Tecnología
Internet ha muerto (viva internet)
¿Cónocés la Internet Dead Theory? Esta teoría conspirativa imagina que todo el contenido que vemos en redes es producido por bots y cuentas automáticas. En este ensayo, Dante Sabatto investiga las transformaciones de internet en los últimos años, desde la geopolítica de las firewall hasta la cultura de la red.
Por Dante Sabatto
27 de marzo de 2024
Internet ha muerto y estamos viviendo en su cadáver. O, al menos, eso sostiene la Dead Internet Theory, una teoría conspirativa que postula que la mayor parte del contenido producido actualmente en redes sociales es creado por bots y cuentas automatizadas. Las producciones genuinas, hechas por personas reales, siguen existiendo, pero cada vez representan una proporción menor en un inmenso cosmos de posteos basura. Es difícil definir cuándo comenzó efectivamente la teoría, pero tiene al menos cinco años. Recientemente comenzó a hacerse popular, sobre todo con los cambios introducidos por la administración Musk en la red social antes conocida como Twitter.
Si escuchaste hablar de la Dead Internet Theory, quizás te sorprenda saber que comenzó como una teoría conspirativa de verdad. Algunos de los usuarios que la popularizaron en foros como Agora Road tenían una versión más radical: la hipótesis era que el gobierno de los Estados Unidos (o el grupo secreto que lo controla) estaba usando billones de cuentas falsas para llevar a cabo algún tipo de agenda oculta, lavándole la cabeza a la población “normal”. En la teoría original, casi todos los posteos que vos, un ser humano de verdad, ve en internet son falsos: incluso tus conocidos de Instagram pueden ser en realidad bots.
Como suele ocurrir, la conspiranoia original se fue perdiendo a medida que se popularizó: por un lado, llegó a artículos y ensayos publicados en medios de comunicación mainstream. Y, por el otro, corrió el destino de cualquier contenido de internet: se memificó. Hoy, cuando hablamos de Dead Internet Theory nadie piensa en complots secretos: estamos pensando en reels de Instagram que no tienen otro objetivo que generar clicks aprovechando el algoritmo, o en tweets con posturas incendiarias destinados a sumar seguidores (o directamente dinero) para el autor.
De hecho, podemos ir más lejos. Estos ejemplos tienen un objetivo: se trata de publicaciones automatizadas, o cuyo público no son seres humanos reales sino bots que hacen subir artificialmente el contador de vistas o likes. Pero también hay posts que parece no tener ningún sentido: cientos de miles de cuentas fantasmas, que publican contenido generado algorítmicamente (o por Inteligencia Artificial), sin siquiera tener mucho alcance. Algunas son cuentas creadas para campañas de marketing, o incluso para apoyar a algún candidato político. Y cuando esas campañas concluyen, quedan ahí, a veces activas, como androides o robots apagados, eternamente esperando órdenes.
Lo que ocurre con este tipo de teorías es que tienen al menos un gramo de verdad. Por eso se convierten tan fácilmente en memes. Es más fácil decir “internet está muerto”, y hacer de paso una referencia post-irónica y provocativa, que explicar con detalle esa sensación que da usar las redes sociales en los últimos años: la idea de que grandes Algoritmos, con A mayúscula, definen qué contenido ves, y que clase de posteos deberías realizar. A veces pareciera que las personas sólo somos intermediarias: que las redes se convierten crecientemente en un espacio donde las máquinas hablan con otras máquinas. Todo se automatiza, y nada queda en el camino más que restos.
Pero tampoco podemos quedarnos sólo con el meme (o, pero aún, con la conspiranoia). Quizás sea más útil preguntar qué ha cambiado en los espacios digitales, cuáles son las razones de esta transformación… y qué podemos hacer con ella.
1) ¿Una Tragedia de los Comunes?
En su comunicado informando el cierre del sitio, que se llevó a cabo el 24 de este mes, los administradores de Taringa! definieron al foro como “un producto que buscaba lo que otras plataformas no podían lograr, un espacio de libertad donde se podía monetizar el contenido.” Taringa es el foro fundamental de la Argentina, nuestro sitio de producción y circulación memética, y este año, finalmente, llegó a su fin. Pero lo importante, sobre todo, es esta descripción esencial, que define la mitología de la red: el ideal de la Libertad.
Internet nunca fue un espacio libre. La mitología, muy difundida. habla de un inmenso territorio digital libre, sin restricciones, a fines de la década de 1990. Sin duda, el internet de esta época era muy distinto al que usamos hoy, pero no por eso hay que caer en la tentación de llamarlo “libre” o, mucho menos, “público”. El origen de la red está asociado al Departamento de Defensa de los Estados Unidos, y a esta configuración estatal hay que sumar, rápidamente, el rol clave de grandes empresas tecnológicas.
La sabiduría popular dice, entonces, que existió un Internet mejor, que es imaginado como “comunitario”. Los foros son el formato esencial: espacios autorregulados, self-moderated, y sobre todo insulares, construidos en torno a intereses comunes y desvinculados de grandes corporaciones. Es una especie de tecno-primitivismo: ese archipiélago online es una especie de Edén mitológico, cuyos problemas intrínsecos han sido olvidados.
Pero sin duda existían: la moderación interna permitía que individuos particulares controlaran sus foros como feudos. La comunicación a gran escala, o incluso en un nivel medio, era casi imposible. Y si no, podemos mirar las comunidades de foros que siguen existiendo, como KiwiFarms, que funciona básicamente como un espacio que nuclea extremistas misóginos y transfóbicos para el desarrollo de grandes campañas de hostigamiento que a veces concluyen en violencia física.
No se trata, tampoco, de negar los problemas del internet actual, verticalmente integrado en una cantidad reducida de redes sociales y plataformas. Las dificultades que esto implica, en el sentido de la creciente reducción de márgenes de libertad de expresión y potencial creativo de nicho, son evidentes. Quizás valdría decir que, más que el “espacio de libertad” que imaginaba Taringa, lo que se ha perdido es su lema: la “inteligencia colectiva”. Pero nuestra crítica tiene que avanzar en dos sentidos simultáneos: primero, el internet como común emancipado nunca existió; segundo, aun si hubiera existido no sería deseable ni posible retornar a él. Sólo partiendo de estas dos premisas cobra mayor sentido un análisis sobre lo que está ocurriendo hoy en día.
Y lo que está ocurriendo es, efectivamente, trágico. Basta con abrir cualquier tweet que tenga más de 1000 likes: los primeros 50 comentarios serán de cuentas con tilde azul, es decir, verificación paga, que muchas veces funcionan como bots, con respuestas algorítmicamente generadas que no aportan absolutamente nada a la conversación. En los últimos años, con el takeover de Elon Musk sobre la red social, una serie de alternativas intentaron reemplazarlo: BlueSky es la más exitosa, pero también está Mastodon como versión ácrata, o Threads, la propuesta de Instagram. Ninguna funcionó: las redes sociales operan por adopción masiva espontánea, derivada de funcionalidades específicas que se encuentran determinadas en simultáneo por factores técnicos, mercantiles y culturales.
La Dead Internet Theory, como toda teoría conspirativa, no es más que una lectura paranoica que es preciso reemplazar con un abordaje material. Sin duda señala vagamente en una dirección correcta, pero ofrece una respuesta absurda y, honestamente, ni siquiera demasiado interesante. Internet no ha muerto: Internet sigue una pulsión de muerte definida por la compleja red de intereses económicos y geopolíticos que lo hacen funcionar.
Las redes sociales tienden a integrarse, simplificarse y reemplazarse, pero su espontaneidad es sólo parcial: como ejemplo, una vez más, los gobiernos de Occidente promueven la clausura de TikTok, que aceleró demasiado. Las plataformas de streaming, por su parte, tienden a multiplicarse y así impactan sobre una industria cultural que ve velozmente transformada su estructura de distribución, impulsando la generación de mucho contenido de baja calidad que a veces no verá siquiera la luz del día o se volverá inaccesible: otros muertos de este internet son las series canceladas, las películas que no llegan a estrenarse, los programas eliminados por sus propios dueños, la lost media.
2) Geopolítica, economía, cultura
Parte del problema que arrastra la Dead Internet Theory es que sigue concibiendo a Internet como un espacio efectivamente virtual, inmaterial y difuso. Pero Internet también está formado por toneladas de cables, servidores alojados en centrales especializadas, trillones de dólares y yuanes en inversiones financieras, cientos de miles de puestos de trabajo, contradictorias legislaciones nacionales e internacionales, y un enorme etcétera. Estas son algunas de las principales instancias físicas de una red gigantesca.
Y, para sumar complejidad al problema, no hay un Internet sino múltiples, alojados y superpuestos, a veces violentamente separados. La poderosa firewall china es el ejemplo más claro: una inmensa muralla separa el internet del gigante asiático del occidental; una muralla porosa, sin duda, pero que establece fuertes lineamientos sobre lo que puede y no puede comunicarse a uno y otro lado.
Una organización posible la aporta este paper, que habla de cuatro internets:
- La red “abierta” de Silicon Valley, el Internet idealmente libre.
- El internet “burgués” e hiper regulado de la Unión Europea.
- La forma “autoritaria” de China y otras sociedades de alto control.
- El internet como espacio “privado”, que opera sólo bajo las leyes del Mercado.
Este abordaje es interesante porque combina los condicionantes económicos y geopolíticos, vistos ambos a través de un lente ideológico y programático. Sin embargo, caben muchos interrogantes: ¿existe de alguna manera el primer internet, abierto, como algo distinto de su cuarta forma “privada”? Más arriba argumentábamos que no. ¿Y dónde se hallan los límites entre la red burguesa y la del espacio privado? ¿Es el posneoliberalismo de Bruselas suficiente para marcar una separación relevante? Alternativamente, si el énfasis está en la regulación estatal, ¿qué diferencia a la red europea de la asiática?
En términos prácticos, ¿qué es un internet libre? ¿Uno que lo es bajo sus propios códigos, es decir, desregulado? ¿O es un espacio que se libera a través de prácticas ilegítimas (e ilegales) como la piratería? ¿A quién protege el Estado cuando se entromete: a los propietarios de contenido (cuarta versión), a los intereses nacionales (la tercera), a los consumidores (la segunda)? No son más que las mismas preguntas que hacemos sobre otros espacios no digitales.
Lo importante, a nuestro juicio, es el modo en que estas interacciones de factores exógenos producen cultura, lo que podríamos llamar con Tiziana Terranova cultura de la red. En un libro clásico que lleva este nombre, y pese a cumplir hoy 20 años sigue completamente vigente, la teórica italiana estudia en simultáneo a los fenómenos digitales desde la perspectiva de la información, el trabajo y la política. La tesis de que Internet planteaba un nuevo modelo comunicacional post-masivo ya es trillada, pero era absolutamente original en 2004.
Con audacia autonomista, Terranova propone una multitud en red, que se define por “una manera de combinar masas, segmentos y microsegmentos dentro de una dimensión informacional en común en la que todos los puntos son afectados”. El libro se ocupa de las bases materiales de esta cultura, de la pérdida de la rigidez de las identidades, la posibilidad abierta para una experiencia técnico-política. Pero advierte también:
“No hay nada idílico en esta configuración política. Como entorno político, una cultura de la red se parece más a un campo de batalla permanente que a una utopía neosocialista.”
Y, como buen campo de batalla, Internet está cubierto de muertos.
3) Press Escape
Volvamos entonces a la teoría del internet muerto. Dijimos que ella parte de una noción mitológica de una red que alguna vez fue libre, pero que esto es altamente discutible. Argumentamos, también, que lo que la misma “libertad” implicaría en internet es complejo: ¿libertad de mercado, desregulación, piratería?
Y sin embargo las imágenes de muerte retornan, para rebatir estas ideas. Algo de cierto hay, evidentemente, en la imagen de un internet muerto. Se han producido procesos de integración vertical de múltiples espacios que, culturalmente, se traducen en homogeneización, esterilización, incremento del control horizontal y vertical.
Sí, es la estética del meme conspirativo lo que continúa resonando. Como ocurre con la muerte, hay una dialéctica entre asepsia y contaminación que define la cultura on-line contemporánea. Por un lado, la falta de vida, la limpieza producida por la vigilancia permanente, la cerrazón continua de espacios de creatividad. Por el otro, la comunicación de todo con todo, la imposibilidad de hablar en espacios privados o incluso secretos.
Nos toca preguntarnos, entonces, qué internet queremos ver renacer.
¿Preferimos uno más sano, carente de estafas, malware, anuncios? Eso solo será posible extremando la regulación estatal, y por lo tanto el control sobre lo que hacemos en él. Quizás soñando con la red benefactora europea terminemos despertando más allá de la firewall china. ¿Querríamos, en cambio, un internet donde cualquiera puede hacer lo que le dé la gana, como era el sueño libertario original? Sabemos bien que el libre mercado sólo conduce al oligopolio y la autoridad sin rendición de cuentas que ejercen las corporaciones.
No, si queremos un Internet que cobre una nueva vida algo tendrá que cambiar a nivel infraestructural. No hace falta robar un cable de fibra óptica y fundar una micronación en el Océano Índico (aunque suene tentador). Lo que debemos desechar de la Dead Internet Theory es su inmovilismo, su idea de que internet no es todavía un espacio mutable y disponible para ciertas capturas. La configuración de nuevos ámbitos más externos al control y la integración es posible.
A fin de cuentas, esto está vinculado al problema más amplio de la desaparición de la contracultura en el siglo XXI. Pero la especificidad de lo digital debe ser reiterada. Lo que ha ofrecido la ofensiva algorítmica contra la contracultura de la red ha sido simpleza: que sea más fácil pagar una plataforma que piratear un producto, que resulte más sencillo participar de los circuitos gastados de una red social masiva que encontrar comunidades nicho en otras. Un nuevo internet requerirá esfuerzo, trabajo incluso. Pero si algo señalan los memes y teorías conspirativas pesimistas que nos invaden es que, cada vez más, ese esfuerzo vale la pena.
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