Política

Los dueños del futuro

Por Santiago Mitnik
04 de agosto de 2023

El nombre de esta nota es el mismo que el título de un gran libro de Alejandro Galliano y Hernán Vanoli, que trabaja con perfiles de referentes de las élites económicas argentinas y analiza cuál es su visión e historia. Aquí, tomando prestado el título, discutiremos a escala global y a largo plazo qué o quiénes definen el futuro de la humanidad.

Si la política y la ciencia ficción tienen una cosa en común, es que su verdadera preocupación, su espíritu fundamental, es por la definición del futuro. “Tener razón” es, en última instancia, secundario a “ganar”. La ciencia ficción discute futuros escenarios posibles, alertando sobre riesgos, proyectando problemas del presente. Básicamente, usa el futuro como escenario, porque busca discutir que hay que hacer en este presente para dirigirse hacia un futuro preferible. En la política, en cambio, se suele pecar de quedarse anclado en el pasado, discutiendo lo que sucedió ayer, ocupando un lugar de historiador, en el mejor caso, o de periodista, en el peor. Pero en su expresión más virtuosa, la política es el mecanismo por el que la humanidad decide su futuro común.

Pero por “futuro común” no tenemos que inferir una idea necesariamente democrática del proceso histórico, para nada. A lo largo de la historia, muchos de los eventos más importantes fueron causados por clases, grupos o organizaciones, cuando no individuos. El “futuro común de la humanidad” es solo la consecuencia inescapable de ser un “animal político”. Las decisiones de algunos (y por ende de cada uno) pueden afectar el futuro de todos.

Las preguntas entonces pasan por quiénes están efectivamente decidiendo el futuro de la humanidad, quiénes van a hacerlo en el futuro y (acá entra la política a fondo) quiénes deberían hacerlo. El último es un debate a zanjar por la filosofía política, por un lado, y por la realidad del combate político, por otro, pero en esta nota quiero concentrarme en el análisis de quiénes parecen ser las fuerzas decisoras del futuro en la actualidad y el futuro cercano.

La geopolítica

El primer lugar donde buscar quiénes definen el futuro es la geopolítica. Los tiempos de los Estados son largos y apuntan a grandes batallas estratégicas. El control directo o indirecto de territorios, el cambio en las vías de suministro y la infraestructura y las orientaciones generales de la inversión pública a gran escala. El conflicto entre los Estados, o alianzas de Estados, en competencia estratégica entre sistemas rivales, es un factor imposible de soslayar.

Las guerras mundiales son un claro ejemplo de esto. En dos conflictos militares masivos, varias de las “opciones estratégicas” terminaron descartadas. Los viejos imperios quedaron destruidos en la primera guerra mundial y en la segunda el nazismo quedó totalmente derrotado y solo el liberalismo estadounidense y el comunismo sovietico sobrevivieron como las alternativas en la modernidad. Con el colapso de la URSS, la hegemonía estadounidense parecía asegurada, pero en no mucho tiempo aparecieron adversarios, con la República Popular China apareciendo como una real posible alternativa a ser primera potencia mundial.

Este rápido desfile de potencias de primer nivel en tan poco tiempo lleva a un escenario interesante. Si uno agarra cualquier libro de ciencia ficción de hace 40 años (o mas viejo), que intente proyectar la historia de ese momento hacia el futuro, si busca verosimilitud a mediano plazo, siempre aparecen EEUU y la URSS o al menos una buena explicación sobre por qué no están. Si el libro es de los 90, generalmente la imagen general es de una total hegemonía de EEUU (o del capitalismo, en el cyberpunk) hacia el futuro, o al menos con un rol reducido pero importante de Rusia o Japón. En cambio, una obra escrita más o menos en los últimos años que intente proyectar un futuro, debe tener presente a China como actor.

Este fenómeno, donde los cambios del presente cambian como podemos imaginar el futuro, no es nada demasiado ilógico. Lo interesante es cómo estos debilitan la capacidad que tengamos de confiar en nuestras propias predicciones a largo plazo. Las condiciones en las que se dan los posibles futuros cambian antes de lo que esperamos, y de manera inesperada.

Sin embargo, imaginar correctamente no es imposible, y menos aún es inútil intentarlo. Un ejemplo de una persona que efectivamente pudo en la historia ver bastante más allá de la situación presente fue Henry Kissinger, un individuo que asumió personalmente la razón de Estado del mundo occidental y, con una inmensa capacidad para hacer el mal, definió el futuro efectivamente viendo donde estaban las claves del desarrollo futuro, uno o dos pasos más allá que otros de su época.

Pero entonces, ¿qué viene después de la situación actual? ¿China pasará a la lista de potencias que le disputaron la hegemonía a EEUU durante un tiempo y volvieron a la segunda liga? ¿Será el próximo hegemón? ¿Será una potencia más, en una nueva era multipolar, sin hegemonías claras?

Quizás incluso, más interesante, es pensar cuál es la próxima “potencia dormida”, aquel grupo o país con condiciones de cambiar el mapa geopolítico que hoy está en 2a, 3a o 4a categoría. El primer lugar para sospechar de esto está en el mundo islámico. Desde la joven y muy poblada Indonesia, a las potencias expansivas y militaristas de Turquía e Irán, con sus tradiciones milenarias a las monarquías de la península arábiga, con enormes fondos económicos del petróleo y fantásticos planes de modernización, tanto social como tecnológicos, ya en proceso.

India y África también aparecen como posibles candidatos, con el bono demográfico y la mano de obra barata (donde coinciden con Indonesia) como posible gran diferencial, pero también con un posible proyecto cultural ideológico totalmente novedoso, que no parece haberse terminado de expresar en la modernidad.

América Latina en cambio no parece tener ningún justificativo para serlo, pero quizás justamente por eso lo sea. Las lecciones de la historia pueden aprenderse, pero también cambian las reglas del juego. México reabsorbiendo al sur estadounidense de mayoría latina, o Argentina volviéndose potencia mundial luego de la destrucción del hemisferio norte en una guerra nuclear. Si vamos a imaginar futuros posibles, ¿por qué no?

Es justamente en el cambio de las condiciones actuales donde aparece la posibilidad del surgimiento de nuevas fuerzas. Así los riesgos estratégicos como crisis demográfica, guerra nuclear o cambio climático, son oportunidades para quienes los sobrevivan de la mejor manera.

Quién te salva

El otro gran debate sobre el futuro en la ciencia ficción suele pasar no por qué país domina, sino sobre si hay directamente un Estado dominante. El cyberpunk es el género que mejor “milita” contra un posible futuro donde todo el poder esté en manos de corporaciones privadas. Durante la pandemia esta discusión resurgió en la política local bajo la idea de “te salva el mercado” o “te salva el Estado”. El libertarianismo es, en última instancia, una visión utópica de lo que el cyberpunk señala como distópico.

La discutible imagen de Elon Musk privatizando la exploración espacial (casi la definición en sí misma del futuro) es una clara muestra de que aún ese escenario tiene cierto peso.

Con el surgimiento de China como potencia, el rol del Estado parece haber quedado más sólido. Por más liberalización que haya sucedido, el rol del poder político allí sigue siendo claramente fundamental. Incluso en EEUU, el rol del Estado, o al menos de la política alrededor de él, parece estarse incrementando cada vez más.

La guerra en Ucrania también solidifica esta situación. La posibilidad real de lo militar como factor suele ahuyentar a todos los que no tienen el monopolio de la violencia legítima de creerse más de lo que son. La derrota militar de un país implica también, en última instancia, la destrucción de su aparato productivo y su sector privado. En ese mismo conflicto, el affaire Wagner, donde una corporación militar privada intervino en la política interna rusa, muestra que aunque el monopolio de la violencia legítima no es total, la supremacía estatal sigue firme.

Pero otros ejemplos pueden apuntar en otra dirección. En medio de una escalada diplomática de EEUU contra China, Bill Gates, Musk y el actual CEO de Apple (un buen ejemplo de los dueños del futuro, en el sentido estricto del libro de Galliano y Vanoli pero a nivel mundial) fueron a reunirse con funcionarios del gobierno chino, marcando una clara diferencia de agenda. A los intereses de Estado les sirve la confrontación, pero a las empresas esto les da enormes riesgos de pérdidas.

Las mega empresas más poderosas siguen teniendo un poder mayor al de muchos Estados pequeños o medianos. Y lo que es tan importante, o más incluso, es que, en general, siguen teniendo una influencia gigantesca sobre los gobiernos de las principales potencias. Si sus intereses chocan, puede ser más una cuestión de un cortocircuito momentáneo que de una lucha estratégica real.

Desde un análisis marxista, este último punto es obvio, en el sentido de que se supone al Estado como una herramienta para la dominación de una clase sobre la otra, como principio general. En el caso de la actualidad, de la burguesía sobre el proletariado. Y aquí es donde el debate es quizás más interesante. Una opción es que todo continúe igual, con un sistema de dominación estructuralmente similar al actual, con diversos cambios. La otra opción es el horizonte de alguna transformación más o menos revolucionaria del sistema.

El liberalismo primero, y el comunismo después, lograron ser ideologías que no discutían el futuro en los términos de los sistemas precedentes, sino que prometían cambiar las reglas del juego. ¿Qué importa la diferencia entre la hegemonía de una u otra potencia si la consigna es “transformar la guerra imperialista en guerra civil”? ¿Qué importa que la hegemonía sea del Estado o del sector privado si el poder (¡y las empresas!) están en manos proletarias?

Posiblemente el futuro sistema, cuando llegue, no sea lo que Marx o Lenin imaginaron. Pero, en contra de pensar que las ideas comunistas (o al menos, su espíritu fundamental) están démodé, si queremos animarnos a pensar los posibles futuros hay que abrirse a la realidad de que los órdenes sociales cambian, mucho y muy rápido.

Otra pregunta interesante, que no corresponde por el espacio resolver acá, es cuál es el futuro de los organismos internacionales. La ONU y organismos como el Foro Económico Mundial tienen un peso real en la definición de las metas a largo plazo del conjunto de la humanidad. La idea de “gobernanza global” es, por ahora, fraseología, pero en un futuro puede cobrar un sentido mucho más material. La idea de Estado Mundial hoy pertenece al campo de la teoría de conspiración, pero no deja de ser una visión posible sobre el futuro, especialmente para combatir riesgos globales. Y cómo está compuesto y gobernado ese estado es quizás la clave fundamental a discutir.

El cambio total

Y si es por pensar las transformaciones a gran escala, en la ciencia y la tecnología (o las fuerzas productivas, ya que estamos en tema) perfectamente podría estar la respuesta a las incógnitas más difíciles. Una revolución tecnológica inesperada puede perfectamente trastocar cualquier tipo de control o certezas que se tengan sobre el futuro. Pero una misma hipotética tecnología puede usarse para crear futuros totalmente distintos.

La automatización total de la producción es, hoy en día, simplemente un sueño, pero ¿quién podría descartarlo en un futuro no muy lejano? Con la automatización, los debates anteriores se recrudecen aún mas. ¿Quién va a controlar los robots que hacen todo por nosotros? ¿Quién se va a quedar con las ganancias de lo que produzcan? La inteligencia artificial también abre otro tipo de puertas de este estilo, quizás incluso más peligrosas. Una super IA no-alineada con los intereses humanos borra todo tipo de discusión sobre quiénes van a ser los dueños del futuro y pone en juego la ecuación de lo no-humano.

En estos casos, la cuestión fundamental sobre cómo definir el futuro pasa por el control de los mecanismos de creación y/o control de las futuras nuevas tecnologías y fuerzas productivas.

Esta exploración abstracta sobre el futuro tiene, en última instancia, la misma función que una buena historia de ciencia ficción (aunque no sea tan entretenida). Los posibles futuros que surgen de explorar los dilemas del presente abren directamente la puerta a un próximo paso: identificar cuáles son las llaves que en el presente pueden llevar a esos futuros que buscamos. De la política a la ciencia ficción y de nuevo a la política.

En todo caso, una buena utilidad de este tipo de perspectiva puede ser aprender a leer mejor las noticias de la actualidad y poder identificar algunas de las más relevantes. En esta semana por ejemplo, se dieron una serie de movimientos políticos en África Occidental y el Sahel, donde una nueva junta militar desplazó al viejo gobierno en Níger, rompiendo también las relaciones con Francia. Su importancia no radica en la de un evento en un país en específico, sino en las posibles ramificaciones sobre los grados de autonomía de los países africanos.

El posible descubrimiento de un superconductor a temperatura ambiente sugiere una enorme transformación en la capacidad técnica humana para energía y transporte. De ese mismo modo, la firma de un tratado con la NASA de un país del sur de América Latina no es una noticia menor suelta. Es un paso más en varias disputas sobre el futuro de la humanidad, entre la competencia entre estados por influencia y entre el rol de los estados y el mercado en esa carrera espacial. 

El filtro del pensamiento futurista puede servir para separar las pistas que lo que sucede en la actualidad da sobre el futuro.

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Santiago Mitnik

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