Artificios
Locos, pájaros y reactores nucleares
Por Manuel Cantón
13 de marzo de 2025

0. Una historia con huevos. El seis de enero de este año, en el aniversario exacto de la toma del Capitolio por simpatizantes de Trump —un filólogo podría interesarse por esa palabra—, una start-up tecnológica hizo un anuncio. En rigor, no era una empresa nueva, sino más bien una vieja conocida; en su momento, había sido considerada la empresa más innovadora —otra palabra clave— de los Estados Unidos, pero se había despeñado lastimosamente a principios de los dos mil.
El seis de enero, Enron anunció un producto disruptivo —otra más—: el primer reactor nuclear hogareño. Lo llamó the Egg.
1. Durante la década de los noventa, Enron fue un nombre familiar para la mayoría de los norteamericanos, acostumbrados a juguetear en la bolsa con sus pensions y sus retirements. En un contexto en que la expectativa de prosperidad era casi infinita, Enron era la encarnación de un nuevo modelo de éxito y del éxito del nuevo modelo: a medias empresa de tráfico de materias primas, a medias start-up tecnológica, había logrado intersectar los dos rubros más prósperos de la década. Era como si Vitol y Apple se hubieran puesto de acuerdo. Y el método de ese acuerdo era algo así como —los pormenores son molestos— un mercado bursátil para el tráfico de energía en tiempo real.
La historia posterior es más o menos conocida, y está muy bien narrada en Enron: The Smartest Guys on the Room. Podría resumirse así: hubo primero un desfalco (leve), después una estafa (grave), después un fraude (gravísimo), después dejaron sin luz a California —la sexta economía del mundo por sí misma—, y después quebraron. En 2001, Enron protagonizó la bancarrota más súbita y voluminosa de la historia.
Para comparar: en diciembre del año 2000, Enron era, por su valor de mercado, la séptima empresa de Estados Unidos, el mismo lugar que tiene Tesla hoy. En diciembre de 2001, sus acciones no valían nada.
Unas quince mil personas perdieron sus trabajos. Alrededor del doble se quedaron sin ahorros. Dieciséis personas fueron presas, entre ellas Kenneth Lay, CEO de la empresa y amigo personal —a la vez que generoso aportante— de George W. Bush, entonces presidente y quizás cómplice.
Pero Enron no desapareció.
Enron is back.
2. Como suele ocurrir con las empresas de tech, hoy Enron tiene de cara visible a un hombre joven: Connor Gaydos, su CEO. Físicamente, se parece bastante a la interpretación de Mark Zuckerberg que Jesse Eisenberg hizo para The Social Network. Viste igual que Musk en sus eventos privados: remera y pantalón negros, saco negro, zapatillas. En la presentación de the Egg ante el mundo, Gaydos recurrió a la misma estética casual y despojada que Steve Jobs popularizó y que las charlas TED repitieron hasta el sinsentido. Su slogan fue The Egg, nuclear you can trust.
El producto es llamativo. Tiene la forma de un huevo y el tamaño de un microondas. Es blanco y parece pesado. Promete diez años de energía nuclear barata, hogareña y ecológica. Es, según sus creadores, cien por ciento seguro.
Por supuesto, aunque lo parece, the Egg no es un producto real.
Es un chiste.
- Algunos antecedentes: el cuento del hombre pájaro. No es la primera vez que Gaydos aparece públicamente. Aunque su cara no era conocida, su nombre sí: era uno de los dos autores de Birds Aren’t Real: The True Story of Mass Avian Murder and the Largest Surveillance Campaign in US History, un libro publicado a mediados de 2024 por St. Martin’s Press.
El otro autor de ese libro, además de Gaydos, era Peter McIndoe. Sobre él vale la pena decir unas palabras.
4. McIndoe alcanzó una primera fama relativa en enero de 2017, ocho años exactos antes de la presentación de the Egg.
En Memphis, justo después de la primera jura presidencial de Donald Trump, se convocó a una marcha de mujeres. Como contraprotesta, también se organizó una marcha pro-Trump. McIndoe asistió a esa segunda marcha con un cartel que decía “Birds Aren’t Real”. El absurdo evidente de esa afirmación —¿pero cómo que los pájaros no son reales?— hizo que un periodista lo entrevistara. Entonces, completamente serio, McIndoe explicó:
a. Que todos los pájaros de Estados Unidos —y quizás del mundo— habían sido asesinados entre la década del sesenta y el dos mil.
b. Que los pájaros que vemos no son pájaros, sino cámaras de vigilancia móviles controladas por el gobierno.
c. Que por eso se paran en los cables de alta tensión: están recargando.
5. Esa entrevista fue su primera aparición pública, pero durante los siguientes cinco años McIndoe sostuvo una notoriedad feroz. Daba entrevistas por todo el país, vestido con jeans, saco y sombrero de cowboy, contando los detalles de su teoría. Hablaba rápido y con contundencia, como un hombre de fe. Pagaba, vía colectas abiertas, grandes carteles en la vía pública. Difundía a ex agentes de la CIA que decían haber participado en las campañas de vigilancia.
Las redes sociales de su movimiento llegaron a los cientos de miles de seguidores. Vendía merch y convocaba reuniones locales. Sus seguidores asistían, con carteles y parafernalia, a marchas antiaborto, terraplanistas y antivacunas.
Por supuesto, aunque lo parecía, Birds Aren’t Real no era una teoría conspirativa real.
Era un chiste.
6. Algunas pocas veces hace falta decir la verdad. En 2021, después de cuatro años de sostener una imagen pública monolítica, Peter McIndoe dio su primera entrevista fuera de personaje. Tenía veintitrés años; desde los diecinueve era profeta full-time. No se sabía nada más de él. Peter McIndoe era joven y era viral, pero no tenía redes ni biografía.
Taylor Lorenz, del New York Times, llevó adelante esa entrevista, que produjo un perfil y un podcast. Ahí, McIndoe detallaba el sentido de su proyecto —satirizar las teorías conspirativas, desprestigiar a la ultraderecha por contigüidad—, contaba su origen —una comunidad ultrarreligiosa en Arkansas, muy conservadora y casi sectaria, de la que había huido al cumplir la mayoría de edad— y también la razón de su sinceridad súbita: un año atrás, desde el inicio de la pandemia, había empezado a notar que alguna gente le creía.
Birds Aren’t Real era una parodia. Como toda buena parodia, buscaba algo más que la reafirmación de los presupuestos de un grupo social; estaba hecha desde adentro, sin distancia irónica obvia, sin señalarse a sí misma. Era, por poner un ejemplo, un personaje femenino de Gasalla, y no un tiktokero con peluca. Se paraba en el borde, y ese mismo borde la volvía a la vez punzante y proclive.
Eventualmente, como suele ocurrir, la realidad alcanzó al delirio.
7. A fines de 2021, McIndoe sintió la necesidad de dejar un rastro de migas de pan. Quiso crear algo que se pudiera señalar para decir es joda, en serio. Dio su entrevista. En 2022, empezó a bajar la frecuencia de su presencia online, aunque eventualmente reaparecía en un documental —completamente serio— de Fox News, en una charla TED francamente humorística, o incluso en la ceremonia de los Nobel. Las entrevistas y declaraciones fuera de personaje se hicieron más comunes.
A fines de ese mismo 2021, Connor Gaydos compró la marca Enron por 275 dólares.
A mediados de 2024, Gaydos y McIndoe publicaron un libro juntos. Ese mismo mes, la página de Instagram de Birds Aren’t Real anunció el fallecimiento —supuesto, pero nunca desmentido— de McIndoe.
A principios de 2025, Gaydos anunció the Egg.
Y muchos le creyeron.
- ¿Entonces de qué estamos hablando? Por supuesto, los diarios supieron agregar “satírico” o incluso “fársico” en los copetes de sus notas; por supuesto, cuando hablaban de McIndoe o Gaydos, usaban el término “bromistas” (pranksters); por supuesto, los comentarios en videos, posts o tuits no son una medida fiable de diagnóstico social, más cuando hoy en día más de la mitad son bots o anuncios.
Sin embargo, no deja de ser extraño que, para referirse a la última iteración de Enron, o al anterior Birds Aren’t Real, a veces faltan palabras. Ellaborate prank, quizás el término más frecuente, se queda indudablemente corto. Una cámara oculta, un cigarrillo explosivo, un payaso siniestro: esas son jodas. Un chasco breve e insensato, más o menos caro, más o menos inocente. McIndoe pasó cuatro años en personaje recorriendo los Estados Unidos en una furgoneta ploteada.
Eso tiene que ser otra cosa.
9. En su discurso en la ceremonia de los Nobel, McIndoe deslizó un concepto inusual. Ese mismo concepto aparece también sepultado en la página de Enron, entre los términos y condiciones, los portales para empleados y las descripciones de producto. Más allá de recurrir al fraseo habitual —satirical conspiracy theory movement—, en 2023, McIndoe arriesgó otra definición. Dijo: performance art social experiment.
No es casualidad que, incluso para sus autores, explicar lo que están haciendo requiera de por lo menos cuatro palabras agrupadas. Más allá de que la acumulación usuraria de matices es un rasgo de época —una identidad, como un objeto de estudio académico, solo es única e irrepetible cuando intersecta suficientes términos—, lo cierto es que esta definición contiene dos partes lógicas. La primera, performance art, refiere a lo obvio: pasar cuatro años en personaje, interactuando con desconocidos, parece salido de la cabeza de Marina Abramovich; una marcha de Birds Aren’t Real es indistinguible de un happening. La segunda, social experiment, rescata lo extraño: la escala amplificada de la performance a través de internet.
Enron, la obra más reciente de este colectivo —no hay otra forma de llamarlo: McIndoe y Gaydos son solo caras visibles—, incluye: dos personajes públicos, interpretados por actores con devoción full-time que jamás aparecen de civil; una página web mejor organizada que la de la AFIP; un entramado mediano de cuentas paródicas en redes sociales que interactúan entre sí; una productora de contenidos multimedia (videos, posts, newsletters); una línea de merchandising; un cronograma de eventos abiertos; y un equipo de relaciones públicas. Es decir: Enron, aunque nunca lo dice, y quizás no lo sea conscientemente, es una performance, y un happening, y una comunidad, y una denuncia, y un objeto pop.
Y también es una empresa en toda regla.
10. Estos temas aburren a todo el mundo. Hay razones para que la palabra “arte” solo aparezca en notas al pie y discursos olvidables. Para que la parodia funcione, por lo menos la parodia de un hecho social como las teorías conspirativas, hay que esconder el artificio. Cuando Enron se explica y se reduce en el término performance, pierde su capacidad satírica, precisamente porque su gracia es la indefinición. Es difícil distinguir al objeto y su doble; son, en muchos sentidos, intercambiables. Esa dificultad se resuelve cuando el objeto es una start-up real y su doble una obra de teatro multimedia.
11. Sin embargo, esa condición también condensa otro problema contemporáneo, quizás más esquivo: las formas posibles del arte en ese nuevo medio —fragmentario, variable, tectónico— que son las redes sociales. A principios del siglo XX ocurrió algo similar. En un tramo corto de cuatro décadas —una media vida biológica—, aparecieron radios, discos, cines, televisores.
Ese lapso es tan breve que, sobre todo en ecosistemas reducidos como el argentino, los protagonistas se repetían: Discépolo fundó SADAIC como representante gremial de los compositores musicales —rubro en todo producido por dos tecnologias: la radio y la grabación—, y también fue actor, guionista y director de cine. Enrique Telémaco Susini hizo la primera transmisión radial, filmó la segunda película sonora de la historia argentina, y además fue director de la primera transmisión de Canal 7.
Cuatro décadas nos separan también del nacimiento de internet.
12. En un ensayo sobre la Alt Lit norteamericana —un género devorado por la obligación de mostrarse moderno, trendy y digital—, Sam Kriss propone dos afirmaciones superficialmente contradictorias. Por un lado, dice que “todo lo que se publica hoy está determinado por las formas y los problemas de lo digital, sea explícitamente sobre internet o no. Nuestros poetas más exitosos escriben frases para Instagram”. Por el otro, también dice que “Nadie leería en internet un cuento sobre estar en internet (…). Esas cosas solo existen en papel. Quizás lo mejor que se pueda decir de internet es que todavía tiene la capacidad de referirse a algo más que a sí misma”.
La contradicción se resuelve cuando Sam Kriss rescata lo que llama formas nativas de internet —el greentext de 4chan, los posteos falsos de Reddit—, “modos estructurados de narrar historias ordinarias”. Es imposible escapar a la influencia de las redes sociales, parece decir, pero la originalidad no está en usarlas como tema, sino como forma. En términos del siglo XX: no se trata de hacer una obra de teatro sobre la radio; se trata de inventar el radioteatro.
13. Para volver al tema inicial. Birds Aren’t Real y Enron no son exactamente formas nativas, en el sentido de que no responden a un “modo estructurado” provisto por una red social. No son, como el greentext, la ficcionalización de un género de verdad delimitado por una UX. Pero sí son proyectos nativos de la era de internet, en el sentido de que son intrínsecamente híbridos —una cuenta parodia, pero también una marcha parodia— y multidisciplinares.
Como sugería Sam Kris, refieren a elementos exteriores; pero esos elementos exteriores, como los movimientos conspirativos y las start-up tecnológicas, son a la vez emergentes de la época. Su estilo narrativo es —y no podría ser de otra forma— fragmentario, repetitivo, cotidiano y discontinuo. Si internet es, en términos de Kriss, “un tipo de teatro que convierte el planeta entero en un escenario para tu performance personal”, Enron y Birds Aren’t Real se ubican en el centro de esa relación, entre el momento y la pantalla, entre la mentira y la ficción, entre el mundo y el escenario.
La única exigencia de ese gran teatro híbrido, para sus protagonistas, es resignarse a ser un personaje. Tienen que participar íntegramente de la obra. No pueden tener otra identidad digital, o posar de artistas; ni siquiera pueden hablar de sí mismos como actores. Esa distancia atentaría contra su objetivo.
Pero no es nada importante.
Es solo un chiste.
14. A manera de posdata. Al momento de escribir esto, el último post en la cuenta de Instagram de Connor Gaydos es una foto. Tiene baja calidad y un encuadre pobre, pero alcanza a mostrar una multitud de hombres y mujeres muy formales, sentados en un salón amplio y lujoso. Hacia arriba hay una cúpula, y hacia el fondo muchos cuadros de gran formato. En el centro y más bien cerca, con su silueta inconfundible, está Donald Trump, dando su discurso inaugural en el Capitolio.
El epígrafe dice: Humbled to be invited. Humble to witness.

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