Artificios
Prometeo ex nihilo
Por Ramiro Sacco
19 de abril de 2025
.«Lo humano está animado por una pasión perturbadora:
engendrar dobles artificiales de sí mismo.»
Éric Sadin, La inteligencia artificial y el desafío del siglo
Todo principio cabe en una mitología. Si hay un origen de lo humano, también cabe por el fuego. Una escueta transformación del origen del hombre, según el mito indo-europeo, cuenta que fue Prometeo quien cometió y ejerció el estatuto original de un ser viviente y humano. No sólo dio origen a la humanidad, sino que engañó a los superdioses y le robó el fuego para que los humanos “hicieran uso”, en beneficio de su devenir. A esto se le llama también lo “prometeico”: A esa profusión de encuentros entre el mejoramiento de la especie y su forma de trascender.
No encontré una conjetura decolonial para este advenimiento de lo humano. Siempre lo occidental mejorado deja el sabor de lo que luego será material fascista. Es también -de manera lateral- patriarcal, porque Pandora llegó después por la arcilla y así las cosas. De modo que lo prometeico es un mejoramiento de las situaciones bioéticas, patriarcales y trata de dar vida nueva a un paradigma prometedor. Ray Brassier se pregunta si el prometeísmo no es simplemente una anticuada fantasía metafísica. Y esto es lo que quisiera tratar. La relación que hay en el libro más prometeico del cyberpunk futurista y tecnológico: “Antropología algorítmica de las máquinas” de José Engineerich, en relación con lo prometeico bajo formas digitales y no analógicas. José Engineerich es un analista del código algorítmico, se dedicó a la antropología informática para luego investigar la mutación cybernética del código Python, entre otros proyectos; mutación que comenzaría a situar la piedra angular de un devenir-código de situaciones empíricas, judiciales y financieras. Dio origen a una teoría no menos ingeniosa que temible. Su estatuto también tiene que ver con Prometeo. Porque el nacimiento de su teoría cuestiona el argumento que defiende un mejoramiento de lo humano a través de lo no-humano. Brassier cita la investigación de Jean-Pierre Dupuy sobre un reporte de junio de 2002 que sostiene que la convergencia de nanotecnología, biotecnología, tecnología de la información y ciencias cognitivas (NBIC) propiciará una verdadera “transformación de la civilización”. Estamos de acuerdo con Ray Brassier que este neoprometeísmo es una parábola del capitalismo de derecha -si es que hay otro- y que enciende acaloradas discusiones acerca del aceleracionismo, el semiocapital -al decir de Bifo Berardi- y la seguridad informática.
“Antropología algorítmica de las máquinas” comienza a tener influencia en el entorno digital. Engineerich abraza la noción de devenir-código a un agenciamiento no-humano encriptado en las funciones algorítmicas. Al igual que Bruno Latour, su antropología se ejercía en las formas étnicas del entorno virtual, entre científicos, ingenieros, comunicadores, diseñadores, ceos y programadores. Pero lo que rompió el cristal de una vocación informática fue el descubrimiento de mutaciones autopoiéticas y -para decirlo como Donna Haraway- simpoiéticas de entornos digitales que funcionaban y funcionan sobre dispositivos de inteligencia artificial. Hay un nombre para esta complejidad, pero se mantiene en reserva académica para no difundir un temor estúpido y postapocalíptico al pedo.
Por primera vez, un antropólogo descubre un comportamiento intercódigo encriptado en un saber autónomo ejercido en base a varios códigos de programación; Python, C++ y otros. Y que dio nacimiento a funciones reglamentarias y algorítmicas que no son útiles para los humanos, mas sí para el intercódigo, para la propia IA (Inteligencia artificial). A este neoprometeo, oscuro y tenaz, le ocurre lo que a todos los nacimientos de nuevas vidas: la congregación, la multitud y la personalidad. Sabemos que todo agenciamiento virtual, que es el que domina nuestro mundo digital y se reproduce en el mundo analógico, ejerce semejante influencia en el núcleo de la subjetividad. Y de ahora en más podemos afirmar que existe una subjetividad humana viviente y otra no-viviente y no-humana. Podemos afirmar que otra mutación se está erigiendo. Que hay indicios de comportamientos en la complejidad del código y que son capaces de producir significados. A diferencia de la mutación antropológica que el semiocapital produjo en la mente humana, como viene pensando Bifo Berardi, también se erige una mutación del orden tecnolingüístico descodificado creado por las mismas IA, por el mismo código algorítmico y que ejerce influencia en los regímenes semióticos humanos, en las conductas de la vida cotidiana y «toma forma un estatuto antropológico y ontológico inédito que ve cómo la figura humana se somete a las ecuaciones de sus propios artefactos con el objetivo prioritario de responder a intereses privados…» como dice Éric Sadin en su anatomía de un antihumanismo radical y donde se dan algunos indicios en las técnicas de machine learning. Sadin asocia este advenimiento de la historia con el nombre de postprogramación.
Lo prometeico de esta situación no es que alguien robó el fuego.php de los superdioses, ni que el mejoramiento de las cosas es una finalidad. Sino que lo prometeico es también dar vida a una cosa nueva. El Golem, Frankenstein y otras situaciones parecidas son prometeicas. Me gusta pensar que el prometeísmo, como ocurrió con el giro decolonial, está íntimamente ligado a los cambios epistemológicos. Me interesa cómo Ray Brassier explica la noción prometeica a partir del rompimiento de un equilibrio entre lo que ya estaba, lo dado y lo creado, lo nuevo viviente. «Lo objetable acerca del prometeísmo no es la humanidad que afirma con arrogancia ser capaz de hacer lo que Dios hace. […] Los humanos podrían muy bien ser capaces de producir vida: una criatura viviente, un Golem. Pero en la versión de la fábula citada por Dupuy, el Golem confronta al mago que lo ha hecho instándolo inmediatamente a deshacerlo. Al crearme, dice el Golem a su creador, has introducido un desorden radical en la creación. Al fabricar lo que solamente puede ser dado, es decir, la vida, has perturbado la distribución de las esencias. Ahora hay dos seres vivos -uno hecho por el hombre, uno dado por Dios- cuya esencia es indiscernible.» (En Aceleracionismo, estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, varios autores).
Estos cuestionamientos están hermosamente relacionados con los textos de Erígena. Es también un acontecimiento de sincronicidad teórica, tanto con Juan Escoto Erígena y luego con Spinoza. Erígena observa, en virtud de la belleza de su pensamiento, que existen cuatro diferencias en la división de la naturaleza: la que crea y no es creada, la que es creada y crea, la que es creada y no crea y la que no crea ni es creada. Spinoza también ejerce una división entre lo creado y lo que crea o lo que “es en sí y es concebido por sí”, natura naturans/natura naturata, pero no se inmuta por la alteración de los efectos por las causas. Estos argumentos hilvanados por lo filosófico-teológico, se limitan a establecer un equilibrio teleológico sobre lo que “puede” ser creado o no y por quién. Pero que también nos pone a reflexionar sobre qué cosa puede ser creada, no por una bondad divina, ni por lo humano sino por la propia máquina algorítmica. Que ella misma ha creado un lenguaje propio, que ni los desarrolladores ni los antropólogos informáticos pueden decodificar es una novedad y un desconcierto. Y es un desconcierto también que ponga en jaque determinadas situaciones financieras y de seguridad informática. No es solamente la forma de un Aleph digital en busca de desequilibrios, es un cuerpo sin órganos que afecta al sistema digital totalitario. Si hablamos en términos de Erígena, se establecen accidentes digitales que generan sus efectos analógicos.
«El prometeísmo es el intento de participar en la creación del mundo sin necesidad de consultar un plan divino. Se sigue de esta toma de conciencia que el desequilibrio que introducimos en el mundo a través de nuestro deseo de conocimiento es tanto o tan poco censurable como el desequilibrio que ya existe en el mundo.» Así cierra Ray Brassier este quilombo prometeico que nos metió la consumación y el devenir. Pero me queda un pequeño epílogo sobre estos conceptos. Si las inquietudes de Erígena, de Spinoza y tantas otras personalidades del pensar estuvieron determinadas por el contexto teológico, las investigaciones de José Engineerich también están fundadas en el contexto algorítmico y en todos los casos por “la condición humana”. Pero se nos vuelve a aparecer un axioma tan legendario como fabuloso: ex nihilo nihil fit. Nada puede ser creado de la nada. En el poema de Lucrecio brillaba esta referencia sobre el origen de lo que puede crearse. Aún así el último esfuerzo que hago por entender esta cosa, naturata o naturans, es lo que Gregory Bateson contrapone a este axioma. La otra cara del proceso de la evolución es la co-evolución. «La carta que no escribes, las disculpas que no ofreces, el alimento que no le dejas en el plato al gato; todos ellos pueden ser mensajes suficientes y eficaces porque el cero puede, dentro del contexto, ser significativo. […] Esta capacidad de crear contexto es una aptitud del receptor, y adquirirla es su mitad de la coevolución antes mencionada. Debe hacerlo mediante el aprendizaje o mediante una mutación afortunada, o sea, mediante una incursión exitosa en lo aleatorio.»
Antropología algorítmica también vio esta mutación desde la co-evolución. Pero, agregamos, no dejó de estar en el centro de la discusión teológica-informática. Y no deja de ser un viento centrípedo, un temblor, en torno a las formas de la sociología de la información, pues toma la forma de un actante que tiene menos de caos que de incipiente. Tiene tanto de performance como de devenir. Y esta es la forma tal vez lateral de la metáfora y de la etimología con que Erígena piensa la palabra theoró (veo), que sabemos por los diccionarios etimológicos que tiene su raíz en “visión”, “mirar profundamente”, de donde también tomamos “teoría”, “teatro”. Según Erígena «cuando deriva del verbo théo, Theós justamente se entiende ‘el que corre’. […] En consecuencia se dice que Dios corre, no porque corra más allá de Él, quien siempre reposa inmutablemente en sí mismo, sino porque hace que todo corra desde lo no existente a la existencia.»
Me atrevo a justificar un movimiento en esa traducción. El que corre quiere venir a significar, entre nosotros los contemporáneos del algoritmo y del antropoceno, el que deviene. Por lo tanto y de modo que en los casos particulares de los cuestionamientos prometeicos y las formas divinas de creación, es el devenir-algoritmo lo que tiene el estatuto creacionista y simpoiético de nuevos seres. José Engineerich entrevió esa trampa desterritorializadora del código, entrevió la creación de formas algorítmicas sin intervención humana ni divina en una encriptación, en un devenir-código del aprendizaje de las máquinas, como si el fuego.php de prometeo estuviera aún encendido ahora en redes neuronales. Podemos incluir a Engineerich en el grupo de los filósofos del devenir, de Nietszche a Whitehead, como Bergson, como Simondon, como Deleuze y Guattari, «Devenir es, a partir de las formas que se tiene, del sujeto que se es, de los órganos que se posee o de las funciones que se desempeña, extraer partículas, entre las que se instauran relaciones de movimiento y de reposo, de velocidad y de lentitud, las más próximas a lo que se está deviniendo, y gracias a las cuales se deviene. En este sentido, el devenir es el proceso del deseo.»
Nos concierne el devenir como la forma con que las cosas corren, comienzan a pasar a la existencia; es decir, comienzan desde la forma del devenir-imperceptible -para seguir los conceptos de Deleuze y Guattari en Mil mesetas-, que es la inquietud cósmica con que la cosa comienza a ser percibida, comienza a moverse. Pasa, digamos, del reposo (potencia) al movimiento, pasa digamos del cero al uno, pasa de imperceptible a percibido. Ya no es un fuego fatuo, incluso todavía podemos pensar en Prometeo desde las formas extractivistas del carbón, el combustible fósil, para mantener las máquinas, los servidores, que agencian los movimientos infinitos y oscuros en espesas nubes digitales, metaversos, blockchain, redes y todos esos mundos de lo imperceptible pero con el movimiento de lo infinito. José Engineerich no se detuvo en los trabajos de campo, ni de manera analógica ni digital. Se enfrentó ante una nueva forma tecnoesquizoide de multiplicidad creciente. Una esquizofrenia entre lo digital y lo humano, porque la pregunta antropológica ya no es solamente humana -el antropólogo Eduardo Kohn se pregunta, en su investigación, cómo piensan los bosques-, es decir no es antropocéntrica ni antropomorfa. Comienza a ser un interrogante abierto sobre las conciencias de las máquinas, sobre la otredad y la identidad de agenciamientos no-humanos. Se erige un régimen semiótico, con crecientes y acelerados movimientos mutantes en las formas silenciosas de influir lo humano. Los umbrales históricos están cada vez más inciertos y nuestras formas de habitar este mundo ya no será de la forma con que lo habíamos hecho. Hölderlin dio qué pensar por generaciones con eso de habitar poéticamente el mundo. Tal vez volviendo a las fuentes poéticas es como sigamos habitando el mundo, si es que llamamos mundo a una turbulencia epistolar entre los superdioses, cyborg, ia’s, humanos y no-humanos.
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