ARTIFICIOS

Se viene

Por Mati Segreti
21/12/2021

Ustedes lo saben bien, cualquier actividad humana parte de un capricho, después viene el ejercicio de encontrarle un fundamento. Piensen esta frase de Wilde: la única diferencia entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho dura algo más.
Somos amigos de esas ideas y propósitos que surgen sin razón aparente, somos cómplices de la fantasía de nuestros impulsos, somos antojadizos, pasajeros, nos conducimos por las fuerzas internas del deseo y por todas las locuras que atraviesan nuestras cabezas.

El año nuevo occidental es el capricho universal de mayor consenso. El problema es que se lo suele confundir con el orden y la costumbre, como si de verdad proviniera de una fuerza externa que se impone sin pedir permiso. No señores, no señoras, el año nuevo es un capricho que surge desde el pozo más profundo de nuestra intimidad.

En la Roma antigua, el año nuevo se celebraba en marzo, hasta que Julio Cesar, al que se le atribuye la frase: “los hombres son de alguna manera maestros de su destino”, tuvo la idea de cambiarlo a enero, ya que le pareció mejor inaugurar un calendario que llevara su nombre: el Juliano. Luego vinieron algunas modificaciones de forma, hasta que el papa Gregorio XIII, apoyado por los hermanos jesuitas instauró el calendario que actualmente nos convoca para pensar que todo lo que viene será distinto.

 

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Palmaditas en el hombro, un abrazo intenso, la borrachera distinguible, un tío pesado, mi hermana que no para de hablar de astros, la abuela harta, la culpa de la lejanía, adular un postre que sabe rancio, destapar con ruido el champán (tarea que el primo gorila es incapaz de realizar), la nostalgia de un punto de partida, el reloj atento, el caniche que se pierde cuando suena un pedo en la calle, mi abuelo que se abre la bragueta para drenar la panza, el exceso de perfume de mi hermano. Todos los despojos se arrojan en la mesa de la noche vieja para liberarse del año maldito e inaugurar una letanía: “que tengas buen año”, “que tus deseos se cumplan”, “que lo que venga sea mejor”.

Una vez, mi padre que callaba con orgullo, me dijo que el tiempo es el alma del mundo. Mi nonna, que gritaba con la misma arrogancia con la que mi viejo elegía el silencio, me dijo un 31 de diciembre ¿Cómo puede ser que nadie advierta que lo que viene es la muerte?
Ambos recogían las alegrías del año vivido y ambos ejecutaban el concepto filosófico desarrollado por Demócrito, los estoicos y epicúreos: la ataraxia, que no es otra cosa, que sentirse imperturbable por lo venidero, o dicho de otra manera, les chupaba un huevo el año nuevo.
Los dos tenían razón, pero dominados por el capricho inexplicable de la celebración, compartían la misma mesa y homenajeaban el ritual arrasando la cantina familiar.

El año nuevo es un soborno para pensar que podemos eludir nuestro destino como humanidad, que no es otro que caminar definitivamente hacia el anonimato. Es todo eso y la promesa de malgastar el tiempo regalado y rechazar las oportunidades brindadas. Seguro es todo eso, pero cómo me gusta avanzar contra el crudo de la bodega, alzar la copa, levantarme sin alma y amigarme con todas las fuerzas internas de mis deseos.

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