ARTIFICIOS

La mujer que se quedó en la tierra para ser inmortal

Por Mati Segreti
13/07/2021

PRIMERA PARTE

1.

“Mirá yo creo que cada uno de los seres humanos tiene una misión en esta vida y me gustaría que digan que traté de hacer lo mejor que pude, con mis errores, con mis equivocaciones. No me quiero morir con las manos vacías, sino con las manos llenas de cosas, que quizás no tienen valores materiales pero están guardadas acá, en mi corazón.”*

2.

Rita y Carlos se tomaron de la mano. Un angioma dijeron los médicos mientras bajaban la vista para no ver la angustia del otro lado. Está bravo, susurró un enfermero. Carlos se descompuso, el pecho se le hundió y antes que de las lágrimas le corten la voz Rita lo sacudió y habló retando: dejate de joder, hay que ser fuertes. Con una mano en el estudio, la oncóloga se acercó moviendo los dedos sobre la imagen. Rita intentó comprender, pero era demasiado para ese día. La médica la advirtió: siéntese acá, le dijo con algo de compasión y un poco de lástima, mire señora esto que tiene su hijo es como un árbol, usted me entiende, ¿no? Las ramas han crecido tanto que lo único que queda es quitarlo de raíz. Es una operación complicada, no se sabe el resultado.

Eso fue el martes, al lunes siguiente los esperarían en el Garrahan para operar a la criatura y vaya a saber Dios qué más.

Tomaron a su hijito que esperaba en la sala y volvieron a casa en colectivo. Llegaron con el último esfuerzo, justito antes de que el pibe se desplome en una siesta larguísima. Lo acostaron en el dormitorio de ellos, hace tiempo que se cansa rápido, pensó Rita. Los padres lloraron en silencio, cada uno en un espacio reducido, ella en la cocina, él en el baño, tratando de disimular el espanto de la incertidumbre. Los reunió el mate, tiene cada vez menos fuerza dice Carlos, Rita no contestó.

La semana pasó como una tormenta que no se quiebra. El domingo fue todo simulación, la tranquilidad de la mañana, la sonrisa del desayuno compartido, el pibe jugando en el fondo, una queja como un silbido menor y encontrar una tarea para devorar las horas.

A Rita se le vinieron las ganas de tener un hijo como cualquiera, normalcito, sin esa enfermedad que lo pudre por dentro. Se da un golpe en el pecho con bronca, ¿por qué dios, por qué nos castigas así? Miró el techo buscando al responsable. Del fondo vino una tos, escuchó como al hijo le costaba la respiración, luego vino una risa, repitió, tos y risa. Jugaba en el fondo con unos autitos que chillaban contra el suelo. Volvió a toser con fuerza y esta vez la risa no rebotó. Rita intentó entrar en esa fantasía de sustituir la realidad por los sueños, hasta que el brote de un recuerdo la arrancó de la ilusión. Las últimas palabras de la médica fueron una sentencia, si no se opera se muere.

El living de la casa se prendió. La televisión hablaba de la tragedia en Entre Ríos, la cantante, su mamá y su hijita. El micro destrozado, son ocho víctimas fatales, y la música, ay, la música. A Carlos, que nunca fue el papá duro que esperaba su viejo, se le entibió el párpado antes de humedecerse. Llamó a Rita, veni negra, veni: en la televisión dicen que la música de esa mujer sana. ¿Por qué no probamos? ¿por qué no a nosotros, negra? Los dos cerraron los ojos e hicieron lo que nadie les enseñó, hablar con el alma, ofrecer su vida y reír en medio del naufragio. Después lloraron un poco, apenas para que eso quede entre los dos. Carlos se levantó y antes de poner la canción dijo por última vez, probemos: “No me arrepiento de este amor” comenzó a sonar despacio. Rita movió la cadera, hacía rato que no bailaba. Se meneó igualita a como lo hacía en el baile de ruta 7, Carlos la tomó por la cintura. Por un momento el dolor desapareció. Por un costado apareció el hijito y preguntó qué pasa. Nada mi amor, no pasa nada, eh, tranquilo, vamos a jugar. Los tres rieron.

***

El lunes el ingreso al quirófano es a las ocho de la mañana. Carlos y Rita tienen un termo enorme y sanguchitos en un tupper. También llevan algunos vasos, un papel higiénico y dos repasadores, todo adentro de un bolso azul. Los dos escoltan la puerta. Los enfermeros que pasan les dicen que vayan a caminar, a despejarse, que va a ser largo. Rita los fulmina con la mirada. Al mediodía llegan unos tíos, es el horario del almuerzo. Se lo llevan a Carlos que tiene una piedra donde antes había un estómago, Rita apenas puede despegar los ojos de la puerta donde los médicos intentan remediar el cuerpito del nene. La tarde pasa y llegan algunos relevos, una hermana de ella, una amiga de toda la vida. Rita se mueve solo dos veces, para ir al baño. El piso frío del hospital le hace doler los huesos, entonces alterna entre el apoyo contra la pared y el descanso en cuclillas. Carlos se acerca y cada tanto se dicen cosas, vaya a saber qué, algo de esperanza se prende en ellos. Se hacen las ocho de la noche y el hijo adentro, hasta que en la sala de espera solo quedan ellos dos.

Cuando se hacen las nueve Carlos sabe cuántas baldosas hay en la sala, a Rita no le quedan más sonidos que coleccionar. El tiempo es una medida trágica. Media hora después un silencio sobreviene, uno distinto que se desprende del suelo. Los ojos se encuentran. En la infinita soledad se acercan, se vuelven flexibles después de tanta dureza y unen sus cuerpos para llorar. Rita que ha sido fuerte todo el día no se puede contener y Carlos que siempre ha sido un llorón trataba de consolar a su mujer mientras su vista se nubla completamente.

En ese abrazo los sorprende el cirujano. Habla mientras las mangas de ambos secan las últimas lágrimas. La operación salió bien, no sé qué pasó con exactitud, pero los estudios eran más complejos de lo que nos encontramos cuando abrimos. Por suerte su hijo está bien y en una hora van a poder verlo. Va a estar dormido, pero pueden pasar a darle un beso.

Ese fue el primero después del accidente.

3.

“Una nena con una señora me agarran en un show y me dicen, te venimos a ver y saludar y agradecerte, porque la mamá de ella está bien, porque le ponemos tu música y esta mejor, tuvo un intento de suicidio, se cortó las venas, y en esa horita que nos dejan verla, la nena le pone el grabador en el pecho de la mamá y ahora con tu música está bien.

Pero lo más cómico es que la señora vino para eso, para agradecerme y para pedirme que la cure de la diabetes, (se ríe) quería que la toque (se ríe otra vez) se encaprichó la señora y como nos teníamos que ir a otro baile los muchachos me dijeron, andá y tocala para que se vaya contenta. Y yo le dije que no, pero ella insistía. Me pareció terrible lo que me estaba pasando.

Si el poder de la música puede hacer esas cosas, bienvenida la música, los curanderos y todo lo que ayude que pueda hacer feliz a la gente. Pero es muy extraño porque nunca me atribuí, ni a mi ni a mis canciones, ningun tipo de poder mágico y sin embargo como la gente a veces ve que algo puede fluir, algo positivo, se agarra.”

4.

Me hice tirar las cartas. Cumplí el procedimiento que me solicitaron y el diablo apareció dos veces, en la tercera la tiromante me dijo que descansemos. ¿Descansemos? mi pregunta era una barrera idiomática para intentar borrar el miedo que se expresaba en el temblor de mis piernas. Descansemos, el demonio está presente.

No imaginé un descanso posible después de la advertencia maligna, pero vi que la tarotista se había sumergido en una especie de introspección, ojos cerrados y una respiración cada vez más pausada. Repasé el lugar, estábamos en un departamento sencillo con algunas imágenes de dioses desconocidos, estampas apócrifas, ilustraciones de la luna y el sol, algunas velas coloridas de tamaños variados, el humo visible de la fragancia: incienso. Una silla frente a otra y en el medio, una mesa ovalada donde el mazo recogido después de la aparición maligna todavía reposaba sin alteración.

Rosalía, así se llamaba la tiromante, volvió en sí. Retiró el mazo y trajo uno nuevo. Rompió la cinta adhesiva que impedía su apertura, luego trajo un sahumador, colocó unas piedras aromáticas y purificó las cartas. Procedimos nuevamente y aparecieron dos ángeles. Luego dos demonios y me dijo, esto no lo había visto antes, pero hay algo o alguien que no quiere irse de la tierra.

Cuando volví a casa me di cuenta de qué fecha era, hacía un año Gilda había tenido el accidente.

5.

“La escuela primaria la hice en una colegio de monjas hasta sexto grado, porque después nos tuvimos que mudar al barrio de Lugano por el laburo de papá, y ahí pasé a un colegio mixto y aprendí a convivir con los varones, porque estaba siempre con nenas en el colegio de monjas. Aparte muy temeroso, una escuela demasiado rígida en su estructura y con mucho miedo al diablo, al demonio.

Me acuerdo que en la iglesia había en el cielo pintados ángeles que eran feos y nos repartían el catecismo donde nos decían que si nos portabamos bien íbamos a ir al cielo y si nos portabamos mal, nos mostraban una foto del diablo, y nos decían que íbamos a ir con él. Y mi problema era que yo no quería ni ir para arriba ni ir para abajo, porque arriba lo que había no me gustaba y lo de abajo tampoco. Y fue mi drama existencial hasta que entendí cómo era la cosa. Aprendí a creer mucho en Dios y en Jesús pero no atribuirle demasiada fuerza a las instituciones”.

6.

“Nuestra vida fue como la de todos los matrimonios. Yo trabajaba, ella se ocupaba de los chicos, hablábamos de los proyectos que teníamos en común: comprar una casa, que la compramos, ir progresando, estar un poco mejor. Después se fue todo al demonio”.

Esa decisión, a la que su ex marido sintió como un infierno, fue el pasaje de la vida terrenal de Miryam (Shyll como le decían en casa) Alejandra Bianchi a su transformación definitiva, la diosa inmortal de la música tropical y de los barrios, bautizada y reconocida para siempre como Gilda.

7.

Quisiera no decir adiós, pero debo marcharme.

No llores, por favor no llores, porque vas a matarme.

No pienses que voy a dejarte, no es mi despedida,

una pausa en nuestra vida, un silencio entre tú y yo.

Recuerdame en cada momento, porque estaré contigo.

No pienses que voy a dejarte, porque estarás conmigo.

Me llevo tu sonrisa tibia, tu mirada errante,

desde ahora en adelante, vivirás dentro de mí.

Yo por ti volveré.

Tú por mí, espérame

Te pido, yo por ti volveré

Tú por mí, espérame.

No me olvides.

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