EL NO-FUTURO DE LA DEMOCRACIA
Por Santiago Mitnik
20 de abril de 2024

Un patrón extremadamente común en la ciencia ficción, especialmente la que se imagina un futuro muy lejano, es la presencia de un gobierno autoritario de algún tipo, o como mínimo, extremadamente militarizado. Si digo “Imperio”, así, sin aclarar, puedo estarme refiriendo al Imperium de Warhammer 40K, al de Star Wars, al de Fundación, etcétera. La “Federación” puede ser la “democracia” castrense de Starship Troopers, o la más pluralista, pero también sospechosamente militar, Federación utópica en Star Trek. Caso aparte serán las “Corpos” de entornos ciberpunk, las Weyland-Yutani del mundo Alien, las “metanacionales” de Marte Rojo y similares. Y también la miríada de humanidades violentas en el post-apocalipsis de Matrix, Mad Max o Fallout.
En esta nota, quiero recorrer algunos de estos ejemplos, buscando coincidencias y diferencias, pero especialmente buscando descifrar algunas razones fundamentales de por qué cuando queremos contar una historia de las posibilidades de la humanidad, volvemos siempre al autoritarismo y a lo militar.
And so liberty dies, with a thunderous applause.
Si prestaron atención a los ejemplos de arriba, habrán notado que hay algunos sospechosos, y para quiénes son más cercanos a los 2000 que a los 80, uno es bastante relevante. En el universo de Star Wars, muy al comienzo de A New Hope, Darth Vader cuenta en una reunión de la plana mayor militar del Imperio que el emperador finalmente clausuró el Senado, sin mayor explicación. Cinco películas y un flashback después conocemos la historia completa, sobre la caída de la República, caso especialmente relevante de una democracia en la CF.
La Trilogía Original de Star Wars es una historia de lucha antiautoritaria, guerrillera, con algunas alegorías claras a Vietnam. Gran parte de su éxito es, justamente, la obviedad y transparencia en cómo aparecen los motivos literarios y arquetipos. Es justamente por eso que algunos de sus fans se sintieron decepcionados cuando en Phantom Menace nos encontramos con la Orden Jedi como una especie de policía secreta envíada para romper un bloqueo de una empresa transportista, en el contexto de una discusión de tarifas en el Senado.

La característica fundamental de la República, en películas, series y cualquier de los universos extendidos, es la burocracia, la rosca, la corrupción y el sentimiento de decadencia, a la vez invisible e indetenible. Recién en Revenge of the Sith se termina de mostrar como la Trilogía de las Precuelas es a la vez una historia de la caída de un héroe, pero especialmente la historia de un cesarismo, de la caída de una democracia por sus propias contradicciones políticas internas.
Pero entonces, ¿por qué son tan distintos los finales de los episodios III y VI? En una vemos a un régimen autoritario consolidarse y la historia queda abierta. En el otro, vemos la destrucción del poder imperial y su líder, con un gran festejo… y nada más. Quizás porque, en palabras de Zizek, la revolución es fácil, pero lo difícil es el día después. Una historia que se resuelve para bien porque el Héroe vence al Mal con un gran sacrificio es bastante más espectacular y vendible que una donde la victoria se da por comprar un par de votos para una media sanción de una ley a cambio de una subsecretaría. Padme no salva a la república desde el Senado, Leia sí, pero con un blaster.
Los Ellos y la Razón de especie
Otro tropo fundamental de la ciencia ficción es la del enemigo total. Los aliens, en todas sus formas, colores y tamaños son un gran catalizador para que la humanidad se una en Mega-Estado, con un ejército unificado, donde nuestro héroe protagonista (individual o colectivo) puede brillar, desde la guerra eterna contra los enemigos de la humanidad en Warhammer o la victoria humana en Independence Day. Especialmente común es la deshumanización de estos enemigos. Muy comúnmente, toman la forma de algún tipo de insecto, un tipo de animal que podemos imaginar inteligente pero lo suficientemente diferente a nosotros como para aplastarlo sin compasión, como los insectores en El Juego de Ender o los bichos en Starship Troopers.
Pero no es que los autores sean ciegos a los peligros que esto implica, sino que en muchos casos este es justamente el punto. El Juego de Ender no es solo la historia de un niño soldado que se forma para combatir a los enemigos de su estado, sino también sobre las consecuencias morales de la guerra y sus resultados. El combate defensivo está plenamente justificado, pero lo que sigue a eso ya es otra cuestión.
Starship Troopers, en cambio, tiene un trasfondo más complejo. La película de Paul Verhoeven, de forma similar al reciente Helldivers, un juego que claramente inspiró, es abiertamente un intento de parodia del militarismo y la propaganda militar estadounidense. Y a pesar de la voluntad de serlo, a través de ellos se filtra algo (bastante atractivo, digámoslo) de la esencia original del libro de Heinlein, donde el orden político-militar de la Federación se toma muy en serio.

En ese mundo, en medio de una enorme crisis social y cultural, los veteranos de guerra de todo el mundo tomaron el poder y organizaron a la humanidad en un régimen democratico-meritocrático, donde solo los veteranos tienen derechos políticos, mientras todos los demás disfrutan plenas garantías civiles y prosperidad. Una versión del fascismo que no se come a sí mismo y logra ser, a su manera, “humanista” y no faccioso. ¿Qué mantiene de pie ese régimen? La guerra contra otras especies, donde la Infantería Móvil, la Armada Espacial y otros grupos militares se ganan el derecho a ser ciudadanos plenos de la humanidad.
Pero más allá del ejemplo quizás extremadamente fascista, podemos encontrar casos similares para todo público. Como la super-progresista Federación de Star Trek, que también tiene un gobierno unificado y una flota militar como punta de lanza de la gran gesta humana (aunque en este caso aliados a otros no-humanos).
Quizás es mi postura exo-política humanista personal, pero perfectamente razonable la lucha contra los enemigos de la humanidad. Si el todo es superior a las partes, y creemos en algún tipo de espíritu comunitario, es casi obvio encontrar arriba de la “Razón de Estado” del Estado Nación algo que podríamos llamar “Razón de Especie”.
Y no se trata solamente de una posible invasión alienígena. El enemigo alien perfectamente puede ser reemplazado por cualquier otro evento de extinción masiva más presente y aceptable en la política clásica, como el cambio climático, la amenaza de desastres naturales a escala planetaria, una pandemia o la guerra nuclear. Si vamos a pensar una salida política real a los problemas de las próximas décadas vamos a tener que pensar en escala de Especie o Planeta, como mínimo.
Pero cuando estas políticas se implementan en novelas o películas, siempre debe haber alguien al mando que pueda ordenar el caos político que implica unificar los esfuerzos de la humanidad en una Causa Común y que pueda además cargar con la responsabilidad de los sacrificios que esas Grandes Causas suelen implicar. Dos ejemplos, de los miles que hay, son Eva Stratt en Proyect Hail Mary y los “Vallados” de la Trilogía de los Tres Cuerpos.
Y que en nuestra imaginación esas causas casi siempre las comandan grandes genios, estados colosales o fuerzas militares nos tiene que importar bastante, porque es básicamente un spoiler de las discusiones que tarde o temprano van a llegar; muy probablemente, durante nuestras propias vidas.
Humanity… humanity never changes
La alternativa a esta gran unión humana frente a las amenazas que se acercan es, justamente, la destrucción de la civilización y el colapso. Y así se da, no de casualidad, la miríada de historias post-apocalípticas que plagan libros, series y películas en la actualidad.
En Water World y Mad Max, la causa del colapso es el cambio climático; en Fallout es la guerra nuclear; en los apocalipsis zombi más modernos se suele referenciar a pandemias, pero puede representar cualquier tipo de enemigo irracional que hace colapsar la sociedad. Estos mundos son la fantasía primitivista de un Ted Kaczynski. Con la ausencia de la sociedad industrial y el poder de policía, la supervivencia del más apto se vuelve la única ley y abundan los robos, los asesinatos y las violaciones. Otra vez, la violencia, se cuela en como podemos imaginar el futuro.

Irónicamente, cómo colapsa la civilización es casi secundario en estas historias. El punto central suele estar en cómo mantenerse humanos en un mundo con altísimo nivel de violencia interpersonal, y en la posibilidad de reconstrucción de la civilización, o de cierto grado de justicia aceptable. El o los héroes viven en el filo entre ser supervivientes ultra-adaptados al mundo caótico en el que viven y los lazos humanos que generan con otros supervivientes. Es en última instancia, el regreso al western, donde el Estado no mantiene un monopolio de la violencia y sobran las oportunidades para el heroísmo.
Más interesante quizás, desde un punto de vista político, son las historias donde efectivamente se comienza el proceso de reconstrucción de la civilización, ya sea luego del colapso total o logrando salvar parte del viejo mundo. Algunas historias donde esto se explora son Frost Punk, un juego de gestión de una comunidad sobreviviente a un evento apocalíptico o el libro de World War Z, donde se narra en detalle cómo la humanidad sobrevivió a un apocalípsis zombi.
Otro grupo aparte de mundos post-apocalípticos es el de sagas como Matrix y Terminator, donde la IA se convierte en el gran enemigo y la causa de la destrucción de la civilización, pero no suelen seguir exactamente los mismos tipos de patrones.
Look mom, I’m at the top of Arasaka Tower
Y en todo este desarrollo no hablamos casi ni de economía ni de sociología. Acá también, los límites de nuestra imaginación “empañan” los futuros posibles. En todos los ejemplos hasta ahora, excepto, quizás, Star Trek (donde casi no hay escasez) y algunos postapocalipticos específicos (donde simplemente se retrocede a formas primitivas de producción), lo único que se mantiene en común es la economía de mercado. Es trillado decirlo a esta altura, pero es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Pero que se mantenga el capitalismo no quiere decir que nada cambie: todo lo contrario. Es más, manteniéndose el sistema económico actual es casi imposible que la política y la sociedad actual se mantengan tal cual están, especialmente con la fusión entre capitalismo desregulado y aceleración tecnológica.
En el género cyberpunk, se combinan estos factores de forma extremadamente pesimista. Allí, las megacorporaciones con fuerzas armadas propias se instalan como un poder por encima de los Estados nacionales. Bajo ellas, la población vive muy diferenciada entre quiénes están dentro y fuera del sistema. Pero incluso en la periferia, la tecnología permea, y genera nuevas formas de resistencia tecno-cultural, aunque también nuevos tipos de opresión. Hackers, cyborgs y manipulación genética hecha underground, mientras en lo alto la élite vive casi como dioses. Algo parecido pasa con las historias al estilo de Black Mirror, donde la tecnología y la sociedad del espectáculo se fusionan, avasallando el resto de la vida social.

Estas no son más que las proyecciones de ansiedades sociales (muy bien justificadas, por cierto) ya existentes. Las historias nunca hablan puramente de lo que sucede dentro del libro o película, sino que reflejan algo del mundo en el que vivimos. Por ejemplo, las tecnologías y el desarrollo económico traen aparejados tanto beneficios como riesgos y costos, y casi que el rol fundamental y original de la ciencia ficción es, justamente, advertirlos. Parece ser bastante aburrida la idea de una historia de ciencia ficción que suceda en un mundo donde no haya problemas. Incluso el setting más utópico que se me viene a la mente, Star Trek, recurre a la frontera, como lugar de desarrollo de la trama.
El lugar de las utopías
En el mundo actual, el pensamiento utópico parece estar en pleno retroceso, con un supuesto avance imparable del pesimismo. Este pesimismo es solo en parte ideológico. En una gran medida surge de la decepción generalizada en la autoridad en general, y específicamente en los gobiernos de los Estados nación democráticos.
Entonces, ¿por qué vemos tanto militarismo, autoritarismo y violencia (podríamos también decir fascismo) cuando pensamos en el futuro? Por ciertas condiciones que suele imponer el setting y las herramientas de nuestra imaginación. El pensar el espacio y la soberanía planetaria o el pensar en amenazas existenciales, nos ponen en un aprieto, y el único imaginario que tenemos para enfrentar eso es, por ahora, el autoritarismo.
Pero como nadie sabe exactamente qué es lo que va a pasar, el futuro es, por definición, un espacio en disputa. Toda ideología o corriente de pensamiento proyecta (o puede proyectar) hacia allí sus esperanzas y también sus miedos. La ciencia ficción no es exactamente una sociedad piensa o quiere que vaya a ser su futuro, pero esconde algunas ideas relevantes (y aprovecho para pasar recomendaciones de lectura).
En el planeta Marte, por ejemplo, se reflejan un sinfín de concepciones bien terrestres, desde las visiones revolucionarias soviéticas de Bogdanov en Estrella Roja, pasando por la fantasía americana de Cronicas Marcianas, terminando en la utopía anarcocapitalista de Musk. En el medio, tenemos la excepcional saga de Marte Rojo, de Kim Stanley Robinson, donde se explora un posible camino de evolución de la humanidad para las próximas décadas, dónde ambiente, política y economía pasan al centro de la escena de la vida de los personajes.


Sobre la lucha entre democracia y autoritarismo, y lo positivo y negativo que ambos encarnan, pocas obras me conmovieron tanto como el animé Legend of the Galactic Heroes. En la historia podemos ver dos historias paralelas, en un entorno republicano y otro monárquico, y las luchas políticas que definen el futuro de las naciones. Una historia que es ciencia ficción casi que de casualidad, por su universalidad podría bien haber estado en cualquier otro contexto.
Por último, y posiblemente más importante, aparece la idea de la lucha por las causas comunes de la humanidad como especie. Esta idea tiene algunos reflejos en la “comunidad internacional” occidental y el “multipolarismo” o la “comunidad de destino” china. Sea el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, el colapso social, la amenaza de la guerra o la IA, la gesta de expansión hacia el espacio, una catástrofe planetaria imprevista o, por qué no, el combate contra un enemigo exterior, tarde o temprano la humanidad se enfrentará a algún desafío para el que no alcance con el molde de los estados nacionales y sus superestructuras actuales. Para que de la crisis actual no se salga por la salida fácil y retrógrada, es más necesario que nunca consolidar un nuevo humanismo político, y para esto la ciencia ficción deberá ser una herramienta central. Parafraseando a Da Shi, uno de los protagonistas del Problema de los Tres Cuerpos: “La humanidad aún no ha sido vencida.”
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