Artificios
Quiero ser un hechicero
Por Ayrton Gerlero
08 de octubre de 2024
Para Juanma y Cielo
Algo se nos está pasando por alto. Llevamos gente a orbitar la Tierra, vimos el interior de nuestras mismísimas células, monitoreamos las profundidades del espacio. Pero algo se nos está pasando por alto.
¿Cuándo surge la figura del tipo barbudo que lee libros de encantamiento? ¿Por qué es tan hipnotizante esa cascada de pensamientos que lleva desde los cerros a la torre al orbe mítico de poder insospechable? No tengo ni idea, pero si me disculpan, quiero decir un par de cosas.
Los memes son un termómetro y diagnóstico de época MUY raro. Comparable a cuando los doctores decían “Y para esa tos sangrienta has probado tomar leche de zorro con facturas y un iced coffee mientras te despioja un zorzal?“. La cosa es que hace un tiempo la figura del hechicero que pondera su orbe estuvo apareciéndose en prácticamente todos lados. Medios digitales, medios analógicos, tengo hechiceros ponderando su orbe hasta en el cortauñas cual Doom en un test de embarazo. Algo que he comprobado con el paso de los años es que este meme en particular (lo mismo pasa con otros, estoy seguro) no ha perecido en el olvido sino que incluso ha tomado un cariño de meme intimista, si me permiten. Ha mutado en el sinfín más hermoso y maravilloso de las formas. A lo mejor me he cegado, pero no importa, porque la llama que enciende en mi pecho este tema en particular justifica cualquier pavada pavota que pueda producir.
Hay un caldero. Una olla suspendida sobre brasas buenas, y dentro, un guiso se cocina lentamente. Metáfora interesante la de Tolkien, la de “Los huesos y la sopa”, hablando así:
“el Caldero de los Relatos siempre ha estado hirviendo y […] siempre se han ido agregando nuevos trozos, exquisitos o desabridos”
El mundo de la magia ha tenido sus lecturas profundísimas, sobre todo con Tolkien y Chesterton. Hombres que no sólo respeto, sino que los amo, viejos remil capos por favor. Pero esa lectura ya se hizo, y para leer mi lectura sobre su lectura mejor salgan a agarrar una piedra y tirarla contra la ventana de alguna vecina. Así por lo menos se entretendrían más, o sacarían más sabiduría que del análisis de un análisis.
Yo quiero ser un hechicero, y no hay más que eso. Pueden dejar de leer acá tranquilamente, preguntarse o no el por qué, y seguir con la vida como si nada hubiese pasado.
Pero los tipos se quedan. Entonces yo sigo:
Quiero ser un hechicero, quiero vagar por tierras misteriosas. Quiero charlar bajo un bosque de álamos y comer un guiso hecho con 3 pesos. Quiero ser un tipo que lee libros, conoce de encantamientos y ama profundamente las cosas sencillas del mundo. Una pipa en la siesta, una charla entre amigos al andar, una noche tranquila de verano mientras los elfos abandonan las costas de los mortales, cantando y navegando a tierras que jamás perecen.
Hay un árbol que cura la tristeza si se comen sus hojas, o también un gato que vive por las noches y brilla con un azul muy pálido. Él ha nacido de la luna, y solo cuando ella ilumina en lo alto él deambula por los techos.
¿Cuál es el fin de todo esto? De estas preciosas mentiras que contamos y nos cuentan cuando fuimos niños. Intuyo que hay, en varias de aquellas historias, una lección que el adulto deja con una ingenua sabiduría, para que el petiso que escucha, aprenda. No hay que hablar con lobos, no hay que hacer casas de paja o madera (yankis boludos) no hay que dejarse engañar por el dragón. Pero me parece que una cosa ronda y cubre, con más tierno cuidado, el asunto de la fantasía.
He aquí el secreto, carajo: Que el mundo es un lugar insospechable, hermoso, y el misterio que lo habita jamás será respondido.
Por eso se lee fantasía, por eso gente de +40 rolea que son gnomos tartamudos o paladines honorables. Porque la belleza del mundo va más allá del pavimento, y aún bajo él la flor crece y rompe buscando el cielo.
Ya sé que jamás se enterró el cristal encantado, que la espada jamás descansó en la piedra, esperando. Ya sé que un anillo jamás fue forjado y que el dragón nunca durmió sobre los tesoros. Pero aún así, todo eso sucedió. La ingenuidad no es creer que aquello es real, sino pensar que la razón está por encima del asombro.
Imagen: “Luthien escapa sobre Huan”, de Ted Nasmith.
Hay algo en la estética antigua de lo mágico. Digo “antigua” como si no fuesen cosas dibujadas en los ‘90. Hay algo en su estética que se acerca muchísimo a la sensación de que lo fantástico es posible. Así como el vitró en la catedral se asemeja a la luz divina y sus historias, las imágenes de lo fantástico acortan esa brecha que la razón tiende. Entonces no importa qué tantos doctorados tengas encima, vas a ver un dragón saliendo de una caverna y el pensamiento inmediato va a ser:
“Fua, seeeeeeeh“
Hay una carta del juego Magic: The Gathering que siempre me obsesionó. Se llama Opalescencia, una carta del tipo Encantamiento.
Hay una síntesis de componentes que, para mi, hacen perfecto el puente entre nuestro mundo y el de la fantasía. Uno de ellos es el brillo de lo mágico, el destello de quienes parecen estar emergiendo es probablemente un detalle básico. Elemental, en tanto su ausencia no afecta, pero su adición siempre suma.
Otro componente es el tono azulado y sus variaciones, más rojizas o más pálidas. El cielo violáceo, las dunas, la arena que se pisa. Puede que esté relacionado al atardecer, cuando la frontera se hace más evidente entre el día y la noche. Es aquello un vistazo entre la cerradura del mundo, observando juntos dos momentos que parecen separados, pero que ahora sabemos: Son uno mismo.
Hay cosas que son evidentemente mágicas: lo translúcido, lo bioluminiscente, lo iridiscente, la forma en la que nada el salmón o la sociedad de niños que forman los axolotls. El relámpago es tan obviamente divino que resulta difícil no ponerse en el lugar de los ancestros, rodeados de la oscuridad más negra, y ver, por un segundo, la luz golpear la tierra. El estruendo le sigue, y el eco a él.
Cómo no vamos a contar la historia de lo mágico? No digo que esté en nuestra sangre como algún factor evolutivo, digo que está en el mundo. Tan presente, tan omnisciente que no podemos hacer más que señalar y hablar. “Érase una vez“, “En una torre lejana“, “Cuando el desierto era un océano“.
Mucho podría decir sobre el escape a un mundo donde el peligro del nigromante es más atractivo que el peligro de no poder pagar los remedios. Podría escribir los párrafos más obvios esta noche, pero me niego. No hay literatura de evasión, ni de escape. Esto no me evade, esto me refleja. Esto habla más de mi que un paper detallado de gráficos ordenados y números prolijos, la magia habla más de uno que cualquier otra cosa, porque es el recuerdo de que la esperanza alguna vez tuvo un cuerpo con el que caminar y labios con los que besarnos.
Quiero ser un hechicero, y si mientras camino observo los árboles y las aves, o si tomo una rama del suelo y recito unos versos. Si leo bajo la sombra, y veo a lo lejos algunas flores silvestres, o si siento la tibieza del Sol en mi rostro, entonces un hechicero es lo que soy.
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