Artificios
UN CONCEPTO DE RETAGUARDIA
Por Ezequiel Gatto
27 de abril de 2024

«Allí nos están pateando el culo. Hay muchas células pequeñas desparramadas por los valles, con infiltrados trabajando en los campos de cultivo. Tratando de alterar las cosas tanto como sea posible. Tenemos la esperanza de poder armar una red, hacer que todos trabajen juntos. Hacer que se puedan cuidar unos a otros. Coordinarnos. Darnos una pequeña ventaja sobre el ejército. Tomar la delantera por una vez.»
Tim Maughan, Detalle infinito.
1.
En 2004, luego de algunos años de militancia política, barrial y universitaria, escribí un artículo buscando pensar en torno a un problema: cómo los movimientos sociales del momento (en especial el zapatismo mexicano y las coordinadoras de trabajadores desocupados argentinas), configurados y ejercitados en una relación de enfrentamiento abierto y antagonismo total respecto al Estado, necesitábamos empezar a diseñar lo que en ese momento, muy impresionado por un libro que no se inscribía en las cosas que venía leyendo pero que me impactó muchísimo por su potencial estratégico, La autonomía como búsqueda. El estado como contradicción, de Mabel Thwaites Rey, llamé una “superficie de contacto”. Esa superficie de contacto era el punto de articulación posible -no siempre en pose de combate- con las fuerzas (y debilidades) del Estado, que para entonces dejaban de ser simplemente represivas. Esa superficie se diferenciaba de lo que componía a los movimientos en su dimensión de articulación interna, que tendía a consistir (no en todos pero sí en muchos casos) en un esquema de vida diferente al instaurado por el trabajo asalariado, y en su dimensión de lucha,que era el modo de encuentro con el Estado.
A mi entender, esos movimientos, signados por prácticas de construcción comunitaria (proyectos económicos, sociales, educativos, habitacionales, etc), y acostumbrados a luchar contra el Estado, necesitábamos de la producción de esa superficie, que debía tener una continuidad con el adentro del movimiento pero también una capacidad de lidiar con un afuera regido por lógicas muy diferentes. Configurar esa superficie de contacto era desdoblar la potencia del movimiento para multiplicarla, para ser capaz de operar con lógica diferentes que lo fortalecieran.
2.
Hoy pienso que la secuencia 1996-2003, debido a la existencia de un Estado y un neoliberalismo que de diferentes maneras le declaró la guerra a la sociedad y a la clase trabajadora, construyó movimientos sociales signados por un respaldo (el barrio de la ruta, diría, parafraseando a Maristella Svampa) que permitía, aún en la desesperación, una organización política y social. Ese respaldo fue construido en función de diferentes posibilidades y perspectivas políticas -autonomismos, guevarismos, peronismos de izquierda, trostkismos, militancias barriales, militancias estudiantiles, sindicalismo alternativos, etc-, pero todas confluyendo en el hecho de tener lo que hoy llamaría retaguardias fuertes.
Si el desafío de aquellos movimientos fue, con el paso de los años y el cambio de las condiciones del conflicto de clase y social, construir una superficie de contacto capaz de aprovechar las novedades de la situación*, hoy uno de los desafíos es poder construir retaguardias fuertes.

* Aprovechamientos que oscilaron desde el fortalecimiento de organizaciones autónomas a la incorporación en el esquema del kirchnerismo -no me interesa aquí juzgar el modo de aprovechamiento, sino el hecho de que esa superficie de contacto fue el modo de producir una estrategia para aprovecharlo.

3.
Existen tres orientaciones políticas del hacer en la situación actual para intentar evitar caer en todas las trampas, movimientos de pinzas y callejones sin salida que propone el totalitarismo de mercado que está desplegando un golpe de estado capitalista, operativizado en un contexto democrático-electoral cuyo destino poco tiene que ver con lo democrático.
La primera orientación es “hacer con menos”. Es decir, adaptar las prácticas y acciones al hecho de contar con menos recursos. Un ejercicio de achicamiento que ponga en línea lo hecho y lo posible.
La segunda orientación es “luchar”. Es decir, desplegar acciones en diferentes niveles y con diversa intensidad en pos de dar vuelta la situación y lograr una redireccionamiento favorable de los recursos y el poder. Luchar para acumular poder, luchar para redistribuir recursos.
La tercera orientación es construir retaguardias fuertes.
Estas tres orientaciones no se oponen ni son excluyentes. Al contrario, en un escenario como el nuestro, la mayor eficacia política se da cuando se combinan.
Quisiera explicarlo con un ejemplo histórico. En Lo queremos todo, su novela sobre el largo ciclo de luchas obreras en la Fiat de Torino durante los años sesentas, Nanni Balestrini narra la historia de las estrategias obreras contra la dominación del capital. La Fiat y sus empresas proveedoras involucraban casi 150.000 trabajadores, un número impresionante.
En el momento en que deben decidir cuándo ir a la huelga, los obreros resuelven que sea en verano. El argumento es profundamente estratégico: en verano hace menos frío, se puede estar en la calle y, sobre todo, hacen falta menos recursos -menos alimentos, menos energía. Es decir, en verano se puede hacer más con menos. Se puede resistir, prolongar la huelga porque el chantaje del capital -al que llamamos salario- es menos indispensable que en invierno, cuando todas las variables que hacen a la reproducción tienden a incrementar sus valores. Los fondos de huelga duran más, los recursos compartidos alcanzan para más compañeros. Resistir y enfrentarse son también magnitudes energéticas. Si se la mira desde la aritmética, luchar es una posibilidad dependiente y directamente proporcional a los recursos.
Ese materialismo del conflicto hace que, en la novela, los obreros industriales pongan en el cálculo algo -el clima y la estación- que parece alejado, sobre todo para un voluntarismo político, de las dinámicas de dicho conflicto, pero que en definitiva es central: una retaguardia fortalecida permite una línea de combate fuerte.

5.
Haití, los quilombos del norte de Brasil, la Comuna de París, la revolución rusa, la revolución china, Vietnam, las luchas anticoloniales que regaron el siglo XX, el levantamiento zapatista, los movimientos populares argentinos de finales del XX tuvieron en común (con sujetos y prácticas diversas) la construcción de ciertos niveles de autonomía de los recursos que les permitía sostener conflictos de largo aliento, cuidar la posibilidad de vencer. Esa autonomía se dio, por ejemplo, gracias al acceso a la alimentación, a una red de viviendas, a nuevas formas de intercambio y a una trama solidaria que eran, simultáneamente, un modo de vida alternativo, un reservorio de recursos y margen de maniobra respecto a la propia lucha. La línea del frente descansaba en esas existencias, esos stocks. Que es como decir que las retaguardias fuertes daban el respaldo y los márgenes de maniobra necesarios para que el frente pudiera sostenerse. Más allá de la discusión sobre la vanguardia como problema de la representación política (necesaria para algunos, nociva para otros), lo importante es la relación vanguardia-retaguardia como problema estratégico en la disposición y utilización de los recursos para el conflicto político y la construcción de nuevas formas de organización social.
6.
Hoy necesitamos construir retaguardias fuertes. Y esto no significa abandonar las líneas calientes del enfrentamiento, sino potenciarlas. Hay que pensar simultáneamente las dimensiones, porque unas requieren a otras y porque en la retaguardia, incluso tal vez más que en la vanguardia, está el espectro de posibilidades de otras relaciones sociales, políticas y económicas.
Retaguardias fuertes quiere decir no depender absoluta y permanentemente de las líneas de financiamiento y provisión que controla el enemigo. Quiere decir poner a producir y circular los recursos que fortalezcan esas retaguardias. Es decir, que permitan ganar autonomía, margen de maniobra, tiempo. La estrategia anarcocapitalista es la de ponernos en una situación de absoluta necesidad. Y la necesidad, además de cara de hereje, tiene el ritmo de la urgencia. Vivir en la urgencia es el modo de dominación del capital, sobre todo cuando inicia nuevas fases de acumulación, cuando quiere redefinir la situación a través de una pauperización de la población. Decretar la necesidad y la urgencia como condiciones que dificultan la organización por su propia velocidad de disgregación.
Una retaguardia fuerte es, entonces, una dimensión esencial para sustraernos de la tiranía de la urgencia. Para ganar tiempo. Y en política ganar tiempo es ganar poder. Y ganar poder es ganar el tiempo. La organización no vence al tiempo, porque la termodinámica es inexorable también con la política y lo social, pero sí puede mitigar la urgencia y abrir mayores posibilidades para la organización política.

7.
Este gobierno no pretende pacificar, ni negociar. Es, más que un gobierno en el sentido habitual, una suerte de consejo de guerra. No tiene fallas de gestión, tiene un objetivo que es hacer implotar las estructuras estatales hasta que sólo quede la gestión de los negocios y las fuerzas de seguridad y armadas. Todos los movimientos de reclamos, huelgas, movilizaciones, expresiones callejeras deben ser pensado a la luz de esa orientación. Y contra ese fondo también hay que pensar las retaguardias fuertes.
8.
Aquí debería enlistar los elementos que podrían componer esas retaguardias fuertes. Creo que se basa en la articulación de algunos grandes aspectos: alimentación, energía, moneda, redes tecnológicas. Algunos de estos aspectos ya tienen desarrollo (como el caso de la agroecología o la impresionante red de comedores y asistencia comunitaria, sostenidos en gran medida por mujeres), otros tienen intentos experimentales (como el uso de energías alternativas o renovables a diferentes escalas), a otros les ha costado ser explorados sistemáticamente (por ejemplos, las posibilidades de los cooperativismos de plataformas). Recientemente, Alexandre Roig ha propuesto una moneda que funcione como vector de otros futuros posibles. Otros casos a explorar en detalle son la educación y la salud (incluída, por supuesto, la salud mental). Como sea, la producción de retaguardias fuertes es un problema también de escalas, no implica un repliegue (retaguardia no es otra forma de decir retroceso), ni el despliegue de una utopía de pequeño grupo, sino al contrario, mejorar las condiciones de vida y de lucha. Un viejo militante decía que había que golpear como un puño y defenderse como una red. Esa red es también la retaguardia fuerte que debemos construir.
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