Metafísica de la costa
Por Agustín Jofre
13 de marzo de 2024
El soporte inconsciente de la pampa comienza en el borde de sus costas. El contorno costero es el flujo mismo de su intimidad, una atmósfera despojada que nuestros sentidos deben atravesar si queremos explorar este paisaje.
I. Percepción
¿Cómo prefigurar una comunidad en la inmensidad de la costa y sus acantilados?
Si intentamos responder, pampa y costa se volverían así una doble aventura metafísica. En la tradición ensayística nacional subyace una reflexión permanente sobre el vínculo entre pensamiento y paisaje, entre poética y espacio. Los escritos de Sarmiento, Lugones y Martínez Estada son los restos más llamativos de esta obsesión argentina: encontrar una cierta continuidad entre geografía y sociedad, que nos permita dar cuenta de nuestra personalidad.
La literatura designó a la pampa como el primer paisaje nacional, en un conjunto de relatos idílicos que dieron forma a una manera de pensar nuestro país, tan romántica como cruel. Ella absorbe en su horizonte -físico e imaginario- a todos los bordes del suelo nacional: los senderos de la cordillera de Los Andes, la aridez del Valle Calchaquí, los humedales del Delta del Paraná, la Estepa patagónica, los grandes lagos del sur y hasta las orillas de nuestra ciudad, que crece sin planificación hacia lo ridículo de lo imposible. En las bibliotecas del país literario, la pampa se revela como una madre que engendra y define todos los rincones del paisaje nacional.
Lucio Mansilla en Excursión a los indios ranqueles, escribe con certeza que “el paisaje ideal de la pampa, que yo llamaría, para ser más exacto, pampas, en plural, y el paisaje real, son dos perspectivas completamente distintas. Vivimos en la ignorancia hasta de la fisonomía de nuestra patria.”
A principios del siglo pasado, Ortega y Gasset esbozó una teoría peculiar: la esencia de lo que llamamos pampa se encuentra en sus confines, no en sus primeros planos. Para percibir qué es lo que oculta este paisaje la vista debe posarse allá lejos. No en los elementos que nos aparecen delante, sino en esa atracción irrefrenable que nos produce el lejano horizonte. La pampa se mira comenzando por su fin… esa zona de promesas.
Un criollo, de apellido Fierro, lo dijo más simple: la pampa es una inmensidá.
II. Paisaje
Si invirtieramos los términos con los que se percibió geográficamente el país, y por un momento nos diéramos vuelta para mirar el otro horizonte, que está detrás nuestro, aparecería una revelación: el argentino vive y sueña de espaldas al mar. Entenderíamos así que las playas, los acantilados, las mareas, el musgo y los peñascos de la costa aún son figuras sin definir. Signos ocultos, sin retrato. Apenas algunas menciones marginales de la literatura contemporánea -Bioy, Ocampo, Forn- no alcanzaron para darle una entidad.
Los elementos de la costa no pueden ser tratados igual que la pampa. Hay coincidencias en la vastedad de sus cielos, la voracidad de las tormentas y las amplias regiones deshabitadas. Sin embargo, la percepción de este paisaje nos exige otra mirada. Lo que en la tradición metafísica argentina es descriptivo, en la proyección continental hacia el mar debe volverse programático.
El lenguaje antecede al pensamiento y el pensamiento le otorga plasticidad a su arquitectura: el estilismo californiano asumió el carácter áspero y telúrico de la costa. En su variante pintoresquista, representó la manera argentina de castellanizar el chalet americano durante la década del cuarenta. Edificando un neocolonial compacto con tejas terracota, muros de piedra y ladrillo visto, galería con arcadas, rítmica en las aberturas y postigos, jardines florecidos y hogar a leña como corazón de la unidad, que otorgan una cálida rusticidad a las estampas del paisaje.
Otras arquitecturas que patrimonian el atlántico, como el conjunto monumental de la rambla de Bustillo, las terrazas residenciales de Bonet, las ruinas del parador Ariston de Breuer y la casa del arroyo de Amancio Williams, son huellas de una modernidad periférica, que se proyectan internacionalmente. Referencias pioneras que dieron forma mestiza a la costa atlántica y propusieron una original manera de habitar el espacio, a partir de construcciones perennes, que más allá de la función tradicional de contenedor, lograron vincular sus tectónicas con el alma del territorio.
III. Mito
¿Cómo se piensa a sí misma una Nación que emprende su mirada hacia el horizonte océanico?
Para esta tarea precisamos de una metafísica de la misma manera que necesitamos de una planificación territorial. En un punto, representar a la costa debe asumir la disposición de buscar el revés de trama oculto en su paisaje. Toda idea de nación resulta incompleta sin un esfuerzo intuitivo, sin trazar la labor política desde una tradición ontológica apropiada.
Como escribe Carlos Astrada en Metafísica de la Pampa, la existencia argentina es “una sombra errante en la extensión inhóspita, tratemos de iluminarla un momento, para sorprender su borrosa trama, su escurridiza inestabilidad”.
La mirada comprende mejor que la inteligencia. Sólo posando la vista en ese otro horizonte es que podremos descifrar las primeras runas de esta incógnita. Martínez Estada en Radiografía de la Pampa, caracteriza tres geografías argentinas fundamentales: cordillera, desierto y llanura. Es evidente la cantidad de paisajes típicos que deja afuera, pero un olvido deliberado es el que nos interesa. Un signo que no se encuentra en las viejas literaturas ya eclipsadas o abandonadas. Y el que viene a completar un nuevo panorama geopolítico que estamos cartografiando: el Mar Argentino.
Infinitas son las derivaciones cromáticas, sonoras y morfológicas que comunican esta espacialidad monumental. El mar argentino es un enigma: no sabemos con precisión la riqueza cautiva que atesora, en su errante hacienda cimarrona de recursos ictícolas, hidrocarburíferos y ambientales.
Lo que nos proponemos es poner en primera plana a un símbolo que se rebela frente a su ausencia, tanto en la tradición literaria, como lo que es aún peor, en el pensamiento político. Doscientos años de percibir y representar un mismo paisaje, la pampa, nos llevó a una encrucijada: el ocultamiento de nuestros espacios marítimos.
¿Cuál es el programa que guía el accionar de una comunidad que mira hacia su costa, pero no tiene en claro qué decir, qué imaginar, ni qué soberanía defender?
La vinculación profunda que queremos trazar con el agua como elemento ordenador de una nueva mitología nacional del siglo XXI, nos proyecta a miles de kilómetros de distancia hacia un destino bicontinental. Atravesando todo límite: territorial, fluvial, marítimo, insular y antártico.
Juan Terranova, en un texto inspirador, dice: “nuestro país, por su situación geográfica y natural, industrial y económica (…) está sin duda llamado también a tener un destino marítimo, mediante el cual pueda realizar sus posibilidades de vida.”
IV. Ensoñación
¿Por qué nos toca habitar este suelo y este mar? ¿Cuáles son sus principios y sus causas?
En sus Doce Lineamientos, Javier Fernández Castro nos plantea que la construcción del hábitat en términos sistémicos, es un circuito permanente de producción y apropiación. En su dialéctica, operan las tensiones que actúan como límites y posibilidades para rediscutir la organización del territorio federal.
Revertir el patrón urbano macrocefálico y fragmentario de nuestro país, requiere no sólo políticas sectoriales, sino una lectura contemporánea de nuestra memoria histórica. Elaborar proyectos que se anclen en el tiempo presente, contemplando contextualidades y nuevas geografías, implica representar de manera más original lo que hasta hoy entendemos por desarrollo, por inclusión y por justicia.
Pensar a la apropiación como capacidad de una comunidad de ser con el proyecto, en un sentido autopoiético, nos permite posicionarnos dentro de ese todo, en la intrincada quiromancia del territorio. Esta cualidad vital es uno de los elementos centrales que configuran lo que llamamos infraestructuras de la vida cotidiana. Basamento del flujo social y simbólico, que junto a los soportes materiales y tecnológicos, permiten resignificar nuestro mundo, darle otro sentido al pasado, a partir de anhelos más actuales.
La apropiación como celebración, en tanto potencia de afectar y ser afectado, nos recuerda Yagüe, es lo que siente el cuerpo cuando la vitalidad se experimenta afectivamente. La apropiación vivida es una presencia cargada de sentido: cada elemento repercute como una huella, y cada cosa nos llama por nuestro nombre, aunque no nos conozca.
En una era donde estamos recubiertos por la interfaz virtual, recordemos la noción de materialismo ensoñado que propuso León Rozitchner: es el afecto lo que sostiene el sentido. El afecto es el enlace creador que incluye lo disperso y constituye la originaria síntesis de lo múltiple, la unidad de lo diverso.
La ensoñación, entonces, discurre en el suelo afectivo que emana del cuerpo en cada relación vívida. Esa disposición ensoñada es un componente elemental del imaginar. Y mucho más: es su magma originario.
Para comprender una cultura política que se ha deformado en la parálisis y disociación, escuchemos qué nos dicen la angustia e irritación que nos genera el tiempo presente. Intentemos aproximarnos a los bordes de una época donde incluso la materialidad de lo real es puesta en cuestión -irrealismo capitalista- para mirar más de cerca los territorios en mutación, de un siglo que pareciera no ser el nuestro.
En tiempos donde la inercia aceleracionista nos propone sacrificar los sentidos y experimentar el autismo transhumano, vale la pena seguir las huellas de esos escritos, por momento olvidados, que nos ponen frente a lo ensoñado del paisaje, nos recuerdan que no hay política sin espíritu nacional y nos dan la posibilidad de patrimoniar nuestros sentidos como potencia de lo verdadero.
Como escribió Bachelard en Poética del Espacio: “hay que estar en el presente, en el presente de la imagen”.
V. Libertad
Llegando al final, nos preguntamos: ¿de qué sirve la planificación urbana sin la actitud ensoñada de proyectar el futuro?
La tarea que tenemos por delante no es narrar un ciclo histórico dramático, que nos aprisione en su fatalidad, sino iluminar la presencia del misterio como posibilidad. El reto es asumir la orfandad de la intemperie, la sencilla desnudez, el desierto que se abre ante nosotros. Reconocer la falta de horizonte es el primer paso para poder ensayar un renovado contramovimiento que le otorgue sentido a lo que ya no lo tiene, desde nuestra propia manera de entender la palabra libertad.
Volvamos al lugar del que partimos: el Atlántico Sur es el subsuelo inconsciente y desbordante de la patria, la infraestructura espiritual de una nación en el mar.
La Pampa Azul es un misterio…pero también nuestro íntimo desafío.
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