URBE

Revolución y fusilamiento

Por Facundo Giampaolo
12/06/2021

Promediaba 1956 y se esperaba todos los días que estallara la “revolución peronista”. En realidad, la conspiración había comenzado poco después de la caída de Perón y de ella participaban militares que habían pasado a retiro por su adhesión al justicialismo, como importantes grupos civiles que salieron a la calle a pelear contra el gobierno militar. Para enero se habían integrado los “comandos”, la actividad era importante en Capital Federal, y en distintos distritos del Gran Buenos Aires. Poco después los conspiradores reciben el aporte masivo de grupos nacionalistas y “lonardistas” desencantados con una revolución que habían contraído a llevar el triunfo y los había dejado en el camino.

De un vapor-cárcel salen en libertad muchos jefes militares. Entre ellos se encontraban los generales Juan José Valle y Raúl Tanco. El primero de ellos asume en la dirección del movimiento en gestación.

La primera tarea fue de coordinación de los distintos grupos actuantes en un solo organismo centralizado. Luego Tanco se preocupó en sumar adhesiones de sus camaradas en actividad y comando de tropa. Para marzo había 800 jefes y oficiales comprometidos. Se integraron los comandos y se trazaron planes.

El gobierno nacional siguió desde el principio el desarrollo de las actividades de los conspiradores. Infiltró a muchos de sus hombres entre los periodistas y estuvo bien informado sobre la trama. Comenzaron las detenciones. Perón desde Caracas seguía mandando cartas incendiarias. Las cárceles se llenaban de presos peronistas.

El 27 de mayo era la fecha. Debió postergarse. Los civiles y suboficiales presionaban, Valle fijó la fecha definitiva; domingo 9 de junio. Aramburu viajó a Rosario y todo indicaba normalidad.

Esa noche, una radio de Santa Rosa (La Pampa) conmueve al país con una proclama revolucionaria. Desde allí el capitán Philipeaux anunciaba su rebeldía al frente del grupo de ejército con sede en esa Ciudad. En Rafaela había otro brote revolucionario. En Rosario grupos Civiles intentaron tomar la emisora.

El 7 de Infantería de la ciudad de La Plata había sido tomado por Cogorno, un oficial del Ejército, y sus tanques sitiaban a la jefatura de policía.

Las guardias de Campo de Mayo habían sido ocupadas por los peronistas que se habían apropiado de algunas compañías. Comenzaba el 9 de junio con mucha gente en la calle dispuesta a la lucha.

La radio oficial dio a conocer el anuncio: imperaba la ley marcial. La represión había comenzado. Un sol vacilante iluminó la fría mañana y muchos argentinos se enteraron de que en una comisaría de Lanús un grupo de hombres fueron fusilados. Habían ido pasando uno a uno y las primeras luces del día iluminaron (por primera vez en la historia nuestros interminables sucesos militares) los cuerpos de 15 civiles pasados a metralleta. Sus nombres quedaron como una herida, como una cicatriz.

Los sublevados de Campo de Mayo corrieron suerte parecida. Se rindieron sin disparar un solo tiro al saber que la situación estaba perdida para ellos, y un consejo de Guerra, prendido por el general Lorio, los condeno a la pena capital. Todos cayeron sin pedir misericordia.

En la Plata había fracasado el movimiento. El coronel Cogorno, jefe de la intentona en esa zona fue detenido (merced a una delación) cuando huía por el sur de la provincia de Buenos Aires con su ayudante Abadie gravemente herido. También para ellos hubo balas, tampoco hubo misericordia.

Esa misma noche, en un basural de José León Suarez, las balas policiales acribillaron varios hombres que habían sido detenidos poco antes. La orden la había dado el jefe de Policía de la provincia, el coronel Desiderio Fernández Suarez.

El general Valle estaba escondido en casa de un amigo, el mismo intercedió en la casa de Gobierno por su vida. Se le dieron seguridades y se entregó. Una noche, el teléfono sacudió la casa de los Valle con una noticia: el general Valle sería fusilado.

Su hija Susana lo vio rodeado de hombres adustos, fuertemente armados.

-Muero por la patria. Si lloras no eres digna de llamarte Valle. Cuida mucho a tu madre…

Después de un tiempo indispensable para un beso de despedida a los pocos minutos de retumbar de la descarga de fusilería. A poco el tiro de gracia. El general Valle había muerto. Pero había dejado varias cartas, una de ellas al general Aramburu, que en una época fue su amigo.

Tanco se refugió en la casa del embajador de Haití. Estuvo poco tiempo, porque fue secuestrado en una insólita operación comando. Se había violado el derecho de asilo. El embajador reclamó, intervino el representante de Estados Unidos y el preso fue devuelto. Salvó su vida por milagro.

Ese día la oligarquía masacró a más de 30 personas entre civiles y militares.

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