URBE
UNA GRIETA EN EL CIBERESPACIO
Por Santiago Mitnik.
20/04/22

La cosmovisión clásica de la política internacional identifica a las fronteras terrestres o marítimas como los bordes claros entre un estado y otro. El advenimiento de las nuevas tecnologías como el vuelo, la radio o la ocupación del espacio “ablandaron” las fronteras, o, al menos, le agregaron nuevas dimensiones al ejercicio de soberanía por parte de los estados. Internet parecía ser el gran territorio desterritorializado ideal del liberalismo, donde no se podrían levantar fronteras: se pensaba que sería el campo libre al desarrollo de los individuos y las empresas, con los estados nacionales jugando un rol ínfimo, pero esto no parece estarse cumpliendo.
La operación especial militar, o la invasión rusa, o como sea que corresponda ser llamada en el territorio y plataforma donde se lea esta nota, comenzó en términos específicos el 24 de febrero, con un ataque masivo de misiles sobre el territorio ucraniano y un avance sobre las fronteras norte, este y sur. Pero es más que claro que los conflictos militares no surgen por generación espontánea. La historia, los intereses nacionales, las teorías estratégicas, demografía, geografía, etcétera, pueden marcar antecedentes. La guerra de independencia de las repúblicas populares del Donbass en 2014 o el EuroMaidan/golpe de estado a Yanukovich parecen antecedentes obvios. Incluso hacia atrás, en la brumosa consolidación de las fronteras de Ucrania, en la Unión Soviética y el imperio de los zares. O en la búsqueda de Putin de un sueño restauracionista.
En todo caso, la historia es mucho más fácil verla desde lejos. Con los eventos todavía “calientes” sacar balances o conclusiones puede ser que venda, pero mucho no aporta. Periodismo e historia son cosas muy diferentes.
Pero hay un fenómeno que está sucediendo a causa de la guerra que, si bien no tiene un carácter urgente, parece ser uno de los aspectos claves de la política mundial de acá a las próximas décadas: la propaganda, y cómo se están marcando las divisiones políticas en el ciberespacio.
Niebla de guerra
“La primer baja en una guerra es la verdad” decía Esquilo, aunque, en sintonía, la cita es atribuida a muchos autores de distintas épocas. En este conflicto, esto fue más que patente. Invasiones que debían suceder en ciertas fechas y no ocurrían, discursos pregrabados que comenzaban mientras caían misiles, legendarios aviadores ucranianos con el rostro de abogados liberales argentinos, masacres que no se sabe si fueron, o hechas por quién, etcétera. “Acusar” a un bando u otro de usar técnicas de propaganda es algo ridículo por lo obvio. Es como acusarlos de disparar. La moral, de propios y ajenos, de las poblaciones y elites de posibles aliados, son campos de batalla tan importantes como cualquier otro, si son bien utilizados.
Especialmente para países muy alejados del conflicto, como Estados Unidos, la forma en que se presenta la guerra públicamente es casi tan importante como el resultado. Esto se debe en gran medida a que la OTAN no puede intervenir directamente por riesgo a una escalada nuclear, y porque los objetivos estratégicos norteamericanos apuntan a un largo plazo, a un debilitamiento, constricción y colapso de la actual estructura de la Federación Rusa. “Perder” una parte de Ucrania no es mayor problema si se acerca a ese horizonte. Para poder convertir a Ucrania en el Afganistán de Putin es conveniente tener la mayor bancada social posible, para que sea imposible cuestionar, desde el propio territorio el apoyo logístico y económico a insurgencias varias.
Descontadísimo está decir que podríamos decir algo similar sobre la utilidad para Putin de tener un discurso sólido y una férrea represión a las posibles disidencias dentro de su propio territorio.

Nuevos territorios
Dejando de lado los contenidos específicos novedosos de la propaganda, ya se ha visto en prácticamente todas las guerras de la historia como este factor es parte importante de un conflicto. Tampoco sería nada revolucionario explicar que la economía también es un campo de batalla, con sanciones, corte de cadenas de suministros, etcétera. Lo interesante es el nuevo territorio donde este conflicto se está dando, la nueva arena de la discusión pública, el foro de la aldea global, que es internet.
Proveedores, buscadores, redes sociales, son los espacios por los cuales se accede, en una enorme mayoría a los medios, opiniones y debates de la esfera pública a escala masiva. Toda esta infraestructura digital está “subida” a una infraestructura física, de servidores, cables, antenas y satélites.
Desde el comienzo del conflicto la postura de las grandes empresas que gestionan este nuevo territorio fue contundente: en todo lo que era posible, se apoyó la línea de propaganda occidental. Y si bien parece obvio en retrospectiva, no tiene que dejar de decirse, porque tiene una importancia fundamental para el futuro.
Los antecedentes de “politización” de la red son bastantes, con censuras masivas a grupos terroristas, por ejemplo, o cuestionamientos de los resultados electorales oficiales de EEUU, más recientemente. La invasión a Ucrania fue tratada de manera similar. La idea general es que existe una verdad científica “chequeada” y un enorme océano de fake news y propaganda enemiga a la que no se debe permitir alcanzar la “mente y corazones” de los ciudadanos. El terreno “propio” se entiende como espacio neutral ideológico, mientras que lo externo es tendencioso, parcial y dañino. No hay un reconocimiento de una propia agencia parcial, sino como perteneciente a una totalidad que vale la pena defender a toda costa.
De esto se desprenden dos factores. Primero, un cuestionamiento a la idea de que el principal conflicto de la época es entre estados y empresas multinacionales. Acá no vemos a Facebook contra los estados. Vemos a los estados y los unicornios digitales actuando como un cuerpo político unificado contra un enemigo en común.
Es posible que no haya una correlación 1 a 1 entre departamento de estado norteamericano y la acción de las empresas digitales norteamericanas, pero todo ese conflicto es parte de una interna mayor, de un espacio aún difícil de definir.
En segundo lugar, enganchado con esto último, las publicaciones de los popes de la industria digital, del MIT y Silicon Valley empezaron con un tono enormemente triunfalista, sobre cómo buscar mas potentes y mejores métodos para encerrar e impedir la difusión de opiniones prorrusas en el ciberespacio. Pero de pronto empezaron a aparecer algunas visiones un poco más moderadas, mostrando algunas preocupaciones bastante relevantes.
La idea general es la siguiente: si los países no occidentales empiezan a ver que el ciberespacio es un terreno no solo no controlable por ellos, sino directamente controlado por un poder ajeno que no será neutral en un conflicto futuro, lo más probable es que se empiezan a generar las condiciones para una desconexión masiva en caso de ser necesario.
El ejemplo primero que surge, el país más preparado para esto es la República Popular China, con su gran muralla digital, pero casi tan importante como eso, con su enorme infraestructura de redes sociales, buscadores y empresas digitales propias.
Rusia parece pronta a seguir el camino chino, pero también comienza a intensificarse la posibilidad de que se avance en esta dirección en Pakistán e India, países enormemente poblados. Todo esto en el contexto de una tendencia hacia la búsqueda de proyectos autónomos (o al menos no directamente dependientes de occidente) en lo comercial y monetario.
Es decir que el mundo digital se parece mucho más a un reflejo de las fronteras físicas en el ciberespacio que en esa red libre sin bordes que era el sueño de la globalización. Con una importante diferencia.

Soberanía digital y colonias digitales
La “independencia digital” es una meta muy difícil de conseguir y requiere una gran acumulación de capacidades técnicas pero también políticas y culturales. Requiere empresas digitales propias, pero también usuarios que prefieran usarlas antes que a las occidentales, y también una clase política comprometida y con el poder suficiente para encauzarlas dentro de un proyecto de soberanía digital.
Las empresas “sueltas” muy rápido pueden acoplarse dentro de un esquema internacionalizado si no hay una fuerza de “gravedad” política o económica lo suficientemente sólida. Las democracias, especialmente las más débiles, y mucho más especialmente las cercanas culturalmente a occidente, tienen enormes dificultades para lograr esto.
Así, el mapa digital parece perfilarse con un par de islas autónomas emergentes, pero se mantiene un enorme volumen del ciberespacio controlado por un centro autodenominado “mundo libre”, o “comunidad internacional”. Este gran territorio tiene que ser entendido casi como un estado unificado interventor, en lo que a lo digital se refiere.
Para los países periféricos que decidan alinearse a este centro esto no es mayor problema ni nada nuevo. El problema está en las naciones que tengan voluntad de mayores márgenes de autarquía política o aunque sea de una neutralidad estratégica en el plano internacional.
Estos países tendrán, siempre, un enorme porcentaje de la sociedad civil funcionando, directamente, sobre terreno enemigo. Esto inevitablemente nos lleva a un escenario de democracia reducida, o semicolonial, no en lo económico, sino en lo ideológico, mucho más allá del ya enormemente discutido “rol de los medios”. Los cartelitos de “state-affiliated media” (que aparecieron en Twitter para identificar algunos medios como Russia Today, pero también a periodistas vinculados con ellos) son la punta del iceberg de una verticalización en las relaciones dentro del mundo digital, que desde su centro o desde sus periferias, parece avanzar hacia mayores grados de “nacionalización” o de dependencia.
Las claves para generar una autonomía digital parecen ser cuatro:
- importante capital humano en las áreas de programación,
- población muy grande con cierta unidad lingüística,
- desarrollo económico potente,
- una solidez política.
La primera la tenemos y de sobra. La segunda también, si consideramos a toda América Latina en su conjunto. Evidentemente, en la tercera y la cuarta condición es donde siempre encontramos problemas.
Pero en todo caso, la autarquía total (en este campo, como en lo económico o lo cultural) es, quizás, imposible o indeseable. No hay que creer que, por saber que uno no es libre, está destinado a liberarse. Pero definitivamente ayuda a entender el mundo que te rodea y las reglas con que se juega. Porque en el mundo que se viene internet y sus dinámicas político culturales no son un “extra” a lo que sucede en la “vida real”, sino que ya son un territorio de disputa más, en el centro de la escena.

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