Artificios
Sobrevivir
Por Carla Cohen
12 de abril de 2025
I. El camino
Últimamente me he estado debatiendo por el sentido de la vida en este plantea que aparentemente no augura un futuro prometedor. Si los cálculos son correctos nos encontramos en un problema tan drástico que no hay retorno. El cambio climático transformará los territorios conocidos, desplazará a millones de personas que se convertirán en migrantes climáticos, las fronteras se militarizarán aún más, se extinguirán muchísimas especies de animales, hongos, plantas y demás seres vivos, grandes catástrofes terminarán con la vida de millones de personas. El problema no tiene nombre. Nada de lo que he leído me da una respuesta. Lo único que me da un tipo de guía es mi experiencia directa con la muerte.
Hace ocho años murió mi hermano Ricardo y algo de esa muerte vive en mí como una brújula que me dirige en el presente continuo. Su ausencia es una presencia constante, pero no es una presencia de dolor amargo, es más como de luz dorada. Cuando cierro los ojos y me siento inmersa en esa luz recuerdo algo que no tiene palabras –así como el problema en el que estamos metidos como humanidad–, pero a la inversa. Es la falta de palabras ante la inmensidad y bastedad de esa luz misteriosa que me promete algo completamente ambiguo, amorfo, pero certero. He cerrado los ojos preguntándole al fantasma qué hacer con los vivos. Le pido respuestas en medio de mi angustia porque quiero saber que “todo va a estar bien”, pero la presencia de la ausencia no me responde como yo quisiera, en vez toma esas formas oblicuas, me dice rellenando mis pupilas negras con la calidez de una ternura, un amor, algo brillante.
Me gusta pensar en las respuestas que no logran darme los libros de filosofía (no me la dieron cuando Ricardo murió y no me la están dando ahora que quiero saber qué nos depara el futuro a los seres que poblamos la tierra), la filosofía nunca ha tenido la respuesta, muchísimas veces ni siquiera ha sabido decir. Sus puertas se construyen con grandes cerrojos y materiales pesados, imposibles de levantar, son puertas designadas para alguna clase de genio que estudió latín, griego, filología, astrofísica, semiótica, teología y otras tantas diciplinas siempre occidentales. Son puertas más densas que las de la ley. La filosofía no me ha dado respuestas porque nunca ha pretendido llegar al final del asunto de nada. Pero se me olvida. En esencia la filosofía no es tan distinta a la poesía, porque tiende a abrir caminos en vez de elegir vías determinadas, resultados finales. Si la filosofía es tan abierta entonces hay alguna puerta por donde yo me puedo colar. La puerta empieza con tapas suaves de libros espesos, pero rayoneados, con oraciones que reverberan dentro de mi cuerpo, frases que tejen y destejen como Penélope esperando a Odiseo.
Tal vez los humanos siempre hemos estado esperando algo, ya sea la iluminación dorada o la catástrofe (el fin del mundo). Como dije antes, la filosofía en realidad nunca ha tratado de llegar a un resultado final, por eso es mucho más probable que su camino sea el de la luz dorada de las no-respuestas o, en el mejor de los casos, el de las respuestas por venir.
II. Andares
Jacques Derrida escribió alguna vez: “No se puede amar sin vivir y sin saber que se ama, pero se puede seguir amando al muerto, a lo inanimado, que naturalmente no lo saben. Es incluso en la posibilidad de amar al muerto como llega a decidirse una cierta amancia.”
Lo triste de la humanidad es que nos angustia desaparecer porque nos angustia que no haya alguien más en este universo que haga un duelo por nosotros. Nadie enterrará la vida del planeta por nosotros. ¿Quién nos puede amar si no nos conoce? ¿Quién seguirá amándonos muertos? ¿Quién amará lo inanimado de la Tierra? Por eso en muchas ficciones nos conforta la idea de que habrá algunos cuantos humanos que escaparán de la catástrofe, como migrantes galácticos, siempre errantes, siempre en duelo.
Su misión no será ni siquiera espacial, su misión será llevar consigo el amor de la vida. Me pregunto si es necesario perderlo todo, o casi todo, para llegar a amar algo. Como si el amor estuviera ligado a, o necesitado de, cierta nostalgia.
III. La poesía viviente del poeta exterminado
No tenemos que viajar en el espacio para imaginar a un grupo de humanos que huyen de su hogar con la misión de vivir, pero también de recordar a sus muertos y de amarlos en duelo. Es más fácil digerir historias de ciencia ficción que las de nuestro presente.
El viernes amanecí con este poema en la bandeja de entrada de mi correo:
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IF I MUST DIE
If I must die, you must live to tell my story to sell my things to buy a piece of cloth and some strings, (make it white with a long tail) so that a child, somewhere in Gaza while looking heaven in the eye awaiting his dad who left in a blaze– and bid no one farewell not even to his flesh not even to himself– sees the kite, my kite you made, flying up above and thinks for a moment an angel is there bringing back love If I must die let it bring hope let it be a tale
(Refaat Alareer, 1979-2023, killed on Wednesday with his family in an Israeli airstrike in Gaza City) |
SI DEBO MORIR
Si debo morir, tú debes vivir para contar mi historia para vender mis cosas para comprar un pedazo de tela y algunas cuerdas, (hazlo blanco con una cola larga) para que un niño, en algún lugar de Gaza, mientras mira el cielo a los ojos, esperando a su papá que se fue, y no le dijo adiós a nadie, ni siquiera a su carne ni siquiera a sí mismo, vea el papalote, que hiciste para mí, volando arriba y piense por un momento que un ángel está allí trayendo de vuelta el amor Si debo morir, que traiga esperanza que sea un cuento
(Refaat Alareer, 1979-2023, asesinado el miércoles con su familia en un ataque aéreo israelí en la Ciudad de Gaza) |
Los poetas, me gusta creer, son nuestros profetas.
El panorama de crueldad y de violencia desmesurada daba pautas claras de un destino mortífero; Refaat Alareer tuvo la voluntad de escribir desde esa extrema vulnerabilidad un poema dirigido a todo aquel que se considere amigo y todo aquel que, por lo tanto, reciba la esperanza como un mandato definitivo: “si debo morir, tú debes vivir para contar mi historia”. Ese gesto anuncia ya que su poema –grito de esperanza– llegará a un amigo; es la apuesta del amigo aún en la muerte, a pesar de la muerte, a pesar también del enemigo que extermina. Refaat Alareer declaró la posibilidad de lo imposible: “si debo morir, que traiga esperanza, que sea un cuento”. Derrida, decía que, a causa de la muerte, la amistad nos da una esperanza que no tiene nada en común, excepto por el nombre, con cualquier otra esperanza.
IV. Oh, amigos míos, no hay ningún amigo
En las pantallas planas, sin volumen tridimensional, sin cuerpo; en sus colores blancos, negros, rojos; en las palabras que tratan de revolotear por los cables de energía eléctrica; en cada intento por ser individuos, tan individuales que hemos perdido la posibilidad misma del colectivo; ahí el acontecimiento también es posible.
Si es posible, en parte, es porque logra escapar de la espectacularidad de la pantalla. De alguna manera, como lo hizo el poema “Si debo morir”, en lo no dicho, en lo inimaginable, en lo que está por venir del poema; ahí, en su representación, el acontecimiento es posible.
Sobre todas las cosas –lejos del espectáculo (que tiene su propio reino, su propia soberanía dominante)–, la representación, el poema, la palabra cruda propone el diálogo. Apela al otro, a pesar de toda incertidumbre, crueldad o amenaza de muerte.
En la imposibilidad misma de la amistad, apela al amigo (o al enemigo). Derrida señalaba que un amigo puede ser también un enemigo, pero se trataría de aquel que odiaría en nombre de la amistad: “Y si quiere mi muerte, al menos quiere, la mía, singularmente.” El enemigo en singular, el enemigo se dirige a uno, a mí, a ti, sabe a quién odia, sabe su nombre, hay una cuestión incluso de respeto en la enemistad.
Lo que pasa hoy en día, a mi parecer, es otra cosa, no hay ni amigos ni enemigos, hay masas, números, espectáculo, masacres.
Derrida ha dicho que uno puede ser amado sin saberlo, pero uno no puede amar sin saberlo, es imposible amar sin saber que se ama. En el movimiento contrario ¿qué pasa?, ¿se puede odiar sin saber que se odia? Se puede odiar sin saber exactamente a qué o a quién va dirigido el odio.
Pienso que gran parte de la desproporción de la violencia en la que está sumido el mundo actualmente proviene de un olvido tanto de nuestras propias vidas, de nuestra presencia, de nuestra efímera existencia, así como del olvido de la capacidad de dirigir el amor más allá de uno mismo, más allá del prójimo o de lo próximo, del amor que se puede depositar en lo inanimado, ya sea a una roca volcánica o a un muerto. Derrida lo dijo así: “Cuestión de respiración y de inspiración: amar corresponde sólo al ser dotado de vida o de aliento (en empsukho). Ser amado, en cambio, es algo que resulta siempre posible del lado de lo inanimado (en apsyko), allí donde una psykhe puede haber expirado ya. Se ama también a los seres inanimados.” Me atrevería a decir que vivimos en el olvido, yo misma me encuentro a cada rato en el olvido; por eso les pido que respiren, tomen un poco de aire y llenen sus pulmones en una inhalación profunda. Sosténganlo. Cierren por un momento los ojos y exhalen len…ta…men…te. Recuerden: se ama también a los seres inanimados.
Digo recordar, traer de vuelta, algo que no es ni nuevo, ni único, y que en palabras de Enrique Salmón se llamaría iwígara, es decir, la total interconexión e integración de toda la vida, tanto física como espiritual.
Decir iwígara a un rarámuri invita a esa persona a comprender la vida en todas sus formas. La persona recuerda el inicio de la vida rarámuri, sus orígenes y su relación con los animales, las plantas, el lugar de crianza y las entidades a las que los rarámuri acuden en busca de orientación”. El prefijo “iwi” también significa respirar, inhalar-exhalar. La respiración es lo que nos da vida, el aliento, la palabra. Respirar implicaría, en el mejor de los casos, una responsabilidad con todo lo que podemos amar (animado o inanimado).
Sin embargo, el lugar en donde nos ha dejado situados el poeta Refaat Alareer no es el de seres vivientes, sino el de seres sobrevivientes. Derrida lo pone en estas palabras: “En todo caso, la philía comienza con la posibilidad de sobrevivir. Sobrevivir: otro nombre de un duelo cuya posibilidad al menos no se hace esperar jamás. Pues no se sobrevive sin llevar luto (sin mantener el duelo). Tautología invencible para todo viviente, tautología de la supervivencia, Dios mismo no podría nada ahí.”
En la posibilidad imposible de la amistad, en la posibilidad imposible de la esperanza, sobrevivir implica re-comenzar, re-novación, la repetición del instante, hacer un papalote blanco y volarlo en el cielo, re-escribir la poesía, la filosofía, dibujar líneas de horizontes posibles, creer en la posibilidad imposible de los mismos.
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