándolo, sobre todo a través de su participación en el debate sobre la «cultura de la cancelación», tal vez uno de los más insulsos de la historia humana.

En términos más generales, las derechas trabajaron discursivamente la cuestión identitaria desde los mismos ángulos que las izquierdas: reafirmación de un biologicismo inerte contra la «agenda LGBT», de los valores familiares tradicionales contra el feminismo, de la identificación étnico-nacional contra el multiculturalismo liberal, etcétera. 

No hay nada nuevo en estos temas. Sin embargo, resulta muy visible un cambio en el modo de trabajarlos: un abandono creciente de la primacía discursiva y un pasaje a articulaciones de otro tipo. Son fases correlativas: Donald Trump no ilegalizó el aborto, pero sentó las bases (institucionales, además de discursivas) para que la Corte Suprema de Justicia acabara con la protección federal a este derecho luego de su salida del poder. La avanzada contra los derechos de las personas trans en países como el Reino Unido ha adquirido un matiz de violencia física explícita y visiblemente defendida que antes no tenía. 

Esto debe entenderse en el contexto cognitivo que describíamos: es un momento de reproblematización del futuro, de surgimiento de nuevas nociones sobre el colapso. Es un momento menos populista, más mesiánico, más solitario.

Y es un momento de sustancialización de la violencia. Porque, por más retroutópico que sea el discurso derechista, por más conservador que sea, por más que alabe a un pasado glorioso al que se retornará, tiene cada vez más claro que se trata de construir lo nuevo. Tal vez las “nuevas derechas” den cuenta más bien de la preocupación de las derechas por lo nuevo. Él énfasis no está en Great Again sino en Make America. Y la producción de lo nuevo requiere la interrupción del presente y eso requiere una idealización del acto violento. No necesito dar ejemplos.

Siempre ha habido shooters, amateurs profesionales del atentado político, desde el asesinato del archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo, pasando por el anarcoprimitivista Unabomber, hasta nuestros días. Por momentos parecen menos activos, pero siempre vuelven, y con ellos renace ahora un género literario: el del manifiesto político.

El rol que ocupa la violencia en el imaginario de la derecha ha cambiado a lo largo de la historia. Entre el ideal militar prusiano, donde orden y jerarquía imperan y la coacción es aséptica y utilitaria, y el impulso brutal fascista donde la pasión manda, hay una infinidad de grises. De lo que se trata, además, es de descubrir la carga emocional escondida y reprimida tras la máscara de esterilidad del soldado, y el amor por el orden firme ocultada bajo el desenfreno del fascista.

Pero el punto, en este nuevo momento de las derechas, es el modo en que la violencia completa el triángulo abierto por la perspectiva del colapso y el momento mesiánico. La contradicción entre la seguridad de que el futuro adopta la forma de una nube negra y la pulsión de acelerar el final de un tiempo presente que se vive como muerto se resuelve por recurso a la producción violenta de lo nuevo.

4. Talking ‘bout my generation

Hay indicios, huellas y síntomas. Todas estas tendencias se anuncian como potencialidades, como emergencias, no forman un retrato completo del presente. Pero parece que estos tres caminos están siendo crecientemente transitados, y lo que es más importante, forman un conjunto lógico coherente y cohesionado.

Y deberíamos advertir que esta formación cognitiva no está más desorientada que la de unas izquierdas que afirma el apocalipsis climático y asegura a la vez poder combatirlo con acciones que fallaron ante enemigos más débiles, o la de un centro político que cree que algún tipo de racionalidad política lo salvará de un abismo que él mismo construyó. No hay brújulas que funcionen bien en estos tiempos.

Esta desorientación es absolutamente definitoria para una generación entera. Las alternativas ante ella son múltiples, no infinitas pero sin duda tampoco unívocas. Estos cursos de la derecha representan una de las sendas disponibles. Pero hay algo claro: es constitutivamente imposible enfrentarla sin responder materialmente a las fallas presentes. Si lo único que tiene para ofrecer aquello que no es la derecha es una confirmación de que el colapso viene pero haremos lo posible para evitarlo, empezó la partida rindiéndose.

Las derechas están siendo particularmente efectivas en construir sentido de época no porque haya algo constitutivo en la realidad que incline la cancha, sino porque han sabido montarse exitosamente sobre las deficiencias de los discursos progresistas establecidos y porque ha vuelto a apostar por lo nuevo. No se trata de abandonar el pesimismo: es más, es probable que para los discursos alternativos sea más eficiente ser pesimista. Lo que hay que hacer precisamente es rechazar la ecuación que dice que el pesimismo es de derecha.

Mi intención en estas líneas era mostrar cómo las nuevas derechas logran subvertir el curso natural del pesimismo y combinarlo con una afirmación de necesidad de actuar. Si algo debemos aprender quiénes queremos combatir esta política es justamente este movimiento. No podemos sobreactuar un optimismo que a nadie convence. Es posible montar, sobre una comprobación clara de que a la idea de colapso hemos aportado todxs, una ética compatible con otros valores. Podríamos empezar por volver a pensar la idea de justicia.

 

Dante Sabatto

Sociólogo UBA.

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