Música
El rock argentino post-mortem
Por Lu Copetti
16 de noviembre de 2023

Siguiendo con la pregunta que nos hicimos en la primera parte (¿el rock argentino está muerto?) en esta segunda entrega atravesamos los últimos diez años de la escena rock argentina. En 2015 Argentina atraviesa una serie de transformaciones sociopolíticas y culturales en paralelo, un quiebre del signo político y la emergencia de otra ola feminista, que afectaron gravemente a la industria musical. En este artículo analizamos cómo el género se ha reinventado y diversificado, desafiando las convenciones tradicionales y encontrando nuevas formas de perdurar en el panorama musical contemporáneo.
III
Hacia 2015, en Argentina, surge una nueva ola feminista con el movimiento #NiUnaMenos, que comenzó después de Cromañón y no está directamente relacionado con ese oscuro hito en la historia nacional. El movimiento #NiUnaMenos nace como una masiva marcha que emerge como reclamo masivo por parte de las mujeres, en su mayoría jóvenes, que exigen poner fin a la violencia patriarcal y los feminicidios (los asesinatos de mujeres por su condición de género). Este reclamo rápidamente gana apoyo en la sociedad (especialmente en las mujeres jóvenes) y da inicio a una nueva era en la política nacional, caracterizada por una perspectiva transversal que atraviesa a todos los partidos e ideologías, con el objetivo de cuestionar y poner fin a los numerosos mecanismos de violencia patriarcal que experimentan las mujeres en la sociedad.
En la industria del rock argentino, este movimiento tuvo dos impactos significativos, uno inmediato y otro posterior. En abril de 2016, una mujer publica un video en sus redes sociales denunciando las agresiones y vejaciones sufridas a manos de José Miguel del Pópolo, conocido artísticamente como Migue, el cantante de una banda en auge, La Ola que Quería Ser Chau. Pronto, más denuncias contra el cantante se suman, y en pocos días, Cristian Aldana, cantante de El Otro Yo y presidente de la UMI, también enfrenta acusaciones de abuso y corrupción de menores. Estas denuncias fueron solo la punta del iceberg de abusos, violencia y poder patriarcal que recién empezaba a ser revelado. En respuesta, se crearon grupos de Facebook formados por víctimas y activistas que habían sido seguidoras y fans de bandas de rock y que habían sido víctimas de violencia de diferentes tipos por parte de músicos de la escena. Las denuncias no dejaban de multiplicarse, y la reacción de los músicos ante esta situación fue, en el mejor de los casos, decepcionante.
En el ámbito político, esto se relaciona con el período anterior (2005-2015) ya que estas acciones políticas son una expresión del empoderamiento cívico, tanto a nivel general como específico de las mujeres. Esto se tradujo en una serie de «cancelaciones» de artistas que habían tenido comportamientos de abuso, violencia u hostigamiento hacia las mujeres. La cancelación implica retirar el apoyo a esos artistas, lo que se traduce en no comprar sus discos, no escuchar sus canciones en línea, no asistir a sus conciertos, e incluso hacer campañas para prohibir sus presentaciones, entre otras acciones.
Este proceso generó una profunda sacudida en la escena musical, lo que resultó en una disminución de nuevos materiales, espacios y presentaciones. En otras palabras, si una banda no estaba «cancelada», estaba silenciada. Muy pocas bandas lideradas por hombres se pronunciaron en contra de estos comportamientos, y en su mayoría, se mantuvieron en silencio o evitaron el tema, lo que llevó al aislamiento virtual de la escena musical. Esto representó un golpe significativo para el rock argentino tal como se conocía.
Hacia fines de 2017, surgió el último movimiento masivo en la música rock en Argentina: el rock mendocino. Un grupo de bandas, todas pertenecientes a un mismo movimiento, ganó notoriedad a nivel nacional gracias al éxito de Usted Señálemelo. Este fenómeno impulsó a otras bandas de rock mendocinas a emigrar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y desde allí, lograron reconocimiento a nivel nacional. Aunque la base musical de estas bandas mantenía raíces musicales del indie platense pero se diferencia en que sus referencias son mas populares y menos “intelectuales” (no hay ya tantas referencias al cine clase b, a la literatura o personajes históricos de ficción como sí lo había en el indie platense), su enfoque era menos «intelectual» y más centrado en lo popular. Su sonido estaba más pulido, con guitarras cuidadosamente distorsionadas, en contraposición a las guitarras estridentes de antaño. Los riffs melódicos reemplazaban los sonidos chillones y se introducían elementos de teclado. Un ejemplo destacado de este movimiento es el álbum «La Danza de los Principiantes» de Mi Amigo Invencible. El indie mendocino exploraba influencias del pop, el rap y la electrónica. Aunque este movimiento fue de corta duración en términos de cohesión, sus bandas pronto se incorporaron a la escena nacional. Entre las bandas recomendadas se encuentran Perras On The Beach, Juan Mango, Simón Poxyrán, El Príncipe Idiota, Mi Amigo Invencible y Usted Señálemelo.
Paralelamente a estos desarrollos, el público argentino experimentaba una profunda transformación en la forma en que consumía música, impulsada por las nuevas tecnologías. Desde 2014, surgió una nueva forma popular de consumir música: la transmisión bajo demanda. Inicialmente, iTunes fue pionero en esto, pero la plataforma Spotify lo popularizó de manera masiva. Este nuevo método de consumo musical tuvo varios efectos notables. Los oyentes podían elegir canciones individuales, crear listas de reproducción personalizadas y, por lo tanto, el formato del álbum musical fue perdiendo relevancia. Esto, como expliqué más arriba, era un efecto que se arrastraba desde comienzos de la década de 2010, pero ahora se aceleró a pasos agigantados, principalmente porque ahora nadie necesitaba el disco para subirlo a la web (como pasaba antes) sino que eran los mismos artistas o compañías quienes subían su material a estas plataformas.
¿Qué cambios produjo en la música estas nuevas formas de ser oyente? En primer lugar, la música pierde todo anclaje espacial (doblemente: ya no es necesario “sentarse” a escuchar música, y podés llegar a cualquier lugar del mundo si el algoritmo te ayuda), se extingue el formato álbum y se priorizan los hits, las ventas de discos dejaron de ser una métrica relevante, y en su lugar, las cifras de oyentes por artista y canción se volvieron fundamentales para medir el éxito. Se elaboraron clasificaciones «objetivas» basadas en estos datos, y cualquiera podía verificar cuántos millones de oyentes tenía la última canción de moda en Spotify.
Además, los oyentes comenzaron a crear sus propias listas de reproducción, y los algoritmos clasificaron la música en función de géneros. El cambio hacia la transmisión bajo demanda marcó la aceleración de un proceso que había estado en marcha desde principios de la década de 2010. Esto se debió en gran parte al hecho de que ahora eran los propios artistas o compañías quienes subían su material a estas plataformas, en lugar de depender de los oyentes para cargar música a la web, como ocurría anteriormente.
Estos nuevos métodos de consumo musical tuvieron varios impactos en la música. En primer lugar, la música ya no estaba vinculada a un lugar o momento específico; los oyentes podían escucharla en cualquier lugar del mundo, impulsados por algoritmos. El formato de álbum perdió relevancia en favor de las canciones más populares. La medición del éxito se centró en el número de oyentes por artista y canción, y se crearon listas de reproducción objetivas basadas en estos datos. Los oyentes creaban sus propias listas de reproducción, y los algoritmos clasificaban la música por género.
El impulso del rock mendocino se apagaría hacia 2019, cuando muchas de estas bandas se separaron y sus músicos iniciaron caminos solistas o dejaron de dedicarse a la música. La llegada de la pandemia en 2020 nos brindó la posibilidad de entregarnos largas horas a la música y alimentar los algoritmos de las varias redes sociales a las que le entregamos nuestras horas más oscuras. El problema de esto es que las aplicaciones como Spotify funcionan a partir de algoritmos que van configurando las recomendaciones a partir de la música que ya conocemos y de los géneros que oímos. Para que el algoritmo funcione lo mejor posible, toda la música debe ser clasificada a la perfección para que encuadre bien en las recomendaciones personalizadas y los Mixes que tan amablemente nos entregan semana a semana. ¿Cuál es el costo de esto? Que “el rock” como tal lo conocemos deje de existir en tanto categoría musical. Es decir, para el algoritmo no existe “el rock” como una categoría en sí misma porque allí entraría desde Kapanga hasta Spinetta, pasando por Babasónicos y Serú Giran.
IV
Desde el trágico incidente en Cromañón hasta la transformación de los canales de música rock, como MTV, y el cierre y concentración de las emisoras de rock debido al éxito de Spotify, ha habido un profundo cambio en la forma en que se accede a las bandas de rock emergentes y under que suenan en la actualidad. Estos cambios en la forma de escuchar y producir música también han influido en las formas de crear música.
Entonces, podemos responder a la pregunta planteada al principio: ¿está muerto el rock argentino? Diría que, como género musical, sí. También creo que lo que antes conocíamos como el «movimiento rock» ha llegado a su fin, al menos por ahora. Con la predominancia de los algoritmos y las estaciones de radio que ofrecen música genérica para todo público, las nuevas bandas de rock no logran movilizar a su público y formar un movimiento cultural sólido, como lo hicieron La Renga o los Redonditos de Ricota en el pasado. No existe un movimiento cultural amplio que revitalice las fuerzas culturales desde sus raíces, como lo hizo el movimiento en La Plata.
Frente al predominio de la generización total de los algoritmos, estamos siendo testigos de un resurgimiento del antro como espacio vital, del espacio mínimo como expresión cultural, del reducto sonoro como identidad auditiva. La respuesta a la segunda parte de la pregunta inicial es que estamos presenciando un renacimiento del movimiento under como no se veía desde la época previa a Cromañón, en los años noventa. Un público especializado, apasionado y profesional de un subgénero específico de rock está movilizando una nueva identidad cultural.
Este enfoque en la clasificación por género ha dado lugar a una multiplicidad de pequeñas escenas que mantienen y resaltan el carácter contracultural del rock. Estas escenas poseen un imaginario propio antes que un sonido característico. Se caracterizan por su autogestión, la formación de comunidades con varias bandas y un público reducido pero leal. Muchas de estas bandas han abandonado el formato tradicional de canciones de rock (intro-verso-estribillo-verso-estribillo-fin) y se dedican a explorar nuevos lenguajes sonoros a través de la creación de paisajes musicales extensos y variados. La voz, ya sea con una presencia austera o su completa ausencia, y la constitución de un universo propio que permite esbozar producciones culturales mas ricas y complejas, desempeña un papel fundamental. Estas bandas no se encasillan en el «rock nacional» tradicional, sino que pertenecen a categorías específicas, como stoner rock, post-rock, doom-metal, shoegaze, ambient, y muchas otras.
Estamos siendo testigos del surgimiento de bandas que, al nacer en la era digital, no dependen de radios o medios tradicionales. Son bandas que ya no dependen de centros urbanos, que provienen del enorme “interior” del país y llegan a nuestros oídos mediante aplicaciones y redes sociales. Esta nueva forma de concebir la música ha llevado a una redefinición del mercado musical. Esto, por supuesto, no es algo que sucede solo en estas latitudes, pero todo el contexto descrito previamente le otorga una especificidad argentina al desarrollo de las nuevas bandas que pueblan la escena. Quizás algún lector podría argumentar que el rock argentino si murió, al ver a todos esos nombres de géneros, artistas y álbumes en inglés, sostengo que lo que se está creando aquí posee un estilo argentino distintivo que se refleja en diversos elementos, como sonidos, estética, imaginarios y más. A pesar de las aparentes contradicciones, el uso de estos géneros potencia la masificación y llegada de estos artistas a nuevas latitudes por fuera de nuestro país y pueden volver a posicionar al rock argentino (valga la contradicción con todo lo dicho anteriormente) bajo los reflectores internacionales y restaurar su prominencia en el escenario global.
La vuelta a los antros, a la producción independiente o under, expresa un retorno al circuito similar al que existía por la década de los setentas y los ochentas: muchas bandas de jóvenes cuyos integrantes se encargaban de llevar a cabo todo el proceso que implica la música: composición, grabación, producción, difusión, distribución y organización de recitales. Este trabajo se ve medianamente facilitado por las redes sociales e internet y los nuevos modos de difusión de la música.
En las últimas dos décadas el rock argentino ha experimentado profundas transformaciones desde la tragedia de Cromañón hasta la era de la música bajo demanda y los algoritmos. A medida que las emisoras de radio tradicionales se vieron desplazadas por plataformas como Spotify y la música se fragmentó en listas de reproducción y géneros, el concepto mismo de “rock argentino” como un movimiento unificado ha perdido su antigua fuerza.
Sin embargo, en medio de esta aparente disolución, ha surgido una escena under diversa y dinámica que desafía las clasificaciones convencionales. Aunque muchas de estas bandas exploran géneros y estilos que pueden parecer alejados del rock tradicional, mantienen un fuerte espíritu argentino en su música y en la forma en que se conectan con su audiencia. En lugar de depender de las estaciones de radio y los medios tradicionales, estas bandas han abrazado la era digital y están prosperando gracias a las nuevas tecnologías y plataformas.
Quizás lo más paradójico de este proceso generización artística (un fenómeno que es internacional, los algoritmos acechan en todos los rincones del planeta), es que muchos de estos géneros son indefinibles y difíciles de diferenciar entre unos y otros cuando los observamos bajo la lupa. También hay otros que nacen por la diferencia, como todos esos géneros que comienzan con post (post-rock, post-grunge, post-punk, post-metal, etc.). Los géneros post parten de una serie de elementos característicos de un género pero juegan con ellos, rompiendo las convenciones y formatos característicos. En este sentido, esos géneros se caracterizan por lo que no son, lo que superan. En suma, mientras por una parte se puede pensar que una multiplicación de géneros podría derivar en una mayor clasificación y “falta de libertad” a la hora de hacer música, la realidad muestra que estamos ante el movimiento contrario: una proliferación de nuevos sonidos y tendencias musicales que expresan no solo una mayor libertad a la hora de escribir música sino también una mejora en las capacidades de ejecución de estos músicos.
Así, mientras que el rock argentino tal como lo conocíamos ha evolucionado y se ha diversificado, no se puede considerar muerto. En cambio, está en constante metamorfosis, redefiniéndose a sí mismo y encontrando nuevos caminos para perdurar. El rock argentino puede no ser lo que solía ser, pero sigue siendo una parte vibrante e intrépida del paisaje musical contemporáneo, especialmente en América Latina.
A continuación, voy a dejarles varias bandas y discos que están sonando hoy en día y que recomiendo se den el tiempo de escucharlas a cada una de ellas porque son todas increíbles y cada una nos introduce en una propuesta particular:


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