El granero (creativo) del mundo
17/07/2021

El nacimiento de la televisión argentina se dio el 17 de octubre de 1951.
Hacía apenas unas semanas, poco más de un mes que Eva había renunciado a ser candidata a vicepresidenta y los rumores por su mala salud recorrían el país entero. Esa tarde la pareja presidencial salió al balcón de la Casa Rosada frente a miles de mujeres y hombres que esperaban escuchar el que sería el último discurso de Eva:
“Y le doy las gracias a usted mi general por haberme enseñado a conocerlo y a quererlo. Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que mi vida.”
A pocos metros, desde el balcón del Banco Nación, bajo las órdenes del empresario Jaime Yankelevich -abuelo de Gustavo- y con el apoyo de Perón, un par de hombres se propusieron captar las imágenes del acto y realizar la primera transmisión televisiva de todo el territorio nacional.

Durante los años siguientes el medio fue ganando espectadores poco a poco. Empezaron a surgir los primeros formatos de noticias (Telenoticioso, 1954), cocina (Variedades hogareñas, 1952) y ficción, pero los gobiernos dictatoriales desde mediados del 50 hasta principios de los 80 dejaron muy poca libertad a la generación de contenidos originales. La proscripción y la censura estaban a la orden del día, y los militares consideraban menos riesgoso importar programas estadounidenses que dejar jugar a la producción local. Recién con la vuelta definitiva a la democracia se abrió una etapa de liberación conocida como “el destape”, pero la verdadera transformación, el boom en términos de oferta de contenido y masividad, no llegó a la televisión nacional sino hasta 1990.
Con el gobierno de Carlos Saúl Menem la televisión se consolidó de manera definitiva como un fenómeno de masas gracias al resultado de dos procesos puntuales. Por un lado se dio un incremento importante en el acceso a nuevas tecnologías que permitió que cada vez más hogares pudieran tener un televisor o incluso aumentaran la cantidad de aparatos. Por otro, la flexibilización de la pauta publicitaria y la privatización de los canales de televisión abierta, introdujo el surgimiento de la competencia en un mercado que la desconocía hasta ese momento. Estos cambios llevaron a una transformación total de la estructura productiva televisiva y marcaron una diferencia rotunda con lo conocido en términos de técnica y contenido. Las viejas tradiciones, propias de un medio fundamentalmente estatal, fueron sustituidas por otras muy distintas, con una estética, un ritmo, tiempos y formatos completamente nuevos.
En este periodo se terminó de robustecer un fenómeno que algunos teóricos de la ciencias de la comunicación denominaron “juvenilización de la televisión local” (Gándara, 1997). Con un estilo rebelde, discursos contestatarios, fieles a códigos de sus tiempos y su generación, unos cuantos jóvenes se adueñaron de la pantalla chica y pasaron a ser las nuevas figuras de relevancia de la televisión abierta. No solo delante de cámara, sino desde la cocina y dirección del producto, como nunca antes.
Surgieron entonces las llamadas productoras independientes. Marcelo Tinelli con Ideas del Sur (1996); Pol-Ka (1994) de Adrián Suar; Pergolini y Diego Guebel con Cuatro Cabezas (1993), fueron algunos de los nombres que revolucionaron el medio de la mano de formatos originales como Videomatch (1991), El Rayo (1995), Caiga Quien Caiga (1995), Poliladron (1995), entre tantos otros.

No pasó mucho tiempo hasta que esos muchachos entusiastas con ideas disruptivas devinieran en empresarios exitosos, y varios de sus formatos se transformaran en productos for export de primera línea. Caiga Quien Caiga, por ejemplo, se llevó a Chile, Portugal, Italia, España, Costa Rica, México, Honduras, Israel, Francia, Paraguay y Uruguay siendo el formato más vendido a nivel mundial de su época. Todo un suceso, y no fue el único. Muñeca Brava (1998), por nombrar apenas otro, fue una ficción argentina vendida a la televisión rusa que logró convertir a su protagonista, Natalia Oreiro, en una celebridad absoluta en la otra punta del planeta, hasta el día de hoy.
La televisión de los años 90 y los 2000 se constituyó como una industria pujante y un verdadero orgullo nacional, pero los años fueron pasando. Después del furor de las ficciones costumbristas y las cámaras ocultas llegaron los programas de archivos, la fiebre de los bloopers y los reality shows. Como quién no quiere la cosa, los formatos originales de industria local dejaron de ser seductores tanto para el mercado internacional como también para el nacional. Desde las ferias de contenidos desembarcaron en el Río de la Plata una inmensa cantidad de programas precocidos, y la Argentina pasó de ser un fenómeno de ventas a nivel mundial a comprar compulsivamente. De exportar a importar.
Hoy, tres décadas después de aquellos años dorados, quienes formaron parte de esa juventud maravillosa que supo patear el tablero siguen ocupando los lugares de mando más altos de la cúpula y teniendo la última palabra en el medio. Pero de esa rebeldía que supo ser un motor creativo ya no quedan más que unas cuantas anécdotas. Las apuestas actuales de mayor envergadura de los canales de la televisión abierta se tratan en esencia de renovaciones parciales de formatos antiguos y/o extranjeros, a los que apenas se les busca sacar de encima algunas capas de polvo y agregar algún que otro accesorio novedoso que les permita seguir vigentes en el mercado.

Master Chef (1990) es un formato inglés al igual que Bake Off (2010); Pasapalabra (2000) es español; La Voz (2010) holandés, y la lista es extensa.
Como resultado, la Argentina es portadora de una industria desatenta al surgimiento de productos locales, envejecida y plagada de programas con un manejo de códigos obsoletos.
Encontrar una manera de revertir tal situación es sin duda una tarea compleja aunque, en ausencia de una visión estratégica, aceptar que nadie puede rockear por siempre quizás sea un buen primer paso para dar lugar a lo que viene.
-Gándara, Santiago (1997): “Caiga quien caiga”, en Gándara, S. Mangone, C. Warley, J. Vidas imaginarias. Los jóvenes en la tele, Buenos Aires, Biblos.

La política universitaria de Milei es un Esquema Ponzi
Juan Ignacio Doberti | El Gobierno Nacional está realizando una estafa con el...
No estás scrolleando bien
Alejo Bernhardt | ¿Alguna vez mediste cuánto tiempo pasás en pantalla? La...
Ruido Criollo #11: Camila Caamaño y Amadeo Gandolfo
Máximo Cantón | Camila Caamaño estudió Publicidad y Gestión del Arte y la...
Cuando parece más cerca…
Juan Miceli | ¿Qué podemos hacer con la colonialidad? ¿Cómo podemos expurgar...
¿Las romcoms están muertas?
Soledad Arienza | Ficcionalizar el amor: ¿acaso, hoy, un gesto imposible? Este...
Captar la ausencia
Soledad Arienza | Este ensayo nace de una lectura, la de El universo...
Rap y resistencia
Fiorella Gonzalo | Sara Hebe no hace sólo música: propone una manera de...
Leer a Proust y jugar al Death Stranding
Elías Fernández Casella | Leer un libro largo, difícil, complejo, altera...
Del sufrimiento a las flores
Facundo Calvó | ¿Qué es el sufrimiento? Este ensayo aborda el sufrimiento...