Tecnología
Por un imaginario de la técnica
¿Qué imaginamos cuando pensamos en la conquista del espacio? Este ensayo se ocupa de las formas en que los desarrollos técnicos aparecen en nuestra imaginación mediados por formaciones culturales particulares. Así, postula la necesidad de un nuevo imaginario situado en Latinoamérica y el linaje de nuestra tierra.
Por María José Sepúlveda Arellano
22 de noviembre de 2025
En términos materiales e inmateriales del desarrollo y evolución de la vida humana, los contextos y medios socio antropológicos del espacio han posibilitado las expresiones culturales tanto del individuo como de las comunidades que habitan las geografías, formando sus propias técnicas costumbres y sistema de creencias. En América Latina y el mundo, las grandes crisis humanitarias que transforman las sociedades en el último siglo tocan temas como las racionalizaciones e intolerancias frente a las diversidades y los retos de la interculturalidad (con fundamentalismos identitarios de una herencia colonial), en medio de un tránsito de modelos políticos progresistas con giros hacia la derecha, que han caracterizan los nodos analíticos que enfrentan las ciencias sociales en plenos desastres y crisis naturales.
De manera contraria a estas olas, los movimientos de reconocimiento étnico-cultural y de derechos colectivos (como es el caso de los afrodescendientes, refugiados políticos y los pueblos originarios) que por todos los continentes se defienden, en su mayoría, de los despojos que causan los mega proyectos a través de “grandes avances” tecnológicos que vuelcan nuestras miradas a problemáticas emergentes para comprender y denunciar los grandes desastres sociales, ecológicos, políticos y humanos en esta era denominada antropoceno, capitaloceno o como diría Cusicanqui – Chi’xi-. Para dar cuenta del rol de la actividad humana en la devastación ecológica del planeta (…) en su libro la autora de origen boliviano propone la idea de un ethos y una epistemología ch’ixi a nivel planetario, que representa la coexistencia de opuestos —blanco y negro— que se complementan sin anularse mutuamente, para crear una realidad indeterminada y poderosa donde lo manchado puede vivir sin la necesidad de fusionarse como una antitesis perfecta al binarismo o no binarismo que apelan al mismo principio dual.
Para quienes habitamos al sur del continente americano gozamos de la privilegiada vista de la Cordillera de los Andes, un largo y ancho manto rocoso que recorre siete países de la región para luego sumergirse y elevarse nuevamente en el territorio Antártico, resulta un fenómeno geográfico de la naturaleza que influye en la vida de quienes habitan el territorio durante su evolución humana, su historicidad y su contexto situado; esto incluye el ciclo de usufructo de sus riquezas como consecuencia de una historicidad epistémica extractivista, que alcanza una representatividad y narrativa operativa simbólica que moldea de manera consciente e inconsciente el imaginario individual-colectivo en la región.
A primera vista, tiende a significarse por sus relieves en la similitud de una “escala o escalera”, elemento tan presente en las culturas precolombinas del continente, que por medio de la estamentación significan el ciclo de la vida expresado en vestimentas, decoraciones y otras expresiones artísticas donde se promueven la idea de un ciclo sucesivo y regenerativo de la vida durante el desarrollo humano. Puntualmente, llamó mi atención esta temática tras escuchar la exposición “Memorias y Resistencias de los Andes coloniales”, presentada por la doctora en Historia, Xochitl Inostroza Ponce, en el V CONGRESO LIMINAL América Latina: Imágenes, Imaginación, Imaginarios, donde dio a conocer como esta idea estamental del ciclo de vida está presente en las iconografías de “queros” o “keros” (vasos ceremoniales) donde la “escala de la vida” es vista como un viaje en ascenso al cielo en la travesía de vivir.
En las imágenes proyectadas durante la exposición, la autora sostuvo que la carga simbólica de la muerte no era vista como la anulación de la existencia humana, sino como la trascendencia en el resurgimiento de una nueva vida tal como lo hacía en su materialidad los “queros/keros” que durante el proceso de “quema” de la cerámica, se posibilita la trascendencia en la permanencia de información en la cerámica. La frase «Nada se pierde, todo se transforma» de la Ley química de conservación de masa formulada por Antoine Lavoisier, logra su cometido incluso siendo aplicada a las interpretaciones de vida de las antiguas civilizaciones precolombinas, vislumbrando una sabiduría que antecede a la capacidad de cuantificar.
Esta idea de la vida que se expresa de manera creciente también es vista en la representación de la chakana o constelación “cruz andina del sur” que para las culturas andinas representa la conexión entre los tres mundos existentes de su cultura prehispánica; el mundo subterráneo (unas- ukhu pacha), el mundo terrenal (achachay- kay pacha ) y el mundo celestial (ananachay- hanaq pacha).
Según las investigaciones de Xochitl, esta visión fue adoptada – y distorsionada- por la cultura colonial en el momento del choque de ambos mundos. La autora habló de un pequeño pero significativo gesto: del cómo a través del archivo colonial de la época se puede evidenciar tanto en la producción colonizada como colonialista del arte, la incorporación de figuras y formas de estamentación de la vida andina con una diferencia crucial. La autora de manera muy perspicaz menciona la imposición de una texturización de adoctrinamiento cristiano y de salvación que – siguiendo a Rita Segato- podemos identificar como una ‘pedagogía de la crueldad’. Esta noción, se refiere a “todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas”. Mecanismo que opera enseñando algo que va mucho más allá del matar, enseña a matar con una muerte descontextualizada, que deja apenas residuos en el lugar del difunto y su medio. Esta concepción de origen cristiano que limita al individuo en aspectos de imaginario es caracterizado por una dualidad presente en las significaciones de la vida-muerte que nos invita a una situación de juicio final y destino, anulando la trascendencia andina de vida-muerte-vida por un paradigma que no supera el binarismo, la mirada eurocéntrica y su función de depredación colonial.
El gesto que pareciera insignificante, es para esta autora un cambio paradigmático en la formulación del pensamiento que no sólo niega un tercer elemento fugitivo simbólico, sino la capacidad física, química y cultural de la época que desde algún punto o eslabón evolutivo permite la perpetuidad e imposición de la dualidad con una estructuración de vida humana llamase objetividad, sentido empírico o recurso adaptativo que no posibilita abandonar el escenario catastrófico de; salvos y salvadores, dominados y dominadores, por un deseo renovado en reconocer la inteligencia histórica de un individuo y su territorio en constante vida-muerte-vida, más bien, resulta en una total obediencia y resignación a negociar con las influencias de conquistualidad perpetúa de sus expresiones y desarrollo humano.
El trauma histórico de la educación del miedo en el arte y las representaciones culturales que analizaría Rita Segato, posibilita identificar una ontológica que olvida y desconoce la diferenciación fundamental con la escala de la vida andina que termina su ciclo en la vida; y lo hace más que como una resistencia a la ontología eurocéntrica o la resistencia a los sacramentos, pues se trata de una convicción de unión con lo celestial en la cosmovisión de los pueblos precolombinos. Este elemento disruptivo es también disonante en su autonomía intelectual de vida latinoamericana en un contexto global con vocación de homogeneización, emergiendo cíclicamente referentes históricos que buscan crear nuevas rutas para las líneas de pensamiento.
En 1934, el artista uruguayo Joaquín Torres-García vuelve a su país desde Estados Unidos y Europa, donde había vivido durante 40 años. A su regreso, fundó la Escuela del Sur. Un taller en el que animaba a los estudiantes a buscar inspiración a nivel local en lugar de global al tiempo que establecía una tradición artística autónoma. En este contexto el artista crea el Mapa Invertido, donde se ve una América del Sur desde una manera completamente nueva. Puntualmente en esta obra, la técnica del mapa como representatividad en disputa, despierta y habilita la curiosidad por una autonomía de pensamiento en su ser social-histórico al pensar desde, para y hacia el sur.
En el mapa se observan detalles como la dirección cardinal del sur, la línea de latitud de Montevideo y la línea ecuatorial, que en lugar de ser el centro del hemisferio –como suele ser el caso–, Torres-García coloca a Uruguay en esta posición privilegiada. Este gesto cartográfico no es solo una provocación geopolítica, es la materialización de su principio fundacional: la necesidad de un arte que sea obra de un período y de una geografía particular que rompa definitivamente con el período colonial del arte latinoamericano.
Este proyecto se concretó en la corriente del “Universalismo Constructivo” desarrollado a partir de 1943, que lejos de ser una simple imitación de las vanguardias europeas en las que había participado, Torres-García propuso una síntesis única. Combinó la estructura geométrica universal con símbolos pictográficos y crucialmente, con formas y motivos del arte precolombino. El núcleo teórico de esta propuesta lo denominó «realismo absoluto». Concepto central para entender que su legado no se refiere a la representación figurativa del mundo sino lo contrario; a la creación de un «valor plástico absoluto»‘, esto es una obra de arte viva, que existe por sí misma independiente del modelo. Este lenguaje posibilitó demostrar la igualdad plástica, estética y teórica entre los principios del arte abstracto de vanguardia y los del arte precolombino, legitimando así una tradición local al más alto nivel universal.
Resulta preciso celebrar estos archivos para la pregunta histórica por la tecnología y técnica en la región latinoamericana. La Escuela del Sur, funcionando bajo el modelo de un gremio artesanal medieval pero con una vocación interdisciplinar moderna, se erige como un faro de autonomía intelectual y técnica. Su trabajo –una «técnica» de pensamiento y creación que privilegia la estructura, el símbolo y la abstracción sobre la imitación y el sensacionismo– se alza frente a la constante homogeneización de la vanguardia impuesta por los principales centros tecnológicos e informativos con sus proyecciones de deseos y aspiraciones que propician miradas duales y dependientes. Torres-García propone la construcción de un imaginario propio que es, en esencia, la técnica para descifrar y recomponer el universo desde una posición situada en el Sur.
Comprender esto posibilita aventurarnos y analizar el contraste de imaginarios presentes en la chakana y las propuestas de Torres-García versus la carrera espacial con su herencia en la ciencia ficción capitalista de Silicon Valley, que en la actualidad promueve una “vanguardia” homogeneizante, escapista y colonizante en su aspiración desarrollista colonial.
En febrero de 1961 la revista Life publica en su portada al chimpancé Ham , tripulante a bordo de la nave Mercury 2 en Cabo Cañaveral, donde es posible apreciar un malestar en el cruce de brazos mientras permanecía en espera en su silla espacial. Según la revista, le fue entregada una manzana y una naranja para tranquilizarlo, pero su enojo continuó.
A su regreso, el chimpancé estuvo 26 años siendo la atracción principal en el zoológico de Carolina del Norte; pasando de ser un instrumento experimental a un objeto de exhibición. Hasta el último día previo a su muerte la tecnología que lo llevó al espacio, no pudo explicar su evidente malestar con lo acontecido, sino exonerar su presencia a un residuo de proyecto que nunca contempló su subjetividad inherente.
En Latinoamérica no fueron numerosos los intentos por conquistar el espacio, fue sólo en Argentina que durante el año 1969 en la provincia de Córdoba, fue enviado del mono Juan en el cohete Conopus II, convirtiéndose en el cuarto país en enviar a un ser vivo al espacio después de la Unión Soviética, Estados Unidos y Francia. Más allá de las necesarias consideraciones éticas que hoy se plantearían en el uso de un animal en tal empresa –y de la opacidad sobre su destino final–, el hecho persiste como un testimonio material de que la capacidad tecnológica de avanzada no era un monopolio de las superpotencias ni siquiera en aquellos años. El significado no radica en la «conquista» espacial en sí, sino en la afirmación de una potencia técnica periférica capaz de desarrollar conocimiento complejo de manera autónoma, desafiando la narrativa de una modernidad exclusivamente importada. El mono Juan, por tanto, no es solo un testimonio de capacidad técnica y de homogeneización, sino un símbolo de la techné interrumpida: una autonomía latinoamericana posible, sofocada por el pensamiento colonial y sus residuos en las dictaduras ocurridas en aquellos años que a través del modelo neoliberal priorizó (o prioriza) la importación de tecnologías y pensamientos técnicos fuera del desarrollo endógeno.
Un intento menos especulativo por la autonomía técnica y tecnológica en latinoamérica fue en el año 1972 en Chile, donde se realizó el primer Seminario Latinoamericano de procesamiento electrónico de datos con la compañía de 15 países de la región, quienes lejos de las fantasías interestelares, tuvieron un objetivo terrenal y urgente; definir el empleo de la televisión educativa a nivel universitario. Si bien este acontecimiento no causó el revuelo de enviar seres vivos al espacio, ilumina la discrepancia fundamental entre las necesidades humanas de desarrollo técnico endógeno y las aspiraciones de gobernanza occidental impuestas. Muestra una tecnología pensada para la comunidad y la educación, no para la conquista y el espectáculo.
Durante aquellos años de Guerra Fría, se instauró una neocolonización del deseo y la emoción, revestida de una estética de vanguardia por la conquista económica y espacial. Remotas fueron las herramientas y facultades latinoamericanas por pronunciarse en aquella batalla tecnológica-cultural, producto de las seguidillas de dictaduras, con dinámicas que operan hasta el día de hoy como nula palanca de expulsión para una autonomía global.
Para fragmentar este futuro impuesto y superar esta tensión, es necesario implicar la imaginación, la visualización y la proyección de un derrumbe de las fuerzas hegemónicas. Pero, sobre todo, se requiere una superación del sensacionismo latinoamericano: esa tendencia de gobernantes y élites autodeterminadas, por homologar los deseos implantados desde los centros de poder y adoptarlo como aspiraciones (viajes espaciales, inteligencia artificial, etc) que no responden a las urgencias locales de justicia, memoria e inteligencia social. En aquellos años y de forma paralela a la competencia por el espacio, surgieron corrientes de pensamientos que cuestionaban este salto modernista, y fueron los mismos astronautas y cosmonautas enviados al espacio exterior quienes dieron origen a la corriente literaria de la cosmología; para poetizar la experiencia de salida del orbe con una resignificación de la experiencia humana.
Luego de la caída de la Unión Soviética y la aparente victoria de Estados Unidos, fue la ciencia ficción capitalista la que tomó ventajas en los imaginarios del futuro. Autores como Michel Nieval sostienen que la estrategia de estas lecturas consistiría en la búsqueda de los intereses del principal centro de datos Silicon Valley caracterizado por; 1) la búsqueda de viajes turísticos al espacio, 2) lograr habitar marte y 3) finalmente la prolongación de la juventud en una idea de inmortalidad en estética y salud de avanzada. Pero nuevamente la historia nos provee de momentos en que han existido elementos fugitivos que permitieron una reimaginación del sentido de la vida por sobre la fuerza imperialista que posterga el deseo de producción local de vanguardia.
Frente a esta impronta capitalista, la tenacidad fugitiva cobra sentido en el año 2019 en Colombia, cuando se celebró el Festival de poesía en Medellín, que tuvo como principal invitado al cosmonauta ruso Alexander Lazutkin. En aquella oportunidad, los participantes lo recibieron como un aliado de las letras que aunque no haya escrito ningún poema, era el asistente que había estado más cerca de las estrellas, siendo considerado como un propulsor para que los poetas viajarán al cosmos con tan solo escuchar su versión. Era la techné puesta al servicio del relato humano, no de la huida individualista.
De forma totalmente antagónica en mayo del siguiente año, el dueño de la plataforma social twitter/x Elon Musk, envía a través de su compañía SpaceX el primer vuelo privado en la misión Crew Dragon Demo-2, que contó con los imaginarios de los astronautas Douglas Hurley y Robert Behnken en una estética de trajes y del interior del vehículo que simulaba el vestuario del diseñador Hollywoodense José Fernandez; destacado fashionista del vestuario del Planeta de los Simios y de las películas de marvel, Aliens 3 y Gremlins 2. Cada elemento era una cita a una película, vaciando la hazaña técnica de todo contenido político emancipatorio para convertirla en el espectáculo de consumo último: la conquista espacial privatizada.
Este imaginario no sólo se exporta también se internaliza y reproduce en las periferias, descontextualizando a sus consumidores de las necesidades urgentes que padecen. Un caso paradigmático es el del empresario Gustavo Grobocopatel. El ingeniero agrónomo es el mayor promotor de la soya transgénica en Argentina, quien en imitación a los líderes de Silicon Valley se ha convertido en un gran impulsor de las innovaciones biotecnológicas de la agroindustria latinoamericana. Grobocopatel, profesa un futuro directamente conectado a los paisajes de Marte en las actuales pampas, donde no solo se podría cultivar en otros planetas sino que toda maquinaria podría ser construida por la soya. Esta idea, no resulta ser una genialidad vanguardista ni utópica sino más bien un delirio al constatar a través de estadísticas de FAO que la industria alimentaria de la soya es una de las más contaminantes al liderar las industrias que más deforestación causan a la selva amazónica, suscitando no solo una falta de criterio en el desarrollo de la técnica y la tecnología sino una descontextualizado total con su localidad, producción y pertinencia evolutiva. Es la aplicación local de una pedagogía de la crueldad que ve el territorio y la vida como mercancía moldeable, nunca como un tejido histórico, comunitario y autónomo.
¿Qué une la fantasía de Musk con la de Grobocopatel? Ambas comparten la misma lógica: la promesa de una salvación tecnológica para unos pocos, teñida por la destrucción definitiva del sustrato común –ya sea la Tierra, el mar o la soberanía alimentaria–. Es la fantasía de una minería extraterrestre, un turismo intergaláctico y una vida milenaria para una élite que reproduce la ilusión de automatizar el trabajo asalariado del resto. Sin embargo, la evidencia científica y empírica demuestra la imposibilidad material de este proyecto: primero por la naciente necesidad de mano de obra altamente calificada de los centros de datos, que no solo precarizan a sus trabajadoras con extensas jornadas laboral y deficientes relaciones contractuales, sino por el agotamiento energético y ecológico generado para lograr su cometido. Haciendo inviable incluso para las élites escapar de un colapso que ellas mismas aceleran(…) Esta lógica no se limita a los agronegocios. Se replica en la tecnocracia estatal, donde la ‘innovación’ se reduce a una retórica vacía para legitimar proyectos extractivos y de control social. La figura emergente del burócrata-tecnócrata de las últimas décadas que utiliza el lenguaje de la vanguardia para imponer una mirada colonial del desarrollo ha ido domesticando el futuro e intentando neutralizar cualquier alternativa que surja desde la autonomía comunitaria y la técnica situada de los territorios.
Para decodificar este fenómeno, la filosofía nos ofrece dos claves complementarias. Walter Benjamin, analizando la primera revolución tecnológica, advirtió que la “reproducibilidad técnica” del arte conduciría a la pérdida de su aura,” su singularidad y anclaje en la tradición y la ritualidad. Hoy atravesamos una nueva revolución donde el arte y la política pierden su aura y su densidad argumental para convertirse en pura estética espectacular. Benjamin analizó cómo la sociedad capitalista transforma la experiencia profunda (Erfahrung) en vivencias fragmentarias y shockeantes (Erlebnis), donde “la humanidad se prepara para sobrevivir a la cultura, si es preciso, en un estado de emergencia”. Luego Maristella Svampa, propicia que el análisis de Benjamin permite sostener que cuando estamos separados de nosotros mismos, el dolor ajeno -o el propio- se vuelve paisaje, siendo posible observar cómo este esquema colonial no sólo debilita nuestra capacidad creativa sino que alcanza un nivel de colonización de la psiquis y el cuerpo.
De esta manera es posible dar cuenta como los algoritmos y ángulos de cámara editan las catástrofes, invitándonos a «sentir» el colapso con una banda sonora envolvente en lugar de actuar para detenerlo. Si el Norte global decide cómo será el fin del mundo, su último mandato es que al menos nos veamos bien al caer y ojala sonrientes. Frente a esta modernidad que margina, destruye y envuelve en la ignorancia, la filosofía de la liberación del argentino-mexicano Enrique Dussel ofrece una contraparte ética y política de acción. Dussel es severo con la modernidad eurocéntrica, argumentando que ésta se ha construido marginando a otros pueblos y culturas, postulando la necesidad de una ética de la liberación fundamentada en la defensa de la vida y la dignidad humana, en la construcción de una «transmodernidad«: un proyecto planetario que no niegue la técnica, sino que descolonizar el saber y reconozca la diversidad cultural y la alteridad no como amenaza, sino como el centro de una nueva universalidad dialogante. Dando fuerza a una de las propuestas centrales de este ensayo: la rebeldía del pensamiento es un recurso fundamental para imaginar un porvenir distinto, más amoroso para el continente latinoamericano y por qué no decirlo, del sur global.
Recuperar la acción ante las oleadas del colonialismo como resistencia para perpetuar la vida imaginaria de Abya Yala será una necesidad imperiosa, incluso en vísperas de iniciativas como el Chat de Inteligencia Artificial latam IA. Estas herramientas aunque se promuevan bajo una marca local, no son inherentemente emancipadoras. Un proyecto como IA latam adolece por una autonomía ficticia mientras los servidores que almacenan y procesan nuestros datos, nuestras palabras y nuestros patrones culturales, sigan físicamente ubicados en los territorios de las grandes corporaciones tecnológicas del Norte. Esta externalización o terciarización de la memoria digital reproduce la lógica extractiva: nuestros datos son la nueva materia prima que se exporta para ser procesada, y el algoritmo entrenado es el producto terminado que se importa. Así, lejos de resolver las problemáticas de atingencia y contingencia del sur global, este modelo perpetúa una nueva dependencia tecnológica y cognitiva, donde la posibilidad de un análisis verdaderamente situado y autónomo se ve truncada desde su misma arquitectura material. Por ello, la tecnologización de la vida latinoamericana no debe ser un calco de deseos implantados. Debe pensarse desde la soberanía de los datos y la infraestructura, para que millones de personas tengan un desarrollo armonioso en vinculación a sus territorios y sus memorias –y no con los intereses y la geopolítica de los imaginarios de data centers hegemónicos.
En un milenio que comenzó contaminado por la ciencia ficción capitalista, el factor de pertinencia científica-social no puede quedar fuera de ningún avance tecnológico. Así como la consideración por las limitaciones y los recursos existentes –que no son pocos–. El desafío último entonces, es disputar la imaginación y el tiempo de forma situada. Esto requiere, primero, salir del estado de catástrofe permanente que el Norte Global impone como único relato posible, para dejar de reaccionar y empezar a crear. Esto se vuelca contrario al binarismo vida-muerte y a la necesidad escapista y de supervivencia de Silicon Valley que se ha impuesto ya desde la colonia, la chakana propone un ternario vital: vida-muerte-vida, un ciclo que nuestra técnica debe aprender a habitar, no a romper. Desde este lugar, propongo una triada de ethos rectores para una techné emancipadora.
Primero la exploración y soberanía sobre nuestro espacio marítimo, aéreo y territorial, como el sustrato de nuestra existencia y la fuente primera de nuestro conocimiento que posibilite una Soberanía de la Intimidad Digital. Así como luchamos por la soberanía territorial, urge una soberanía sobre nuestros afectos, datos y memoria digital. Esto significa crear infraestructuras comunitarias de datos, algoritmos de código abierto entrenados en nuestras propias realidades y redes sociales que no reproduzcan la lógica del compromiso tóxico, sino del cuidado algorítmico.
El segundo principio sugiere que toda técnica y ciencia debe estar al servicio de la vida humana y natural y no en su desmedro, entendiendo que el problema no es la exploración en sí, sino la falta de armonía en la lógica depredadora con la que se lleva a cabo, que prioriza la fuga sobre la reparación, proponiendo unas Tecnologías de la Ciclicidad. Donde nuestra técnica propendiera a dejar de romper el ciclo vida-muerte-vida para en cambio, tecnologizar en un sentido social de la techne. Así, diseñar herramientas que honren los ritmos naturales, que sean reparables, modulares y cuyo fin de vida útil no sea un desecho, sino el inicio de un nuevo ciclo – como la cerámica de los keros que en su quema trascendía su forma, no su esencia ni información. Superando así, la lógica de negociación y aprovechamiento de la muerte por una de integración comunitaria como horizonte de sentido. Desprendiendo una tercera, que busque el desarrollo de una estética tecnológica que propicie el diseño y creación de tecnologías que honren los ritmos naturales en Poéticas Tecno-Comunitarias. El futuro no se gana sólo con eficiencia, sino con belleza y rituales compartidos. Fomentar una estética tecnológica que incorpore lo comunitario no como un ‘plus’, sino como núcleo, posibilita la creación de apps para organizar mingas digitales, realidad aumentada para visualizar luchas territoriales o inteligencia artificial entrenada con la poesía de Mistral o Parra para ayudarnos a narrar nuestro propio futuro.
Este no es un sueño utópico, más bien es el deseo de la materialización que no sea para unos pocos, sino para todos. Sembrando palabras, acciones y datos para la evolución de una nueva generación que posibilite no sólo un ascenso en los estamentos andinos de la técnica, sino una aproximación más precisa y pertinente a nuestra constelación cruz del sur: un horizonte de vida que integre el saber ancestral, la creación autónoma y la justicia social, como antídotos reales. He aquí la disputa por el tiempo: arrebatárselo a la lógica de colapso del espectáculo para reintegrarse al ciclo comunitario de la vida. Una técnica que, lejos de negarse, se asuma como parte constitutiva de ese ciclo, no para reparar un mundo dañado, sino para custodiar y potenciar el mundo vivo del que somos y habitamos.
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