Política

La lógica del Leviatán algorítmico

Peter Thiel es una de las figuras más importantes del siglo XXI: magnate tecnológico, ideólogo libertario-conservador, soporte de la estructura trumpista. Este ensayo analiza su trayectoria y, sobre todo, sus ideas. Desde la elección del nombre Palantir para su empresa hasta el uso de su tecnología en Gaza, ¿cómo funciona la tecnocracia que Thiel busca construir?

Por Agustín Bonatti
20 de noviembre de 2025

La figura de Peter Thiel representa una de las intersecciones más complejas y enigmáticas entre la tecnología, la política y la filosofía en el siglo XXI. Para comprender sus acciones y la trayectoria de sus empresas, es necesario trascender las etiquetas convencionales y adentrarse en el marco conceptual que guía su visión. Thiel no se limita a ser un simple empresario de éxito; su ambición es reestructurar la sociedad y el gobierno a través de medios tecnológicos, una empresa que se apoya en una base filosófica singular. Su posición política, descrita de manera variada como «libertario conservador» y «autoritario escéptico de la democracia,» denota una profunda desconfianza en las instituciones democráticas tradicionales y una preferencia por formas de poder centralizado y «unilateral».

Raíces Ideológicas y Contradicciones de un «Libertario Conservador»

La visión de Thiel se ha forjado en la intersección de la filosofía y el activismo. Durante su tiempo en la Universidad de Stanford, cofundó The Stanford Review, un periódico de corte conservador y libertario que se oponía a los cambios curriculares que consideraba una erosión de la cultura occidental. Este activismo temprano culminó con la coautoría del libro de 1998, The Diversity Myth, que criticaba el liberalismo y el multiculturalismo, estableciendo un patrón de confrontación ideológica que ha continuado a lo largo de su carrera.

Una declaración que encapsula el núcleo de su pensamiento es la aseveración de que «ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles«. Esta postura no es una conclusión aleatoria, sino una que el propio Thiel conecta con la tradición filosófica, asociándose con figuras como Sócrates y Descartes. Para él, la democracia, al fomentar el «pensamiento de rebaño» y la conformidad, se opone fundamentalmente a la libertad individual y a la auténtica experiencia de la trascendencia y el riesgo.

Este escepticismo democrático se ve reforzado por su adhesión a la teoría del «deseo mimético» del filósofo René Girard, quien estudió en Stanford. Esta teoría postula que los deseos humanos no son intrínsecamente propios, sino que se imitan de los demás, lo que conduce a una competencia de suma cero y a conflictos sociales. Thiel aplicó esta idea al mundo de los negocios, concluyendo que la competencia desenfrenada («an arms race of user incentives») es autodestructiva y que el verdadero progreso se encuentra en la creación de monopolios que eviten el «deseo mimético» y sus resultados improductivos. En este marco, las ideas de sus colegas del movimiento neo-reaccionario, como la de un «monarca» o «CEO» a cargo de un país, se presentan como una extensión lógica de su desprecio por la ineficiencia democrática. Un gobierno dirigido por un «hombre más capaz» o un «dictador no electo» podría operar con la misma lógica de «monopolio» que él defiende para las empresas, evitando las disputas de la política y el consenso.

La aparente contradicción de un «libertario» que se beneficia inmensamente de los contratos gubernamentales no es una falla de su ideología, sino una evolución estratégica de la misma. Thiel inicialmente exploró la idea de crear «utopías libertarias» en islas artificiales, un proyecto conocido como seasteading. Sin embargo, esta ambición de «salida» del sistema se transformó en una estrategia de «voz» o influencia desde dentro. Al invertir en la política y en tecnologías que se integran en las infraestructuras del estado, busca remodelar el país que ya habita. Su apoyo a figuras como Donald Trump se entiende no como una simple adhesión política, sino como una apuesta para «destruir el sistema y empezar de nuevo,» una oportunidad para un «outsider» de remodelar el gobierno con la mentalidad del capital de riesgo, donde la tecnología y los datos son las palancas del poder. Así, la utilización de su vasta riqueza para influir en la legislación y la política es un medio para crear un entorno que fomenta su visión tecnológica y de gobernanza, en lugar de regular.

El Tecnoprogresismo como Salvación

Un pilar central del pensamiento de Thiel es su tesis de que el estancamiento tecnológico es la causa fundamental de los males sociales, desde la «polarización de suma cero» hasta la decadencia civilizacional. Él argumenta que la falta de progreso material desde la década de 1970 ha llevado a una política de escasez, donde el crecimiento ya no es una opción y la única forma de avanzar es luchando por una porción más grande de un «pastel» que no crece. En este contexto, la tecnología no es solo un motor económico, sino una fuerza moral que permite a la humanidad escapar de las limitaciones de la naturaleza y de la «indiferencia implacable del universo».

Para Thiel, la tecnología es la verdadera vía de escape, capaz de resolver problemas que la política y la religión no han podido. Su ambición por la inmortalidad y su inversión en la biotecnología se enmarcan en esta creencia de que no somos «seres meramente naturales» y que la muerte es un problema a resolver. Su crítica de que «queríamos coches voladores, en cambio obtuvimos 140 caracteres» resume su desdén por las tecnologías incrementales que solo distraen, en lugar de las innovaciones radicales que transforman el mundo.

Sin embargo, esta visión enfrenta un escrutinio crítico. Se cuestiona si la desaceleración del progreso tecnológico es un signo de «miedo» o más bien de «madurez.» En esta interpretación, la humanidad ya ha recogido los «frutos más bajos» de la innovación, y los desafíos actuales —como la energía, la biología y la ética— son inherentemente más complejos y no se pueden resolver con la misma velocidad. El tecnoprogresismo de Thiel también elude preguntas fundamentales: ¿por qué necesitamos esta tecnología? ¿a qué costo, tanto ético como ambiental? ¿y quiénes se benefician de ella?. Esta visión del progreso, que se convierte en un fin moral en sí mismo, se asemeja a un tipo de mesianismo secular. Al igual que una narrativa religiosa que promete la salvación, Thiel presenta la tecnología como la única vía para escapar de la decadencia. Esta narrativa puede ser peligrosa, ya que al situar el progreso como la máxima virtud, desvía la atención de las consecuencias humanas y sociales de una innovación acelerada.

Palantir como Instrumento de Poder Unilateral

El nombre Palantir no es una simple coincidencia o un homenaje; es una declaración programática que refleja la auto-percepción de la empresa y su papel en el mundo. La compañía, que se autodenomina «el compinche del gobierno«, es la manifestación concreta del ideario de Peter Thiel: el uso de la tecnología para la consolidación de poder.

De las «Piedras Videntes» a la Vigilancia Global

El nombre «Palantir» proviene de las «piedras videntes» de la obra de J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, que permitían a sus usuarios ver eventos lejanos o comunicarse con otras piedras. La ironía de esta elección de nombre es profunda y reveladora. En la mitología de Tolkien, el uso de un palantír a menudo conllevaba un alto costo moral, corrompiendo a sus usuarios —como Saruman y Denethor— y poniéndolos bajo el control del poder oscuro de Sauron, el epítome de la vigilancia total y el control centralizado. La elección de este nombre por parte de una empresa de vigilancia masiva parece reconocer, e incluso abrazar, esta tensión inherente entre el poder de la visión y el riesgo de la corrupción. La incongruencia se acentúa aún más cuando se considera que Tolkien, un conservador que temía la industrialización y el poder tecnológico concentrado, creó el palantír como un símbolo de la arrogancia y la tentación del control absoluto. Al usar este nombre, la empresa no solo referencia la obra, sino que parece situarse en un paradigma ético que Tolkien mismo consideraba peligroso.

Palantir Technologies fue fundada en 2003, en la estela de los ataques del 11 de septiembre, con la misión explícita de adaptar las tecnologías de detección de fraude de PayPal para ayudar a las agencias de inteligencia a combatir el terrorismo. Su financiación inicial provino de In-Q-Tel, el brazo de capital de riesgo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), un hecho que consolidó su relación simbiótica con el estado de seguridad nacional desde sus inicios. Esta relación la colocó en una trayectoria distinta a la de otras empresas de Silicon Valley, que a menudo evitan los contratos gubernamentales por su carga burocrática y sus implicaciones éticas.

El Modelo de Negocio del «Leviatán»

El modelo de negocio de Palantir revela un patrón de dependencia y simbiosis con el estado. La empresa ha recibido más de $1.9 mil millones en contratos federales de EEUU desde 2008. Aunque ha expandido su alcance al sector comercial, los contratos gubernamentales continúan siendo la columna vertebral de sus finanzas, representando el 54.9% de sus ingresos en 2023.

Esta dependencia financiera no es un simple negocio; es una forma de infiltrarse y consolidar el poder dentro de las instituciones estatales. Palantir se ha anclado en las infraestructuras de seguridad y defensa, haciendo sus tecnologías indispensables para la operación de agencias clave. Sus clientes incluyen al Departamento de Defensa (DoD) —el mayor cliente, con más de $1.65 mil millones en contratos—, la CIA, la NSA, la Fuerza Aérea, el Mando de Operaciones Especiales y la agencia de Inmigración y Control de Aduanas (ICE).

Dos ejemplos ilustrativos de su influencia son el Project Maven del DoD, un contrato de $1.3 mil millones para el uso de inteligencia artificial en operaciones militares, y la plataforma ImmigrationOS para ICE, un contrato de $30 millones para rastrear y deportar a presuntos no ciudadanos. Estos proyectos demuestran cómo la visión de Palantir de unificar datos dispares se traduce en herramientas de poder tangible en áreas sensibles de seguridad nacional y política interna.

El siguiente cuadro detalla los compromisos financieros clave entre el gobierno de EE. UU. y Palantir, ilustrando la magnitud de esta relación.

Este modelo de negocio revela una dinámica más profunda que la simple transacción comercial. La relación entre Palantir y el estado es una forma de «simbiosis estatal» en la que la empresa se inserta en las estructuras de poder existentes, convirtiéndose en un componente crítico e indispensable. Al desarrollar plataformas que son el sistema nervioso del aparato de seguridad de EEUU, Palantir no solo vende un producto; vende un marco de gobernanza basado en datos. Esta estrategia le otorga a Thiel una influencia que va más allá de las donaciones políticas, permitiéndole dar forma a la propia lógica operativa del estado, lo que coincide con la tesis de la «monarquía del CEO» discutida anteriormente.

La Deshumanización de la Guerra y la Vigilancia

La tecnología de Palantir y la filosofía que la sustenta han sido objeto de un intenso debate ético, especialmente en lo que respecta a su impacto en la toma de decisiones críticas en contextos de guerra, seguridad y justicia. Los críticos argumentan que la empresa no solo automatiza procesos, sino que también externaliza la responsabilidad moral, creando un nuevo tipo de conflicto «matemático» que diluye la rendición de cuentas.

«Mathwashing» y el Desplazamiento de la Responsabilidad

Una de las críticas más agudas a la tecnología de Palantir se centra en el concepto de «mathwashing,» que describe el proceso de dar a los resultados de los algoritmos «un barniz de legitimidad y neutralidad«. El «mathwashing» permite que decisiones de vida o muerte, que históricamente requerían juicio humano y deliberación ética, se transfieran a la «lógica fría» de un cálculo matemático. Al reducir la complejidad del comportamiento humano a una «puntuación de amenaza» o a un «margen de error del 10%,» el sistema oculta la subjetividad y los sesgos inherentes en los datos subyacentes, ya sea en la identificación de pandillas o en la selección de objetivos militares.

Este desplazamiento de la carga moral plantea un dilema ético profundo. Cuando las decisiones son tomadas por un algoritmo y los operadores humanos actúan como «sellos de goma,» la responsabilidad del resultado se vuelve difusa. Un informe de investigación caracterizó esta dinámica como la capacidad de «ocultar la brutalidad de un genocidio detrás de la fachada de la neutralidad técnica«. La tecnología, en lugar de ser una herramienta neutral, se convierte en un mecanismo para eludir el escrutinio ético, permitiendo que la máquina «decida en frío» y dejando a los humanos con apenas unos segundos para actuar.

Estudios de Caso: La Automatización del Conflicto

Las plataformas de Palantir han sido implicadas en algunos de los conflictos más controvertidos de la era moderna. Un caso particularmente escalofriante es el del sistema de IA «Lavender,» utilizado en la guerra en Gaza. Un informe de +972 Magazine reveló cómo este sistema, que supuestamente operaba junto con una plataforma de Palantir, asignaba una «puntuación de amenaza» a decenas de miles de palestinos. Se informó que el sistema tenía una tasa de precisión del 90%, lo que significa que aproximadamente el 10% de sus «objetivos potenciales» podían ser identificados erróneamente. Fuentes anónimas indicaron que la revisión humana de estos objetivos se reducía a segundos, lo que convertía la aprobación en un simple «sello de goma» de la decisión de la máquina.

De manera similar, la plataforma Palantir Gotham, descrita como un «sistema operativo preparado para la IA,» está diseñada para «mejorar y acelerar las decisiones para los operadores» en el campo de batalla. La empresa describe abiertamente el sistema como un apoyo para una «cadena de muerte impulsada por IA,» que «integra sin problemas y de manera responsable la identificación de objetivos y el emparejamiento de efectores de objetivos». Esta terminología técnica, aunque precisa, subraya el enfoque de Palantir en la automatización de la guerra, desde la inteligencia hasta la acción. La plataforma permite la «tarea autónoma de sensores,» desde drones hasta satélites, para proporcionar conciencia situacional en tiempo real a los operadores, un proceso que minimiza la intervención y la deliberación humana.

El «Sonar» de Gotham y la Vigilancia Doméstica

La visión de un sistema de vigilancia masiva que unifica datos dispares no es solo una preocupación lejana en el campo de batalla; se ha manifestado de manera concreta en el territorio nacional. En la película El Caballero Oscuro, Batman y Lucius Fox desarrollan una tecnología de «Sonar» de vigilancia masiva que finalmente deciden destruir por ser demasiado peligrosa. Apenas cinco años después del estreno, las revelaciones de Edward Snowden expusieron un programa idéntico en la vida real, un sistema que Palantir había ayudado a proporcionar a la NSA. A diferencia de la película, la versión real, la plataforma Gotham, no fue desmantelada.

Su alcance se ha expandido para incluir a agencias como la agencia de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), que ha utilizado las plataformas de Palantir para «identificar, rastrear y deportar a presuntos no ciudadanos«. El caso de la plataforma ImmigrationOS es ilustrativo de los riesgos inherentes. El sistema está diseñado para unificar una vasta cantidad de datos de múltiples bases de datos gubernamentales, desde registros de pasaportes hasta datos de impuestos y lectores de matrículas, para crear un perfil exhaustivo de los individuos. Aunque el objetivo es la «eficiencia,» estas herramientas masivas de análisis de datos conllevan riesgos significativos para las libertades civiles. Los errores en los algoritmos pueden tener consecuencias devastadoras para los individuos, como la detención o la deportación injusta. La supuesta neutralidad de la tecnología de Palantir es, en realidad, un mecanismo para automatizar decisiones políticas y operativas con consecuencias éticas profundas.

La automatización de la guerra y la vigilancia es, de hecho, una nueva forma de gobernanza autoritaria. La premisa de la tecnocracia de Thiel es que la tecnología puede resolver problemas que la política no puede. Sin embargo, en la práctica, esto no elimina la necesidad de decisiones políticas y éticas; simplemente las incrusta en el código. Los sistemas como «Lavender» y «Gotham» son mecanismos para centralizar el poder, automatizar la toma de decisiones y eludir la rendición de cuentas. Al reducir el tiempo de deliberación a segundos y convertir a los humanos en «sellos de goma,» se erosiona la democracia y el control civil sobre las instituciones militares y de seguridad.

La Ironía de la Libertad y el Poder Estatal

La percepción pública de Peter Thiel a menudo se centra en una paradoja aparente: un declarado libertario, crítico de la burocracia estatal, que se ha enriquecido con contratos gubernamentales y se ha integrado profundamente en las estructuras de poder. Sin embargo, esta «ironía» no es un simple descuido, sino la manifestación de una estrategia deliberada que busca remodelar el estado desde adentro.

Un Libertario Enriquecido por el Estado

El compromiso de Thiel con la política se extiende más allá de la mera afiliación ideológica; es una inversión estratégica. Su historial de donaciones políticas es extenso y significativo, habiendo apoyado a Donald Trump y a otros candidatos de derecha con millones de dólares. Participó como delegado en la Convención Nacional Republicana de 2016 y fue uno de los pocos magnates de Silicon Valley en apoyar públicamente a Trump. Esta lealtad se ha visto recompensada con la oportunidad de influir en las políticas de seguridad nacional y tecnológica.

Un ejemplo culminante de esta estrategia es la legislación conocida como el «One Big Beautiful Bill Act» (OBBBA), una pieza de legislación que se ha debatido en el contexto de la administración de Trump. Esta ley, que se ha proyectado para inyectar hasta $150 mil millones en el sector de la defensa, incluye importantes provisiones para el desarrollo y despliegue de tecnologías de inteligencia artificial. Al impulsar la legislación que crea un vasto mercado para sus propias empresas, como Palantir y Anduril Industries, Thiel no solo se beneficia del estado; lo está moldeando para que se ajuste a sus propios intereses y visiones. Esto representa una forma de «libertarismo de élite,» una filosofía que busca la libertad de regulación para los poderosos, mientras usa el poder del estado para consolidar su propio control.

El Liderazgo en la Sombra

La tesis de que Thiel busca convertirse en el «CEO en la sombra de los Estados Unidos de América» se basa en la idea de que su apoyo a Trump no fue motivado por la «competencia gerencial» del presidente. En cambio, el objetivo era usar a Trump como un medio para «destruir el sistema y empezar de nuevo,» permitiendo que Thiel y sus allegados reorganicen las «instituciones decadentes» de la nación. Al colocar sus tecnologías en el corazón del aparato de seguridad nacional, Thiel no está destruyendo el estado, sino remodelándolo según su propia visión. El nuevo orden no es una anarquía, sino una «corporatocracia» o un «feudalismo corporativo» donde la línea entre el poder gubernamental y el poder empresarial se difumina por completo.

La influencia política de Thiel va más allá de las donaciones; es una inversión estratégica en el proceso político en sí mismo. Su capital financiero crea un bucle de retroalimentación en el que la inversión en política da forma a la legislación, que a su vez genera las condiciones para que su poder financiero crezca exponencialmente. Este es un sistema en el que la autoridad no emana del consenso democrático, sino de la eficiencia algorítmica y el control sobre los datos, una lógica que es la culminación de su visión filosófica.

La Profecía del Anticristo y el Dilema del Leviatán Algorítmico

El análisis de la figura de Peter Thiel no estaría completo sin una exploración de la metáfora central que él mismo ha invocado para describir su lucha: la del «Anticristo.» Esta analogía, extraída de un contexto teológico, se convierte en la lente a través de la cual Thiel justifica su agenda de tecnoprogresismo radical.

Una Hermenéutica Peculiar: El Anticristo como Símbolo de estancamiento

En la hermenéutica peculiar de Thiel, el «Anticristo» no es una figura malévola en el sentido tradicional. En su lugar, lo describe como la fuerza que promueve «la paz y la seguridad» a expensas de la innovación y el progreso. Thiel argumenta que la amenaza no viene de un «genio tecnológico malvado,» sino de los «reguladores» y «tecnócratas» que, en su intento por mitigar los riesgos, sofocan la capacidad humana de soñar y construir. Para él, las regulaciones de seguridad de la inteligencia artificial y el movimiento del «altruismo efectivo» son las encarnaciones modernas de esta fuerza de «estancamiento».

Esta narrativa de auto-justificación sitúa a Thiel en un papel heroico, un «hereje» que combate una fuerza del mal metafísica. Al enmarcar la preocupación por el «margen de error» en la guerra o el «sesgo» en la vigilancia como manifestaciones de la aversión al riesgo que él debe combatir, Thiel desvía la crítica de sus propias herramientas de poder. El progreso se convierte en un imperativo moral, y cualquier resistencia a él es, por definición, una resistencia a la «salvación» que la tecnología puede ofrecer.

El Paradigma de Tolkien contra la Lógica de Thiel

La profunda ironía del proyecto de Thiel se hace más evidente al contrastar su visión con la del autor de la obra que da nombre a su empresa. J.R.R. Tolkien, un crítico de la industrialización y de la centralización del poder, veía en artefactos como el Anillo Único y las palantíri las manifestaciones de la sed de control totalitario de Sauron. En la ética de Tolkien, la verdadera fuerza yace no en la posesión de un poder inmenso, sino en la humildad y la descentralización.

El hecho de que Thiel no solo nombre a su empresa de vigilancia Palantir, sino también a su empresa de armas y defensa Anduril Industries —la espada reforjada de Aragorn, un símbolo de la esperanza en la lucha contra la oscuridad— revela una contradicción ética fundamental. Thiel construye un imperio basado en la centralización de datos y el control absoluto, utilizando nombres de una mitología que se opone directamente a su proyecto. No es solo una simple «ironía,» sino una profunda traición al espíritu de la obra que demuestra el abismo entre la narrativa heroica que Thiel construye y la realidad de su proyecto, en el que la «libertad» parece ser la de unos pocos para construir sin importar el costo para los demás.

Conclusión: El Dilema del Nuevo Leviatán Tecnológico

El análisis de la figura de Peter Thiel y su imperio tecnológico, Palantir, revela un proyecto que va mucho más allá de la innovación y el lucro. Su visión es una de reestructuración social y política, donde la tecnología se erige como la única fuente de salvación frente a la decadencia. Sin embargo, en la aplicación práctica de su filosofía, surgen profundas paradojas y dilemas.

El «libertario» que se enriquece con el estado, el tecnócrata que critica la burocracia, y el «cristiano» que ve en la regulación el mal supremo, todo converge en un mismo punto: la consolidación de un poder que no responde a la lógica de la rendición de cuentas democrática, sino a la «lógica fría» de un algoritmo. Este «nuevo Leviatán,» como algunos lo han llamado, no es una tiranía de la burocracia, sino una tiranía del algoritmo, una entidad que, bajo la promesa de la eficiencia y la seguridad, centraliza el poder y la vigilancia de una manera sin precedentes.

La gran pregunta que emerge de este análisis, y que el propio Thiel parece plantear sin responderla, es si al combatir al «Anticristo» del estancamiento, no está él mismo construyendo un nuevo tipo de tiranía, un futuro donde la centralización del poder no es política, sino tecnológica, y donde la libertad de unos pocos se compra al costo de la vigilancia de todos. Este es el dilema de un mundo en el que la tecnología, que se supone que libera, podría en cambio, consolidar un poder invisible, incuestionable y, en última instancia, corruptor.