Feminismo

UN ANÁLISIS DE LAS PERIFERIAS DE LA HETERONORMA

Por Valentina Cavalotti Velasco
11 de marzo de 2024

Todes tenemos ese amigue que no es trolx pero casi, ¿no? Perdón, me corrijo. Todes les trolxs tenemos ese amigue que no es trolx pero casi. El que tiene todos los ítems de la lista excepto el más básico, más importante para ganarse este título en específico: no ser paki.

Estos personajes representan un subgrupo específico de los ambientes progres, personas que habitan espacios queer sin ser queer elles mismes. Y es este fenómeno, que resulta cada vez más común,  el objeto de este análisis.

Cabe aclarar que no me refiero al pibe un poco “afeminado” o la piba que todavía no se hace cargo que solo chaparse a sus amigas, también cuenta como algo. Me refiero al amigo que es la primera pareja chabón de una piba con alto historial lésbico, pero ella dice que realmente es casi lo mismo. Deconstruido, abierto, no le quedó un solo amigo heterosexual pero igual no se acerca a una pija ni con un palo de 10 metros. Alternativamente, es la piba poly que solo tiene amigas lesbianas, todas casadas. Probó estar con minas y decidió que al final no era para ella, aunque quedó en buenos términos con todas. 

¿Te suena?

De manera general la interseccionalidad entre lo queer y las estructuras no tradicionales es evidente, obvia, y en cierta medida necesaria. Sí, obvio que existe el “trolo heteronormado” pero es más bien una excepción a la regla, una contradicción en sí mismos. Nos sorprende y nos despierta el interés cuando nos los cruzamos porque son un oxímoron. Es el sesgo de la atención que nos lleva a tener más presente aquello que nos es llamativo, por ser poco común. De la misma manera podemos hablar de las lesbianas transfobicas o de personas trans de ideologías conservadoras. 

Por regla general, como resultado del proceso de aceptación de la no pertenencia a los canones cis heteros, no es solo la sexualidad lo que se pone en juego. Funciona más bien como el botón de play a un cambio de paradigma. Toda norma se vuelve endeble, y ¿por qué no habría de ser así? Lo cis-heterosexual representa uno de los pilares base que, nos gritan de todos lados, sostienen nuestra sociedad. Y los espacios queer son el lugar en el que todas estas variaciones y reinterpretaciones de las formas en las que decidimos activamente existir en comunidad, convergen.

Desde la manera en la que construimos vínculos, hasta la relación con el dinero y la política, las nuevas concepciones de lo que es el amor  romántico o no, y las infinitas formas de practicarlo. Desde las etiquetas usadas libremente, las parejas abiertas, hasta el anticonsumo y un escape a la lógica de la autoexplotación. La idea y el entendimiento de que nada es fijo, las definiciones y la gente cambian, y es inútil, innecesario, y contraproducente reprocharnos o limitarnos de alguna manera por la fluidez que tan duramente aprendimos a aceptar. 

Estas prácticas por sí mismas no son queer pero el diagrama de Venn, como recién veíamos, es prácticamente un círculo.

O al menos eso pensamos desde estos espacios, guiades por nuestras experiencias y subjetividad. Pero el caso es que el rechazo a los cánones sociales del mundo patriarcal y cristiano no son algo nuevo ni mucho menos, ni son dependientes de los avances del movimiento LGBTQ+ , o de forma más general, de las experiencias disidentes de sexualidad y género. Las personas se encuentran por fuera de esos cánones por un sinfín de razones, pero el principal motivo parece ser que las mismas reglas de pertenencia son excluyentes, casi por definición.

Si fuiste un niño sensible  o una niña a la que le gustaba  el deporte, una persona que no quiere tener hijes o que decide por su sanidad, cortar con los lazos familiares, se hace evidente que es más fácil quedar afuera que estar adentro.

Por la búsqueda del pertenecer, por un instinto de auto supervivencia tan humano como comer, muchos son y somos les que reprimen partes de su individualidad y se adaptan para ser miembros (mayormente) bien ajustados de la sociedad. Esto es sabido. Servir a la polis por sobre todo y etcétera. Platón estaría orgulloso.

Pero también somos muches les que nos encontramos incapaces de hacer ese trueque, no por falta de intentarlo, les que descubrimos que nadie compra la farsa que vendemos, que seguimos sin ser parte, que nos tienen, de alguna manera, identificades. Inconscientemente, de piel, es muchas veces la cosa. Una vibra y eso es todo, quedamos afuera. El aparato social procesa y escupe sin miramientos, y les escupides, incapaces de volver, se juntan y construyen algo.

Ese algo puede ser uno de los ejemplos del principio de la nota, pero también puede ser una madre soltera que cría a un hijo que trata bien a sus compañeritas de escuela. Puede ser un hombre que invierte tiempo y terapia en sentirse cómodo con su cuerpo. O que se queda en la casa cuidando a los pibes. O una mujer que no quiere tener ni hijes ni pareja. O que le gusta mucho, mucho, mucho jugar al fútbol.

Y sí, a veces estas personas redescubren en sí mismes que al final sí eran queer queer, y nunca habían tenido el tiempo o la energía para tramitarlo. Una parte de por que me inclino a pensar que los espacios queer deberían estar abiertos a personas no queer es porque son lugares seguros de experimentación donde aquelles que no están convencides, pueden hacerse preguntas que en otros lugares serían terribles, y aca, solo son.

Es que al final la homosexualidad sí era un poquito contagiosa, de la misma manera que la felicidad lo es.

Pero tambien puede ser que eso nunca suceda, que la persona siga siendo  firmemente, sin lugar a dudas, completamente cis heterosexual. Sin embargo se seguirán sintiendo atraídes a esos espacios en los que se hallaron cómodes y esto se debe, sencillamente, a la superposición, la coincidencia de experiencias que los llevaron allí en primer lugar. 

No propongo que ampliemos el término queer para incluirles, como he leído en algunos lugares. Por más de que haya surgido como una palabra para definir lo no normal, lo extraño, considero ya está levantando suficiente peso en el lugar en el que se encuentra hoy, como un término abarcativo que agrupa toda disidencia en tanto sexualidad o género (al menos así fue usado a lo largo de esta pieza de opinión). Pero sí pienso que debería haber algún nombre, o al menos deberíamos reconocer la existencia de este subgrupo, queer adyacente, queer simpatizante y queer aliade. No tengo respuestas pero tampoco tengo dudas de que si este fenómeno sigue creciendo, como parece ser el caso, el lenguaje proveerá. 

De las cenizas de otro significado renacerá una palabra y se escribirán notas de análisis sobre cuáles son sus límites,  a quienes agrupa, quienes tienen derecho a llamarse así y quienes no, hasta que se vuelva el vernáculo más común y silvestre de todos. Mientras tanto me tendré que conformar con un “casi trolx”.

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