Artificios
Del sufrimiento a las flores
¿Qué es el sufrimiento? Este ensayo aborda el sufrimiento desde distintos abordajes teóricos y autores, construyendo una mirada que busca transformarlo.
Por Facundo Calvó
28 de agosto de 2025

Está a punto de leer un ensayo, un texto que se toma licencias, entrene la apertura a la experiencia o déjelo-
“Si una planta se estuviera marchitando, no le diagnosticaríamos el síndrome de la planta marchita, sino que cambiaríamos sus condiciones. Sin embargo, cuando los seres humanos sufrimos en condiciones inhabitables, nos dicen que algo anda mal con nosotros y se espera que sigamos adelante.” (Sanah Ahsan)
I. Sufrir: doler y apasionarse
El sufrimiento es una experiencia universal, motivo por el cual diversas culturas han buscado expresarlo a través de múltiples lenguajes y metáforas: duhkha, alam, tsaar, dard, schmerz, sofferenza. En castellano, términos como sufrir, penar, doler, achacar, padecer y pesar, evidencian la polisemia del dolor. La RAE define “sufrir” como sentir físicamente un daño, un dolor, una enfermedad o un castigo; sin embargo, también implica sostener, resistir, tolerar, apasionarse y contenerse. Ante la insuficiencia del llanto, el grito, las náuseas o las palpitaciones, estas palabras se convierten en otro intento de explicarnos ante los demás.
Emiliano Exposto, autor de obras como “Teoría crítica de la salud mental: hacía una política de los sintomáticos”, plantea que desenmarañar lo político en el sufrimiento –y viceversa– nos ayuda a elaborar estrategias de vida. En nuestro momento histórico singular, el dolor se configura como un fenómeno de encuentro, resistencia y elaboración. Se impone un modelo apriorístico que determina qué es el sufrimiento y qué debemos hacer ante él. La noción de sofferenza –lo que debe ser padecido y experimentado– establece una relación directa con la identidad propia y ajena. Campodónico, investigador de la Universidad Nacional de La Plata, sugiere que, al reestructurarse el concepto de Estado, también se reconfigura el de salud mental; así, lo que entendemos por sufrir se moldea en los tropezones y saltos derivados de las cambiantes condiciones políticas de vida. En la era del realismo capitalista, el sujeto se auto-explota, y el dolor se convierte en condición indispensable para que la maquinaria de la reproducción social funcione. La frustración con el propio cuerpo, el futuro, el mundo y las relaciones interpersonales favorece al consumo irreflexivo e inelástico. Es expresamente el sufrimiento como extractivismo emocional lo que alimenta la única rueda que gira; los mercados ya no solucionan necesidades, las crean centrados en la pena, la angustia, la sobreadaptación, la soledad y cualquier estado del que deseemos salir rápido. Un ejemplo es lo que sucede con la industria de la felicidad, como estudian el psicólogo español Edgar Cabanas y la Socióloga franco-israelí Eva Illouz, donde las imposiciones de cómo debe verse y sentirse una vida feliz se defienden (o más bien atacan) desde todos los campos de poder tales como la ciencia, las instituciones públicas y los mercados, consumiendo a sus consumidores en la insatisfacción continua por no ser lo suficientemente felices que deberían ser.
“el contextualismo tiene una base sintética: el todo es básico y las partes son derivadas.”
(Granados y Ruiz)
Entender la conducta sufrir requiere reflexionar sobre su agencia y sentido partiendo de lo pragmático. Sufrir, para el contextualismo funcional, es una acción-en-contexto. Un comportamiento, según el equipo de investigación en psicoterapia que integran Daniela Granados y Francisco J. Ruiz, es indisociable de los eventos históricos y situacionales porque es a partir de ellos que puede ser comprendido y explicado. A su vez, el sufrimiento como categoría no existe, existe ella sufre; no hay sustantivos, hay verbos. Buscamos alejarnos de la forma para otorgarle identidad a cada dolor. Nuestro esfuerzo es darnos lugar a entender el comportamiento como fenómeno relacional, es decir, como un emergente particular pero posible debido al encuentro entre otros fenómenos.
II. Del cómo nos hablamos al cómo nos tratamos: narrativas a éticas
“deidad incorpórea no localizada; es la tierra en un sentido profundo, metafísico. Es lo de abajo, pero no el suelo o la tierra geológica, así como el cielo cristiano tampoco es el cielo cosmográfico.”
(Merlino y Rabey)
El sufrimiento se enraíza de forma diferente según las prácticas antropológicas. En Jujuy, provincia del norte andino argentino, la tradición oral se enriquece de metáforas que explican el mundo a través de la fenomenología del pathos y la naturaleza. Historias como la de Coquena, espíritu originario que castiga a quienes cazan por avaricia; la leyenda de La Salamanca, cueva que actúa como antesala al infierno y atrapa a los lujuriosos; y la veneración a la Pachamama (o mamita) –deidad que representa la Tierra en su sentido profundo y metafísico, es decir, más que “lo de abajo”– constituyen la base de una ética del cuidado hacia la bioesfera. Estas narraciones, que valoran ríos, cascadas, lagos, montes, árboles, flores y toda la espesura animal, invitan a celebrar y proteger la divergencia. Las festividades se realizan en entornos naturales, donde se rinde tributo a esencias omnipresentes con la esperanza de transformar un suelo arrasado en campos fértiles.
Para la conocida antropóloga Margaret Mead, el primer signo civilizatorio fue el cuidado de un hueso roto, tratado en comunidad. Esta idea tan popular subraya que la atención y el sostén a un integrante del grupo son fundamentales para preservar, defender y mantener la vida en comunidad. Haudricourt, etnobotánico francés, al analizar técnicas alimentarias en diversas sociedades, teorizó una asociación recíproca entre gestos culturales, la naturaleza y el cuerpo, demostrando que la forma en que cada pueblo cultiva la tierra revela su ética, valores, esperanzas y dolores. Las tradiciones orales pre-globalistas, al transmitir por ejemplo conocimientos sobre la obtención del maíz, el arroz u otros cultivos, permiten
entender tanto los sueños como los miedos de un pueblo. Es más, ese tipo de conocimiento nos ayuda hasta a predecir su futuro, acaso próspero, acaso autodestruido.
III. Hacia una bioética narrativa: La posibilidad de transformar el sufrimiento
“En lugar de considerar que es responsabilidad de cada individuo resolver su propio malestar psicológico, es decir, en lugar de aceptar la enorme privatización del estrés que ha tenido lugar en los últimos treinta años, debemos preguntarnos: ¿cómo se ha vuelto aceptable que tanta gente, y especialmente tantos jóvenes, esté enferma?”
(Mark Fisher)
Vivimos inmersos en un contrato social que no comprendemos del todo; esperamos que las cosas sucedan sin intervenir, lo que hace que el sufrimiento se reduzca a una experiencia aislada. Somos seres dialógicos en el sentido del conductismo radical, somos una parte de múltiples pero a la vez simples contingencias. Olvidarnos de que pertenecemos a algo mayor, cuando las narrativas no parten de una ética co-construida, hace que el dolor se vuelva crueldad. La transformación de este escenario melancólico y violento puede encontrar posibilidad en entrenar la capacidad de apreciar la lentitud de las flores al crecer y reconocer los gestos de ternura necesarios en la co-vivencia con los animales. Replicar las lógicas del micelio –la red de interconexiones del reino fungi– nos enseña que cuidar la tierra para que otros puedan habitarla es, en esencia, el acto de esperanza más necesario. Como escuché decir a Ana Tonon, fonoaudióloga ecolingüística, este encuentro natural debe ser “biodivergente”, es decir, abierto, plural, compasivo para todas las formas de vida. Garantizar una bioética narrativa, popular y accesible es el camino para contrarrestar la crueldad y la ignorancia; es cerrar la puerta a aquellos que, sin comprender la complejidad del dolor, imponen prácticas que terminan en la deshumanización.
El sufrimiento es un fenómeno emergente de lo político en nosotros y nosotros en lo político, conocer su marco cultural y ético, escuchar las narrativas pero sobre todo co-construir el mundo que habitamos es urgente para sobrevivir.
estas palabras están listas para compostarse, ser abono de lo que vendrá.

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