Opinión

LAS NACIONES DE UCRANIA

Por Santiago Mitnik
19 de octubre de 2022

Sería un error pensar la Guerra de Ucrania como simplemente una “guerra inter-imperial”, una puja entre Rusia y la OTAN por áreas de influencia y el futuro del mundo. Es claro que ese aspecto existe y probablemente sea la ecuación que termine dictando el resultado del combate. Pero debajo, como sustrato último del conflicto, hay una guerra civil ucraniana, que lleva varios años ya.

Como toda guerra civil, está entrelazada con la historia, la geografía, la economía, la religión y los intereses externos de las potencias (tanto de las actuales, como de las ya extintas). En la guerra de propaganda, que siempre acompaña a la guerra material, el bando que mayor intento hace por “historizar” el conflicto es Rusia. Específicamente, Vladimir Putin dedica casi todo el tiempo de su discurso inaugural de la guerra a dar una clase de historia que explica la necesidad de la Operación Militar Especial desde su perspectiva. Para la prensa occidental, menos acostumbrada a analizar la historicidad profunda de las acciones de sus gobiernos, es más fácil vender el “puro presente”, la idea de que Putin un día se levantó y decidió atacar un país vecino.

En todo caso, para analizar propiamente la propaganda y la generación de ese casus belli es necesario desentrañar la historia de Ucrania. Solo así podemos entender exactamente a qué se refieren los actores cuando hablan de “libertad” o “desnazificación”.

¿Cómo entender que el bando pro-ruso use simbología soviética con banderas del Imperio y de la Federación Rusa? ¿Cómo entender al bando pro-occidental, proclamando la defensa de la democracia, juntándose con los referentes progresistas de Europa y Estados Unidos y a la vez utilizando símbolos neonazis y reivindicando al colaboracionista nazi Stephan Bandera? En principio hay que aclarar que cada símbolo o identidad tiene allí un significado especial, propio, distinto al que pueda pensarse a simple vista, a miles de kilómetros. Esos significados están basados en la historia, pasada y reciente.

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Kiev, la actual capital del estado ucraniano, es una ciudad con una historia antiquísima. Esta ciudad fue la capital de los eslavos orientales, en ese momento denominados “Rus”. Sus descendientes son las actuales naciones de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Este estado llevó el nombre de Rus de Kiev. Con la Rus de Kiev comenzaron algunas de las tradiciones fundamentales Rusas, como la conversión al cristianismo en el año 988.

La importancia de Kiev se reduciría enormemente luego de la invasión mongola que transformó a muchos de estos principados en Estados vasallos. El poder de los eslavos orientales se fragmentó y tomaron fuerza otros principados como Galicia, Vladimir y Novgorod, sin tener ninguno una hegemonía real. Todos estos territorios fueron durante siglos más una Federación de principados con alguna que otra ciudad funcionando cómo centro hegemónico qué un estado centralizado. Durante estás épocas las zonas del Sur y Oriente de la actual Ucrania estarían ocupadas por las diversas tribus herederas del imperio mongol.

Mientras en el noreste comenzaba a surgir Moscú como nuevo centro político y económico de la futura Rusia, hacia el occidente se expandía la influencia de diversos pueblos que terminarían confluyendo en una gran potencia regional llamada Mancomunidad Polaco-Lituana. Este estado nobiliario feudal bastante peculiar expandió su influencia hasta las zonas del actual Oriente y centro de Ucrania. La historia de la zona entre el mar negro y el mar báltico será la de la puja entre la influencia “oriental” de Rusia y “occidental” de Polonia-Lituania. Referencias a este combate pueden verse en el argumento de La Vida es Sueño de Pedro Calderón de la Barca. 

Históricamente, el territorio de la actual Ucrania es más un campo de batalla que un actor autónomo y consolidado. Las zonas del centro y occidente generaron una mayor vinculación con Polonia-Lituania llegando a estar dominadas por ella durante varios siglos mientras que las regiones orientales se vincularon de forma permanente con Rusia, en aquel momento Moscovia. El fin de la Mancomunidad se produjo por la consolidación de los grandes poderes ruso y germánico (principalmente Prusia) que en sucesivas “particiones” se dividieron el territorio de Polonia entre ellos.

En Zaporizhia, en el centro-sur, el zarato ruso encontrará en los cosacos locales un aliado para consolidar su hegemonía. Odessa, Crimea, la región del Mar de Azov y el Donbass, serían todas consolidadas bajo la hegemonía del Imperio Ruso, en combate contra la otra potencia euroasiática: el Imperio Otomano. A esta zona se la denominaría “Novorossiya” (literalmente “Nueva-Rusia”).

La existencia de Ucrania como entidad política autónoma separada de los diversos pueblos eslavos orientales no existirá desde la disolución de la rus de Kiev hasta muy entrada la modernidad, pero Ucrania sí mantendrá sus peculiaridades culturales, religiosas, y lingüísticas. 

En las primeras décadas del siglo XX, toda Europa será sacudida por una nueva ideología-cosmovisión, la del nacionalismo. Esta traía el planteo radical de que los estados debían ser representaciones de pueblos específicos, con un idioma, una cultura y un territorio. Esta ideología, encarnada post Primera Guerra Mundial en los 14 Puntos de Wilson se chocaba con la realidad de muchísimos territorios culturalmente mixtos e indefinidos, sin siquiera hablar de naciones culturales transversales como el “Yiddishland”, la extensión de la población judía en toda europa centro-oriental.

Si bien Ucrania tuvo sus propios “mini-bandos” durante la guerra civil (la “Republica Popular Ucraniana”, nacionalistas/autonomistas y los Makhnovistas, anarquistas), estos fueron de corta duración, y el ejercito rojo bolchevique, dirigido por Trotsky (judío y ucraniano), se impuso. La URSS reconocería a Ucrania como un territorio autónomo de la Unión, tan separado de Rusia como lo era Armenia o Tayikistán. A su manera, la Unión Soviética adhería a la idea central del nacionalismo de la necesidad de la “autonomía de los pueblos”, aunque sea reservada a un ámbito cultural-administrativo. Específicamente en términos de distribución territorial, el trazado de las fronteras de la RSS de Ucrania fue generoso, incluyendo en ella territorios de población casi enteramente “rusa”. De esta “generosidad” resulta especialmente llamativa la entrega de Crimea, en 1954, por parte de Khrushev. Crimea fue históricamente la salida de Rusia hacia el Mar Negro y el Mediterráneo. La entrega tiene sentido desde un punto de vista administrativo pero no histórico-político. Al menos no pensando en Ucrania y Rusia como posibles naciones distintas. En defensa de Khrushev, ese escenario no parecía muy cercano en el 54.

Luego de la desintegración de la estructura soviética, Ucrania fue “arrojada” al estatus de estado nación autónomo y debió planificar su orientación estratégica. Por razones obvias, siguió enormemente vinculada a Rusia, pero también comenzó a vincularse con el resto de Europa. La relación entre Rusia y Ucrania se dió con la llamada “política de los oligarcas”, donde Rusia pactaba con el “poder real” en Ucrania. La corrupción e impotencia de los gobiernos de los oligarcas locales llevó a una atroz caída en el nivel de vida y a una reducción de la población. En ese contexto, en un episodio de tira y afloje entre Rusia y Europa sobre la influencia político-económica sobre Ucrania se dió, en 2014, el alzamiento del Euro-Maidan.

Pero para poder terminar de comprender las fuerzas que se pusieron en movimiento en 2014 es importante revisar un período histórico fundamental. Las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial en Ucrania tienen una forma particular que debe ser correctamente explorada.

El impacto de la Segunda Guerra Mundial en los ucranianos soviéticos fue gigantesco. En primer lugar la población judía de Ucrania era enorme, especialmente centrada en las zonas de Galicia, Kiev y Odessa, y fue uno de los territorios más golpeados por el holocausto. Asimismo todo el territorio de Ucrania fue campo de batalla de uno de los combates más duros de la Segunda Guerra Mundial. En todos los territorios soviéticos no hay ninguna familia que no haya perdido al menos un familiar en la guerra tanto civiles como combatientes. Ucrania no es para nada la excepción. En todo la URSS la 2GM fue llamada “Gran Guerra Patria”, como evocación “rusa” a la historia del combate frente a los históricos enemigos que asaltaron al Imperio desde occidente que fueron las otras “Guerras Patrias”: Vikingos, Napoleon, alemanes en la primera Guerra Mundial.

Para millones de personas, la Gran Guerra Patria, tanto por los sacrificios que costó como por cómo dejó a la URSS en calidad de superpotencia mundial, terminó de cimentar una nueva identidad propia. Aún hoy a muchas personas nacidas en esos territorios, si se les pregunta la nacionalidad contestan “nací en X lugar, soy soviético”.

El rol de los sectores más extremos del nacionalismo ucraniano, en cambio, fue de colaboracionismo activo con las tropas nazis. En parte por la lógica de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, en parte por la coincidencia ideológica en las matanzas y genocidios cometidos contra la población de las minorías étnicas locales. En la zona de Galicia, en el oriente de Ucrania, no había una frontera clara entre zonas polacas y ucranianas. Allí, grupos nacionalistas ucranianos cometieron enormes matanzas de polacos. También estos grupos nacionalistas colaboraron activamente con el exterminio de judíos, especialmente en algunas ciudades que fueron de los mas importantes centros culturales del “Yiddishland”, como Lvov, Odessa o la misma Kiev.

La búsqueda del nacionalismo ucraniano post-soviético de generar un relato propio coherente es una tarea muy difícil. Por un lado se empezó a reescribir la historiografía, pensando en una Ucrania de valores europeos, liberales, oprimida por una Rusia oriental y barbárica. Por otro lado, la reivindicación de los “héroes nacionales” ucranianos lleva directamente al blanqueo de las fuerzas neonazis. En el Maidán, y en el gobierno que surgió de él se encarnó esa unión. El intento de des-rusificar Ucrania es de vida o muerte para un nacionalismo que intenta despegarse a toda costa. En la zona de Galicia, al occidente de Ucrania, está el centro de la fuerza de este supremacismo ucraniano.

No es de sorprender que esto haya generado en la población rusofila un rechazo brutal. El ataque contra la identidad rusa, contra los símbolos soviéticos y el alineamiento a Europa fue todo procesado como un mismo fenómeno, más que como una “coincidencia”. Así también surgiría la oposición, encuadrada en los símbolos que encarnan todo lo opuesto: reivindicación de Rusia (incluyendo el Imperio y la Iglesia Rusa) y de la URSS.

Las protestas prorrusas se volvieron tomas de edificios públicos. En muchos lugares la policía y luego el ejército se negaron a reprimir. Pero la situación no evolucionó de la misma manera en toda la “Nueva Rusia”. En Crimea la “solución” fue directa. La histórica vinculación con Rusia hizo extremadamente fácil que las Fuerzas Especiales rusas tomaran el control del territorio, con pleno acuerdo del gobierno local y se realizó un referéndum que la incorporó a la Federación Rusa.

En cambio, en ningún otro lugar de Ucrania, Vladimir Putin intentó lo mismo. ¿Cuál es el motivo de esa inacción? Es difícil decirlo. Quizás pensaba encontrar una solución política en el largo plazo o buscaba no perder la influencia que aún tenía en el conjunto de Ucrania al costo de un par de provincias. Si estas eran las razones entonces definitivamente fue un fracaso. También es posible que no creyeran que ni el ejército ni la economía rusa estaban en aquel momento preparadas para un combate de gran envergadura contra la OTAN.

En Odessa, Kharkov, Lugansk y Donetsk se armaron grandes focos de resistencia, pero en las dos primeras fueron rápidamente aplastadas. Especialmente en Odessa, fue emblemática la quema de la sede de los sindicatos de la ciudad, con militantes sindicales dentro, por parte de fuerzas de derecha.

En Lugansk y Donetsk en cambio, lograron establecerse dos “Repúblicas Populares”, con ejércitos propios, que sobrevivieron hasta hace unas semanas, cuando se incorporaron finalmente a la Federación Rusa. ¿Cuál fue la diferencia en estos territorios? Más allá de una más alta concentración de población rusa (casi la totalidad), estas provincias conforman la región del Donbass, un histórico centro obrero y minero, antiguo corazón industrial, no solo de Ucrania, sino de toda la URSS. La planta de Azovstal, lugar de grandes combates durante los últimos meses, es o fue el parque industrial más grande del planeta. Esta raíz clasista y localista no puede ser despreciada.

El sueño de una resolución pacífica y de una federalización y “neutralización” de Ucrania se fue desvaneciendo mientras se iban polarizando cada vez más ambos lados del conflicto. El fracaso en la negociación de Minsk I y II terminó de romper esa ilusión y terminó derivando en la invasión del 24 de febrero.

Es importante decir que durante mucho tiempo el Donbass fue ignorado por Putin, y las milicias combatieron casi en soledad contra un ejército ucraniano que iba siendo progresivamente armado y entrenado por la OTAN. Allí se forjaron figuras casi heroicas (para un bando, obviamente), como las de Givi, Motorola y Strelkov. Los primeros dos fallecidos en atentados. El segundo, hasta hace poco viviendo en Rusia, acaba de volver a presentarse como voluntario para ir al frente. 

Cómo procesará la Rusia de la quietud y el orden de Vladimir Putin, estos “nuevos hombres” guerreros en su política interna luego de terminada la guerra es un misterio. La reactivación ideológica que generó el conflicto es un verdadero deshielo, en una Rusia casi despolitizada hasta hoy. La “inacción” de Putin desde 2014 hasta 2022 puede terminar siendo su muerte política si el resultado de la Operación Militar Especial no es satisfactorio, pero no por un giro de Rusia hacia el liberalismo y occidente, si no por la toma del poder de los sectores más duros.

Como última pieza de este rompecabezas aparece la figura de Zelensky. El idioma materno de Zelensky es el ruso; su ascendencia es judía, de Dnipropetrovsk, antigua capital de Novorossiya. No puede señalarse como el estereotipo de ultra ucraniano en lo más mínimo. Su campaña se basó en su figura de outsider, un humorista, con críticas a la corrupción dominante en el país y en la búsqueda del fin del conflicto militar. Su victoria electoral aplastante, con un 70%, incluyó un fuerte voto en las zonas sur y orientales del país. Si había una esperanza para la pacificación del país era él. Pero la historia fue otra. 

La guerra que estamos viendo hoy en día es una guerra entre hermanos, en varios aspectos. Primero, es una guerra entre eslavos, pueblos hermanos, con una raíz común y una larguísima historia de pertenecer a la misma unidad política. En segundo lugar, es una guerra civil del propio estado ucraniano. Por último, en algunos casos es una guerra entre hermanos literalmente. La cantidad de familias con ascendencia ucraniana y rusa es enorme, tanto en Ucrania como en Rusia. La identificación como nacional de uno u otro bando puede deberse a cuestiones casi fortuitas o ideológicas.

Cualquiera que sea el escenario al fin del conflicto actual, las contradicciones que se mantienen solo van a haberse agravado aún más. Tanto la posibilidad de que la población de Novorossiya pueda volver a ser incorporada al estado ucraniano como que Ucrania pueda volver a acercarse a Rusia como naciones hermanas parece imposible en el corto o mediano plazo.

 

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