Fragmentos para épocas fragmentadas
Por Dante Sabatto, Santiago Mitnik y Lucía Hamilton
23 de noviembre de 2023
Sobre tácticas
Por Dante Sabatto
El pensamiento puede poco después de un evento de la magnitud de lo ocurrido este domingo, pero la acción puede menos. Parece imponerse una necesidad de hablar, de exorcizar con palabras la sorpresa: interpretar, analizar, traducir. Las explicaciones “simplistas” lo condenarán; habrá quiénes llamen inmediatamente a la definición estratégica: ¿guerra popular o de guerrilas? ¿resistencia u oposición? Me temo que es imposible, hoy, pasar tan velozmente a esa fase. No se puede, en este contexto, ya empezar a actuar de un modo coordinado y productivo. Pero el habla resulta imprescindible, en la medida en que requiere de una conversación, y eso es lo único que, ahora, es a la vez posible y necesario.
Más que de la estrategia, el tiempo del habla es el de la táctica. De la pequeña escala, no en el sentido de las comunas o refugios de resistencia, sino en el sentido de lo cotidiano, lo vital y lo prudente. Es decir: será necesaria una estrategia macro, y no se desprenderá de ningún modo de las acciones a nivel micro. Pero hoy, todavía, es necesario darle un lugar a este último.
Principalmente porque, para la mayoría de nosotrxs, no es posible hacer nada, al menos de aquí al 10 de diciembre. Es más: aún si se nos ocurriera la mejor estrategia posible, ¿de qué serviría, hoy? ¿Qué podríamos hacer para ejecutarla? Ocurre, además, que no sabemos todavía una estrategia de qué: ¿de resistencia o de contraataque? ¿de reconstrucción? ¿qué estamos reconstruyendo? Faltan palabras hoy.
El habla y la táctica, entonces. El punto de partida para ambas es, necesariamente, un diagnóstico. Hacerlo requiere repasar algunos puntos obvios:
- Javier Milei ganó, por holgada diferencia, las elecciones presidenciales. Encabeza una fuerza política, el libertarismo, que es novedosa y radical; promete cambios trascendentales en la organización social del país.
- Se apoya, a su vez, en una alianza con el expresidente Mauricio Macri y, en virtud de esto, con parte del PRO y la UCR. No conocemos aún el alcance de los acuerdos que apuntalarán al gobierno.
- El peronismo ha sido fuertemente derrotado y se encuentra ante una grave crisis; lo más probable es que sus principales figuras, Cristina Kirchner y Alberto Fernández, se aparten de la escena política, y el protagonismo se transmita a otros actores. El destino de Sergio Massa es, aún, incierto.
- La descomposición de la alianza Juntos por el Cambio ya ha comenzado. La parte que quede por fuera del gobierno tiene una amplia serie de caminos posibles, pero no conocemos sus intenciones, su conformación interna, ni sus liderazgos.
- Otras incógnitas: ¿qué otros actores se sumarán a la alianza gobernante? ¿cuáles serán sus primeras y principales medidas? ¿hasta qué punto influirá la vicepresidenta Victoria Villarruel? ¿habrá una nueva división del peronismo, o una alianza que lo supere?
Pero el diagnóstico no se reduce a esta serie de puntos con los que, probablemente, todxs estemos de acuerdo. Es necesario ir un paso más allá, dar alguna pista sobre la situación en un sentido más general. Muchas personas advierten contra el riesgo de ofrecer sobre-interpretaciones que, bajo un manto de supuesta complejidad, en realidad no explican nada. Es cierto. Pero eso no quita que todxs tengamos algún tipo de hipótesis sobre lo que ha ocurrido, lo que estaba pasando y finalmente tuvo lugar, como evento, el domingo. Su magnitud demanda nombres.
En este micro-dossier de Revista Urbe, pensamos una época fragmentada. Es que, efectivamente, lo que está ocurriendo tiene que ver con la época, con el nombre de la época, con el inicio y el fin de una época. ¿Entramos en una nueva fase histórica, con un nuevo lenguaje, nuevas variables, nuevos valores? ¿O ya estamos en ella y este es su período terminal? Puede parecer paradójico, pero los inicios y finales, cuando se los está viviendo, a veces se confunden.
Como sea, es una época de fragmentación: si pensamos la materialidad de este tiempo, es una materialidad rota, ajada, dañada, hecha pedazos quizás, o todavía no. Es una época que también podríamos describir como volátil, es decir que todavía tiene potencialidad de estallar, de seguir quebrándose. No es casualidad que los descriptores de la economía apliquen tan bien también a los afectos sociales, al estado de la conversación pública, a la época en general.
Todo este desvío sobre diagnósticos y nombres tenía un único fin: pensar la táctica, alguna táctica, una posible. O al menos alguna idea para darle forma al pensamiento y la conducta en estos días, mientras empezamos a entablar algunos vasos comunicantes con niveles más macro de lo político y lo social. Un mínimo aporte, desde estas líneas, tiene que ver nuevamente con el acto de hablar y lo que eso implica. Muy brevemente: una ética de no romper lo que no está roto y tratar de reparar lo que podamos.
Que exista comunicación, algún tipo de comunicación, alguna forma de reordenamiento. Alguna neguentropía que niegue la ley del colapso.
Hacia el Pueblo
Por Santiago Mitnik
Es un momento raro para ponerse a hacer análisis. Por un lado es demasiado temprano para ver el país que se viene, pero por otro lado es tardísimo para “haberla visto venir” (ante la duda, chequeen el archivo y pasen factura). Pero hay que saber resistir esa tendencia metodológicamente conservadora del anti-intelectualismo. Es un buen momento para analizar, sentarse a pensar y discutir. Y aprovechar la derrota para hacerlo con tiempo, sin compromisos asumidos y sin falsas lealtades. O no hacer nada y tomarselo tranquilo, también es válido. Demasiados años en piloto automático nos llevaron hasta acá.
En medio de un mundo fragmentado y un país sacudido, animo a dejar un par de reflexiones sueltas, más o menos desordenadas, antes que las barra el tiempo:
En política hay muy pocos milagros. Especialmente en la política democrática, los errores siempre se pagan caros, aunque no necesariamente los pague quien los cometió. Y errores se cometieron, de sobra. Es cierto que hubo mala suerte, muy mala suerte. Pandemia y boom de commodities en sincronía con una sequía histórica. Pero hubo demasiados errores no forzados, en la gestión, en la política y en la actitud frente a la sociedad.
Ya habrá tiempo del pase de facturas y señalamientos, no vale la pena adelantarse. Pero una gran duda es si la materia prima para la reconstrucción del peronismo que viene puede ser hecha por quienes fueron los arquitectos de esta situación, sin al menos una marcada voluntad de cambio. Seguramente la respuesta a esa pregunta esté en la interpretación personal, de quien responda, de quienes fueron esos responsables.
Hace ocho años que no militaba una elección tan convencido del candidato, con lo cual es bastante triste ver una oportunidad así perdida, pero todos sabemos que este resultado fue mucho más de lo merecido. Haber llegado hasta un 45% fue un premio de consuelo que dió la sociedad, más por recelo, miedo y divisiones internas en el arco opositor.
El oficialismo yéndole a llorar votos a un electorado que ya lo había rechazado, masivamente, varias veces, fue un espectáculo que solo podía tener épica visto desde adentro. Que justo antes de la elección, tantos grupos diversos hayan salido a apoyar a Massa en el ballotage no es algo bueno. Por su resultado, se ve que la crisis de representatividad, o mejor dicho de conducción, cala muy hondo.
Terminada la primera vuelta, durante ese breve momento que nos permitimos la esperanza, mi mayor miedo, en caso de ganar era “¿quién venía después si las cosas salen mal?”. Si Massa ganaba, en una situación económica y política dificilísima y no lograba un resultado positivo, ¿quién iba a darle contención a la ira acumulada por tanto tiempo? Esa especulación queda descartada, pero el tema de base sigue vigente: ¿qué viene después? Hace tiempo me preguntaba sobre el consenso democratico en Argentina (que al día de hoy sigue firme, aunque temblequeando), ¿cuántos gobiernos fracasados puede aguantar? Esperemos no ver la respuesta a eso ni en estos cuatro años, ni en la elección que viene.
Es difícil saber si Milei va a tener la mecha de la legitimidad social muy corta, o si por el contrario, el hartazgo va a permitirle avanzar fácilmente con sus reformas. La dinámica de los próximos años va a dar la respuesta sola, pero antes de tener las respuestas claras va a haber que tomar decisiones. Seguramente dependerá de cada individuo o grupo y sus prioridades. Algunas cuestiones estratégicas o de derechos fundamentales ameritarán ponerse en el lugar de “resistencia”. Pero en general, mi sospecha y mi impresión, es que no hay que apurarse demasiado a ocupar ese lugar como auto-reflejo sin darse un momento a pensar antes.
A mucha gente le molestó mucho, en estos últimos años, el señalamiento de que la política se estaba bifurcando cada vez más del espíritu de época. La realidad es que frente al único candidato libertario con chances serias en la historia del mundo, el candidato peronista terminó siendo un ex-UCeDe al cual la única forma de militarlo frente a la sociedad era a) diciendo que el otro era un loco peligroso o b) decir que nuestro candidato no era kirchnerista ni albertista ni iba a ser como los últimos gobiernos del peronismo. Y sean o no ciertas ambas cosas, no nos creyeron. Es ese el grado de alejamiento de la realidad social que tiene el peronismo hoy.
Y sea o no exitoso el gobierno de Milei, esta problemática sigue presente. Es hora de ponerse a escuchar y cambiar muchas cosas. Cuáles y cómo, no me corresponde a mi decirlo, menos acá y ahora. Pero si seguimos creyendo en la democracia como camino, hay que ir hacia el pueblo. Hacia el pueblo real que trabaja, compra, vende, lucha por lo suyo y vota.
Apuntes militantes para un norte
Por Lucía Hamilton
El domingo vimos como se cumplió la profecía que hace 3 años se viene anunciando y, si bien por un momento pareció evitable, terminó pasando lo evidente. Se impuso el sentido común más básico que la política democrática tiene por ahora y que plantea un axioma difícil de escapar: si tu gobierno no puede contra la realidad, que asfixia en lo económico y en lo anímico, el pueblo quiere cambio y los oficialismos pierden. Es poco popular en estos días, pero creo necesario agradecer, al menos en lo personal lo siento, a Massa, por devolvernos la posibilidad de ilusionarnos y transitar estos meses convencidos que la política puede mover los límites de lo posible y dar vuelta un escenario que mirando para atrás es directamente angustiante. Aprovechando los márgenes contrafácticos, afirmo que nos perdimos un gran presidente y líder para el peronismo. Opiniones, no datos.
Hoy, cerca pero lejos todavía del 10 de diciembre, queda para el tiempo la respuesta de qué fue este cambio, verdaderamente esperando que sea lo mejor (o al menos lo más leve) para nuestra Patria. En estos días de análisis apresurados, me parte la cabeza pensar no qué va a pasar, variable incontrolable a menos para mí, sino algunos puntos para la etapa, que sin duda implica un quiebre en la configuración del mapa político. Un mapa que ya desde el corrimiento de Cristina venía mutando y que pareciera tomar -aún a la espera de la conformación de las alianzas en las cámaras y la versión oficial de gabinete- una forma definitiva.
Se repitió hasta el hartazgo que “el pueblo no se equivoca” y bienvenida sea esa reflexión, pero más que repetirla o twittearla hay que ejercerla. Existe hoy un mandato democrático del pueblo argentino que en las urnas optó por un programa de gobierno, que bastante explícitamente Milei viene expresando. Muy diferente del caso Macri, cuya campaña fue, a trazo gordo, negar que iba a hacer todo lo que terminó haciendo. Entonces, me parece que en el ejercicio de aceptar la voluntad popular, se requiere cierta paciencia para ver qué pasa, qué hace, cómo lo hace. Porque además vivimos en un glorioso país en el que las expresiones sectoriales de trabajadores u otros sujetos organizados rebalsan. Y que tienen un rol en la discusión de las medidas que se vienen, más que los derrotados coyunturales de la política. Absorber la piña y aceptar que nos ganaron y, de nuevo, “que el pueblo no se equivoca” es transitar la idea de que tenemos que revisar y cambiar muchísimos preceptos de nuestra fuerza política, con la humildad de que capaz, tal vez, por ahí, estamos un poco equivocados. Regocijarnos en la confirmación de que Milei es un desquiciado con cada declaración o evento que ocurra durante los próximos 4 años no sirve. Porque además las probabilidades indican que va a haber momentos que confirmen, algo todavía más grave, que el gobierno de Milei causa un daño irreparable para la Argentina. Y ahí, cuando quieran privatizar YPF o desistir en el reclamo soberano sobre las Malvinas, si no hicimos el laburo de escuchar y aprender algo, no vamos a poder resistir a nada.
Y la paciencia lejos está de significar esperar pasivamente, tomándote un mate en el living de tu casa. Sobran cosas que hacer y acá van unas ideas:
Primero, contener y cuidar a los sectores que sí o sí quedan afuera del nuevo mapa, relegados a ser enemigos simbólicos para justificar la acción de los ganadores: el colectivo LGBTQ+ y probablemente la militancia, para empezar a contar. Creo que el cinismo de fingir demencia durante un mal gobierno nos raspó un poco de empatía y solidaridad, necesaria para la tarea que se viene. Y que también nos sacó cierto reflejo en materia de cuidados y seguridad.
Segundo, y porque es lo que hacemos, al punto que no hacerlo sería antinatural: organizar. Construir representación desde abajo para arriba, en los centros de estudiantes, los sindicatos, los barrios. Prepararnos para que cuando haya que resistir alguna, lo podamos hacer con táctica, inteligencia y legitimidad. Reencontrarnos con las trincheras pero volviéndose elásticas. Ampliar tiene que ser la misión y para eso hay que convencer, y para eso hay que tener algo que decir. Y con eso, lo tercero, refundar una opción, desde la soberanía y la igualdad y desde donde encontremos un sentir nacional que perdure, que, por favor lo pido, convoque a alguien más que a nosotros mismos.
Hay en los saldos de esta campaña algunas pistas, que espero resistan el caos. La ansía de una generación militante formada en el macrismo de ver una conducción del peronismo que ordene y que encolumne las filas para la etapa que se viene. No sé si se podrá, pero es un pendiente. Y también una plataforma de campaña que esboza un programa de gobierno del que partir. Cuando se organizaban las condiciones para la vuelta de Perón a la Argentina había una única certeza: el peronismo debía definir el partido en el terreno que era más fuerte, esto es, en elecciones. Y en reconstruir esa verdad hay un norte, hay una pista de cómo ser más audaces y mejores, y sobre la qué se puede enraizar un trasvasamiento generacional que brota y deja caer sobre la espalda de los jóvenes, nuevamente, una responsabilidad histórica.
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