Artificios
Hume, García Márquez y Maslatón
Por Francisco Calatayud
05 de agosto de 2023
“Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: ‘Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa’, y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio que le dice a su hijo que está a su lado: ‘¿Viste, mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?’”
Algo muy grave va a suceder en este pueblo, Gabriel García Márquez, 1970.
El ser humano siempre quiso conocer. Para Freud uno de los factores constituyentes del psiquismo es la pulsión de saber, que lleva al niño a formular distintas teorías sobre su origen y a analizar su propio cuerpo. El hombre necesita objetivar, quiere desesperadamente decir algo, nombrar cosas. No importa tanto que conozcamos sobre lo que hablamos, a veces ni siquiera importa la mera posibilidad de ese conocimiento, siempre y cuando podamos nombrarlo, podremos tranquilizarnos bajo una ciega sensación de dominio. ¿Qué me importa si nunca lo vi a Dios? El Señor es mi pastor, y nada me puede faltar, y con eso alcanza. Pareciera que lo importante nunca fue tanto aprender, sino más bien saber, y si saber es nombrar, entonces sabemos y mucho. Pero hubo una época en la que los fundamentos de ese saber fueron todos llevados a prueba: la recepción del escepticismo en la filosofía, la ruptura del Renacimiento, el surgimiento de la burguesía y del estado moderno, todos contribuyeron al caldo de cultivo filosófico que fue la modernidad temprana europea.
David Hume fue uno de los filósofos más importantes de la modernidad. El tipo era empirista, lo que significa que creía que todo el conocimiento debía provenir necesariamente de la experiencia. La gran discusión de la época se daba entre empiristas y racionalistas, quienes creían que el material de nuestro pensar eran las ideas, y que mediante ellas conocíamos las cosas, por lo que el conocimiento surgía en última instancia de la mente. La pelea era sobre gnoseología: había que descubrir cuál era el origen de nuestras ideas, y con eso conocer cuál es el límite de nuestro entendimiento y cuáles son las cuestiones sobre las cuales podemos debatir legítimamente, y con ello hacer ciencia. Entonces Hume, junto a otros filósofos británicos como Berkeley y Locke, debió encontrar la mejor estrategia para desacreditar a sus adversarios, entre ellos Descartes, Spinoza y Leibniz. Y lo hizo de muy buena manera en su “Investigación sobre el Entendimiento Humano.”
Vamos a hacer un breve repaso. Todo el material de nuestro conocimiento proviene de la experiencia, y esto se funda con el principio de la copia: las ideas que tengo son copia de y derivan de impresiones sensibles, y al conceptualizarlas es como obtengo cosas sobre las cuales pensar. Si puedo pensar en Dios, es porque puedo pensar en un ser bueno, poderoso, y presente, y llevar esas cualidades al infinito. Si puedo pensar en el sabor de una fruta que nunca probé, es porque alguna vez probé otras, y por analogía puedo imaginar cómo sería. Una persona ciega desde su nacimiento, por ejemplo, nunca podría tener una idea de color, ya que no tuvo nunca una impresión sensible de nada que se le parezca. Lo que importa acá entonces no es tanto la verdad efectiva de las ideas que pensamos, si no su origen. No pasa nada si pensás en un dragón, aunque no exista, porque podés explicar de dónde viene ya que viste lagartos, animales con alas, y viste fuego, y la Investigación no tiene por objetivo descubrir qué ideas son verdaderas, sino entender el funcionamiento por el que se originan. Pero hay algo que Hume encuentra que no puede ser tan fácilmente explicado, y es el origen de la idea que tenemos de causalidad.
El inglés ve que nuestra cabeza se rige por ciertas leyes de asociación de ideas, y que así como vemos que la naturaleza se puede estudiar con las leyes de la física, la mente puede observarse con estas. Estas son tres: la semejanza, la contigüidad y la causalidad. Por la primera asociamos cosas parecidas, por la segunda cosas que están contiguas y con la tercera las que tienen una relación de causa y efecto. El problema surge entonces especialmente con la última, ¿de dónde sacamos la idea de conexión necesaria? Cuando vemos cosas en la naturaleza no la obtenemos, pero tampoco cuando analizamos nuestras capacidades humanas. Lo único que puedo ver son conjunciones constantes de cosas, y como son constantes y creemos fuertemente en que la naturaleza es regular, pensamos que sabemos sobre causas. No tenemos manera de saber que el sol va a salir mañana o que todos los hombres son mortales, solo podemos asegurarlo porque en el pasado esto siempre sucedió así. Tampoco sabemos cómo es que querer mover un brazo hace que efectivamente lo hagamos, solo vemos que regularmente eso sucede.
La idea de conexión necesaria surge entonces de un mecanismo instintivo e involuntario, natural, que nos hace proyectar al futuro lo que pasó en el pasado, y a este mecanismo le llama costumbre. Nadie tiene idea de cómo se ve, como huele o como se siente una causa, si no que esta solo puede ser una creencia. Pero como todos los seres funcionamos gracias a este mecanismo, hasta los animales y los niños, esto no puede ser obtenido con un razonamiento, si no que entonces debe ser un instinto natural, una manera de ser del entendimiento en general que tiene que tener, por eso, validez. O sea que una causa no es algo que esté en la naturaleza y podamos observar, sino que es una creencia que nosotros le imponemos a la realidad involuntariamente, y sin la cual no podríamos entenderla ni sobrevivir en ella. No obtenemos su idea con experimentos ni tampoco con razonamientos.
Imagen: David Hume, filósofo empirista.
Hume explica en la sección ocho del libro lo importante que es este mecanismo para el estudio de las ciencias sociales y para el comportamiento humano en general: todos, siempre, actuamos teniendo en cuenta que hay otro que responde a esas acciones. Así es como los mercaderes producen cosas esperando que alguien las vaya a comprar, y confiando en que no se las van a robar porque hay una policía que, en teoría, los cuida. Llevamos así nuestra vida infiriendo y adivinando cosas de las que no tenemos la más mínima idea, suponiendo de qué manera van a resolverse cuestiones con la única herramienta posible que es el análisis del pasado. Además, creer que nosotros somos la causa de nuestras acciones es totalmente necesario para poder siquiera pensar en la posibilidad de la moral. Con las cuestiones de probabilidad, esto es hasta más fundamental. El mecanismo de la costumbre nos hace creer que lo que tiene mas posibilidades de suceder, sucederá, y esto solo aumenta el sentimiento de expectativa que tenemos dentro nuestro. Para Hume el azar no es nada, es solo el desconocimiento del futuro, que solo podemos prever gracias a un análisis del pasado. Y son muchas las veces en las que este análisis, gracias a esta intensificación de la expectativa que genera la creencia, resulta ser bastante más que una suposición, y termina siendo la causa misma de los acontecimientos que buscaba adivinar.
Algo muy grave va a suceder en este pueblo es una genialidad del colombiano Gabriel García Márquez. Es un cuento cortísimo, de tan sólo dos o tres páginas, que recomiendo mucho tomarse el tiempo de buscar y leer. Pero para los más vagos les resumo: un día una señora se despierta y le comenta a sus hijos de que tuvo el presentimiento de que algo muy grave sucederá en el pueblo. Los hijos salen, hacen sus actividades normales de todos los días, pero al hablar con sus amigos comentan el presentimiento de su madre. Así es como, en un pequeño pueblo de esos que tanto le gustaba relatar a Gabito, la noticia se esparce rápidamente y genera la creencia segura de que algo terrible ocurrirá. Al poco tiempo la gente se marcha, llevándose todas sus cosas y quemando lo que queda para asegurarse de que nada peor le pueda suceder a ese pueblo olvidado por Dios. Al final, la señora ni siquiera se asombra, y cierra diciendo “¿Viste, mi hijo, que algo muy grave iba a suceder en este pueblo?”
El colombiano aquí plasma un poco de lo que Hume intentaba marcar. Muchas veces las causas de las cosas no están en las cosas en sí, sino que somos nosotros los que le imponemos al mundo nuestra propia realidad mental, haciéndola efectiva para todos.
¿Cuántas veces nos arruinó un plan algún pesimista de turno? Estar a punto de entrar a un lugar a comer y escuchar a alguno diciendo “Mm, no tiene mucha pinta, eh”, o encarar una fiesta con otro diciendo “Hoy no sé si va a estar tan bueno, no estoy muy manija”. Ni hablar del efecto inverso que se da en las cábalas, donde decir en voz alta que tu equipo va a ganar es casi como empezar el partido con un gol en contra. La política ha tenido miles de estos casos, y pareciera que el único trabajo de la oposición, sin importar bando, es el de avisar constantemente durante cuatro años que se viene el estallido y que todo irá de mal en peor hasta que no tengan ellos el bastón presidencial. Y lo peligroso de esto es que, al ser la política una ciencia social, la actividad de esa misma sociedad y su manera de proceder con respecto a lo que cree es lo que verdaderamente marca el resultado. Algo parecido sucede con la economía. Y es en el cruce entre estas disciplinas y con todo este contexto de fondo en el que aparece nuestro personaje estelar: Carlos Maslatón.
Sobre él no hace falta casi introducción. Político, economista, inversor, panelista, figura pública, abogado, pero creo que la característica que mejor lo define y en la que más a gusto se siente es la de forista. Carlos, como tanto le encanta decir, sigue atentamente los acontecimientos, y lo hace, al parecer, con interés genuino, pero con la finalidad última de poder comentarlos. Esa es quizás su manera más pronunciada de participar en el mundo, hasta se podría decir que su esencia. Con esta impronta que tanto lo caracteriza, se asegura de no ser un simple espectador, si no que Carlos hace constantemente al mundo que lo rodea y lo moldea según su propia narrativa, la cual comparte con el resto constantemente. Esto no significa que falte a la verdad o que comunique tendenciosamente, si no simplemente que entiende que la única manera que tiene de entender la realidad que lo atraviesa es con palabras, y que estas tienen una característica esencial que es la de ser dichas. Es por esto por lo que fue a cuarenta y dos partidos en el Mundial de Qatar, por lo que fue al show de AfterLife y por lo que seguirá concurriendo a todo lo que llame a la puerta de su interés: si para Berkeley, otro empirista, el ser de las cosas era su ser percibidas, para Maslatón es su ser comentadas. Pero, ¿dónde se encuentra con Hume y García Márquez?
Imagen: Carlos Maslatón, forista liberal.
Para cualquiera que lo siga o que por lo menos lo haya leído en twitter, los términos bullish y bearish no le serán extraños. Estos son conceptos económicos que buscan predecir la tendencia de algún activo, y puede ser referido a un país, un artista, un equipo, lo que se te ocurra. Bullish indica crecimiento, mientras que bearish lo contrario. Y Maslatón, hace ya años, anuncia que la Argentina está totalmente bullish y para nada bearish, y que lo que se viene a continuación no es más que un crecimiento meteórico del país que nos llevará a la abundancia. Para afirmar esto tiene sus métodos, claro está, de los que lamentablemente no puedo decir mucho ya que no tengo mucha idea de Fibonacci ni de micro o macro economía, pero sea cual sea la manera de medir esto, siempre podría ser discutida, ya que la economía es una ciencia de lo contingente y sus predicciones sólo pueden ser explicadas de la manera en la que Hume comprendía la causalidad.
Inferimos algo en el futuro basándonos en una situación parecida del pasado, y por más factores que puedan jugarse en esa inferencia, la forma es siempre la misma. Y, de hecho, las predicciones de nuestro amigo economista son en efecto muy discutidas y rechazadas, llegando al punto de llamarlo mentiroso, operador o delirante. Pero, como bien supo resaltar García Márquez en su relato, las predicciones son muchas veces más importantes para el efecto que cualquier otro tipo de contexto. El creer en la posibilidad de un hecho futuro nos determina de tal manera que nos condiciona a pensar en ese hecho como uno necesario, casi como si ya hubiera sucedido. Muchos pueden decir que vivieron el Mundial con una extraña tranquilidad, como si no hubiera un mundo posible en el que Messi no levante esa Copa. Entonces, teniendo en cuenta la manera en la que Hume descubrió que nuestra mente funciona, y usando como ejemplo la genial ficción del otro escritor colombiano, con todo lo que sabemos de Maslatón y de su manera de proceder, ¿no es quizás su predicción un heroico intento de cambiar el rumbo del país de una vez por todas? ¿No es acaso una especie de martirio al que se expone, con la simple esperanza de que hacer germinar en el vulgo la tan necesaria idea de que hay luz al final del camino?
¿Puede la actividad en Twitter de un forero solitario cambiar la suerte de un país sumido en una crisis tan profunda que es casi imposible de explicar? Probablemente no, pero si algo nos enseña la historia de la filosofía es que el hombre es, ante todo, no un animal racional, sino uno simbólico, y que es sólo gracias a eso que es capaz de crear el mundo que tiene a su alrededor y moldearlo de maneras que parecían imposibles. Es difícil saber si Carlos tiene en cuenta todo esto o si simplemente confía en su criterio de análisis, pero yo prefiero pensar que más que tener la razón, lo que quiere es contribuir al cambio. Si al fin y al cabo la causalidad no es tan independiente de nosotros, y las predicciones que podamos hacer sobre el futuro sirven más para generar creencias sobre el que para obtener un conocimiento fundado, cabe preguntarnos: ¿qué importa si Maslatón tiene razón?
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