Cultura
El grito sagrado, historia del himno nacional Argentino
Por Valentín Pennella
27 de mayo de 2023

La rosca
Generalmente aceptamos que la “rosca” forma parte del funcionamiento habitual de la política: diputados levantándose para no dar quórum, enemigos irreconciliables convertidos en aliados, bajas de candidaturas a último momento. Sin embargo, cuando pensamos en la historia, suspendemos a los sujetos en el aire y olvidamos que también son humanos y que pueden tener los mismos comportamientos que nosotros. La aparentemente impoluta historia, en realidad, está compuesta por la humana política.
Los discursos idílicos de la historia se multiplican cuando entra en juego la nacionalidad. La exaltación de los próceres, con billetes, calles y feriados, nos puede dificultar ver qué otras cosas los movían además de “el amor a la patria”, como la ambición personal, los intereses económicos, el miedo, la injusticia. En definitiva, en el afán por celebrarlos, les quitamos todo rasgo de humanidad. La historia tiene el beneficio de la distancia temporal, lo que nos permite observar los procesos y escribir con la tranquilidad de que los acontecimientos no van a cambiar. Pero ese beneficio se puede volver una condena si cargamos al pasado de un aura mágica que idealiza a sus partícipes.
Lo mismo ocurre con los símbolos patrios. La bandera, el escudo y el himno se nos aparecen como la representación natural de la nacionalidad, cuando tuvieron, desde sus orígenes, una intencionalidad política. La historia no escapa a los funcionamientos generales de la política, entendida como la constante negociación de intereses y la imposición de unos sobre otros. Si, como decía Woody Allen, la comedia es tragedia más tiempo, la historia no es más que presente más tiempo.
El himno
Toda guerra necesita hombres y a grandes rasgos existen dos formas de conseguirlos: mediante el uso de la fuerza o apelando a la emoción. La Revolución de Mayo puso en marcha ambos mecanismos. Cuatro días después del famoso 25, la Primera Junta impuso la leva de vagos y malentretenidos para engrosar las filas de la expedición militar que enviaría días después al norte. Si bien muchos se sumaron a las líneas patrióticas por la fuerza, otros muchos lo hicieron por motu proprio.
Los aspectos simbólicos, muchas veces subestimados, fueron fundamentales para conmover a la población y lograr una adhesión a la causa revolucionaria. En 1808, luego de la defensa de Buenos Aires a las Invasiones Inglesas, la Plaza Mayor de la ciudad fue rebautizada Plaza de la Victoria, en honor a la hazaña criolla. Lo que hoy es la Plaza de Mayo en ese entonces estaba dividida en dos por la Recova, una galería comercial en la que se vendían artículos de consumo. En 1811, la parte este (la más cercana al Fuerte, actual Casa Rosada) fue nombrada Plaza 25 de Mayo, lo que demuestra un muy rápido uso simbólico de la fecha. La Recova fue demolida en 1884 y ambas plazas se unieron, adoptando el nombre actual. También en 1811 se mandó a construir de urgencia la Pirámide de Mayo, que no llegó a terminarse para el primer aniversario de la Revolución. En su lugar se colocaron unos carteles con los siguientes versos: “Calla Esparta su virtud/ Su grandeza calla Roma/ Silencio! que al mundo asoma/ La gran capital del Sud”. La batalla, además de con las armas, se daba en el frente simbólico.

El 11 de mayo de 1813 la Asamblea del año XIII designó a la Marcha Patriótica, con letra de Vicente López y Planes y música de Blas Parera, como “única marcha nacional”. La letra buscaba interpelar a los hombres, retratando al estereotipo de héroe que la revolución necesitaba, aquel que estaba dispuesto a morir por su patria: “Coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”. La marcha plantea una dicotomía en la que la gloria es la constante más allá de la vida o la muerte. O se vive honrando al pueblo o se muere heróicamente defendiéndolo, pero en ambos casos gloriosamente. En su libro sobre el himno, Esteban Buch dice que los tres ideales republicanos de la revolución francesa están presentes: la libertad se exclama abiertamente en una secuencia repetitiva (“¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!”) y aparece simbólicamente en la acción de romper las cadenas, la igualdad se ve entronizada (“ved en trono a la noble Igualdad”) y la fraternidad está presente en el nosotros que enuncia “Sean eternos los laureles que supimos conseguir”.
Al momento de escribirse lo que será el Himno Nacional, no existía aún la Nación ni el “gran pueblo argentino” al cual se le habla. En una fecha tan temprana como 1813, el término “Argentina” hacía referencia sólamente a los porteños y la Nación era tan sólo un proyecto de la élite que comandaba la revolución. La identidad argentina debía competir con las identidades provinciales. Es por eso que, al día siguiente de adoptar la Marcha, la Asamblea ordena a los gobernadores-intendentes de las provincias que se cante en todos los actos públicos. La prisa en enviar la letra, que hace que se mande sin esperar a la partitura, demuestra la necesidad de Buenos Aires de obtener adhesión a su revolución en el interior.
La nacionalidad argentina surgirá recién en la segunda mitad de siglo, cuando la élite dirigente necesite dar solidez al Estado recién creado y se esmere en generarla deliberadamente. El Estado impondrá esta identidad nacional en la Escuela a través de los símbolos patrios (entre ellos el himno) y su versión de la historia, pero también se esforzará por borrar su intención política detrás de la maniobra, haciendo pasar estos presuntos caracteres nacionales como naturales y preexistentes. El propio himno tuvo una intencionalidad política desde un principio. En 1811, dos años antes de la oficialización de la Marcha Patriótica, el Primer Triunvirato ya había encargado una canción patria, cuya música también compuso Blas Parera. Esta pieza se adoptó hasta que en 1812 la Logia Lautaro encabezó un golpe de Estado y reemplazó a los miembros del Primer Triunvirato por otros más afines a sus ideas. La intención de este Segundo Triunvirato al encargar una nueva marcha, el actual himno, fue diferenciarse de sus rivales políticos creando una canción propia.

Al parecer, Vicente López tuvo un sólo hit. Ninguna de sus otras obras logró trascender. En cambio, se dedicó a la política: fue presidente de la Asamblea del año XIII, diputado en el Congreso de Tucumán e incluso presidente de las Provincias Unidas por poco más de un mes tras la renuncia de Rivadavia. Con la llegada de Rosas al poder, su adhesión al régimen le permitió obtener varios cargos de gobierno, incluso a costas de su hijo, Vicente Fidel, que debió exiliarse por ser antirrosista. Su faceta poética tiene allí nuevos destellos: escribe una Oda Patriótica Federal y una loa en honor a Rosas. Sin embargo, sobre el final traicionará a su líder político. En 1851, cuando la tensión entre Rosas y el Litoral era cada vez mayor, Vicente López se escribe cartas con Urquiza. Al enterarse Rosas, López, temeroso de represalias, le escribe para reiterar su lealtad al régimen y le dice que ha sido un error. Al parecer el caudillo lo perdona, pero al año siguiente, tras la caída de Rosas en la Batalla Caseros, la traición se hace evidente: López es nombrado gobernador de Buenos Aires y recibe 2000 pesos de Urquiza. Después de más de 10 años, al fin puede reencontrarse con su hijo exiliado.
De Blas Parera se sabe poco y nada. No ha llegado ni una sóla palabra escrita por el puño del compositor de la música del himno, ni siquiera otra nota que no estuviera en esa partitura. Se sabe que nació en Cataluña, aunque el año es incierto: si comparamos las únicas dos fuentes hay una diferencia de doce años. Lo cierto es que en 1797 desembarcó en el Río de la Plata y que en 1806, durante las Invasiones Inglesas, defendió la ciudad en el batallón de catalanes. Ejerció como profesor de música, dando clases de piano, cello y canto a las familias más prestigiosas de Buenos Aires, lo que le permitió acceder a salones como el de Mariquita Sánchez de Thompson. Esta posición hizo que en 1813 se le encargara la musicalización del poema escrito por Vicente López. El mismo Vicente López, presidente de la Asamblea, le paga 200 pesos por su trabajo. Luego de ese episodio, del cual se conserva el recibo, la vida de Parera vuelve a ser tan misteriosa como antes. Sabemos que tuvo un hijo en 1817 y en 1818 volvió a España, donde moriría en una fecha desconocida.
¿Pero por qué Parera se exilia repentinamente? Probablemente esté relacionado con un decreto del gobierno que exigía a todos los españoles probar su adhesión a la revolución con una carta de ciudadanía. Quizás este fue su límite. El compositor del himno era antes que nada un catalán emigrado, que no estaba dispuesto a morir por la patria, como lo exigía la letra que musicalizó, ni siquiera a jurar fidelidad al Río de la Plata mediante la ciudadanía. Esto explica por qué al letrista se lo celebró con el partido bonaerense de Zona Norte, mientras que el músico tiene a su nombre una calle de tan sólo dos cuadras en Retiro.
Fuentes: Buch, Esteban, O juremos con gloria morir, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2013.


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