Artificios

Llamado al mundo del bioarte

“Me gustaría materializar una obra de arte”. Así empieza este ensayo, que propone insertar un gen de tardígrado en una manzana. A través de la postulación de esta obra imposible, Agustín Frumento Calloni se interroga por la relación entre técnica y estética, y por las condiciones de la imaginación en el mundo contemporáneo.

Por Agustín Frumento Calloni
15 de abril de 2025

Me gustaría materializar una obra de bioarte que al menos dentro de este escrito podría llamarse “La Tentación de lo Infinito¹” si es que no peca de ser demasiado solemne. 

Protagonistas: 

1 – Los tardígrados, específicamente los Ramazzottius Varieornatus. Unos invertebrados que poseen en su código genético una “proteína supresora de daños” (de ahora en más Dsup) que les permite llevar a cabo el proceso de criptobiosis y así sobrevivir a situaciones ambientales extremas que ninguna otra especie podría soportar. 

2- La planta Malus Sieversii (tan solo una nomenclatura que busca sonar impresionante pero señala al ancestro silvestre original de la clásica manzana doméstica) que a lo largo de la historia y en distintas culturas ha representado entre otras cuestiones: pecado, tentación, sexualidad, inmortalidad, conocimiento, eterna juventud, amor, vida y muerte. 

El proceso de la obra que imagino consistiría en la transferencia del gen de la super resistencia del tardígrado al código genético de la fruta para conformar un síntoma artístico muy característico: una manzana con pretensiones de ser eterna. 

Arte y biotecnología

Contexto general: El bioarte es una expresión artística que usa la biología y la biotecnología como medio creativo. Su distintivo principal es el uso de materiales vivos, como células, tejidos, embriones o componentes de organismos, en la producción de sus obras. En el libro Tecnopoéticas Argentinas, de Claudia Kozak, Flavia Costa y Lucía Stubrin definen las piezas de bioarte como “vivientes –híbridos de naturaleza y artificio– dotadas de capacidad de reproducirse, al menos por un tiempo”. En Por un arte transgénico, Arlindo Machado destaca que “la intervención artística en las investigaciones con biotecnología trae a luz toda la complejidad y toda la ambigüedad que envuelven a los procesos de tecnología genética”. Esto es importante para pensar el potencial de esta práctica artística a la hora de imaginar asuntos que no solo tienen que ver con el rubro del arte. 

Pero, ¿Tecnología genética? ¿Qué tiene que ver con el arte? En Bioarte. Arte y vida en la era biotecnológica, Daniel López del Rincón describe el arte transgénico como “aquel que modifica los organismos mediante ingeniería genética utilizando para ello material vivo”. Por eso es que para realizar “La Tentación de lo Infinito”, la obra que propongo, se debería trabajar con nucleótidos como material artístico y técnicas del ADN recombinante. El resultado del proceso técnico y artístico sería entonces, como indiqué antes, el organismo transgénico resultante: la manzana con el agregado genético del Dsup proveniente del tardígrado. 

Para ponerme más detallista y a la vez más insufrible con las clasificaciones podría indicar que esta obra que imagino sería ubicada como hard dentro de la escena ya que según el artista argentino Joaquín Fargas, estas son piezas que incursionan en la producción, creación y transformación de “materiales biológicos” con técnicas de alta complejidad que requieren necesariamente de los diferentes modos de intervención genética, del cultivo tisular y del laboratorio como nuevo estudio o atelier del artista.

¹ Estaría en diálogo directo con Delphiniums de Edward Steichen, que “inicia” la tendencia biomedial en el universo del bioarte y con Joe Davis que fue el primer artista de la tendencia en usar las técnicas del ADN recombinante. La obra se encuentra inspirada en parte por Natural Reality Superseed 1.0 de H.Bunting y R.Baker y por Génesis de Eduardo Kac.

Política: VAR, aspirinas y criptomonedas

El bioarte es parte de la biotecnología y esta es parte de la biopolítica, concepto clave en el difundidísimo pensamiento de Michel Foucault quien en Genealogía del racismo escribe: “El poder de regulación es el de la biopolítica, que va a tomar como objeto a las poblaciones propias de las ciudades modernas: “La soberanía hacía morir o dejaba vivir. Ahora en cambio aparece un poder de regulación, consistente en hacer vivir y dejar morir”. 

“Hacer vivir y dejar morir”. Sin embargo, cuando la biología molecular entra de lleno en el escenario de la historia, la relación entre vida y política se revela inasible. Al respecto de este posible conflicto, en Immunitas, Roberto Espósito describe la necesidad de una “concepción de la identidad individual tajantemente alternativa a aquella cerrada y monolítica” que presenta cada cuerpo como una constitución resuelta y constituída en forma de dato definitivo e inmodificable porque justamente fisiológicamente cada cuerpo es un constructo operativo abierto a un continuo intercambio con el ambiente externo y circunstante. En la misma línea que Espósito, en Sin salvación, el filósofo alemán Peter Sloterdijk expone la idea de que lo técnico no puede ser pensado como ajeno o exterior al hombre porque “fueron los gestos distanciadores del circunmundo del tipo contundente los que produjeron y aseguraron la incubadora humana”. En consonancia con esas lecturas y propuestas, para mi es igual de técnico el lenguaje humano, una prensa hidráulica, un corazón que bombea sangre a lo loco como si fuera una caja de ritmos generando beats o el micelio que se esparce bajo tierra. 

Con la cibernética y la biología moderna, el humanismo romanticista, neoludita y la fantasía new-age tiembla a pesar del fuertísimo revival retromaníaco que se evidencia en grandes producciones de Hollywood (biopics, remakes y ambientaciones retro), estéticas de internet (simulacros de nicho como Frutiger Aero o Dark Academia entre tantísimos otras) y la gentrificación de ciertos barrios, ciudades, países y regiones de la Blue Marble.

En el mundo actual, el concepto de “espíritu objetivo”, hoy ubicable en forma de información y big data se convierte en un tercer valor entre las ideas y las cosas. La información, los datos y la vocación de control del acontecimiento hace tiempo que se ha erigido como el nuevo dios. ¡Ahí está! En el VAR de los partidos de fútbol, en la insistencia obsesiva y patológica con la cuantificación y la datificación que profesan los videos publicitarios de servicios de e-commerce que coquetean con la estructura del discurso religioso (sufrimiento ahora, paraíso luego) y abusan del tono autoayudístico, en la posibilidad latente y evidente de conocer el minuto exacto en el que mandaste cierta palabra determinada través de WhatsApp el 27 de agosto de 2019 a las 18:15 (En este caso, hora de Argentina) y en alguna de las aplicaciones que me puede detallar si hice 19 o 21 pasos para ir a comprar alcohol y aspirinas al supermercado que está al lado de mi casa. 

¿Humanismo?

La ontología monovalente del ser humano como centro único del gran todo y la lógica bivalente y dualista de la metafísica clásica (humano/no humano, adentro/afuera etc…) se revelan más que nunca reduccionistas y restrictivas. Se hace evidente que es necesario encontrar nuevas maneras de tratar los materiales para al menos intentar entender las coordenadas que se asoman desde las grietas y los espacios alquilables y rentables que se vislumbran entre los campos de la filosofía, el arte, la ciencia y la salud y los posibles diálogos que estos entablan.

Para llevar a cabo ese recorrido será necesario poder desplazarnos desde la idea moderna que posiciona el dominio del humano por sobre lo no humano como obvio hacia la homeotécnica (la capacidad humana de crear y utilizar herramientas y tecnologías para adaptarse al entorno y mejorar la supervivencia) del posthumanismo que se traslada al espacio de la no vulneración y explotación de lo existente por parte del homo sapiens sapiens. 

Al respecto de ese dominio, en Manifiesto cíborg, Donna Haraway refiere a cómo la lógica de los dualismos fueron sistémicos de la dominación de todo lo construído como OTRO pero entiende que justamente es la cultura de la alta tecnología la que puede desafiarlos. Ahí propone su relevante y cada vez más presente definición de un cyborg como “un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción sujeto de hibridación entre organismo y máquina”. 

Es imprescindible nombrar en este ensayo a Gilbert Simondon, que en El modo de existencia de los objetos técnicos, propone la introducción del ser técnico en la cultura al imaginar las máquinas en un rol antiutiltario declarando que “la mayor causa de alienación en el mundo contemporáneo reside en el desconocimiento de la máquina”. El texto de Simondon es de 1958. Todavía no existía ni el mouse de la computadora.

    ² El término Umwelt, traducido como “circun-mundo” refiere a las posibilidades que otorga la técnica a la hora de pensar en la relación de la especie con su medio ambiente. ³ La Canica Azul es el nombre de una foto de la tierra que fue tomada desde el Apolo 17 en 1972 en pleno aumento del activismo ambiental. Se convirtió en un ícono del movimiento ecológico y es una de las imágenes más difundidas de la historia.

    En caso de que Dios pudiese abrir un comercio en Buenos Aires

    Aunque el gen Dsup del tardígrado sería seleccionado “a voluntad” a través de la ingeniería genética, la obra no buscaría crear un árbol de manzanas resistentes a la radiación que circularía desde Ramos Mejía hasta Nueva Zelanda en caso de que estallara una nueva guerra mundial nuclear para comercializarlas sino que existiría para seguir manteniendo viva la vocación de hacer preguntas sobre la relación entre la ciencia, el arte y lo viviente. En Bartleby, preferiría no. Lo bio-político, lo post-humano, Patricia Digilio resalta que la oportunidad de este tipo de trabajos es justamente la posibilidad de intervenir la vida, ya que en los mismos se “escapa a la predicción y el control, dado que es imposible predecir el efectivo alcance y los efectos de estas intervenciones tanto en términos biológicos como sociales y políticos”. 

    Si el punk en los 70 por ejemplo nos invitó a ser más autogestivos y colectivistas, por su materialidad y su necesidad técnica, la experiencia del bioarte nos puede convencer de hacernos una incontable cantidad de preguntas que hoy escapan de la ventana de Overton. ¿Qué está vivo y qué no? ¿Hacia dónde nos interesa dirigir los esfuerzos técnicos y los recursos de un Estado? ¿Por qué? ¿La decisión de donar un órgano funcional de un cuerpo sin vida debería quedar en manos de quién? ¿Qué producir y qué no en la actual economía capitalista? ¿Eutanasia si o eutanasia no?

    Utopía

    En 1982, el pensador checo-brasileño Vilem Flusser presentaba en una conferencia en Francia la idea de una “síntesis de ciencia y arte bajo el signo de la política, y superación de la técnica por una ciencia informada por el arte y un arte informado por la ciencia” para trabajar la crisis del conocimiento moderno. Es justamente la deriva del bioarte la que tiene una oportunidad de imprimir ese fuerte y renovado gesto político al presentar mediaciones y significaciones que dialogan con un ars vivendi (arte de la vida) capaz de transgredir diversos tipos de fronteras.

     

    Mientras pienso que “La Tentación de lo Infinito” debería jugar con cierta parafernalia escénica o proponer algún dispositivo dramático y teatral adicional a la manzana en sí (para poder ser más fácilmente incluída en forma de instalación u obra en algún espacio aceptado socialmente como artístico para instituirse como pieza), aprovecho a preguntar si alguien sabe dónde puedo conseguir la actualización del receptor de wifi del órgano que compré por marketplace la semana pasada y antes de ayer pagué para que me implantaran adentro del cráneo.