Música
Cuando la música instituye
Por Camila Onsari
06 de marzo de 2025

Es algún día de 2022, principios de 2022, supongamos mayo. Decido darle una oportunidad más al rapero del que tanto me hablan. Elijo un disco un poco viejo, tampoco tanto, mientras el 39 está por doblar en Santa Fe. Play, dobla, toco timbre, bajo, ficho de reojo esa zapatería con olor a viejo que me encanta pero no me puedo costear, cruzo la avenida y agarro Paraguay, una vez más, hacia un trabajo que no me gusta. Cabeza al frente sin ver nada, pienso en cómo voy a solucionar lo de OCA. Pienso en el mail que le voy a mandar, muy elegantemente indignada, a Jesica de administración. Que me diga, una vez más, por qué volvieron a llevarse tarde los malditos paquetes. Que le responda ella a todos los Alejandros de Chaco que no recibieron, una vez más, su maldito libro. Pienso en si, para compensar, almuerzo unos sanguchitos de miga en la panadería de la esquina o si mejor voy hasta el chino de comida por peso, sí, mejor, si mis dos mangos de sueldo no aguantan más dos de jamón y queso y uno de berenjena. Pero, de repente, un arrín suena un kinkín y mi cuerpo se frena por una milésima de segundo. Mi cabeza reacciona, sutil, apenas un instante, como un tic, como si alguien de atrás me hubiera gritado ¡Cami!, arrinkinkin arrinkinkin. Me callo entera, escucho. Escucho eso que está ahí pasando, algo por suerte más grande y bello que OCA y el precio de los zapatos y el jamón y queso.
¿Nunca les pasó, caminando y escuchando música de fondo y masticando chicle que eso que sonaba se hacía presente y al fondo pasaba todo lo demás? En “Escribir la lectura”, Barthes desarrolla lo que él postula como un texto-lectura: es decir, ese texto que escribimos en nuestra cabeza cada vez que, al leer, la levantamos. Creo que hay una similitud entre ese gesto y esta escucha que sin piedad irrumpe y nos demanda absoluta atención. En ambos hay una reacción ante algo que nos interpela, que nos descoloca, que nos arrastra de donde estamos y nos ubica en otra parte. Siguiendo a Barthes, “es sobre esa lectura, irrespetuosa, porque interrumpe el texto, y a la vez prendada de él, al que retorna para nutrirse, sobre lo que intento escribir”.
Es un viernes de 2024, más específicamente, es viernes 22 de noviembre, viernes de la inesperada salida del nuevo disco de uno de mis artistas favoritos, inesperada y feliz salida que mejoró mi tarde y mi viaje a la facultad. Dos años después ya me permea más rápido y está buenísimo, claro, obvio, pero estoy llegando tarde, resulta que el 145 es un bondi de mierda y la aplicación esta de los horarios no funciona tan bien como dicen. Tuve que ir dos paradas más adelante para hallar algo de suerte, si es que se le puede llamar suerte a algo que llega a destiempo. Y yo que bien boluda salí con los minutos justos porque me acabo de mudar y pequé de ingenua, asumí que la aplicación no mentía. Tarada. Y además Acoyte, que a esta hora es un quilombo y ni en Rivadavia se despeja, por más que la línea del mapita me diga que ya dejamos atrás la congestión naranja, ahora supuestamente todo es azul, todo es mar ligero, pero no, la congestión sigue y hace calor y las bocinas y se me pega la piel de la pierna en el asiento de cuero del bondi y tengo gotas en mi frente y de repente, y ante todo, sí que suena lindo este disco. Recuerdo que un amigo me había dicho horas antes que el segundo tema estaba camuflado en su último video. Atino a buscarlo pero me encuentro con que está el chofer ahí parado, me encuentro con que somos sólo yo y el chofer y sus señas que me gritan que tengo que bajar, que algo se rompió, que me suba al que venga atrás. Pero justamente, señor chofer, estoy llegando tarde porque usted antes se hizo esperar y ya bien vio usted el tráfico que hay, así que mejor camino, va a ser más rápido. Y entonces, ¿un saxo? De nuevo, mi cabeza y mi cuerpo todo reaccionan, frenan por esa milésima de segundo. Mi oreja salta, se prende. Y entonces sí, un saxo y luego un beat que nació sonando a clásico. Y eso es todo lo que está pasando, eso es todo lo que pasó en Avenida Rivadavia esa tarde del 22 de noviembre de 2024.
El texto-lectura es, entonces, ese texto que escribimos cuando interrumpimos el acto de leer y levantamos la cabeza. Con este gesto, el lector, además de hacer a la obra –además de prestar mayor o menor atención a tal o cual parte, además de soltarle la mano al Autor y su Sentido; además de hacer, en definitiva, tan sólo una obra de las infinitas que alberga en potencia un texto– asocia, al texto material, otras ideas, otras imágenes, otras significaciones: Si al leer levantamos la cabeza es porque, “con la lógica de la razón (que hace legible la historia), se entremezcló una lógica del símbolo”.
Creí entonces que sobre lo que yo quería escribir era algo así como un texto-escucha, una forma de escuchar que, al demandar completa atención, nos exilia de la automatización física y mental en la que estábamos. Al igual que el texto-lectura, esta escucha excede la voluntad, el deseo y el sentido pretendido por el artista –¿por qué me resonó justo ese arrin, por qué justo ese saxo?–, y excede incluso la voluntad propia, al punto de también materializarse en una reacción corporal. El texto-lectura nos saca de la historia escrita en el papel, el texto-escucha nos saca de la perorata siempre inédita, siempre repetitiva, que corre invisible y nos nubla los ojos.
Pero creo que no sería el término apropiado. Lo que quiero retratar no hace texto, más bien acalla esas líneas rumiantes, constantes ya sea por inercia o aburrimiento o neurosis. La lógica de esta escucha no es asociativa, al contrario, corta la libre asociación, eterna cadena, que nos lleva siempre un paso más adelante o más atrás de donde efectivamente estamos. Esta escucha atenta creo que es, justamente, pura escucha, puro presente, puro no-texto. Pura música, al fin y al cabo. La lógica, más que asociativa, es aislativa, inmersiva. Aquella lectura dispersa, esta escucha concentra, reunifica. En todo caso, concilia la dispersión en la materialidad del presente.
Hay, de todas formas, un entendimiento mútuo en ambas experiencias. Más que leer o escuchar o escribir una verdad objetiva, en ambos gestos se trata de percibir
una verdad lúdica; y además, en este caso, el juego no debe considerarse como distracción, sino como trabajo, un trabajo del que, sin embargo, se ha evaporado todo esfuerzo: leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo […] siguiendo la llamada de los signos del texto.
Esa pura escucha, ese gesto corporal que adviene ante sonidos que irrumpen y demandan absoluta atención, corresponden a una verdad lúdica, una que interrumpe la distracción neurótica y la inercia hiperproductiva. De repente, esos sonidos son lo único que está pasando, son algo más grande y más bello que todo lo demás. Son, también, algo más simple. Se trata del trabajo de simplemente escuchar y, así sin más, recuperar el presente. En todo caso, se trata de habitar, al menos por ese instante, un presente del que se ha evaporado todo esfuerzo.
Orgánico cerrar este texto con esa última línea, pero hace unos días, leyendo En la zona, me encontré con un pasaje que resume todo esto en apenas una oración, perfecta. Porque claro que Saer ya lo había escrito, y muchísimo mejor:
Desde entonces no había habido más que días, así como no hay más que sonidos en ciertas músicas a las que no les prestamos atención hasta que una nota nos toca el corazón con un calor imponderable y la Música se instituye.

Ruido Criollo #3: Entrevista a Forello
Por Máximo Cantón
Sobre cómo aprendemos cine
Por Julián Enriquez
Ruido Criollo #2: Entrevista a Julián Peralta
Por Máximo Cantón
