CULTURA
LA CIENCIA IMITA AL ARTE: UNA CONVERSACIÓN CON JOSÉ EDELSTEIN
Por Luciano Grinberg
17/09/2022

«Es extraña nuestra situación aquí en la Tierra. Todos venimos para una corta visita, sin saber el porqué, aunque a veces parece que tengamos que adivinar un propósito. Pero, sin embargo, desde el punto de vista de la vida cotidiana, solo sabemos una cosa: que estamos aquí en beneficio de los demás, sobre todo de aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad.»
– Albert Einstein
Esta charla se dio en el marco de un vivo de Instagram, para mi programa radial Sonido Consentido de Radio Nacional Clásica. El invitado fue José Edelstein, físico teórico, escritor y divulgador argentino. En artículos anteriores hemos hablado de la estrecha relación que José tuvo con Stephen Hawking. En este caso nos abocaremos a repensar la relación entre ciencia y arte. Para ello fuimos pasando, casi sin darnos cuenta, de la teoría de cuerdas a Beethoven, del impresionismo a Picasso y de Einstein al Quijote.
Por más que una entrevista de este tipo parecería tener sólo dos interlocutores, fueron de a poco uniéndose distintos personajes. De hecho, creo que no hubo un solo momento de diálogo que no se haya visto interrumpido por alguna enseñanza de algún físico, poeta o músico conocidos. Diríase que cuando una charla quiere tocar tantos temas, nadie se queda afuera. Como no podía ser de otra forma, Alejandro Dolina tampoco quedó afuera de la disertación. Él mismo, implícita o indirectamente presente, decía lo siguiente en una charla que tuvo con Edelstein:
“La ciencia es universal y comprobable. Por otro lado, si me preguntan qué es el arte respondería como lo hizo San Agustín con respecto al tiempo: si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Yo creo que el arte es un afán de comunicar cosas a veces no inteligibles, pero igualmente comunicables. Está claro que la experiencia artística es individual, cada uno cree entender lo comunicado. A diferencia del científico -que debe alejarse lo más posible para observar objetivamente el universo-, el artista quiere estar ahí. Aparece el poeta y lo que escribe es él.”
Es decir que el hecho artístico es en sí la búsqueda de un imposible: comunicar lo incomunicable. Inmortalizar la vida. Es casi un oxímoron. Sin embargo, ocurre.

José Edelstein
Esto lleva a preguntarnos ¿qué sería de nosotros sin arte en el que espejarnos? ¿Para qué sirve la ciencia si seguramente nunca podamos comprender del todo el todo? ¿El conocimiento nos hace más felices? ¿Sísifo empuja la piedra aun cuando su sueldo se devalúa cada vez más? La charla podría haber empezado con alguna de esas preguntas, pero empezó así:
¿Para qué sirve la ciencia si sabemos que lo que desconocemos es infinitamente mayor que lo que conoceremos en nuestra vida? Por ponerlo más personal, ¿te hace feliz hacer ciencia?
Muy buenas preguntas, que no tienen una respuesta única. Podría trasladarla de forma provocadora y decirte: juguemos a ser Beethoven, ¿valió la pena lo que hizo? Podríamos ponernos cínicos y decir que no. ¿De qué sirvió? ¿Qué vida fue salvada? Pero escuchamos su música y es evidente que nos pasa algo. Yo tengo gustos muy sencillos, pero por ejemplo la sonata Claro de Luna de Beethoven es algo tan simple y tan estremecedor que me parece que muestra una conexión con algo que no sé qué es. En su momento, cuando tomé clases de piano, quise aprenderla y viendo la partitura no parece difícil. Sin embargo, no alcanza con contar las notas y los silencios, sino que hay que entender en cuáles notas y silencios está la clave. Entonces, ¿por qué un músico compone o toca? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? En el fondo nos vamos a morir todos, no tiene ningún sentido. Lo que prueba eso es que la inteligencia humana no consiste en jugar bien al ajedrez o en calcular rápido. Por un motivo muy humano uno no es del todo racional. Al igual que lo que dije de la genialidad: nuestra inteligencia está plagada de aspectos tremendamente negativos junto con otros que son buenos o malos dependiendo de la situación. Nosotros somos conscientes de nuestra mortalidad y de la finitud. Como dice Dolina de forma muy tanguera, que me encanta: “Si pasa una mina que te gusta adelante tuyo vas a ir a hablarle, porque si fueras inmortal y el universo eterno, te quedarías esperando para que la vez quinientos mil millones que pasara sea ella la que se acerque a hablar. Pero como somos conscientes de nuestro deterioro, es mejor hacerlo ahora.”. Es decir, tenemos el incentivo de la muerte. ¿Y qué es la felicidad? Está claro que la empatía es parte, nadie puede ser feliz si todos los de su entorno están mal. Entonces no tiene que ver sólo con la inteligencia, sino con una apuesta ética, con una forma de ver el mundo. Fijate el caso de Einstein, que era terco, pero no egoísta. Cuando viajó a Cuba le ofrecían un hotel de lujo y grandes banquetes, sin embargo, él quería recorrer las calles de barrios muy humildes. En su diario puso: “Clubes lujosos pared con pared con una pobreza atroz”. No se puede ser feliz así, a menos que te construyas un muro para no ver la infelicidad que te rodea.

David Rothman y Albert Einstein en la playa (1939)
«Cuando era joven, descubrí que el dedo gordo del pie siempre termina haciendo un agujero en el calcetín», dijo una vez el creador de la relatividad. «Así que dejé de usar calcetines».
Hay quien dice que la ciencia intenta explicar la existencia material y en cambio el arte se pregunta si la vida merece ser vivida. Entonces quizás la felicidad no tiene que ver con el raciocinio, sino con otra cosa que puede no ser explicable. Es ese vacío el que podría conducirnos a lo artístico.
A mí me gusta insistir en que la ciencia no es tan distinta al arte. Richard Feinmann, que era un gran físico y además tenía pasión por el arte, decía: “Mis amigos artistas me dicen que yo sé por qué el césped es verde, el cielo azul, pero no lo disfruto como paisaje. Pero yo les digo que disfruto aún más, porque tengo una mirada integradora a partir de la cual entiendo todos los detalles azarosos que tuvieron que darse para que yo pueda ver este horizonte”. Igualmente, el método de la ciencia es muy bueno para algunas cosas, pero no para otras. Uno puede llegar al absurdo de decir que El Quijote es un kilo de papel con litros de tinta convenientemente distribuidos. Esa frase es verdadera, pero no te dice nada sobre lo importante. También podría resumir que es una novela en la cual un personaje enloquece por leer tantas novelas de caballería, se cree un caballero andante y vive junto a un compañero aventuras de lo más variopintas. Pero, ¿cómo explicar que la gracia de la literatura ocurre en la lectura misma, en el proceso, y no en la información? Lo mismo sucede en la música. Si me pedís que te resuma la obra de Mozart, quizás te puedo poner varios fragmentos para que te hagas una idea. ¿Pero de qué sirve eso? De nada. ¿No tenés tiempo de ver el Guernica de Picasso? Te muestro una esquinita, dirá alguno. No sirve, las obras de arte son integrales. La cuantificación de lo artístico no tiene sentido.

Una esquinita del Guernica de Picasso.
Lo que decís me hizo recordar una frase de Einstein que dice lo siguiente: “No todo lo cuantificable cuenta y no todo lo que cuenta puede ser cuantificable”. También te he escuchado decir que para poder describir el universo desde la ciencia debemos alejarnos, verlo lo más lejos posible, tratando de no contaminarlo con nuestro punto de partida, con nuestra subjetividad. Quizás en el arte es totalmente al revés: debemos acercarnos lo más posible a nosotros mismos, debemos buscar lo subjetivo en todas partes, aún en donde no está. Parte de la magia de las historias consiste en decir todas las mentiras bellas que se nos ocurran. A veces creo que la mentira es al arte lo que la verdad es a la ciencia. ¿Qué opinás?
Yo siempre defiendo como científico que el arte también tiene una noción de verdad. La obra de arte tiene algo de verdadero cuando el artista hace algo que realmente refleja lo que quiere plasmar. Yo mismo como escritor he sentido alguna vez ese alivio que siente el que encuentra la forma de comunicar lo que tenía en la cabeza.
La ficción no es mentira por el sólo hecho de ser ficcional. Incluso hay ficciones que nos cuentan las realidades más profundas. Precisamente porque no pueden ser contadas de otra forma. Por algo cuando deja de soñar, cuando renuncia a la aventura, Don Quijote muere.
Hemos dicho anteriormente que el mismo José Edelstein ha conversado con Dolina sobre ciencia y arte. Por ello dejo este fragmento que cierra, sintetiza y al mismo tiempo abre:
Si uno se emociona ante una obra de Mozart y unos neurocientíficos descubrieran el origen de esa sensación, quizás ya no tendría sentido la música, porque podríamos directamente activar esa zona del cerebro.
¡Yo creo que si tendría sentido! Vale saberlo y vale disfrutarlo, aunque se trate de un engaño. Basta con interrumpir nuestra incredulidad. Y el ser humano lo puede hacer. Lo hace todo el tiempo. Cuando vemos una obra de teatro sabemos que el que hace del príncipe de Dinamarca es un actor y que todos van a ir después a la pizzería de la esquina. Lo sabemos todos, pero debemos hacer como que no para que el arte surta efecto. Si mañana descubriéramos, incluso hoy mismo, que el amor se trata de una serie de engaños consensuados, yo no creo que ese conocimiento nos volviese tan tétricos como para no seguir amando. Podríamos en una fuente saciar nuestra sed de verdad y en otra saciar nuestra sed de maravillas. De hecho, ya lo hacemos.

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