Artificios
El libertarismo es un agujero negro
Por Juan Parinelli
21 de septiembre de 2023
El libertarismo es el fenómeno que viene a alterar las reglas de juego de la política como la conocemos. Esta alteración, impulsada por lo que se suele llamar un “descreimiento” del aparato político y del Estado, se configura como una anomalía sumamente difícil de analizar con las herramientas propias del ámbito en que se inserta. La dificultad está conformada por una barrera que esconde el verdadero objetivo o propósito de aquel fenómeno, un engaño que cumple además otra función: ganar votos.
No es la intención proveer un análisis sobre el verdadero objetivo del partido libertario. Lo cierto es que es un misterio aún sin resolver y el cual deben conocer muy pocas personas, ubicadas al mando de esa organización. Sabemos, aún así, que sus votantes menos radicalizados, al ser increpados acerca de las propuestas de su partido, responden de manera efusiva, alegando que “no son exactamente así” y dando explicaciones tangenciales y confusas. Esto implicaría que los votos no son en pos de propuestas concretas a la vieja usanza, como lo son un determinado proyecto de país o la promesa de que un cierto partido político no volverá a gobernar. El voto es anómalo hasta el punto de que no parece estar motivado por “lo que van a hacer”, sino porque precisamente no van a hacer lo que proponen. La verdadera propuesta, si es que existe, permanece oculta detrás de un engaño, mientras que la motivación de voto es derivada a partir de la frustración y el sufrimiento por la crisis económica, y se resume en una simple consigna: toda la “casta política” debe arder, y con ella el Estado.
Esta consigna remite a dos momentos históricos en la Argentina: la última dictadura cívico-militar y el gobierno de Menem. Se combinan, en apariencia, una purga de toda actividad política y un retiro sistemático del Estado de las instituciones públicas, ambos fenómenos sostenidos por la elección democrática de un pueblo cansado de “los mismos políticos de siempre” y del Estado “ineficaz, insuficiente e innecesario”.
Con la hipótesis de este escenario apocalíptico debemos, entonces, hacernos la siguiente pregunta: ¿Cómo se desarma una tendencia tan peligrosa? A sabiendas de que la política no ha sabido apelar a un gran espectro de la población, debemos buscar las bases de un método para devolver a los votantes frustrados al circuito político. Para ello valgámonos de una ciencia que poco tiene que ver con la política y que, sin embargo, goza de términos y objetos que ella puede pedir prestados para analizar e inmunizarse contra el libertarismo.
Sentido y dirección
En física, el sentido de una fuerza indica hacia dónde se dirige la misma. En otras palabras, es el punto de llegada de la fuerza.
La dirección de una fuerza es la línea sobre la cual se traza la misma. En otras palabras, es la trayectoria o recorrido de la fuerza, expresado por una línea ininterrumpida.
Uniendo los dos, podemos dar cuenta de determinadas propiedades que no serían posibles si sentido y dirección fueran independientes. La primera de ellas es que el sentido es binario: puedo recorrer la línea solamente en dos sentidos, “hacia adelante o hacia atrás”. Si cambio el sentido, estoy hablando de otra fuerza. La segunda de ellas es que la dirección es predeterminada si conozco el punto de partida y el sentido, porque puedo trazar la línea entre ambos puntos.
En política, el sentido de una fuerza puede describirse como su ideal absoluto, designado por una consigna simple. Decimos que vamos en un sentido y no en otro porque un movimiento político tiene un comienzo, parte de un punto y se mueve hacia otro destino. Esto es lo que queremos expresar cuando, por ejemplo, marchamos.
La dirección, en política, no es nada más que la historia o trayectoria del movimiento. En física es posible predecir la trayectoria de una masa si conocemos las características de la fuerza que se le aplica. En política esto no es posible porque no podemos predecir el futuro sino por aproximación, porque la fuerza varía con el tiempo. Solo podemos dar cuenta de su historia.
Pero si la fuerza política varía en el tiempo, ¿Cómo podemos sostener que se trata de la misma fuerza? Simplemente porque toda fuerza que se pueda considerar digna goza de dos criterios que corrigen el sentido y la dirección: la doctrina y el método, respectivamente. La doctrina recupera el sentido cuando este se pierde, mientras que el método permite a la masa abrirse paso en el tiempo, sobrevivir y transformar el espacio en su trayectoria.
La física de un agujero negro
Los agujeros negros son la anomalía más estudiada de la física. Son objetos que gozan de tanta masa que alteran el espacio y el tiempo que los rodea a un nivel fundamental. Con todo, conocemos a un nivel teórico muchas propiedades que los caracterizan, además de ciertos comportamientos que exhiben. Sabemos, incluso, cómo destruirlos.
La anatomía de un agujero negro es sorprendentemente simple. En su centro de masa se halla una partícula sumamente densa, llamada singularidad. Alrededor de ella se proyecta el campo gravitatorio, delimitado por el ominoso horizonte de sucesos, dentro del cual todo lo que cae es absorbido por la singularidad. Ni siquiera la luz, que es la partícula más rápida del universo, puede escapar este límite. Esto significa que no podemos conocer, sino sólo teorizar, lo que pasa dentro del horizonte de sucesos. Consideremoslo la “superficie” del agujero negro.
Además, los agujeros negros giran sobre su propio eje, como la Tierra una vez cada veinticuatro horas. Todo lo que gira es afectado por dos fuerzas: una fuerza centrífuga y una fuerza centrípeta. La centrífuga es una fuerza que tiende a escapar del circuito de rotación, mientras que la centrípeta es una fuerza que se dirige hacia el centro de masa y es equivalente a la fuerza de la gravedad. Sabemos, por ende, que los agujeros negros son absolutamente centrípetos porque son tan masivos que su fuerza de gravedad es inescapable una vez que cruzamos el horizonte de sucesos.
El movimiento libertario
En una entrevista, el Papa Francisco dice: “La ultraderecha se recompone… es curioso, se recompone siempre. Porque es centrípeta, no es centrífuga, no crea hacia afuera posibilidades de reforma.” Esto me lleva a considerar inmediatamente al libertarismo, que es una expresión de ultraderecha, como un agujero negro. Pero para poder completar esta analogía debemos analizar cada una de las partes y ver si se corresponden.
Normalmente los movimientos políticos se desplazan en una línea recta o similar a una recta. Dicho de otro modo, el sentido de una fuerza política difiere de su punto de origen porque el sentido es un ideal inalcanzable pero aproximable, lo que se conoce como ideal no utópico. En el movimiento libertario no se percibe esta diferencia entre sentido y punto de origen: surgen de una nación en crisis y persiguen una crisis más profunda por medio de la destrucción de la “casta” política y el Estado. Podríamos decir que describen un movimiento circular, similar a una rotación, porque no crean hacia afuera “posibilidades de reforma”, en el sentido benigno del término.
En cuanto a la dirección, poco hay que decir. Si los movimientos políticos describen una trayectoria histórica hacia un ideal no utópico, esta línea es potencialmente infinita hacia el futuro porque nunca llegan a él. No vemos esto en los procesos libertarios, que describen un círculo con trayectoria definida. Pueden repetir esa trayectoria multitud de veces, pero se trata siempre del mismo recorrido: de la crisis hacia la crisis.
Hasta ahora hemos definido al movimiento libertario como rotatorio, ¿pero no dijimos antes que la fuerza centrípeta se dirige hacia el centro de masa? ¿No debería, en este caso, tratarse de un movimiento lineal en vez de uno circular? ¿No sería más apropiado decir que el libertarismo es la fuerza centrípeta? Estas preguntas son cruciales porque ponen en peligro la analogía, pero lo cierto es que son confusiones entre el todo y la parte. El hecho de ser centrípeto es una propiedad distintiva del movimiento libertario, pero no hay movimiento sin masa. Y la masa de un agujero negro es la singularidad que mencionamos antes, que permanece oculta detrás del horizonte de sucesos. Pero por más oculta que permanezca, existe una certeza: que todo lo que cae en su proximidad es absorbido, incrementando el tamaño del agujero negro y su capacidad de destrucción, profundizando la crisis.
El peligro invisible
En el comienzo dijimos que el voto libertario es anómalo, en tanto no parece motivado por las propuestas, sino por otra cosa que permanece oculta a los ojos de todos. En política, lo que está oculto representa un peligro. Es en las sombras donde los planes más crueles y sangrientos de la Argentina se han desarrollado, hasta revelarse y llegar al poder. Nuestra intención no debe ser otra que revelar el peligro invisible antes de que se manifieste.
La física sabe, a un nivel teórico, cómo destruir un agujero negro. El único método conocido implica destruir su horizonte de sucesos, descubriendo así la singularidad en su interior. Como señalamos antes, el horizonte de sucesos rota, aunque no lo suficientemente rápido como para superar la fuerza de la gravedad que lo sostiene. Esto quiere decir que si la rotación fuera lo suficientemente veloz como para superar la fuerza de atracción, el horizonte de sucesos desaparecería, efectivamente dejando una singularidad visible.
Para aumentar la velocidad de rotación del agujero negro hay que aplicarle una fuerza a grandes velocidades sobre su superficie, el horizonte de sucesos, de manera tangencial. Es un proceso muy similar al que realiza un basquetbolista que hace girar la pelota sobre la punta de sus dedos, acelerándola con su mano libre. La fuerza que se utiliza es rectilínea, como la de los movimientos políticos tradicionales.
Esto implica que, en contra de lo que se cree popularmente, no sirve de absolutamente nada intentar detener un movimiento rotatorio. En realidad lo que se necesita es acelerarlo, de modo tal que la fuerza centrífuga se vuelva más fuerte que la centrípeta y expulse no solo su contenido sino también revele su núcleo.
Los agujeros negros permanecieron inobservados durante gran parte de la historia porque la física clásica no era capaz de descifrar lo que se encuentra en su interior. No fue hasta que se formuló una teoría relativista de la física que fue posible descifrar su naturaleza y comenzar a analizarlos. De manera análoga, el libertarismo permaneció ignorado por la mayoría del espectro político, gestándose en una oscuridad conveniente. Ahora representan un peligro al cual no hay que temer ni pretender destruirlo, sino aplicarle una fuerza que la acelere.
El Papa Francisco dice en aquella misma entrevista que la ultraderecha se cura con justicia social y nada más. Esa justicia social debe estar dirigida, como una fuerza, hacia todo aquel que se exprese simpático por el movimiento libertario, que tienda al centro de una anomalía sombría e insostenible, porque nadie desea verdaderamente la crisis política de su país y menos aún de su propia vida.
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