Artificios
El arte de la venganza
Por Dante Sabatto
12 de abril de 2023

La venganza tiene mala fama.
~ I ~
No es que no nos atraigan, por ejemplo, las historias de venganza, pero aún cuando las contamos evitamos usar esa palabra. Nos avergüenza. Nadie querría describirse como una persona vengativa. La venganza está directamente asociada al mal. Puede haber un buen orgullo, una buena culpa, un buen dolor, una buena ambición, pero nunca una buena venganza.
Hablamos mal de ella, pero la disfrutamos. Nos gusta entretener la idea de la venganza, en secreto. Regodearnos en su placer. Jugar a que la cometeríamos. Avivarla. Encenderla. Y al final, siempre, traicionarla. La condición del disfrute de la venganza es que sea derrotada, o sublimada finalmente en justicia.
En realidad, en la mayoría de los casos, la disfrazamos. La hacemos pasar por otra cosa. Nos avergüenza que se vea nuestra sed.

~ II ~
La venganza es lo opuesto de la justicia. Donde hay justicia, no hay venganza.
La justicia no solo es un hecho político, sino también matemático. Se ocupa de guardar relaciones de proporcionalidad. Piensa la mensurabilidad de los delitos y la conmensurabilidad de los castigos. La transitividad de las penas y la complementariedad de las culpas. La venganza descree de esas palabras. El infinito le parece insuficiente. Lo medible no le interesa.
La justicia piensa en términos de límites. La venganza es ilimitada. La justicia piensa en términos de futuro. La venganza está más allá del tiempo. La justicia es constante. La venganza es contingente.
Pero, en realidad, el opuesto de la justicia no es la venganza sino la injusticia. La venganza es más bien un tercer término que surge de la nada. ¿Eran los escraches a los genocidas, en el terreno injusto marcado por las leyes de impunidad y los indultos, una forma de venganza? No, precisamente porque eran limitados, calculados, precisos, dirigidos a un fin, porque eran útiles.
La venganza no sirve para nada.

~ III ~
Problema etimológico: hay dos verbos distintos. Vengar es un verbo transitivo, se venga a otrx, se vengan los dolores de otras personas. Vengarse, en cambio, es tomar venganza en nombre propio. Hay algo intrínsecamente egoísta en ese segundo sentido, donde el verbo se dobla sobre sí mismo con ese “se”. Pero al mismo tiempo, no son dos verbos distintos, sino uno solo. Es falso que podemos vengar (a otros) sin vengarnos, un poco al menos, por nuestros propios dolores.

~ IV ~
La filósofa estadounidense Marta Nussbaum trabaja el tema de la venganza desde su propio abordaje sobre las emociones. Lo llama anger, traducido como ira, aunque la connotación bíblica está ausente en el inglés. En su libro La ira y el perdón dedica cientos de páginas a refutar rigurosamente las respuestas fundadas en la ira, que son para ella sustancialmente idénticas. El terror revolucionario no es distinto, para Nussbaum, de los reclamos reaccionarios de mano dura contra el crimen. Son cimientos débiles donde fundar una política.
Nussbaum propone, en cambio, un perdón radical y absoluto. Poner la otra mejilla. Nelson Mandela, Mahatma Gandhi y Martin Luther King Jr. son sus figuras prototípicas.
No parece preocuparle que esa política pueda ser manipulada. Que anunciar en voz alta que siempre pondremos la otra mejilla es decir que estamos dispuestos a ser dañados una y otra vez y que jamás haremos nada en respuesta.

~ V ~
La frase dice que no se puede hacer tortillas sin romper algunos huevos, como si los excesos pudieran justificarse por el resultado final. Žižek dice que más bien no se puede romper huevos sin terminar haciendo un par de tortillas. Quizás la justicia sea un lugar al que se puede llegar por el rodeo erróneo de la búsqueda de venganza.

~ VI ~
En 1998, José Pablo Feinmann escribió La sangre derramada, un valiente ensayo sartreano que se atreve a decir -¡en plena hegemonía neoliberal!- que la violencia política es mala, y que mejor nos vendría una «izquierda antiutópica» que no tenga fines maximalistas que impliquen la pérdida de vidas.
Feinmann confunde toda violencia con venganza, el primero de múltiples errores. Pero, lo que es más grave, cree que existe algo así como una política que no tiene nada que ver con la violencia. Que no está contaminada. Ni siquiera argumenta que la venganza es una mala respuesta a la injusticia. Más bien parece creer que toda respuesta es esencialmente violenta.
Cuando la venganza irrumpe, dice Feinmann, entramos en la barbarie. ¿Entramos?
¿Dónde estamos ahora? ¿Qué hay de la violencia cotidiana, permanente, eterna, inagotable, socialmente necesaria para que las cosas se mantengan exactamente como están? Abran los ojos. La venganza está teniendo lugar ahora mismo, descargada sobre nuestros cuerpos.

~ VII ~
Si quieren una verdadera teoría de la venganza, escuchen The Mountain Goats, la banda de indie folk rock liderada por John Darnielle. En Up The Wolves, una canción escrita sobre su infancia en la casa de su padrastro, que abusaba físicamente de él, canta:
I’m gonna get myself in fighting trim / scoop out every angle of unfair advantage / I’m gonna bribe the officials / I’m gonna kill all the judges / It’s gonna take you people years / to recover from all of the damage
(Me voy a poner en forma para pelear / aprovechar cada ángulo de ventaja injusta / voy a coimear a los policías / voy a matar a todos los jueces / les va a tomar muchos años / recuperarse de todo este daño)
¿Y por qué no? ¿No le ha llevado a él años y años reponerse? Dicen que la regla del ojo por ojo termina con todo el mundo tuerto. Que la venganza destruye el futuro. Pero todos los dolores sin vengar están destruyendo el presente.

~ VIII ~
¿No hay algo de lo que te gustaría vengarte? ¿No existen moretones que nunca sanan? ¿Duermen tranquilos todos tus muertos? ¿No hay faltas que absolutamente nada puede cubrir? ¿No es, a fin de cuentas, cierto que el pasado jamás puede ser redimido por el futuro? ¿No tenés sed? ¿No te estás muriendo de sed?
Es probable que no debamos escuchar la voz de la venganza (al menos no demasiado seguido). Pero seguir fingiendo que calla nos va a secar por dentro.



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