URBE

Eva y las mujeres

En un nuevo aniversario del fallecimiento de Evita, la historiadora Julia Rosemberg nos regala un fragmento de su último libro Eva y las Mujeres: historia de una irreverencia (Ed. Futurock).

Por Julia Rosemberg
26/07/2021

Unos meses antes de las elecciones presidenciales de 1951, las primeras en que votaban las mujeres, el gobierno realizó un corto institucional dirigido por Luis Moglia Barth para alentar el voto femenino. Constaba de una parte documental, en donde se contaban las tareas que el Estado había realizado como el empadronamiento, la confección de urnas y cuartos oscuros. Pero tenía otra parte, ficcional, en donde se montaba una discusión familiar que buscaba reproducir lo que seguramente sucedió en muchos hogares de ese entonces. Allí una mujer se negaba a ir a votar diciendo que “esas son cosas de hombres”. Otra mujer, de un parecido estético importante a Eva, le discute argumentando porqué era necesario que las mujeres se comprometieran con el voto. Esta pieza es interesante porque da cuenta de que si bien había cierto consenso en la opinión pública acerca del voto femenino, como decía Félix Luna, lo cierto es que en la cabeza de miles de mujeres eso no era tan así. Existió un trabajo propagandístico importante para revertir esa situación.

Como en toda elección bajo sistema democrático, los meses previos fueron de mucho trabajo. La campaña era una experiencia inédita para las mujeres y había mucho por hacer. Las UB extendieron su horario, ya que se intensificaron las tareas ligadas a dar charlas, persuadir, hacer pintadas, pegar afiches, etc. Además, debía asegurarse que todas las afiliadas tuvieran su libreta cívica para votar y que el día de la elección todas pudieran llegar al lugar indicado. Para esto, se hicieron simulacros, se dieron cursos, charlas y ensayos sobre cómo votar y cómo fiscalizar. Además, se hicieron actos en los lugares más recónditos del país con los respectivos candidatos y candidatas. En muchos de ellos actuaron conjuntos de guitarristas integrados por afiliadas al PPF que cantaban canciones a favor de los candidatos.

Los cierres de listas para las cámaras de Diputados y Senadores habían comenzado tiempo antes. Como suele suceder, fueron momentos de rosca y negociaciones. Eva había peleado para que las mujeres ocuparan un tercio de los lugares, sin embargo no fue posible. Las pujas fueron muy fuertes, pero el sector de los hombres se impuso en el Consejo Superior del Partido Peronista. Eva ya conocía estas presiones. Desde que se había reformado la Constitución en 1949, que permitía la reelección presidencial, había comenzado a dar vueltas la pregunta por quién sería el que acompañe a Perón en la fórmula en las nuevas elecciones. Desde muchos sectores, principalmente el de las mujeres y la CGT, impulsaron que la candidata a vicepresidenta fuera Eva. El 22 de agosto de 1951 se hizo un enorme acto sobre la avenida 9 de Julio donde la CGT y millones de mujeres y hombres peronistas le pidieron a Eva que integrase la fórmula Perón-Perón. “La fórmula de la patria”, como decía un enorme cartel detrás del escenario. La jornada que se llamó “Cabildo Abierto del Justicialismo” es un episodio excepcional desde muchos puntos de vista, entre otras cosas porque por primera vez, estando Perón y Eva frente a una enorme multitud, la protagónica era ella. Fue una movilización de alrededor de un millón de personas sobre la avenida 9 de Julio, una de las mayores muestras de apoyo al gobierno. Una vez finalizados los discursos, se dio una suerte de diálogo y negociación entre el pueblo y Eva, que la instaba a que aceptara su candidatura, mientras que ella buscaba patear la pelota para más adelante y no definir si aceptaba la candidatura o no. Pero la multitud se negaba a la postergación. En medio de este diálogo, Eva dijo en una especie de justificación a porqué no asumiría esa candidatura: “Compañeros: se lanzó por el mundo que yo era una mujer egoísta y ambiciosa; ustedes saben muy bien que no es así. Pero también saben que todo lo que hice no fue nunca para ocupar ninguna posición política en mi país. Yo no quiero que mañana un trabajador de mi patria quede sin argumentos cuando los resentidos, los mediocres que no me comprendieron, ni me comprenden, creyendo que todo lo que hago es por intereses mezquinos…”[1]. Pero tampoco pudo terminar esa frase porque la interrumpieron pidiendo su respuesta. Al punto tal, que tuvo que pedir que la esperen un rato, que iba a volver con una respuesta y terminó con una evasiva: “yo haré lo que diga el pueblo”. Al día siguiente el diario Democracia ponía de titular en la primera página: “ACEPTARON!”.

Pero nueve días más tarde, el 31 de agosto, Eva comunicó en un mensaje radial por cadena nacional su “decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo” la habían ungido. Al día de hoy no se sabe con certeza qué fue lo que sucedió, la razón de ese renunciamiento. Las explicaciones siguen aún hoy en el terreno de las especulaciones. Muchas de ellas hacen hincapié en lo avanzado de su enfermedad. Para ese entonces, aunque lo negara, sin saber el diagnóstico exacto, Eva ya sabía que estaba enferma. De hecho, moriría menos de un año después de ese Cabildo Abierto. Otras versiones pusieron el acento en el entorno del gobierno que veía con muy malos ojos el avance del poder de Eva, entre esos sectores, muy especialmente las Fuerzas Armadas. Pero a los fines de lo que nos interesa pensar en este libro, parece interesante poner este hecho como un límite que marca lo que una época estaba dispuesta a soportar del avance de las mujeres. No había en el mundo entero una mujer vicepresidenta. Dice Marysa Navarro: “Si Evita no hubiera sido mujer, nada más lógico que aspirara a la vicepresidencia o a la presidencia. Pero el hecho de que lo fuera la convertía en esos momentos en una persona excepcional, pues eran muy pocas las mujeres en regímenes republicanos que se atrevían a contemplar seriamente la posibilidad de dirigir los destinos de su país”.[2]

Sin embargo no todo fueron límites para Eva: obtuvo un triunfo respecto de las listas legislativas que fue lograr que todas las mujeres postuladas estuvieran en lugares en donde entraran sí o sí, es decir, que no estuvieran en lugares “testimoniales” sino entre los primeros puestos de las listas. Luego de presiones y deliberaciones se estableció que quedarían 23 bancas para el Partido Peronista Femenino en Diputados y 6 en la cámara de Senado. También consiguieron 58 diputaciones y 19 senadurías provinciales. Durante el mes de septiembre, ya enferma y en cama, decidió personal y minuciosamente quiénes serían las candidatas. La mayoría de las elegidas eran delegadas, subdelegadas o secretarias de las UB a quienes se premiaba por su intenso trabajo y lealtad. Eva envió una carta al resto de las mujeres del partido que no habían sido electas explicando la decisión y asegurando que ninguna debía sentir enojo porque en el PPF nadie estaba por los cargos, ni ambiciones personales, sino por el puesto de lucha.[3]

Cuando notificó a las que serían candidatas, una buena parte de ellas reaccionó diciendo que no estaban capacitadas para el trabajo legislativo, una de ellas incluso respondió que ese lugar debían ocuparlo mujeres universitarias. Pero, nuevamente, Eva las convenció.

La campaña empezó oficialmente el 1 de octubre de 1951. Pocos días antes, el 28 de septiembre, el general Benjamín Menéndez había intentado un levantamiento militar para desestabilizar al gobierno, que fue sofocado. La CGT reaccionó rápido: convocó a una huelga general por 24 horas y a una movilización a Plaza de Mayo. Perón habló a la multitud desde el balcón. Al principio a Eva decidieron no anoticiarla de los hechos ya que se encontraba en un momento delicado de su enfermedad. Cuando finalmente se enteró, hacia el final de ese mismo día, decidió dar un discurso por cadena nacional.“El pueblo argentino tiene derecho a ser respetado y a ser defendido en su voluntad soberana, en sus derechos y en sus conquistas, porque es lo mejor de esta tierra, y lo mejor de este pueblo, que es Perón, tiene que ser defendido así, como hoy, por todo su pueblo: por los trabajadores, que han sabido convertirse en escudo y trinchera de Perón; por las mujeres, que han dado en esta jornada histórica una lección de fortaleza y de fervor por la causa de Perón”.

De manera secreta, decidió que la Fundación Eva Perón comprara 5.000 pistolas y 1.500 ametralladoras para los trabajadores en caso de que volviese a haber un intento de golpe. Algo había cambiado a partir de ese día: los antiperonistas habían demostrado que estaban dispuestos a usar la fuerza para derribar al gobierno. Los intentos de golpe y conspiraciones militares contra el gobierno se repetirán con mayor o menor acierto a partir de entonces. Esto produjo una radicalización en el discurso de Eva.

Su siguiente aparición frente a la multitud fue el 17 de octubre de 1951. Después de un reposo largo por su enfermedad, se la volvió a ver en público. Ese día en que se celebraba el día de la lealtad, se hizo la primera transmisión por televisión de nuestro país: Canal 7 emitió el discurso de Eva y el de Perón. Se le entregaron medallas y distinciones en reconocimiento a su renunciamiento. El primero en hablar fue Perón, que no acostumbraba a hablar de Eva en sus discursos, pero en esta oportunidad sus palabras se centraron en homenajearla: “Ella no es sólo la guía y la abanderada de nuestro movimiento, sino que es también su alma y su ejemplo. Por eso, como jefe de este movimiento peronista, yo hago pública mi gratitud y mi profundo agradecimiento a esa mujer incomparable de todas las horas”.

Luego, llegó el turno de Eva, y dio un discurso que se convirtió en una de sus pieza más encendidas hasta el momento: “Yo no le diré la mentira acostumbrada; yo no le diré que no lo merezco, mi general. Lo merezco por una sola cosa, que vale más que todo el oro del mundo; lo merezco porque todo lo hice por amor a este pueblo. Yo no valgo por lo que hice, yo no valgo por lo que he renunciado; yo no valgo por lo que soy ni por lo que tengo. Yo tengo una sola cosa que vale, la tengo en mi corazón, me duele en el alma, me duele en mi carne y arde en mis nervios: es el amor por este pueblo y por Perón. Y le doy gracias a usted, mi general, por haberme enseñado a conocerlo y a quererlo. Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que mi vida. (…) Y tenía que venir para decirles que es necesario mantener, como dijo el general, bien alerta la guardia de todos los puestos de nuestra lucha. No ha pasado el peligro. (…) Yo les pido hoy, compañeros, una sola cosa: que juremos todos, públicamente, defender a Perón y luchar por él hasta la muerte, y nuestro juramento será gritar durante un minuto para que nuestro grito llegue hasta el último rincón del mundo: la vida por Perón (…). Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.


1. Es interesante esta cita que marca que la ambición en ese entonces era algo del ámbito masculino, mientras que para una mujer era algo inapropiado.

2. Navarro, Marysa, Evita, Buenos Aires, Edhasa, 2005 (edición corregida).

3. Revista Mundo Peronista, año 1, número 5, 15 de septiembre del 51.

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