OPINIÓN
LAS NACIONES DE RUSIA
Por Santiago Mitnik
07/09/2022
La muerte de Mijaíl Gorbachov, el último 30 de agosto, volvió a traer al debate el colapso de la Unión Soviética y sus diversas consecuencias. Las lecturas sobre el tema pueden tener miles de enfoques: la pobreza y la devastación económicas resultantes, el fin del comunismo como alternativa ideológica para Occidente, la consolidación del orden internacional estadounidense, etc. Pero hay un eje específico, el del análisis de las dinámicas de los conflictos étnicos dentro del territorio post-soviético, y especialmente dentro de Rusia, que aparece especialmente relevante para entender las noticias de hoy en día. Abarcar esto en una sola nota es imposible, pero voy a hacer el esfuerzo por pasar por algunos datos históricos y casos relevantes. Si no se habla casi de Ucrania u otros países en la nota es justamente porque el objetivo es comprender, primero, a Rusia hacia adentro.
El origen de Rusia
El propio concepto de “Rusia” tiene un pasado complejo. Sus orígenes se pierden en el encuentro de distintas tribus eslavas, conquistadores nórdicos, las khazaros y las rutas comerciales del Volga y el Dniepr. Los primeros dos estados que comienzan a canalizar esta identidad son el Kanato de Rus y la Rus de Kiev. Desde un comienzo, lo ruso está definido por una pluralidad, por unos bordes difusos entre lo propio y lo ajeno. La organización de ese pueblo en formación era más similar a una serie de principados en permanente conflicto entre ellos que a un bloque monolítico.
Comienza a consolidarse en el contacto con el Imperio Bizantino, de donde se toma el cristianismo ortodoxo y con la larga dominación tártara-mongola. En este período, uno de los principados, Moscovia, empezará a tomar fuerza, opacando a los viejos Kiev y Novgorod. Moscú, como es conocida hoy, luego de liberarse del dominio tártaro, empezó a consolidarse como el centro de ese gran espacio.
En su expansión hacia el norte y el sur, la naciente Rusia se encontró con los tártaros y otomanos al sur, los suecos al norte y la confederación polaco-lituana al oeste. Al este, en cambio, la expansión fue mucho más lejos, ocupando en relativamente pocos años el inmenso territorio de Siberia. En la última etapa de consolidación, el Imperio Ruso ya tomó una escala y proyección mundial. Avanzando sobre Europa, convirtiendose en uno de los actores principales del equilibrio político continental, llegó hasta Crimea en el Mar Negro, y se expandiendose hacia el centro de Asia cruzando el Cáucaso.
Mientras consolidaba una identidad nacional propia y distintiva, el imperio se convertía en una unidad verdaderamente multicultural, con un abanico gigante de etnias, religiones y lenguas dentro de su territorio. En ese proceso, no existe una posible nación rusa desvinculada de sus vecinos, les guste o no, tanto a los rusos como a los demás.
Los siglos XIX y XX traen cambios poderosísimos en la estructura social-étnica de Rusia. El primero es la irrupción, junto al liberalismo, de su hermano gemelo, el nacionalismo. Este surgió de los procesos de unidad de los países de Europa occidental. En ellos se consolidó alrededor de una única etnia y un único idioma un mismo estado. La idea de que en Francia viven los franceses y se habla francés es, hoy, trivial, pero fue profundamente revolucionaria. La “homogeneización” de territorios multiculturales sólo puede hacerse bajo el potente peso de la violencia estatal organizada o con el paso de los siglos.
Por su dimensión y su historia, Rusia entró a la Modernidad a la fuerza, con el colapso del imperio en 1917 y la irrupción del poder soviético. Esta segunda fuerza transformadora canalizó los nacionalismos internos en una dirección novedosa y compleja.
El nacionalismo en la Unión Soviética
Para los bolcheviques la “cuestión nacional” era un problema a ser resuelto. Ya no era la cuestión de una nación en específico, sino cómo armonizar a todas las naciones en un proceso que últimamente tenía por objetivo su disolución. Por otro lado, para los comunistas era importantísimo no continuar el dominio de lo ruso sobre todas las otras minorías. Las minorías étnicas del imperio fueron un sector que apoyó mucho a la revolución, viendo la esperanza de mayor autonomía y libertad. Sacando a Lenin, las dos mayores figuras de los primeros años de la URSS fueron “no-rusos”, Trotsky, judío de Ucrania y Stalin, de Georgia.
Desde fuera se suele acusar al stalinismo, y en general a todos los gobiernos soviéticos, de haber derivado en un nacionalismo ruso y haber perseguido a las minorías. La realidad es, como siempre, más compleja.
El proyecto soviético debía manejar dos presiones contrapuestas. La primera, “unitaria” para llamarla de algún modo, presupone una igualdad fundamental entre todos y representaría los intereses de la mayoría de la población. El problema que surge de esa línea es obvio: los intereses de las minorías quedarían opacados. La otra tesis, más “federal”, garantiza grandes beneficios y grados de autonomía a los grupos periféricos. Estas tensiones llevarían a resultados políticos profundamente contradictorios.
En las grandes purgas stalinistas, los grupos de las élites intelectuales de las “naciones” internas fueron especialmente perseguidos. Esto no fue solo por una cuestión de chauvinismo o racismo (aunque en algunos casos, como el falso “Complot de los Médicos”, este haya servido como facilitador). Era también un modo de anular los posibles focos de pensamiento y organización autónomos que pudieran formar un nacionalismo político contra el poder bolchevique. Otra política que tuvo un impacto gigantesco fue la de los traslados forzosos de personas, generalmente de una etnia específica, a un territorio lejano, desarraigando a la comunidad y “disolviendo” esa nacionalidad. La política racial de Stalin se asemeja a la sentencia de Sarmiento sobre Rosas: “hace el mal sin pasión”.
Por otro lado, por una cuestión ideológica, pero también práctica para evitar confrontación con los pueblos locales, la cultura y economía de las naciones “reconocidas” como tales fueron protegidas en los momentos de paz. Así, en los repartos de raciones alimentarias, por ejemplo, un ciudadano de Tayikistán tenía más prioridad que uno de Moscú.
Otro elemento crucial, que hoy toma una enorme importancia, es el de las fronteras internas. La conformación de las “repúblicas socialistas soviéticas” dentro de la URSS fueron un intento de dar la mayor cantidad posible de representación política institucional a los grupos étnicos locales. Pero como todo intento de fronteras “dibujadas a mano” encierran enormes contradicciones que solamente eran contenibles con el inmenso aparato político sovietico. Estas tensiones, como en Yugoslavia, esperaban el momento de disgregación del poder central para estallar. En resumen: dentro de cada República Socialista Soviética (RSS) había también varios grupos minoritarios con aspiraciones propias; algunos incluso que eran mayoría en las RSS vecinas. Un ejemplo de un conflicto que se va a detonar por este motivo es la guerra entre Armenia y Azerbaiyán, que comenzó mientras se disolvía la Unión.
El último elemento conflictivo latente es algo que los nacionalistas rusos de hoy en día denominan la “bomba de tiempo que Lenin puso debajo del edificio del antiguo imperio ruso”, que es la inclusión del derecho a la secesión. La constitución soviética incluía la posibilidad de que las RSS proclamaran su independencia. Esta norma estaba presente legalmente pero era de facto imposible de cumplir, mientras el poder central siga existiendo.
Gorbachov intentó abrir y modernizar una estancada URSS con las Glasnost y Perestroika, pero no pudo contener la fuerza centrífuga que generó. Pero la voluntad de disolver la estructura imperial-soviética no estaba repartida de forma igualitaria ni en los distintos territorios ni entre el pueblo raso y las distintas élites.
Las repúblicas bálticas declararon la independencia rápidamente, pero en el resto del territorio la situación fue distinta. En los referéndums para la reorganización de la URSS en un nuevo tipo de unión los resultados fueron enormemente mayoritarios. Fue sólo después del fallido golpe de estado de 1991 dirigido por los sectores “ortodoxos” del PC que la legitimidad de la Unión terminó de disolverse. Es más, el sector que aplastó el golpe fue encabezado por Yeltsin, el primer presidente electo de Rusia, en la primera oleada de nombramientos de líderes soberanos de varios estados soviéticos.
Al ver que el propio “centro” de la URSS se disolvió, los líderes del resto de las repúblicas, incluso de las que hubieran preferido mantenerse dentro de la unión, declararon la independencia para concentrarse en consolidar el poder propio. Putin opinó sobre la disolución de la URSS que fue una de las mayores tragedias geopolíticas del siglo XX. Esta desintegración llevó a Rusia a quedar “solitaria”, separada de territorios que había compartido por siglos. Las otras repúblicas, a su vez, quedaron autónomas, pero desprotegidas ante un escenario complejo.
Chechenia y todas las rusias
La guerra de Chechenia es una consecuencia directa del derrumbe de la arquitectura soviética y es, en su desarrollo y resultados, una muestra de la brutalidad, profundidad y complejidad de Rusia.
Chechenia es, como decenas de otras, una república autónoma dentro de Rusia. Varios territorios, habitados por etnias diversas tienen un estatus especial dentro de la Federación Rusa. Chechenia es especialmente recordada por la terrible guerra civil/de independencia que se luchó entre 1994 y el 2000 (en realidad fueron dos guerras, con una tregua en el medio, y jurídicamente el conflicto siguió hasta 2009).
La población de Chechenia fue especialmente maltratada durante el estalinismo y acumuló un gran resentimiento frente al poder central que se detonó al momento del colapso de la URSS. Chechenia fue el gran territorio en alzarse, llegando a proclamar la intención de unir todo el Cáucaso en un estado soberano y promoviendo el extremismo islámico. La represión rusa fue extremadamente brutal y desorganizada, llegando a tener que conceder, durante un breve periodo, una independencia de facto a la región.
Un dato fundamental de la guerra de Chechenia es que en ella salta al público la figura de Vladimir Putin, que es visto como el hombre fuerte que comienza a “reordenar” el territorio. Posteriormente, aplastando a las mafias y domando a los oligarcas, se consolidaba como única figura posible frente a la anarquía de los 90’.
Pero quizás incluso más interesante es ver quién queda a cargo de Chechenia luego del conflicto. Los Kadyrov, primero Ajmat y luego de que este fuera asesinado, su hijo Ramzan, antiguos separatistas, juraron lealtad a Putin y Rusia y se convirtieron en los señores del territorio, en un régimen extremadamente autoritario. Pero no solo eso, sino que los soldados chechenos, funcionando como una guardia pretoriana de Kadyrov, son una de las unidades de élite y mayor orgullo de todo el ejército ruso.
Es importante no confundir la brutalidad de las luchas étnicas al interior de Rusia con las formas típicas que adopta el racismo en occidente. Y no es solo el rol de los chechenos. El actual ministro de defensa, organizador de la operación especial en Ucrania e incluso posible candidato a sucesor de Putin, Serguéi Shoigú, es de etnia tuvana, de otro oblast autónomo, cercano a los mongoles.
Y esto está lejos de ser una excepción. En muchos oblasts autónomos, las élites locales se “prueban” a sí mismas como súbditos legítimos del gobierno central mandando a sus hijos al ejército y, hoy en día, al frente de batalla. La noticia de la muerte en combate del hijo del gobernador de una provincia suena extraordinaria para occidente. En Rusia es la prueba del honor de todo un colectivo. El intercambio de prisioneros de la propia etnia por un enemigo puede ser considerado insultante. Suena como algo medieval, pero sucede hoy en día.
Rusia, a su manera, tiene una forma violenta e integrista de procesar las diferencias étnicas. Por eso el nacionalismo ruso, por más extremo que sea, no puede nunca llegar al extremismo racial del nazismo. Aleksandr Dugin, filósofo y político ruso, siempre insiste con esta cuestión: Rusia no puede nunca ser un estado étnico, siempre va a ser “la unión de todas las rusias”. Un estado civilización que absorbe dentro suyo múltiples naciones. Construido alrededor de los rusos étnicos, si, pero nunca solo de ellos.
Si vemos un mapa étnico de Rusia, es claro que hacia el oriente, el estado “ruso puro” no es más que la línea de ferrocarril transiberiano. Rusia no puede ser una potencia (o existir directamente) si no incluye dentro de sí al resto de los pueblos con los que convive y combate hace siglos.
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