CULTURA

TODAS LAS PELÍCULAS VAN AL CIELO

¿Qué es lo que determina la calidad de una obra audiovisual? ¿Cómo se diferencia el buen cine del malo? ¿Puede existir uno sin el otro? Reflexiones, dudas y alguna que otra certeza a continuación.
Por Cristian Calavia 02/09/2021

Una de las tantas changas que tuve antes de descubrir el redituable mundo del periodismo freelance (!) fue como asistente del jurado de un importante concurso de pintura. Una tarea que a priori parecía sencilla, pero resultó ser un tanto extenuante.

Eso no me importaba demasiado porque, a pesar de entender poco y nada, el mundo de las artes plásticas siempre me había atraído y deslumbrado. Algo muy propio de los universos que se perciben ajenos y desconocidos.

Lo primero que me pidieron fue que enumerara cada uno de los cientos de cuadros que iban a participar para luego ubicarlos en grupos de no más de cinco contra las paredes del galpón donde se llevaría a cabo la etapa inicial del certamen.

La dinámica de la primera etapa de selección fue la siguiente: debía mostrarles obra por obra y esperar la respuesta de cada integrante del jurado. Si la reacción de alguno era positiva, anotaba el número. Si era negativa y unánime, la pintura quedaba automáticamente fuera de competencia.

El mecanismo se repitió una y otra vez hasta que quedaron sólo las pinturas ganadoras de premios y menciones. A medida que iban quedando menos cuadros, la exigencia del jurado comenzó a tomar temperatura con argumentos cada vez más técnicos y complejos.

En ese contexto, mi cabeza no paraba de insistir con una duda: cuál había sido el criterio de selección de aquella primera instancia que definía qué cuadro quedaba y cuál no a través de un simple voto negativo o positivo.

“La primera evaluación depende de cuáles son las obras que nos conmueven a primera vista y cuáles no”, respondió lisa y llanamente una de las integrantes del jurado. Y agregó: “además, si nos ponemos a debatir sobre cada una desde el principio, no nos vamos más de acá”.

El último gran héroe (1993)

Hay debates que siempre están volviendo. Como si en la propia elucubración de una respuesta se encontrara el verdadero sentido del asunto. El tiempo pasa, los ámbitos y circunstancias varían, pero algunas discusiones prevalecen:

¿Qué es lo que hace que una obra artística sea mejor o peor que otra? ¿Qué determina la calidad de una pintura, un dibujo, un libro, un cómic o una canción? Alerta spoiler: a continuación, habrá más interrogantes que certezas.

Los dichos populares hay que respetarlos. Si existen es porque a alguien las cosas alguna vez no le salieron del todo bien. Y como dicen que “quien mucho abarca, poco aprieta” vamos a enfocarnos en el tema a través del mundo del cine y de las series.

¿Qué requisitos debe juntar una película o serie para ser considerada buena? ¿Verosimilitud? ¿Actuaciones convincentes? ¿Un equipo artístico y técnico prodigioso tras bambalinas? ¿O será que con sólo contar una historia interesante es suficiente?

Al intercambiar opiniones a la salida de una función es frecuente escuchar comentarios en torno a su verosimilitud; qué es lo que intuitivamente parece verdadero dentro del relato. Lo llamativo es que también es moneda corriente que varias de estas observaciones no tengan en cuenta que el elemento de realidad dentro de una ficción es justamente lo que esa ficción determina como real.

La historia que nos cuentan a través de la pantalla no es un reflejo de la realidad del mundo en el que vivimos; es un mundo en sí mismo que se rige por sus propios códigos y reglas. Eso no significa que dentro de esos códigos y reglas pueda ocurrir cualquier cosa.

Cuando ocurre que el desenlace del conflicto principal es caprichoso, no está en consonancia con el tono de la trama y parece sacado de la galera de un ilusionista, lo más probable es que estemos en presencia de un recurso narrativo antiquísimo conocido como Deus Ex Machina.

“Pedir a un hombre que cuenta historias que tome en consideración la verosimilitud me parece tan ridículo como pedirle a un pintor figurativo que represente las cosas con exactitud”. Por supuesto, esto no lo digo yo, sino que lo plantea un tal Alfred Hitchcock en el libro El Cine según Hitchcock de François Truffaut.

Por otra parte, existen muchos ejemplos de películas y series con actuaciones flojas de papeles o que tienen errores groseros de continuidad, montaje, efectos visuales, ambientación de época, vestuario y demás aspectos artísticos y técnicos. ¿Eso las convierte en malas películas o películas mal hechas?

Una película que logra conmover, generar un efecto en la vida de alguien, o simplemente nos deje reflexionando sobre un asunto particular después de verla, ¿puede considerarse mejor o peor que otra? Eso dependerá de qué es lo que busque encontrar cada persona del otro lado de la pantalla.

Sin ir más lejos, hay subgéneros cinematográficos como el found footage, o movimientos de vanguardia como el Dogma 95, que hicieron de la búsqueda de la precariedad estética un estilo propio y característico. Algo similar a lo que sucedió –a veces a propósito, otras por falta de recursos técnicos- con mucha de la denominada música indie argentina de fines de los noventa en adelante.

The Room (2003)

No se puede creer en dios sin creer en el diablo, así como tampoco se puede afirmar la existencia de las buenas películas y negar la existencia de las malas. Ambos tipos de obras se legitiman por oposición. El área gris que habilita la discusión pasa por cuál pertenece a cada bando.

Así como puede no gustarte una película que la gran mayoría de la gente considera buena, también puede parecerte una obra maestra otra que fue destrozada por la crítica especializada, el público y que encima no haya ido a ver ni la madre del director o la directora.

¿Discernir es un problema? Todo lo contrario. El problema (o no) es que es imposible que todo el mundo se ponga de acuerdo en relación a la calidad de una obra, más allá de la disciplina artística a la que pertenezca. La pregunta es: ¿hace falta?

Las malas películas existen, las buenas también. La apreciación es subjetiva y arbitraria, genera debate y discusiones que difícilmente lleguen a una conclusión definitiva. Generalizar es imposible en cuestión de gustos. Y quizás uno de los mayores valores del arte pase justamente por ahí.

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