Política

DESPUÉS DEL DURANBARBISMO

Por Pedro Vuisso
16 de enero de 2024

Del metro cuadrado al cosmos.

La comunicación política desde 2015 hasta la fecha está signada por el nombre de Durán Barba, quien instituyó el modelo con el que el macrismo ganó su primera elección presidencial y gobernó durante 4 años.

El manual duranbarbista indica pasos simples que se traducen en decisiones comunicacionales sencillas de aprehender y desempeñar. Los equipos comunicacionales desarrollados por el PRO han sabido desplegar su metodología en todo el territorio nacional, con resultados electorales admirables. Su esquematismo podría hacer suponer incluso que se trata de un cúmulo de acciones banales, pero las implicancias no sólo comunicacionales sino también políticas, en el sentido más hondo del término, configuraron un modo de gestión y acción que no se limitó al partido ni a la coalición que formaron y llegó a impregnar también a su oposición. 

La comunicación duranbarbista se organizó en torno al metro cuadrado del vecino, el espacio vital donde el potencial votante amarillo descarga sus anhelos, frustraciones y miedos. La heladera, la calle y la escuela fueron los elementos pictóricos que aparecían retratados e intervenidos en el discurso político. Los candidatos, entrenados y dirigidos por especialistas, buscaban mimetizarse con el lenguaje del vecino.

El derrotero caminado desde entonces es largo y complejo, pero no se puede soslayar que dio resultados en 2015 y 2017 y se dio de bruces en 2019. Sin embargo, no es hasta hoy, con el ascenso de Milei que realmente se pone en crisis. Si el macrismo pensó a partir de microrrelatos de la intimidad individual, el mileísmo nos parece devolver a la enormidad caótica y cruel del cosmos.

Discursos en fuga

Un paneo general sobre la comunicación gubernamental mileísta, tal como el que hace Julieta Waisgold nos devuelve una imagen desperdigada. Esto es ya un primer contrapunto con los modos duranbarbistas, cuya pretensión cientificista imaginaba un mundo mesurable y aprensible. Nuestro presidente libertario se niega también en este punto a la tan anunciada domesticación que no llega y se apresta a abrazar el caos discursivo: duplicación de canales de comunicación (como es el caso de la Oficina del Presidente Electo que hace de algo similar a Casa Rosada), ausencia de mensajes de parte de Ministerios en sus áreas de incumbencia (el Ministerio de Capital Humano hasta ahora sólo se comunicó para referir a las sanciones contra los cortes de calle) y un primer mandatario que emula a Trump en su uso de redes sociales, levantando fake news, saludos y comentarios de usuarios de pequeña o mediana escala.

El cosmos al que nos introducimos se rige por el desorden, la contingencia y la ausencia de jerarquías. Basta con analizar el espacio predilecto del libertarianismo nacional, las redes sociales, para constatar que Milei las usa de forma ecléctica de sobremanera: aborda la relación con el FMI, con sus perros o el mensaje que algún desconocido economista libertario le envió, todo en un mismo nivel.

Quienes intentan analizar los motivos de las decisiones tomadas por sus equipos muchas veces se llevan una tarea ardua. Parece regir el sin sentido o el capricho, tan ajenos al ordenamiento macrista. El novedoso y caótico estilo de Milei, cuyo alcance y resultados todavía no podemos juzgar, puede explicarse por la búsqueda de contraste con el modelo discursivo de la casta, esto es, el ordenamiento en palabras de aquello que en la práctica se muestra como un desorden cruel e injusto, favorable a determinados intereses, los de la casta. Frente a eso, Milei es un aceleracionista, no busca contener sino disgregar, inyectar caos y esperar que haga su efecto. La discusión por las estrategias políticas y discursivas ocultas en el accionar presidencial no pueden obviar ese trasfondo: los libertarios confían más en el azar que en ellos mismos.

No la ven

El gobierno libertario no parece buscar conducir ni simplificar la conversación a su favor. La acción comunicacional, lejos de ser quirúrgica, satura el espacio de conversación. El medio, aquí también, es el mensaje. Milei y sus secuaces parecen decirnos que vivimos en un mundo caótico, esta es la realidad, quienes busquen otra forma de vida se están engañando.

Este tipo de discusiones es típicamente ideológico, algo que el duranbarbismo pretendía superar en favor de problemáticas blandas y más fácilmente gestionables. El síntoma más claro de la emergencia de lo ideológico es la dicotomía “falso vs verdadero” referida a prácticas y situaciones hasta ahora existentes. Así, los precios de determinados servicios o la existencia de determinados derechos son juzgados bajo esta oposición. De eso se trata el sinceramiento de la economía.

La alt-right norteamericana y sus seguidores pampeanos hacen referencia a esta discusión en términos de redpill vs bluepill, recordando a Matrix. Una verdad incómoda pero real contra una mentira confortable. Los que la ven contra los que no la ven. Lo que seguramente veamos en los próximos meses, entre el caos económico y el zafarrancho legislativo, sea la discusión por definir qué de aquello que quedó en pie es verdadero y qué es falso. 

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