Urbe

REALISMO PERIFÉRICO, ENTRE CHINA Y ESTADOS UNIDOS

Por Santiago Mitnik
29 de abril de 2023

Si tenemos que armar una predicción para el año electoral, hay un tema fijo que se va a discutir, que es la política internacional. Los partidos y frentes están muy ocupados destruyéndose entre ellos, pero cuando las internas comiencen a acomodarse ya van a surgir las posiciones de siempre: abrirse al mundo, vivir con lo nuestro, el mundo libre, antiimperialismo, pro yanquis o pro chinos, etcétera. Pero para poder llegar relativamente informados y con una buena perspectiva hay que hacer el trabajo de revisar la historia de las potencias y las condiciones políticas actuales. Varios puntos centrales de esta nota están directamente inspirados en Principios de Realismo Periférico, Una teoría argentina y su vigencia ante el ascenso de China de Carlos Escudé, libro que recomiendo enfáticamente aunque no coincida en su totalidad.

Después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU se vio convertido en una potencia mundial, con la Unión Soviética como gran polo de oposición. EEUU, como hegemonía de su gran bloque político, asumió plenamente el control de las zonas de influencia de los imperios vencidos y también de sus aliados debilitados. En algunos lugares las fronteras entre los bloques fueron muy claras, especialmente en Europa y el Pacífico. Otras regiones fueron terrenos de disputa. Vietnam como claro exponente. Pero también África y el Medio Oriente fueron regiones turbulentas, sin un claro hegemón la mayoría del tiempo.

¿Y nuestra región?

América Latina es un caso bastante especial. La descolonización originaria ya estaba hecha hace más de un siglo. El último bastión relevante de poder europeo, Cuba, fue “liberado” por EEUU en 1912. “América para los americanos” fue un principio fundamental de la política exterior estadounidense (y también argentina y brasilera). La influencia británica se evaporó aun antes de la Segunda Guerra con no pocos costos para los países más vinculados a ella, como Argentina.

Los tres grandes países de Latinoamérica, Brasil, México y Argentina, con sus enormes diferencias, tuvieron desarrollos relativamente similares. Una incipiente industrialización dirigida por el estado, en sustitución de importaciones. Movimientos nacional-populares que tiraban hacia el centro sin alineamiento internacional fijo. El México del PRI sería la excepción “estable”, mientras que Argentina y Brasil tendrían idas y vueltas, golpes y retornos.

En todo caso, incluso con sus gobiernos más pro estadounidenses, hasta los 70 los países latinoamericanos mantenían ciertos grados de autonomía en sus relaciones internacionales e incluso en su desarrollo económico y estratégico. Menos que si lo comparamos con el Egipto de Nasser, sí, pero mucho más que Japón. La tradición de los votos latinoamericanos en la ONU son una buena prueba de eso.

Sin embargo, es interesante que esto se daba sin una gran intervención de la URSS en la región. Los PC pro soviéticos locales nunca lograron tener demasiada influencia. La gran excepción es Cuba, pero incluso ese caso podríamos decir que fue accidental. La revolución cubana se “volvió comunista” porque las circunstancias y sus enemigos no le dejaron muchas otras opciones.

Y a su vez, la oleada revolucionaria de los 60 es un fenómeno continental, en eco de la Revolución Cubana, pero como fenómeno orgánico. No fueron células entrenadas y dirigidas por una potencia rival, como a muchos nacionalistas les gustaba fantasear. Los movimientos de izquierda de cada país tenían mucho que ver con las situaciones locales y las contradicciones no resueltas del desarrollo incompleto.

Una nueva etapa

¿A qué voy con todo esto? A que si bien la política latinoamericana entre los 40 y los 70 no puede entenderse sin el contexto de la Guerra Fría, los diversos conflictos que sucedieron no fueron resultado directo de la competencia entre potencias. América Latina fue un terreno bajo la órbita norteamericana, pero rebelde. EEUU, siempre que pudo y no costase demasiado, se encargó de castigar esa rebeldía.

En los 70, y especialmente en las dos décadas siguientes, eso cambió. Hasta el 2000, América Latina entró de lleno a la sumisión a los mandatos de Washington. 

Es especialmente interesante el proceso en los 90 en Argentina, donde se asumió el alineamiento a EEUU y la liberalización como único camino posible a la modernización y el desarrollo. La doctrina del realismo periférico de Carlos Escudé explica muy bien esta decisión, mostrando todos los costos que tuvo para la Argentina la oposición, en algunos casos sin mucho sentido, a los Estados Unidos. Alinearse, sacrificando algunas cuestiones soberanas “simbólicas”, podía permitir mejorar la posición estratégica del país y el bienestar de la población. 

El señalamiento de los costos que implica no alinearse con los países poderosos parece obvio, pero cuando uno lo mete en la balanza de costo-beneficio a la hora de pensar políticas de estado, logra explicar lo que usualmente se señala como “cipayismo” desde una perspectiva mucho más razonable. Cuanto más débiles sean los países más fácil será para las potencias “ordenarlos”. La Argentina de los 90, post derrota de Malvinas e hiperinflación, no parecía tener muchas otras salidas.

En retrospectiva, es claro (para nosotros, pero también para el propio Escudé), que ese modelo fracasó. Pero del otro lado del mundo, otro realismo periférico tuvo mucho más éxito.

La otra periferia

A finales de los 60 y principios de los 70, además de la Revolución Cultural, se estaba dando otro proceso clave en Asia: la Ruptura Sino-Soviética. China comenzaba su acercamiento diplomático y comercial a EEUU que con la Reforma y Apertura detona un proceso de enorme desarrollo. Es importante entender que la Nueva China surge, en un comienzo como un cuestionable aliado de EEUU, mas que un rival.

Desde un cierto punto de vista, el proceso chino podría ser visto como el gran ejemplo de la victoria del neoliberalismo o del consenso de Washington. Alinearse al hegemón, liberalizar, adaptarse a las instituciones internacionales. La rivalidad actual se da después de un muy largo proceso, donde China logró tal nivel de crecimiento que logró convertirse en una amenaza estratégica por sus propios medios. Una muestra de que la adaptación y sumisión al contexto internacional puede funcionar, si se hacen las cosas bien.

En América Latina, la creciente influencia china en el mundo no se sintió de forma directa en un comienzo. Por poner un ejemplo, el marco en el cual los productos chinos empezaron a inundar los mercados locales, aplastando a las industrias nacionales poco competitivas, no puede leerse (ni fue leído en su momento) como un “imperialismo chino”. Y esto tiene todo el sentido del mundo, porque fue hecho bajo las reglas de la hegemonía norteamericana. Así mismo, bajo estas mismas reglas, el tamaño de las exportaciones del sector primario a China comenzó a crecer enormemente, lo cual no sería tan importante si no hubiera coincidido con una desindustrialización, también bajo el marco del consenso de Washington.

Si pensamos en la década del 2000, todavía China no aparece como gran enemigo de EEUU. Mucho menos como alternativa geopolítica. El grupo de los BRICS recién se formaría en 2010. En la época del ALCA, un golpe importante a la hegemonía norteamericana en la región, no había ninguna potencia sobre la que “recostarse”. Otra vez el formato del siglo XX.

Algo ha cambiado

Pero a partir de la década del 10, las cosas ya empezaron a tomar otro tono. La presencia china en el mundo ya no era de puros productos baratos o de calidad dudosa, sino que comenzaba la inversión en infraestructura y la lenta llegada de empresas competitivas a alto nivel.

Para la Argentina kirchnerista, la Venezuela chavista o el Brasil de Lula, la aparición de una China como potencia económica y tecnológica era un evento salvador no solo porque permitía acceder a inversiones de capital no occidental, sino que podrían destinarse a obras no se permitirían jamás bajo la influencia norteamericana.

Pero, con la instauración de la disputa estratégica, con una guerra comercial, en posible camino a una guerra real, este coqueteo con una potencia extra-hemisférica no podía durar demasiado. EEUU volvió a la región a “poner orden”.  

Si vemos con atención hoy en día los “vetos” estadounidenses sobre inversiones chinas son múltiples. En Argentina sobre centrales nucleares e hidroeléctricas es un ejemplo cercano, pero también en Chile sobre los sistemas informáticos del estado, y en cada país debe haber alguno similar. Brasil, por su propio peso económico y político, logra escapar generalmente a los “vetos” estadounidenses respecto a muchas cuestiones, pero intenta no cruzar la línea roja respecto a la compra de armamento.

En Argentina, el gobierno de Macri intentó acercar a Argentina nuevamente a EEUU en base de una diplomacia de “apertura al mundo”, pero no logró muchos resultados concretos. Con lo que sí logró acercar a Argentina al sistema occidental es con la economía.

El endeudamiento, junto con la debilidad de la moneda y la crisis económica, vuelven al país mucho más dependiente de las influencias externas, sean estados, empresas u organismos. De estos últimos el FMI es el más conocido, pero es importante también nombrar a otros como el Banco Mundial o el BID. Estos sostienen programas y sectores enteros del estado.

En este contexto, la capacidad de dañar a la Argentina de EEUU es mucho mayor. Cualquier gesto de rebeldía puede ser fácilmente aplastado, simplemente congelando fondos. Y no estoy hablando desde la teoría de conspiración ni desde un antiimperialismo idealista, esto pasó literalmente cuando Clever Varone ganó la puja sobre conducción del BID, hace poquísimo tiempo.

Lluvia de yuanes

En un sentido económico-comercial, la capacidad de influir de EEUU y China parece empatada. Históricamente, las economías argentina y estadounidense no eran muy compatibles, y ese comercio nos dejaba en amplia desventaja. En cambio, con China éramos plenamente complementarios. La enorme necesidad de la República Popular de alimentos y energía, coincide justamente con nuestras ventajas naturales.

Pero, con la Guerra de Ucrania, el mapa comercial del mundo cambió. Alimentos y energía vuelven a ser más necesarios que nunca en el mercado, lo cual podría permitir a la Argentina exportar más alineado al sistema occidental, reemplazando en parte a Rusia que gira hacia Asia. Esto explica en alguna medida el apoyo silencioso y discreto que hay en el centro y la derecha del espectro político argentino a la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner. 

En los aspectos donde la influencia norteamericana es solo negativa es en los que tiene que ver con tecnología estratégica y armamento. Para decirlo claro, los fierros: aviones militares, tecnología avanzada, energía nuclear, etcétera.

Las razones por las cuales EEUU quiere impedir que China venda armamento o construya centrales nucleares en Latinoamérica es bastante obvia. Lo que quizás no es tan obvio es la razón por la cual no lo hacen ellos. Lo militar tiene una respuesta simple, Argentina no es un país confiable y está vetado por Gran Bretaña. La Guerra de Malvinas nos demarca como un “paria” (que no necesariamente es algo malo). 

La cuestión de la infraestructura, por otro lado, no es tan clara. También los estados africanos en muchas ocasiones reclaman a los estadounidenses y europeos algo similar. “Nos vetan acuerdos con China, pero no ofrecen nada que los reemplace”, “los chinos construyen ferrocarriles y ustedes solo nos dan lecciones de moral”. Y con el contexto interno actual de occidente, no parece que una Ruta de la Seda occidental para el tercer mundo sea algo fácil de conseguir.

Otro punto complejo, pero importantísimo, es el nuevo soft-power progresista de occidente. Tradicionalmente, en América Latina, ser pro-yanqui era ser de derecha y conservador. El “orden occidental y cristiano” que supuestamente defendían las dictaduras militares. Hoy, es casi lo contrario. La línea “occidental” es el progresismo, opuestas a los “regímenes autoritarios y conservadores” euroasiáticos.  

Pero la clave fundamental está en que los EEUU tienen mucha más capacidad de castigarnos por la desobediencia que los chinos. Por nuestra estructura social, política e incluso moral, estamos penetrados por occidente (si es que no somos parte integral). Además, militarmente los chinos no nos significan nada; la OTAN, sí.  

 

Las alternativas

Así vistos todos estos puntos, es más fácil de explicar las diversas posturas de los actores políticos locales sobre las discusiones internacionales.

La derecha es, obviamente, pro estadounidense. En muchos casos pecan de ser más papistas que el papa, especialmente figuras como Picheto y Bullrich, que oscilan entre un viejo y extinto neoconservadurismo y un trumpismo ausente. Milei aparece como una extensión de la línea de Bullrich, pero aún más idealista. En sus propias palabras, el comercio con China es “inmoral”. Así terminamos discutiendo sobre una dolarización, mientras el mundo se desdolariza a toda velocidad.

Larreta, en cambio, opera bien alineado a los principios del World Economic Forum y todos los organismos internacionales como el BM y el BID. El margen con el que un posible gobierno de Larreta gestione las relaciones internacionales depende más del termómetro internacional que de la ideología.

La incógnita que nos queda, entonces, es la postura del peronismo y el Frente de Todos.

Massa es bastante simple de entender. Pro estadounidense en principio, pero dispuesto a jugar el juego del realismo periférico cuando sea necesario. En esta semana lo vimos sentado con el embajador chino en un intento de frenar una corrida cambiaria. No será el Deng Xiaoping que queremos, pero algo es algo.

El albertismo durante su mandato fue, en este tema como en todos, en zigzag. Ideológicamente alineado con Europa, jugó con Putin y China, para después ir cortando esos lazos y arrimado a EEUU. La grandilocuencia (“vamos a ser la puerta de entrada de Rusia en Latinoamérica”) queda mal en los blandos.

El kirchnerismo, en cambio, es mucho más difícil de entender. Por un lado, ideológicamente son anti-yanquis, desde siempre. Públicamente plantados contra el acuerdo con el Fondo Monetario. Pero si miramos ciertos eventos recientes, es más complejo. Si, muchos de sus referentes principales se proclaman “soberanistas”, pero Cristina no tiene problema con reunirse con generales norteamericanos, algo impensable hace una década. Tampoco el kirchnerismo saltó en defensa de Atucha 3, en mira de los EEUU.

En todo caso, esto no es una crítica, es simplemente una muestra de que el margen de maniobra y las condiciones de posibilidad de, no un alineamiento a China, sino un tercer posicionismo, son muy limitados. Pero, entonces, ¿no se puede hacer nada por defender la soberanía y nuestros intereses estratégicos?

En principio, lo mejor que se puede hacer es, como siempre, crecer y ordenar. No hay nada más estratégico que el desarrollo. Cualquier acción en ese sentido ayudará a tener una mejor posición en la arena internacional.

Segundo, más allá de un ordenamiento a uno u otro bando, o una neutralidad, hay puntos fundamentales a mantener a rajatabla, como el mantenimiento de infraestructura estratégica. Gasoductos, centrales nucleares, sectores tecnológicos de avanzada ya existentes o posibles. También cierto grado de control sobre los recursos naturales y las fronteras nacionales. Mantener una postura digna y coherente respecto a la Causa Malvinas y las reivindicaciones argentinas en el sector antártico. Y por último, cuando se negocie algo con una potencia, negociar en serio, hasta sacar el último dólar, yuan o grado de autonomía posible.

En momentos de crisis y debilidad, cuando no existen los medios para los grandes gestos de insubordinación internacional, el verdadero patriotismo no está en que fotos con un embajador se saca o no un líder político, sino en como mantiene de pie lo existente y construye las bases para una mayor autonomía.

Foto: Fotografía por Annemarie Heinrich.

Se gesta la idea del rambleador como una especie de Flaneur. Aquel que camina, aquel hombre que contempla la rambla cómo arquetipo de la argentina cool, blanca y europea de aquella generación. Mar del Plata como la Biarritz latinoamericana. Sillas de mimbre, faroles, la “moda” en los trajes de baño, el aburrimiento y la caminata  son signos de una época chic y elegante.

Dos eventos trascendentales en términos de transformaciones socio-políticas para la ciudad  merecen ser nombrados: la llegada del ferrocarril en 1886 y la apertura, dos años más tarde, del Hotel Bristol. A partir de ese entonces, se desarrolla un período de aceleración y expansión de la “villa balnearia” de las elites a otros sectores sociales, conformando la ciudad turística de los años veinte y treinta, llegando finalmente a la Mar del plata ”popular” que se mantiene hasta los años 80.

 

De la clase media a las masas

Y de un tiempo a esta parte, la rambla se transforma en esa combinación de cuarcita blanca y rosa anaranjado de los ladrillos prensados que conocemos hoy; Bustillo deja sentado un símbolo identitario para las generaciones venideras. Mientras tanto, lo incómodo y heterogéneo de la composición social de la ciudad es digno de ser nombrado en una época marcada por el ascenso de la clase media a los espacios reservados a la oligarquía.  Los reductos de la alcurnia costera se acotan al Golf club, club náutico, yacht club, ocean, cómo islotes enquistados por fuera de una ciudad plebeya.

La cultura de masas se consolida efectivamente a partir de la construcción de la ruta dos como política caminera estrechamente ligada a la llegada del automóvil a la ciudad. Si en la década del veinte y del treinta los sectores medios resultan actores protagónicos, a partir del 46´ un nuevo hecho político le dará la posibilidad a los trabajadores de participar, a decir de Daniel Santoro,  en la democratización del goce: La promesa siempre es de felicidad, nunca de sacrificio, nunca hay un horizonte de sacrificio en el peronismo. La izquierda, dice el pintor, piensa que son necesarios sacrificios revolucionarios, y la derecha o el sistema capitalista en general, ponen la meritocracia y el sacrificio para lograr un status determinado. Nada de eso es relevante para el peronismo.

La irritación aflora en la oligarquía nacional y el peronismo le agrega un nuevo componente: el turismo social y la masificación del consumo en Mar del Plata.

Una dama de la oligarquía, la escritora Carmen Gándara exclamaba caminando por una calle llena de gente: -¿Qué pasa en Mar del Plata que ahora nadie nos mira? (Sebreli,1993)

En una experiencia similar al Frente Popular en Francia de la mano de Leon Blum, el peronismo pone sobre la mesa de la discusión política el derecho a vacacionar, cómo símbolo de emancipación del trabajador. Es así, que lo logra en un sentido material: Chapadmalal, el Hurlingam y demás hoteles sindicales son una realidad asequible, palpable.  Desde sus comienzos el antiperonismo apuntará contra esa fuerza irreverente que viene a plantear el disfrute colectivo a costa de afeamiento, desaliñe, desacomodo.

Una proporción nada despreciable de testimonios orales de hoteleros y comerciantes coinciden en una frase: ´El peronismo acabó con Mar del Plata. Cundió el pánico; espantó a los ricos, que eran los que nos daban de comer´. Es que el Estado empieza a hacer las veces de intermediario y a inclinar la cancha en favor del turismo sindical y trabajador.. A esta jugada, la hotelería y el sector privado le responderá consecuentemente con irritación y desencanto: demolición de hoteles, posicionamientos públicos en contra de la política hotelera, ausencia de plazas para alojar a que el turismo ávido de descanso y vida nocturna. Turistas no faltan, lo que faltan son financistas (inversiones).

 

Lado B: El turismo

La contracara de la ciudad vedette, es la transformación del marplatense en lo otro, lo subordinado, lo marginal. Hay algo de esa lectura que dialoga con nuestro presente. El malestar en la cultura marplatense, con una esperanza de acceso a la vivienda más cercana a una utopía inasequible que a una realidad, se  traduce en lo que describe el autor sobre la relación marplatense- turista: una atracción repelente, de simpatía antipática; le molesta porque su vida complica y se llena de incomodidades, pero a la vez sabe que necesita del turista porque la ciudad entera vive de él. El marplatense, consagra así una relación de ambivalencia, de dualidad permanente ante lo foráneo.

Sebreli proyecta en esta dinámica de tiempo ocioso una alternancia periódica de ilusión y desilusión. Las vacaciones como una frustración, como un mito. Si las vacaciones son un margen de la vida cotidiana también se tratan de un rito que tiene su mecánica, su rutina y su neurosis. Filas, ruidos y luces componen la aporía vacacional.  

Freud ve en las fiestas rituales (o vacaciones) un exceso permitido y ordenado, una violación solemne de una prohibición. Desde este lugar es que Sebreli corre “por izquierda” (frankfurtiana) la idea del ocio capitalista y su función neutralizadora. Se piensa desde un pedestal mientras se observa la cultura a través de las ilusiones de la intimidad “burguesa”, siempre desde un lugar de desmitificación de la experiencia populista. Argumenta que no existe una auténtica satisfacción humana allí en las vacaciones, sino más bien un valor de cambio, una moral que encuentra en Mar del Plata su realización concreta. La cultura ociosa, así, solo sirve para satisfacer un ansia de beneficio y utilidad. Una falsa libertad que otorga dosis de placer que diluyen “la verdadera” emancipación que haría temblar las bases de la apropiación capitalista misma.  El tiempo libre no se identifica con la diversión organizada, es parte integrante de una enajenación histórica. De esta forma, el estructuralismo piensa en la ciudad costera una desublimación represiva,en la cual todo incita, todo estimula pero nada pareciera satisfacer.

Foto: Recuerdo de Chapadmalal, de Daniel Santoro (2005).

YPF

En El malestar en la cultura Freud habla del principio de realidad, entendido como la subordinación del placer a la realidad del hombre como mero instrumento para el rendimiento económico. Me interesa detenerme en esta idea de concesión del ocio con el subtexto de la reproducción de las relaciones de clase con la que  tanto insiste el autor.


Es que a la regulación temporal del trabajo, la instrumentación del cálculo se la desarticula priorizando los tiempos humanos. Y en eso el peronismo da cuenta en acciones concretas de saberse por fuera de la lógica del sacrificio, de las promesas a futuro. La dispersión, el ocio institucionalizadas a una realidad concreta, alcanzable y hecha política pública.

El peronismo al politizar las vacaciones, le da el carácter de derecho, de garantía de un futuro desde un mantra esperanzador. Y entonces vale  el ejercicio de situar esta politización, contextualizarla históricamente en torno a la desidia y al abandono de una clase trabajadora que se supo por primera vez usuaria de un lugar históricamente impropio. La satisfacción tiene que ser inmediata porque la urgencia de resolver el disfrute así lo demanda. 

Foto: Archivo General de la Nación.

Consumos y goces dispersivos

En relación al disfrute y la industria, la ciudad nos acerca un acontecimiento que le hace honor en forma de fílmico: El festival Internacional de Cine. Desde 1948 hace su aparición en la escena local para celebrar “la misión” de exponer ante el país un resumen de la vida por fuera de las rutinas. El contexto es de esplendor; la Argentina vive sus años gloriosos en materia cultural y artística. En una de los documentos en los que trabaja acabadamente el Archivo General de la Nación me queda el siguiente recorte: Ellos merecen nuestros agradecimientos como calificados obreros de la fábrica de sueños que es el cine.

Mar del plata como un eterno anfitrión de las clases medias y altas nos muestra una película de plenitud, festividad, status, y material cultural for export. Se trata más de dejarse influir por este exceso, por la grandeza de un destino costero de desborde y festejo, que por el pedido de cordura, austeridad, promesas a futuro,vacaciones empaquetadas y normadas.

Pensar los consumos en relación a la ciudad cómo un gran árbol donde se pone en juego la sociabilidad de diversas tribus es una labor interesante en nuestros tiempos. La  pretensión de querer segmentar a la vida social en términos duales y simplificados no deja ver un presente que –aunque atomizado e hiper individualizado– no deja de presentar síntomas de una narrativa colectiva y compleja.

Maffesoli, sociólogo italiano, plantea que el clima de nuestra época está impregnado de varias figuras y metáforas que representan la estética del estar juntos del presente. Figuras de exceso, carnaval, festival, el gasto, el lujo, lo superfluo, el ocio, el hedonismo, las efervescencias musicales y deportivas, lo bárbaro, son observadas por el autor para comprender el sentido trágico de la existencia. Pienso en fiestas electrónicas, festivales, campeonatos deportivos, las plazas llenas, la playa cómo una mardelplata del ocio disperso

Es en la idea de tribalismo (o neotribalismo) que plantea donde se vislumbra una forma fiel de lo que sucede en este clima de época : fluidez, convocatorias puntuales, inmediatas, con sentido estético a la vez que superficial e inutil. En este aspecto se permite hablar de superación del principio de individuación. Lo que Sebreli machaca como alienante, chic, frívolo desde acá lo reivindicamos cómo una nueva propulsión colectiva a realizar la vida social.

Se trata entonces de que Mar del Plata y la vida en vacaciones adopte, de forma casi exagerada, una forma  sensible, táctil y dionisíaca; la mayoría de los placeres populares son placeres de multitud.

Espero les haya gustado pensar en las vacaciones y el vínculo con Mar del Plata al menos por unos minutos. Como marplatense de primera generación, hice el intento de no ser injusto con ella. Te he tratado mal y pido perdón. Los marplatenses saben que hay con nuestra ciudad una paradoja particular.

Serás mi domicilio

aunque no termine de encontrar tu gracia

Cuando no estoy

pienso todo el tiempo en volver a vos

Pero si no me voy

No veo el momento de volver a estar lejos.

Cientificos del Palo – Mar del plátano (2017).

Santiago Mitnik

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