Feminismo

Contra el deseo odiante

¿Qué pasó entre la Ola Verde de 2018 y el presente de reacción machista? ¿Cómo pasamos de La Jefe a El Jefe? Este ensayo ofrece algunas hipótesis para pensar la transformación de los afectos políticos en el presente argentino, y propone un camino para reactivar la insumisión

Por Agustín J. Valle
04 de octubre de 2025

“Quien está en su debilidad, no debe olvidar su fuerza, puesto que así, será derrotado; pero quien está en su fuerza, no debe, tampoco, olvidar su debilidad, porque será también así derrotado.”

Sun Tzu, citado de memoria

1- Recuerdo una escena de 2015. En una actividad en la Cazona de Flores (centro cultural porteño), una banda de mujeres llenó el lugar, una banda que parecía no ser un simple agrupamiento momentáneo de individuos sueltos, sino un flujo que inunda y se retira manteniendo su cohesión. Una banda de minas en que era palmaria una onda, una energía, un modo, una complicidad, unos códigos, un aire, y unos conceptos, saberes, gestos, cortes de pelo, nomenclaturas, mapas de lo real, en un fin, una cultura, un sujeto político; esa noche me quedó como la primera vez que registré a la marea feminista del siglo. Fue un poquito antes, creo, del tres de junio de aquel año, primer Ni una menos. Faltaba poco para que Cristina dejara el Gobierno; esa mujer iba a retirarse del Sillón.

Sentí tiempo después… y digo así, que sentí, acaso creyendo que decir que lo pensé, que se me ocurrió, que tengo la hipótesis o algo así, sería más yoico, o mejor, más dirigista, más autoritario, más masculinista; en fin, digo que lo sentí, entonces por temor… Y sí: decir en relación al feminismo, o ante el feminismo (ni aún “sobre”), me da cierto miedo. Como si cualquier cosa que diga pudiera ser usada en mi contra. Lograron meternos miedo, las minas, a los tipos. El movimiento de mujeres inoculó miedo en los varones, miedo adentro quizá de todos y cada uno de los varones, así en escala general, transversal, global, integral, aunque por supuesto, miedos muy diferentes, distintos miedos según le cupo a cada cual. Un logro impresionante. Una fuerza como pocas veces hemos presenciado.

Una redistribución (en este caso sexual) del miedo. Hay miedos de muy diferente rubro, claro. Pero ¿los movimientos políticos concretos y efectivos no consisten siempre en una alteración de quiénes temen qué? ¿Hay mayor signo de emancipación que un movimiento que altera el orden del temor? No hay acaso emparejamiento de fuerzas posible sin generar temores en la parte que gozaba del mayor poder. Bien puede ser motivo de orgullo, llegar a ser de temer. Y eso no significa que generar miedo sea tu política y por tanto te identifique; puede generarse miedo justamente donde abuso e impunidad; es de temer también quien muestra capacidad de defenderse, y, en fin, con la revolución de mayo seguramente le entró miedo al Virrey…  

Hay miedos que te salvan la vida; son umbral de cautelas propias de un saber estar entre cosas y entre otros (no toques el enchufe…), asumiendo que somos rompibles, o mejor, sensibles, simplemente. Otros miedos crispan reacciones ultra violentas. Por supuesto, para los varones es difícil concebir la medida y forma de los miedos que “desde siempre” tuvieron las mujeres; difícil… pero no tanto (y vaya si el feminismo lo facilitó).

2- En fin, volviendo. Aquella noche de 2015 en Flores vi o registré por primera a la marea feminista con el tono que sacudió al país y al mundo, y lo que sentí -por no decir pensé-, tiempo después, fue que ese flujo irrumpió así en ese momento, justamente, por la inminencia del retiro de Cristina.

Esa mujer que había llegado al más importante lugar de la Argentina -el que más porta-, primera mujer elegida por el voto popular, reelegida batiendo récords, ahora se iba. Se iba del lugar simbólicamente establecido como cúspide del poder, y entonces se hacía un vacío, un vacío de feminidad, un vacío de mujer en la escena del poder público, y por eso (es decir con esa causa entre otras), advenía esta tribu como marea, como río que inunda, copa, llena. Una mujer llegó arriba de todo, adelante de todo, y su retiro traccionó la irrupción de las mujeres que ahora copan la parada incontables, las comunes, las cualquiera, las todas, no solo la Jefa.

Quizá tuvo que llegar ella, pero quizá también tuvo que irse, para que resulte protagonista la marea. Suele decirse que Cristina tenía modos masculinos de gobernar o de hacer política; suele decirse que no podría haber llegado a donde estuvo sin esos modos -o sea que eran los modos de esos dispositivos, que sobre los agentes se imponen. Acaso ella haya sido una especie de bisagra, de vehículo en el que una fuerza pudo realizar un pasaje, debiendo usar modos de otra fuerza para poder soltarlos una vez llegado cierto nivel.

Se señala cómo cambió ella -verbigracia- respecto a la despenalización del aborto. Si una persona tiene “su modo de ser”, una persona es también un elemento tomado por fuerzas diversas, variables, y cuyo sentido, entonces, cambia. “La forma es fluida, pero el sentido lo es más aún”, dice el Nietzsche genealogista. Ella fue metida a la fuerza en la lucha de clases. En 2008 dio un discurso en Parque Norte, plena “crisis del campo”, donde insistía en que “no estamos en contra de la ganancia de las empresas, nosotros inventamos la alianza entre el capital y el trabajo”. Pero el odio y la agresión sostenida de las elites privilegiadas (ligadas a núcleos de poder estadounidense), la metieron de fuerza en la lucha de clases… Y también fue tomada, y se dejó tomar, por la marea verde. Cristina, que cuando a su hija la enfermaron, la mandó a sanar a Cuba (no a Estados Unidos ni a Francia ni a Canadá: a Cuba), y que, entonces, llevaba a su nieta chiquita a la isla a visitarla; en aquel período, de Florencia en La Habana, en Buenos Aires Cristina solía ir a dormir con su nieta a la casa de ella, de la nieta; es decir, quizás, una experiencia inesperada de rematernización… Esto, Florencia en Cuba, Cristina abuelita presente, fue en 2019; la nena había nacido en 2015. En esos cuatro años, la marea verde protagonizó la movilización social, plantando en la ciudad argentina algunas de las movilizaciones más impresionantes jamás vistas, ¿no?

3- “Un tiro” se dice de varias cosas, entre ellas un coito; la eyaculación un disparo, el arma de fuego un infalible falo, aunque a aquel varón tan enojado, Sabag Montiel, le falló el arma con que quería eliminar a esa mujer. Después de ese intento de acceso carnal, Cristina se guardó. Alto miedo, cabe imaginar, se le metió. Y es muy informativo cómo fue su reaparición tiempo después: en un acto en la Basílica de Luján. Recatolizada, acelesteada, espiritualizada, descarnalizada; pero allí, aún, de cuerpo y de pie: viva. Viva… Pero gatillable. El tiro no salió pero mostró que era tocable (el quilombo que se iba a armar no fue tal). Era tocable, fue apresable. En 2016 en cambio no era apresable: fue a Comodoro Py a declarar y cuarenta mil personas la bancaron bajo la lluvia; luego, el Senado respetó sus fueros. En algún momento, perdió ese super poder dado por el grado y cualidad del apoyo popular. El cuerpo de esa mujer quedó desinvestido.

¿Quizá ese des-investimento de Cristina fue la antesala para la inundación reactiva, para estos años de venganza contra las mujeres? Donde vemos nuevamente que se mete a mujeres en bolsas de residuo para eliminarlas (aunque sea mandándolas en una traffic lejos lejos, aunque sea como gracia, como farsa); y vemos cómo cae en cuerpos femeninos, jóvenes (Brenda, Morena, Lara), el mayor espectáculo de la crueldad.

En La genealogía de la moral Nietzsche dice que la crueldad es del acreedor que se cobra en dolor la deuda impaga; y que es tanto más cruel cuanto mayor sea la diferencia jerárquica no respetada en la deuda. Cuanto más atrevido contra las jerarquías sea el incumplimiento, mayor crueldad. La crueldad mide la jerarquía, la establece, la sostiene. Lo de dice Segato: la crueldad es un castigo, que busca fijar a la víctima en una posición, un rol, que desacató o amenazó desacatar (o se temió que amenazara…). Usa al cuerpo de la víctima como medio cárnico de una pedagogía destinada a todxs lxs de su clase.

La crueldad es productiva, entonces: produce algo. No es solo falta, ausencia de “cosas buenas” (no es “inhumano” ser cruel, de hecho difícilmente pueda verse crueldad en los animales); la crueldad no es un asunto de “maldad” nomás. Es un mecanismo que produce y sostiene jerarquías, y por eso es inseparable del orden de la desigualdad. La sangre derramada, la cancelación de las prerrogativas de la semejanza (desinviste la condición de semejante de otro humano), refirma la asimetría jerárquica en un plano ontológico-político: algunos “son” superiores, y otras u otros “son” inferiores -y que ni se les ocurra algo diverso.

Se discute si el asesinato cruel de las tres chicas “cuenta o no como femicidio”, cuando lo evidente es que el máximo espectáculo de la crueldad en esta tierra, la mayor punición, opera en esos cuerpos, de mujeres jóvenes, morenas y atrevidas, refirmando que son lo más bajo de todo.

4- La venganza contra las mujeres es afluente central de las fuerzas que vienen gobernando. Una reacción ajusticiadora que vuelve a poner las cosas en su lugar (es decir, las vidas como cosa). Se dijo mucho: varones frustrados desquitando su rencor. Varones de la era conectiva que produce discapacidad vincular, intolerancia a la presencia, asco y temor por el cuerpo real, el cuerpo en tanto cuerpo (esto enmascarado en un presunto culto al cuerpo). Varones que odian a las mujeres, que hasta las desean odiándolas. Mi generación, cuanto menos, nos criamos así: “qué hija de puta qué buena que esta”, “la hago mierda”. Un deseo odiante.

Pero el deseo odiante abreva en la cosificación de la vida: incluso de la propia. Auto-fotógrafo auto-editor auto-broker auto-capataz auto-extractivista… La “crueldad anímica” (Nietzsche) de encontrarse reprobable ante ideales.

Terminamos vengándonos en las mujeres del dolor y la culpa de no dar la talla de lo que deberíamos, de no llegar a cumplir cuanto deberíamos… La oferta de lo ilimitado (pantalla fantasma manda), el mundo en un clic: máquinas de producción masiva de frustración. Hay un rencor contra el cuerpo. Contra ser natural, contra ser carne terrenal. El desprecio que cae sobre las mujeres, ¿no incluye un odio contra el cuerpo cuerpante, gestante, contra la orgánica potencia corporal de hacer cuerpo? Un odio contra sí, contra ser cuerpo, proyectado en los cuerpos asociados al cuerpo -materno- que nos hizo cuerpo… Y esto por supuesto sin asignar roles fijos entre géneros, ni confundir genitalidad con género, ni nada: solo arriesgando la hipótesis de que el desprecio por las mujeres incluye un autodesprecio en tanto que cuerpo natural, y tirado a los cuerpos a los que asignamos potencia natural de hacer cuerpo….

¿No hay acaso una destitución del cuerpo como centro de los criterios de la experiencia? Una corporalidad de hiper excitación, por suesto -regimen de excitación que responde a parámetros, ritmos, frecuencias, que son de patrones abstractos. El rendimiento, la imagen-pantalla, la guita. El número.

Brillante, radiante, terso, rápido, eterno, infinito, envolvente. Las cosas se sienten como incompletas si no se las refleja en pantalla; allí está la verdad, lo bueno, lo bello; en la subjetividad conectiva, la realidad se efectiviza en lo abstracto.  Por supuesto, gris es toda teoría, verde el árbol de la vida; todo esto es transversal… Pero los crypto bros son “bros”, así como casi la totalidad de los permisos de portación de armas de fuego los tienen varones. Tiradores…

5- Pantalla, fantasma, tarasca, bala… El modo de valorización financiero, tiqui tiqui y que la guita se reproduzca sola -sola, es decir, sin cuerpos, sin labor-, es la faz económica del régimen de dominación conectivo.

Se habla de que en la Actualidad hay, incluso, locura gobernando. Desquicio, rasgos de psicosis. Ausencia de reglas compartidas; desregulación. Puro mercado, pura correlación de fuerzas e intereses privados. Pero es necesario un Ministerio de la desregulación. La regla es la del capital; que la única ley sea la Ley del Valor. Ya no la Ley del Estado, ni siquiera la de Dios… Salvo que Dios sea concebido como el fundamento del orden realista. Del realismo del capital, que es el de la desigualdad, es decir, el de la obediencia, y el mando.

En el nihilismo mercantil, nada es verdad; los mapuches son falsos mapuches, los sindicalistas falsos sindicalistas, los progresistas idem y las feministas, ni hablar. Nada es verdad: en el fondo, todo es cálculo mercantil. Lo mercantil -la forma mercancía- es la única verdad.

De allí que puede verse -ayer, hoy y siempre- al capitalismo como religión. Una creencia; un régimen que depende del crédito. Creencia capitalista, con un ala fanática que hoy gobierna.

Y de allí que la autoafirmación, la autoafirmación de existencia (“Aquí estamos, esto somos”, o “Vivas nos queremos”), ya es insumisión: insumisión de la presencia al nihilismo mercantil. Insumisión de todo lo que dice “esto”, de una ética del “esto”, como plantea Natalia Ortiz Maldonado en el flamante Un rayo cualquiera,  a ser nombrado por “aquello” (el mercado, el capital, la mediósfera, esferas separadas que pretenden saber sobre los cuerpos y ordenarlos). Se ha dicho mucho: hay en la venganza contra las mujeres una venganza contra el acto de liberarse.

Reactividad doble de la época. Reactividad porque somos todos sujetos producidos como “reaccionarios” por las pantallas, por los dispositivos conectivos de producción, que nos hacen reaccionar, reaccionar y reaccionar. Y, contra la liberación, fanatismo del capital. El capital como único regulador.

Porque la sujeción de las mujeres a los varones constituía -constituye- el mito de origen de toda desigualdad -el cavernícola arrastrando de los pelos a la hembra, garrote en mano-. A mí -que no importo ni más ni menos que ningún otro, y en este momento soy a quien tengo más a mano- me incomoda la palabra “patriarcado”, léxicamente, estéticamente, creo que porque no estaba en mi habla, en nuestra habla, no era una palabra actual, y remite a las hordas primitivas, a cosas muy viejas y lejanas, entonces lo siento forzado, meter ese término para nombrar lo actual, pero, quizás, ese es el punto: señalar que hay una relación de poder que, por supuesto que variando en múltiples niveles, se reproduce desde tiempos inmemoriales. Vector donde se naturalizó la desigualdad. De manera que la liberación femenina se sitúa interviniendo en una historia larguísima, larguísima (cincuenta y cinco siglos afuera de las posiciones de saber y afirmar letradas, dice también Ortiz Maldonado). Cuestiona, llama la atención, desnaturaliza, visibiliza, pues, el artificio de toda desigualdad. De toda toda explotación estructural. Invitar a desnaturalizar, a asombrarse.

Invita a todas y todos, en este sentido, a liberarse, a sentir sus puntos de dolor: allí donde la invisible soga te amarra. A desamarrar… Lo cual no es fácil. Mucho menos si no querías. Liberarse es incómodo o hasta insoportable no solo para quienes gozan los privilegios del dominio, sino para todos los que adhieren, adherimos, más o menos, a la narración anti-igualitarista de la vida, que, al fin y al cabo, ofrece un sentido para todes; y puede hasta ser causa de orgullo, no deja de ser una forma de afirmación de la propia potencia -de vuelta Nietzsche, ya casi pediría perdón, pero no-, aguantar, aguantar.

6- Pero, ¿qué pasó? ¿Qué pasó para que una de las movilizaciones más grandes, ricas y efectivas de la historia contemporánea, dejara paso a este presente de fanatismo reaccionario? En Pánico y locura en las vegas, situado en 1971 H. Thompson (Deep) hace un lectura crítica del movimiento hippie psicodélico, recuerda el furor expansivo en el 65 a punto de explotar, y dice que, desde Las Vegas en el 71, puede mirar al Oeste (a California) y ver, en el desierto, la línea donde la marea finalmente topó, y retrocedió.

Bueno, una hipótesis: en la cresta de la ola feminista, se ubicó Alberto Fernández. Un elemento ajeno pero que ahí flota y va con la ola, no es parte de la ola pero resulta también parte de la ola; complicado. Quiero decir: Alberta presidente, volveremos mujeres, el hijo dragueado y la bandera de la diversidad. Y el paroxismo cuando dijo: “Con este acto pongo fin al patriarcado”, en flagrante arrebatamiento del protagonismo, de la lucha.

Quizá coyunturalmente estuviera bien usarlo (de hecho, creo que fue la pandemia lo que permitió a Alberto, recorriendo el AMBA en helicóptero, viendo cómo las masas acataban su orden de quedarse en casa, sentirse que era él, capo, y que no la necesitaba a Cristina). Recuerdo un texto de Agustina Paz Frontera, cuando aparecieron las fotos de Fabiola golpeada (venganza contra las mujeres), donde decía algo así como “nos comimos un sapo, y nos volveremos a comer otros, porque en las coyunturas, para hacer fuerza, a veces hay que aliarse a cosas que pueden digamos fallar…”. Al menos atendible. Como sea, el grado del reflujo de la potencia feminista acaso se deba entre otras cosas a haber quedado pegado ahí, a ese gobierno, cuyo choque catastrófico también chocara en parte al feminismo. Pero fue él Presidente porque contra Cristina se alzaba demasiada violencia; la reacción ya era poderosa.

Y sin embargo, ahora hace días las mujeres movilizaron improvisadamente a Plaza Flores y aún siendo “pocas”, echaron a la Policía, cosa que no viene estando fácil: inequívoca fuerza. Qué puede cada movilización.

La potencia de la movilización, y el problema de la delegación, son generales en el amplio, complejo y dinámico movimiento igualitarista y emancipador argentino. La fuerza de la revuelta, y de resistencia al macrismo, también pagó carísima la delegación.

7- Y hoy… La figura de la hermana del Presidente, aunque todo con la tonalidad de una fantochada, de un espectáculo muy endeble, juega un rol ejemplar en este viraje histórico: una mujer fuerte pasa a llamarse El Jefe.

Hoy es Presidente un tipo que negaba el nombre de padres a sus padres. El nombre de padre al padre, de madre a la madre. “Mis progenitores”, dice. Un tipo roto allí donde necesitaba ser contenido en un abrazo. Un tipo que odia comer, es decir, la tierra y la carne; en fin, y que odia al Estado… Y hay una ligadura histórica entre Estado y Padre; la Ley del Padre es la Ley del Estado, secularización, por lo demás, de la Ley de Dios. Padre, Estado, Dios: cada vez más abstracto. Dios puede llegar a postularse como el fundamento de esto que estoy sintiendo. La verdad que siento tan intensamente; no puede ser solo mi verdad; es mi verdad, pero es tan verdadera que presupone a Dios. Mi ley.

Pero para Milei, Milei es su padre; papá Milei es Milei para Javier; y es suya, del padre, la ley. Javier expresa un fallido asesinato del Padre: mató subjetivamente al individuo padre, pero abrazándose fanáticamente a la ley del Padre, padre empresario, ley del capital; no la Ley del Estado portada por el Padre; la ley del mercado, según somos todos solamente intereses privados compitiendo. Javier, el fanatismo de una liberación falsa, tiene como héroes a los grandes varones que -cuando quieren- están por fuera de la ley.

Nacho Lewkowicz fue uno de los pensadores que teorizó sobre el fin del Estado-Nación. Que fue un pasaje a una estatalidad de otro tipo; técnico-administrativo, por ejemplo. Un Estado que procede pero no precede (decía la revista El río sin orillas); un Estado que no funda lo real, la subjetividad, el suelo de la existencia y las relaciones, sino que es un actor en un medio de cuño mercantil (y mediático). Con influencia, sin soberanía propiamente hablando. La caída del Estado-Nación significa que cae el Estado no como cosa sino como lugar del pensamiento; la subjetividad ya no tiene fundamento estatal. En fin: que la caída del E-N es también la caída del Padre. En tiempos estatales, no había nunca relación entre dos: mediaba siempre la Ley del Estado, un tercero (trascendente). En subjetividad mercantil, hay puros unos. Unos, y ceros… Y el Estado, un estorbo. O un recurso.

Padre Estado mutó a “estadito” con dos operadores principales: la Dictadura, cara terrorífica del Padre, y el menemato, la cara decadente del padre jubilándose. El orden, la farra.

Pero después, lo fraterno: la movilización multitudinal, igualitarista en la práctica. La revuelta sin Jefe.

Y después, Néstor. Una nueva legitimidad estatal; él se presentó no tanto como Gran Padre Patrio, sino como “hombre común con grandes responsabilidades”, y, sobre todo, como hijo: prohijado por las Madres. Su cara quedó fuera del Terror del orden porque tuvo el aura de las Madres. Un hijo de este suelo que gobernó sin el autoritarismo del Padre.

Luego, Cristina. Y la reacción contra Cristina: primero, de los dueños del campo; los dueños de la tierra; los apropiadores de la pacha mama…

8- Cayó el Gran Padre y hoy gobierna un crispadísimo y fanático intento por castigar todo lo que se libera de la única ley naturalizada, la abstracción mayor, el capital. Cuanto más débil se siente un orden, más duramente castiga sus infractores, dice también Nietzsche, porque más teme su potencial subversivo…

No sabemos qué reguladores, qué ordenadores, pueden dar consistencia a relaciones igualitaristas; qué reguladores que no sean los del Padre.

No sabemos.

No sabemos, tampoco, qué hacer ni pensar ni decir los varones interpelados por el movimiento feminista. Escuché y leí al menos a cinco mujeres distintas, en las últimas semanas, invitando, reclamando o recriminando a “los varones” a implicarse, a moverse, a tomar a la violencia contra las mujeres como un problema también propio; no creo que como idea sea nueva (pienso en Segato, en Bell Hooks), pero sí que es un momento distinto a aquel pocos años atrás, en que quizá el asunto era sobre todo plantarse con toda su fuerza autónoma, y los varones por fin, una vez, callados, observar, escuchar, conversar entre nosotros… Hoy no sabemos ni siquiera cómo hablar; acaso, hemos de empezar a conversar.